01| Una maldita pesadilla
Los meses de curso que quedaban transcurrieron de un modo agónico. Ir a aquel instituto se había vuelto incluso más cuesta arriba que antes. Era insoportable. Una auténtica tortura. Tener que cruzar el umbral de la entrada para pasar unas horas que eran, para ella, como unos latigazos en su espalda. No quería estar allí. No quería tener que ir a un sitio donde, no sólo le recordaba a Bruce, sino que lo habitaba.
El asunto no era precisamente que se estuvieran encontrando accidentalmente con tanta asiduidad como para querer desaparecer de la faz de la tierra, no. Lo que sucedía era que se encontraban demasiado poco. Por no decir que era casi imperceptible las veces que habían entrado en el campo de visión el uno del otro, las cuales en su mayoría de veces eran meras suposiciones entre la multitud.
Era terrible ver como se habían vuelto meros fantasmas el uno para el otro.
Sus momentos en casa tampoco eran muy diferentes. Había guardado todo lo que le recordaba a él en el último cajón de su escritorio, incluido el móvil que le regaló. Podía considerarse como el regreso del ladrillo a modo de teléfono. No quería usar nada ni ver nada que le recordara a alguien a quien quiso y el cual solo la humilló.
Se revolvía de angustia cada vez que su imagen volvía a tomar forma en su mente, por lo que tenía que distraerse constantemente. Procuraba tener las narices entre alguna novela o ver alguna serie. Podría haber sido un buen momento para hincar los codos más que nunca, pero estaba tan triste que no podía concentrarse en los estudios; cada vez que lo hacía, acababan cayéndole lágrimas sobre el libro de texto.
En otras ocasiones, buscaba la distracción encontrándose con Dalia en algún sitio. O con Thomas. O ambos. Se sentía aliviada de, al menos, mantener una amistad con ellos. Al parecer cada vez se veían más a menudo aquellos dos y eso le hacía ajetrearse de una curiosidad mezclada con cierta inquietud en sus adentros que la hacía enloquecer.
Si no mantenía su imaginación entretenida cada minuto de los días, caía en un profundo agujero de tristeza en el que permanecía atrapada. Derramaba toda su angustia acuosa mientras su cuerpo se abrazaba a sí mismo, encogida como si fuera una niña pequeña, y su nariz enrojecida a juego con el blanco ensuciado de sus ojos.
Comenzaba a pensar en su modo de ver la situación meses atrás, cuando entró a Richroses por primera vez: cuando le conoció a él. Supo entonces lo perdida que estaba, preguntándose cómo sus sentimientos podían ser tan intensos y tan derrotistas en aquel momento. ¿Cómo podía ser posible odiar a alguien de un modo tan ardiente y luego quererle de un modo tan doloroso, puro y sincero?
Cuanto más pensaba en ello más sollozaba; más intentaba ocultar su rostro surcado en lágrimas con las palmas de sus manos, como si alguien estuviera en su habitación observándola y la fuera a juzgar por ello. El peso que sentía era demasiado grande. Estaba claro que no había nadie juzgándola, salvo ella. Ella misma se sentenciaba por ser tan ilusa, sintiendo tantísima vergüenza de su persona. Algún día se perdonaría haberse vuelto tan débil y sufrir tanto por una persona.
Bruce miraba la ventana manchada por las gotas de la lluvia. Hacía mucho tiempo que no llovía con tanta intensidad. Demasiado para tratarse de una ciudad tan nublada como Londres. Pero el clima no era lo que más le importaba aquel día. Ni los anteriores ni los venideros.
Sólo podía pensar en su madre y en el vacío tan terrible que había dejado en él. No era capaz de olvidar a aquella mujer. La pérdida del apoyo que le quedaba en aquella casa era mucho más pesada de lo que jamás hubiera podido imaginar. Ahora sólo estaba él. Clarice había vuelto a París, aquel año sería el penúltimo de carrera, y su padre... Bueno, cuando estaba era como estar solo. Y lo cierto era que, para tener a aquel hombre bajo el mismo techo, prefería la soledad.
Tampoco lo tranquilizaba recordar a Spencer. La última vez que la vio, junto a la última vez que la estrechó entre sus brazos y que besó sus labios. La extrañaba demasiado. No obstante, él había elegido ese camino. Había decidido dejar de ser un maldito egoísta por una vez en su vida y mantenerla al margen. Había perdido a su madre de un modo doloroso, y él había alejado a Spencer de una manera también dolorosa. Pero era mejor aquello que, permitir que la rueda del tiempo avanzara, y destruirla de un modo mucho más terrible que aquel.
Sólo quería protegerla.
Llamaron a su puerta dando golpes con el puño cerrado. No dijo nada, pero igualmente abrieron y en seguida supo de quien se trataba. Únicamente le bastó con ver a la persona que había perturbado su momento de soledad para saber qué era lo que tocaba ahora. Y era algo demasiado importante, un cambio demasiado grande en su vida. Algo que tenía que dejar perfectamente hilado y preparado antes de que su padre regresara a Nueva York.
—Prepárate —dijo sin un ápice de cariño en la voz.
Al fin era verano. Se encontraban en la segunda mitad de julio, cerca de la última semana. Había logrado, para entonces, sanar un poco su pena. Si bien el dolor estaba todavía allí, escondido en un recóndito hueco de su alma, Spencer había aprendido a domarlo y a saber vivir con ello hasta conseguir que Bruce solo fuera un mal recuerdo. Al fin, había vuelto a levantar cabeza.
Caminaba por la calle en dirección hacia su casa. Llevaba colgada del brazo una bolsa de papel de un tamaño pequeño donde portaba unos libros de segunda mano que acababa de comprar de una librería cercana. En la otra mano, llevaba una bolsa de plástico donde transportaba una serie de alimentos y utensilios que su madre le había pedido que fuera a comprar al supermercado.
Definitivamente, el clima cálido –o lo que le permitía de cálido ser en Inglaterra- le estaba sentando bastante bien. Veía con mayor regularidad a sus amigos, no sólo a los de Richroses, sino los de su antiguo instituto también. Personas como Lisa o Matt.
Para su desgracia, toda la positividad que se permitía tener aquellos días se esfumó en un momento. Estaba pasando al lado del escaparate de una tienda de electrodomésticos, el cual exhibía varias televisiones encendidas, entre algún que otro microondas o tostadora. El azar lo quiso así y, en un segundo inocente, giró la cabeza en dirección a los aparatos, momento en el que se quedó inmóvil y comenzó a respirar con dificultad.
En la pantalla no paraban de aparecer imágenes de Bruce caminando, hablando o simplemente sentado en algún lugar. También figuraban entre medias imágenes de su padre. Y debajo había un titular que rezaba: «El imperio Rimes anuncia oficialmente el compromiso de su heredero con la hija menor de la famosa compañía Miller».
Tuvo que leerlo varias veces para que su cerebro lo procesara correctamente. No estaba segura de si se trataba de un mal sueño. Una maldita pesadilla. Sin darse cuenta una parte de su cuerpo comenzó a temblar alteradamente. El dolor había vuelto para martirizarla.
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