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Capítulo 6: El encuentro

El viaje a México no fue tan largo como yo me lo imaginaba, es más, me pareció mucho mejor que otros. Por suerte para mí, hablo en español y conozco algunas palabras de este país. Nunca había venido hasta hoy, debo confesar que todo parece increíble.

Junto con Lucía nos detenemos a ver llegar al magnate, Balder Smith, caminamos hacia él con suma tranquilidad y al llegar me detengo en seco. Lo miro sin decir ni una sola palabra, hasta que me doy cuenta de que es tiempo de decir algo, pero lo único que sale de mis labios es lo siguiente:

—Llegué —murmuro con una sonrisa ladina.

La mirada penetrante de color esmeralda me atraviesa por completo, dejándome en completa vergüenza, por lo que siento como mis mejillas se comienzan a tornar de un color muy diferente al común: un simple, pero dulce color escarlata.

—La estoy viendo, señorita Rodríguez. —Sonríe de un modo diferente al que suele sonreír, esta es más verdadera—. Es un gusto verla nuevamente.

Lucía hace una mueca y con delicadeza me empuja con su brazo, se da cuenta de que no le estoy prestando mucha atención, ya que no dije nada sobre ella. Sonrío amplia ante la situación y la señalo con el dedo índice.

—Ella es mi hermana, Lucía.

—Un gusto, señora Rodríguez. —Le extiende su mano.

Lucía niega con la cabeza, pero yo alzo ambas cejas para que me siga la corriente, así que sonríe dulce y responde con cordialidad:

—Igualmente, solo le diré una cosa: traté bien a mi hermana o juro que lo mataré. Si Cam llega a llorar, juro que usted jamás volverá a respirar —amenaza con su mirada seria, mientras aprieta la mano del contrario con demasiada fuerza.

Alzo ambas cejas sintiéndome en completo shock, no puedo ni siquiera creer lo que acaba de suceder; esto no es parte del plan. Debí verlo venir en algún momento.

—¡Lucía! —Grito en su dirección y las personas se me quedan viendo.

Trago saliva ante lo que está ocurriendo, me siento una completa idiota. No esperaba nada de eso, menos que mi mejor amiga me deje como una estúpida frente a alguien.

Un extraño sonido interviene en la conversación, mejor dicho, una voz muy familiar:

—¡Ahhh, no! ¡Ahhh, nooo! —Exclama Guido viéndonos entre la gente—. ¿Puede ser, pa?

Lucía y yo casi nos caemos de la emoción; todo eso era demasiado para nosotras. Me sostengo del brazo de Balder para no caerme al suelo desmayada.

—¿Esto es real? —Pregunto con una enorme sonrisa sobre mis labios—. ¿Sos vos?

Guido se acerca a nosotras y sonríe asintiendo.

—Es real. Debes darle las gracias a tu novio, sino esto no iba a ser real.

Frunzo el ceño ante su comentario y niego más de una vez.

—Pero Balder no es...

Siento como el señor Smith aprieta un poco mi brazo y me mira negando, una típica seña para que le siga la corriente.

Lo miro con una sonrisa amplia y asiento.

—Gracias, cariño —murmuro con diversión.

Lucía no entiende nada, no puedo culparla, ni siquiera yo puedo comprender del todo lo que está pasando.

—Todo sea por ti.

Quiero soltar una carcajada, pero no puedo hacerlo.

Guido nos mira, pero sé que está empezando a hacerse preguntas. Hay algo que le está llamando la atención, aunque no dice nada.

Mis ojos se encuentran con una enorme sonrisa, que solo había conocido por Internet. Los rulos de aquel hombre me recuerdan a los que poseía una de las hijas de Celine, ambas nos odiábamos, pero esa es otra historia.

—No puedo creer que todo esto sea real —murmuro con una enorme sonrisa sobre mis labios.

—Su sonrisa es hermosa, señorita Rodríguez —elogia el señor Smith imitando mi gesto.

—¿Estás lista para la mateada en México? —Pregunta Guido a Lucía, y por supuesto, al señor Smith y a mí.

—¡Por supuesto! —respondemos al unísono con Lu.

Comenzamos a caminar por el pasillo del hotel, lo único que se puede escuchar es lo bullicioso que se encuentra. En las pantallas hay un montón de videos de Tik Tok y la gente tratando de imitarlos, haciendo dúos y jugando con la aplicación. También hay música de fondo, se escuchan canciones argentinas.

Balder observa la manera en la que Guido y Lucía se ponen a platicar, me gusta como se ven juntos. El señor Smith entrelaza nuestros dedos con disimulo, y yo me pregunto: ¿qué rayos está tratando de hacer? Sin embargo, le sigo el juego. Cuando nos alejamos de los chicos, lo miro a los ojos esperando una respuesta por sus actitudes extrañas.

—¿Por qué me mira así? —Enmarca ambas cejas.

—¿Me estás preguntando? Después de todo lo que pasó, ¿me lo estás preguntando? —Alzo ambas cejas imitando su accionar—. Señor Smith, no entiendo nada de lo que está haciendo. Es muy extraña su actitud.

—No es muy extraña, es que... —Él no puede seguir con su oración, ya que los chicos llegan—. ¿Estás feliz, cariño?

Me resulta tan extraño que me llame de ese modo, no me gusta. Siempre que lo hace en mi cara se dibuja una sonrisa ladina, pero no es verdadera. Siento que no debería de sentirme como lo hago, aunque es demasiado tarde para cambiar la situación.

—Sí...

Con cuidado, la mano del señor Smith, vuelve a tomar la mía. El magnate se aclara la garganta, solo para sonar más extraño de lo que ya es y dice:

—No pareces estar muy feliz que digamos.

—¿No? —Alzo ambas cejas ante aquello—. ¿Por qué no parezco feliz?

Él se encoge de hombros mientras, nuevamente, me aleja de la multitud. Me lleva a un lugar lejos de donde nos encontrábamos con los chicos, ahora estamos en un pequeño pasillo. Me mira directamente a los ojos y espera que le diga algo, aunque yo también estoy esperando eso, ya que no entiendo nada.

—¿Qué es lo que te pasa? —Pregunto notando la cercanía que hay entre nosotros.

—No me pasa nada, es que... —Se detiene mirando directo al suelo y luego regresa a mis ojos—. No quiero que se ría o haga algo de lo que se pueda arrepentir.

Alzo ambas cejas, ya que eso parece como una amenaza y no me agrada.

—¿Disculpa? Yo no hice nada —espeto con detenimiento—. Vos me invitaste aquí, luego te haces pasar por mi supuesto novio y ahora no sé qué es lo que te pasa... sí, la verdad es que todo tiene mucho sentido, Balder.

Él toma mis hombros y me obliga a verlo a los ojos.

—Me llamaste Balder.

Asiento con la cabeza.

—Es que... que me he confundido.

—¿Gritarle a las personas te confunde? —Pregunta.

Me encojo de hombros sin saber qué responderle. No tengo idea, nunca le había gritado a una persona, creo que eso solo me pasa con él. Sin embargo, no voy a decir nada al respecto; no quiero que se sienta importante.

—¡No! —Exclamo; hago una mueca con mis labios y niego—. Bueno, no lo sé.

Sus cejas se elevan de un solo tiro y una sonrisa ladina se dibuja sobre sus labios carnosos y rosados, dignos de un dios, mejor dicho, del hijo de un dios.

—Entiendo, gritarme a mí es lo que te confunde.

Suelto una carcajada sonora ante su suposición, pero en vez de negar o decirle algo, solo me quedo viéndolo a los ojos. Hago una mueca con mis labios y me armo de valor para responder como debería haberlo hecho antes de todo ese momento de silencio incómodo.

—No. —Acomodo mi cabello un poco nerviosa y lo miro a los ojos—. Es solo que he venido a México para conocer a mi ídolo en persona, y vos me estás alejando de él.

—Yo no hice nada, no te estoy alejando de nadie. Tú viniste por tu propia cuenta, no me eches la culpa a mí por cosas que solo vos estás haciendo.

—¿Disculpa? —Pregunto empujándolo contra la pared—. Yo me estoy alejando porque quiera hacerlo. Pensé que me ibas a decir algo que nadie podía escuchar, pero veo que solo eran tonteras de mi mente.

Su mirada se oscurece; todo su ser se vuelve frío ante mi accionar. Parece que lo que hice solo fue una falta de respeto hacia su persona; sin embargo, él no dice nada, solo se limita a verme directo a los ojos. Me pregunto lo que estará pensando, pero no quiero saber.

—¡Bien! —Grita, como un niño pequeño, y luego pregunta bajando de sus nubes—: ¿desea bailar conmigo y sus amigos?

Me sorprende la manera en la que ese magnate puede cambiar; primero, trata mal a la gente; después, decide invitarlas a bailar como si no hubiera pasado nada, solo que en mi mente sí sé lo que ocurrió.

Me siento perdida, aunque parece que no soy la única que no entiende lo que está pasando.

—Sí... —respondo, casi inaudible, pero dejo que me guie a la pista de baile.

Con lentitud subo mis brazos hacia su cuello, mientras mi mirada se posa primero en los ojos esmeralda del magnate y luego detrás, donde hay una escena que nunca me imaginé ver, pero que no contaré, ya que puede ser material para una buena historia. Vuelvo a mirar los ojos del hijo de Odín, lo único que se me ocurre pensar es en... nada, no puedo pensar en nada más que en mis oscuros pensamientos.

—¿Se siente bien, señorita Rodríguez? —Cuestiona cerca de mi oído.

Asiento con la cabeza, pero luego miro sus ojos y niego.

—¿Por qué sos así?

—¿Así?, ¿así cómo? —Toma mi barbilla para que pueda verlo mejor.

Hago que me suelte, pero es inútil, no lo logro; no me queda otra que verlo directamente a los ojos y hablar con la verdad.

—Primero, un hombre horrible, luego se comporta bien, más tarde puede ser un idiota y... ¡Me está haciendo enojar! —Grito con todas mis fuerzas.

La música se detiene y me separo a regañadientes del magnate. Guido se sube al escenario llevando un micrófono en la mano y dice:

—¡Hola, gente!

Corro con rapidez, quiero salir de este lugar, no miro atrás. No puedo creer que esté haciendo esto. Sé que la gente no me está prestando atención; sin embargo, hay algo que me dice que alguien me está siguiendo. Decido doblar en una esquina y me encuentro en un pasillo muy alejada de todos.

—¿Estás enojada conmigo? —Pregunta de mal humor Balder, mientras camina en mi dirección.

—Sí.

No me muevo de mi lugar y puedo escuchar las carcajadas que emite de sus labios, no encuentro la diversión en nada. No sé de qué se puede estar riendo.

—¿Por qué, señorita Rodríguez? —Delibera tratando se acercarse, pero se detiene.

—No lo sé, pero... solo sé que me enfada.

No me siento nada cómoda al hablar de esos estúpidos temas, quizás sea por mi tortuoso pasado o sencillamente a las pobres inseguridades que pernocto en mí. Sin embargo, creo que podría estar dispuesta a encontrar el modo de apreciar cosas nuevas que me hagan ser una persona nueva: en todo este juego hay un problema y es que no soy de las que empiezan, me gusta esperar y ver qué tan lejos llega el primer jugador en mover la pieza.

—¿Le enfadan mis actitudes? —Interpela acercándose a mí, cuando llega se detiene y me mira directamente a los ojos—. ¿Qué es lo que le enfada de mí, señorita Rodríguez?

—Todo en usted, señor Smith, todo. No hay nada que me haga pensar que no es uno de esos malditos multimillonarios que pasan su vida criticando a las pobres personas que se pasan todos los injuriados días trabajando. —Levanto los brazos en el aire y procedo—: ¡No hay nada en usted que me haga pensar que vale la pena luchar!

—¿Por qué querría que luche por mí, señorita Rodríguez? —Alza ambas cejas.

—Porque de vez en cuando, los otros queremos luchar por otra persona... Señor Smith, usted pone las cosas muy complicadas y se divierte haciéndolo. —Me encojo de hombros con una pequeña sonrisa sobre mis labios—. ¿Cree que no me doy cuenta que le divierte todo esto?

—¿A qué te refieres con eso? Yo no necesito que luches por mí. Si lo necesitara, se lo pediría.

Suelto una risita divertida.

—Usted ama tener el control. Con estas simples preguntas que me hizo me he dado cuenta de muchas cosas... Me duele ver que mis pensamientos se volvieron realidad, señor Smith.

No digo más nada y salgo de allí, ingresando a una extraña habitación que encontré por ahí; puedo sentir el dolor cayendo por mis mejillas y escucho una voz que pregunta:

—¿Por qué estás llorando?

—¡Déjeme en paz, señor Smith! —Prorrumpo importuna.

Levanto la mirada y me doy cuenta de que he fracasado, no es el magnate hijo del dios, sino que es Guido. Sonrío levemente, pero solo es una tonta fachada que cargo para que no se dé cuenta del dolor que siento en mi interior, aunque pienso que muy tonto hacerle creer algo que no es.

—Hola, Guido... Perdón, pensé que eras... —No me deja terminar.

—¿Tu supuesto novio? —Duda sonriendo.

—Supongo, sí. —Oculto mi mueca de desagrado cuando él menciona a Balder.

—Yo sé que no tengo que decirte que podés hablar conmigo, sabés que respondo los mensajes de Instagram y que muchas veces cuelgo con los de Tik Tok, pero te considero una amiga. —Sonríe amplio y se acerca—. Pero yo creo que lo sabés bien, ¿verdad?

—Es que... Sé que puedo confiar en ti, yo sé que eres mi amigo de Tik Tok, pero no te conozco en la vida real... sé que dices que sos lo que vemos siempre, pero...

—Camila, las cosas que vos quieras contarme está bien. No te voy a decir que me cuentes todo, solo quiero que sepas que acá tenés un amigo.

Sonrío amplia y asiento con la cabeza. Inmediatamente puedo notar como los ojos del señor Michelini se apagan, cuando unos afanosos brazos tiran de mí cuerpo, y choco con el potente pecho de Balder; no me da tiempo para hacer nada, ya que sus manejables labios chocan contra los míos y me despojan el aliento.

Por un instante, me quedo atontada mirando sus parpados cerrados; no obstante, me relajo entre sus refugiados brazos cerrando los ojos y siguiendo los movimientos de sus labios. Su boca sabe a menta y a eucalipto; es completamente implacable y me besa con perseverancia.

Nuestros labios se mueven al unísono marcando así un ritmo maravillosamente placentero; él aprovecha para introducir su lengua dentro de mi cavidad bucal sometiendo a mi pobre lengua, acariciándola y sabiendo que ese momento será el último de ambos.

De un modo tímido, pero atrevido, me atrevo a tocarlo con la punta de mi lengua y me zarandeo sintiendo una punzada de adrenalina en todo mi cuerpo. Mis dedos largos y flacos se enredan en su sedoso y bonito cabello, del cual tiro de algunos mechones. Gracias a eso, puedo sentir las pequeñas vibraciones de su áspero gruñido en mi boca.

Nuestras respiraciones se encuentran cada vez más aceleradas y mi mente solo divaga, ya que todas las advertencias se estaban cayendo; ya nada importa, solo estamos nosotros dos y nuestros labios unidos en un beso ilustre. Siento que estoy a punto de caer, pero me aferro a sus hombros, aunque deseo más, la calidez de su boca me abandona y aquello me obliga a abrir los ojos.

Guido ya no está en el lugar.

Suelto un profundo suspiro al notar su majestuoso aspecto; los labios de Balder están completamente enrojecidos e hinchados por nuestro apasionado beso; sus ojos color esmeralda brillan con lujuria, mientras que su cabello desordenado cae sobre su frente. Justo, en ese momento, es donde me doy cuenta de que él será mi perdición, ya no es mi orgullo. No me examino, pero sé que soy un verdadero desastre llena de sentimientos encontrados y muy extraños.

Forgive me for being an idiot, Camila —prorrumpe guturalmente empleando su sensual entonación y mi nombre demasiado argentino sale de sus gloriosos labios.

—Creí que vos no deseabas esto, me lo dejaste en claro... ¿Te das cuenta de que sos muy extraño y te gusta ver sufrir a la gente? Amas tener el control de lo que sea.

—Soy así porque tú eres diferente, contigo no puedo ser el magnate arrogante que se supone que debo ser, contigo puedo ser yo... puedo ser mi verdadero yo, ya que tú eres lo único que está bien en este mundo. —La yema de su pulgar lisonjea mi moflete con exquisitez en su maniobrar—. Sin embargo, no debería acercarme a ti. Camila, yo soy el mismísimo Infierno.

No vislumbro lo que me quiere decir, bueno, no pretendo concebir. Sí, sé a lo que se refiere, pero no puedo dejar de conceptuar en esa figura que mi percepción fanatizó de él. No codicio que todo eso se destruya, quiero recapacitar que el señor Smith es un maldito soberano soberbio.

Me descubro como la tonta, la que no entiende y solvento sonsacar:

—¿A qué te refieres con eso? —Siseo de lo más bajo permisible, tratando de penetrar las emociones que oscurecen su destemplada mirada apagada.

—Significa que no podemos volvernos a ver, que no podemos volver a caer en nuestras tentaciones. Fue todo un gusto haberla conocido, señorita Rodríguez.

Su fisionomía se apesadumbra tomando una actitud insensible y me da ganas de romperle la cara por las estupideces que hizo y me hizo sentir.

Puedo sentir como mi menesteroso corazón se constriñe apesadumbrado hasta más no poder y me alejo con parsimonia de su hospitalario toque sin poder verlo a la cara. ¿Por qué me ha besado? Millones de preguntas retoricas germinan en mi entendimiento y la confabulación se empeña en mortificarme. Me siento condenada por haberme dejado llevar sin reprobación alguna; bufo de mala gana y me giro para comenzar a caminar hacia uno de los recovecos más cercanos del territorio. Balder no se inmuta y no espero que lo haga, no espero que venga por mí.

Al día consecutivo, solo pienso en olvidar a Balder Smith, y comenzar con las vacaciones verdaderas. Divirtiéndome con Lucía, salir a la playa, transitar desconocidos sectores y hacer turismo como una chica normal. Todavía no me determino a confesarle a mi mejor amiga lo que pasó ayer y, sinceramente, no tengo muchas ganas de hacerlo; ella se va a molestar demasiado conmigo, y yo no tengo ganas de ver como otra persona me deja.

Mi único inconveniente es que Guido vio todo y ahora está con nosotras.

Seguimos las pantallas del sendero que nos otorgan una vista panorámica del grupo que nos toca. Tomo una enorme bocanada de aire fresco, escuchando el sonido de los pájaros; este territorio no tiene calificativo, es exorbitantemente pacífico y parece de mentira. La copa de los árboles tapan la luz del sol y el poco rocío cubre las flores silvestres, recién son las seis de la mañana.

No hay mucho que decir sobre la noche anterior solo que no pude dormir y que la vida nuevamente me ha dejado en claro que las personas se rigen por la sociedad. Lo único que importa es ser alguien y estar con una persona que también sea importante; no importa el amor o lo que uno quiera, solo seguir con las reglas del dogma social.

Quiero decir algo, pero no puedo pensar en todo lo que puede pasar después de hacerlo.

—¿Ya me vas a decir lo que ocurrió o voy a tener que sacarte información como cuando éramos unas mocosas? Vos decime, yo no tengo ningún problema al respecto —pregunta Lucía mirándome mientras caminamos por el camino.

Sé que Guido está muy distraído mirando todo lo que lo rodea, ya que él parece estar en otro mundo, mientras que nosotras estamos tratando de dejar las cosas claras. Me hubiera gustado que las cosas no fueran así, pero es demasiado tarde para cambiar el guion.

Quiero decirle todo a Lucía, pero no quiero que me diga lo que tengo que hacer o, peor aún, que me diga que fui una idiota; yo ya sé que lo fui, no necesito a otros que me lo digan.

La miro directamente a los ojos y le dedico una pequeña sonrisa ladina.

—No, no es necesario que me saques nada, Lu —confieso y luego hago una mueca con mis labios para tragar sonoramente y continuar con mis palabras—. No quiero que me saques información, no necesitas hacer nada de eso.

Ella se detiene en seco y frunce el ceño, inmediatamente nota que las cosas no salieron nada bien ayer.

—¿Qué fue lo que ocurrió con Balder? —Delibera con su mirada de consternación.

Con tan solo escuchar el nombre del magnate, un estremecimiento transita por consumado mi espina dorsal y, por si fuera poco, mis labios hormiguean inmortalizando el último primer beso. Debo confesar que, anoche, mientras apreciaba los recuerdos en mi cama llegué a la conclusión de que Balder me besó por un momento de oscuridad o para atiborrar su curiosidad; la primera iniciativa me suena muy disparatada; y la segunda, se apropia a su seducción por los desafíos.

¡Ya deja de pensar en él!

Suelto un bufido chocarrero acondicionando la mochila sobre mi hombro, si no acepto confesar, sé que va a seguir insistiéndome. Si algo tiene mi mejor amiga es que sabe cómo hacer buenos interrogatorios, después de todo, es una policía y debe saberlo.

—Bien, seré sincera contigo, pero no quiero que me jodas —Ruedo los ojos como toda protagonista de un libro de adolescentes—. ¿Okay?

—Bien.

—Discutimos bastante, luego todo pareció bien, más tarde volvimos a discutir y salí corriendo a perderme por ahí, pero me encontró Guido y de la nada llegó Balder y me besó... —Murmuro con el ceño fruncido.

Ella alza ambas cejas sin poder creer lo que le estoy diciendo, bueno, a mí también me costaría un poco, aunque supongo que al final sí, le creería.

—Espera, es mucha información y no me están dando demasiados lujos de detalles.

Muerdo mi labio inferior negando con la cabeza.

—Luego de besarme... él simplemente me dijo que eso era todo y me sentí horrible.

—No puedo creerlo y ¿sabés que otra cosa no puedo creer? —Pregunta Lucía.

Niego con la cabeza tan solo una vez.

—¿Qué otra cosa no podés creer?

—Que mañana se acaban las vacaciones, no quiero volver a Buenos Aires y míralo... él se ve muy feliz en México. —Responde señalando a Guido con su dedo índice y luego agrega con una pequeña sonrisa sobre sus labios—: ¿Debemos regresar? Es que ya sabés lo que significa...

Asiento con la cabeza dos veces.

—Sí, lo sé. Significa volver a ver a Balder —mascullo con diplomacia.

—No es justo...

—No, claro que no es justo, pero ¿qué puedo hacer al respecto?

—Encontrar un nuevo empleo. Creo que es lo mejor que vas a poder hacer, no hay muchas soluciones, Cam.

Sé que ella tiene razón, pero muy en el fondo, no quiero dejar de ver a Balder. No deseo que la vida nos separe por completo; sin embargo, no me siento segura de dejar mi orgullo detrás e ir corriendo a él para decirle lo que siento. No puedo hacerlo.

—Esta es nuestra última excursión acá y en Estados Unidos. Hay que disfrutar, ¿sí?

Espero que mi amiga me responda y cuando asiente tomando mi brazo lo comprendo. Trataré de olvidarme del señor Smith, al menos el día de hoy.

Después de unas horas, acabamos la excursión y nos dirigimos rumbo al hotel, pero no nos quedamos mucho tiempo, solo vamos nuevamente a la casa de mi tía para descansar.

Desgraciadamente, nuestras cortas vacaciones de verano han acabado y nuestra aburrida y monótona rutina retorna para arrebatar el control de nuestras vidas. Cuando desorganicé mi equipaje descubrí una pequeña sorpresa inesperada, no sé en qué momento fue que el receptáculo con el collar llegó a esa faltriquera o, mucho menos, quién lo puso ahí; sin embargo, conozco a la perfección al verdadero culpable y he aprendido a regañadientes que su perseverancia es extraordinaria.

Mis zapatos cómodos manipulan la resplandeciente superficie de los vestidores y percibo el inconfundible olor a sandía de la empresa. Bostezo sin ganas de hacer nada y desbloqueo mi casillero gris; estoy muriendo por dentro. La noche anterior apenas logré pegar un ojo en toda la noche y, para mi mala suerte, nuestro vuelo se retrasó, lo que causó que llegáramos a las cinco de la madrugada a nuestro departamento.

Esta semana me ha tocado el turno matutino por completo y eso quiere decir que veré todos los malditos días a Balder.

Dejo tirada a la mochila a un lado y me observo en el espejo que tiene el casillero, solo me dedico una dulce sonrisa, de ese modo me brindo ánimos, ya que me faltan y más de lo que puedo admitir.

No tengo idea si estoy o no haciendo lo correcto, solo observo la joya que está entre mis manos, pero hago una mueca y la vuelvo a guardar en el bolso. No tengo tiempo que perder, debo seguir haciendo mi trabajo: limpiar la mejor compañía.

¿Estaré cometiendo un grave error al dejarla aquí tan desprotegida? Tengo la intención de regresarle el joyero al recepcionista del señor Smith, así él se lo regresa y nada malo ocurre; no quiero nada que tenga que ver con él, lo sentiría como un compromiso y no me gusta.

Solo espero que no se pierda y que nadie lo agarre, ya que he perdido otras cosas en el laburo. Al parecer hay una que tiene la manía de robar las cosas y aunque los jefes trataron de encontrar al delincuente no funciona, es como si se desvaneciera, ni siquiera las cámaras de seguridad han logrado atrapar la cara de esa mujer.

No puedo creer en lo que me dejó metida el señor Smith, no puedo creer que me haga esto. Él siempre encuentra el modo de verse superior y a los demás... completamente inferiores. No me gusta eso y siento que se lo había dejado en claro, pero ahora ya no sé qué creer.

—Solo será un tiempo, no debés de preocuparte, Camy —me quejo mientras observo el collar con frustración.

Sé que se trata de una simple gargantilla, pero está creando una gran madeja de pensamientos en mi cabeza, aunque me cueste admitirlo, en realidad, el único que mantiene mi mente en el suelo es Balder.

Después de asimilar las insuficientes expectativas que me subsisten y ante la chifladura que constantemente se zarandea en mi sistema, vuelvo a tomar el collar y me lo estaciono en torno a mi cuello, cerrando el broche con conflicto. Observo el reflejo de mi imagen en el espejo y niego notando la piedra azul; sin duda, me veo completamente ridícula luciendo un collar de tanto dinero. Niego con la cabeza y suelto un bufido de frustración.

—Woe, pero que sexy collar de vampiro —murmura mi compañera al verme llegar.

Le hago burla y niego.

—Sí. Ja, ja, ja. No quiero hablar sobre eso...

—Buenos días, Camila —comenta sin poder siquiera detenerse para saludar, se encuentra limpiando los baños.

No respondo, solo le sonrío con simpatía. Ella es la única persona que noto en esta empresa como si se tratase de la mismísima Caroline Forbes: amigable, rubia, ojos claros y figura perfecta.

Nos ponemos a realizar nuestro trabajo. Ella se va a seguir con el siguiente baño, mientras que yo comienzo a limpiar el suelo de una de las oficinas. Casi de inmediato, me doy cuenta de cómo habían contratado a otra persona para limpiar, ya que el olor a sandía no se sentía más en esa oficina.

No puedo creer que me hayan remplazado, no es justo. Bueno, sé que soy nueva y todo, pero yo traje a Ella y es mi amiga; se suponía que con ella todo sería más sencillo, pero no pudieron esperarme.

Caminando por el pasillo choco con una mujer, así que me detengo para ayudarla con las cosas que se le han caído. La miro a los ojos, pero ella me ignora por completo, hasta que abre la boca y dice:

—¿Qué te pasa, idiota? Mirá bien el camino.

—Señora, por favor, cálmese. Lamento mucho haberla chocado, pero no me agreda así, se lo pido.

La mujer extraña, de carácter horrible, me mira y suelta un carcajeo sonoro.

—¡Por Dios! Solo sos una cualquiera, o sea, mírate. Trabajas como una negra.

—Oiga, señora, yo no sé qué le ocurrirá, pero no me agrada que hable así de mi trabajo y, mucho menos, me gusta que se exprese así sobre las personas.

—Vos sos blanca como una hoja de papel, pero tenés la mente más negra que podría haber visto.

—Le pido que no me falte el respeto ni a mí, ni a mi trabajo y mucho menos a las personas de color. —Siento que muy pronto voy a explotar, pero trato de mantenerme en los estribos.

—¡Bien, siga limpiando la mierda de los otros! Yo quiero que se cumplan mis derechos, no quiero porquerías.

Me quedo en shock ante las palabras de la mujer, no puedo creer lo que me está diciendo.

—¡Yo tengo el mismo derecho que vos a ser respetada, así que cerrá la boca y dejá de hacerte la cheta! —Exclamo dejando que mi mal genio se apodere de la situación, me acerco a su rostro y no lo dudo: mi mano impacta contra la mejilla de aquella mujer.

Ya no escucho más nada, solo unos pocos murmullos de la gente que pasa por el lugar. Me siento mal por haber dejado que mis acciones no solo hayan quedado en mi mente, sino que ahora traspasaron la realidad. Puedo sentir el resentimiento que la mujer me manifiesta con su contemplación.

Sé que lo que me espera no es nada bueno, es más, ya puedo ver al señor Smith chillando por mis acciones llevabas a cabo. No quiero saber nada, pero debo enfrentarme a las consecuencias de mis actos.

Suelto un suspiro de frustración y me dirijo con rapidez hacia el baño; me miro directo a los ojos y niego con la cabeza más de una vez. Cierro los ojos, solo por unos segundos, y me armo de valor para salir de allí e ir a la oficina del señor Smith. Sin pensarlo dos veces, golpeo la puerta y espero que me den permiso de ingresar.

—Pase, señorita Rodríguez —dice con un tono de voz diferente, se escucha duro y algo perdido por las decisiones que debe tomar.

Trago saliva sonoramente y me adentro.

—No entiendo porque estoy acá, no siento que haya hecho algo malo... Yo no entiendo la razón por la que —Hago una mueca con mis labios y niego sin poder mentir—. Señor, le di una bofetada a esa mujer porque se lo merecía, yo tenía que demostrarle que tengo los mismos derechos que esa.

Él niega con la cabeza tan solo una vez y me mira directamente a los ojos, hay algo dentro de sus iris que no logro entender, aunque sé que en algún momento me lo dirá. El silencio incómodo me obliga a decir algo de nueva cuenta:

—¿No dirá nada?

El señor Smith alza una ceja y luego responde:

—Yo te advertí. Te dije que este no es un empleo para ti, te quise dar ayuda y no aceptaste mi propuesta. —Hace una pausa y agrega—: ¿Qué se supone que le diga ahora, señorita Rodríguez?

Bajo la mirada ante sus palabras y niego más de una vez, ya que él tiene razón y no puedo hacer demasiado. Ya es muy tarde para hacer algún cambio. Noto que todavía tengo puesto el collar, así que me lo quito y lo dejo sobre su escritorio.

—Aquí tiene su collar.

Me pongo de pie y camino hacia la puerta, ya estoy lista para irme, pero él toma mi brazo para que me detenga. Giro y lo miro a los ojos con el ceño fruncido.

—Respóndeme, ¿quieres tener un empleo aquí?

Lo miro directamente a los ojos y asiento con la cabeza.

—Sí, quiero tener una vida... —Soy lo más sincera posible, ya estoy harta de la situación.

Él sonríe de un modo triunfador y se separa. Comienza a caminar hacia su silla y me hace una seña para que vuelva a sentarme, así que simplemente lo hago.

—Le voy a dar una nueva oportunidad, pero no le va a gustar.

No tengo idea de lo que me pueda pedir, no quiero saber y al mismo tiempo tengo muchas ganas de tener algo para seguir adelante. No quiero que me despidan, no quiero ser otra vez la nada. Yo soy un ser humano y necesito vivir como uno.

—Ya basta de rodeos, señor Smith, dígame de una vez por todas lo que quiere.

—Aquí hay vacante para secretaria, mañana haré las entrevistas, no se trata de hacer la limpieza de mi oficina o de la empresa —explica con un tono de voz cordial.

—Yo nunca he sido una secretaria, no creo poder ser buena en eso.

—Nadie viene aquí para ser una secretaria, pero creo que a usted puedo darle esa oportunidad.

Alzo ambas cejas mirándolo a los ojos.

—¿Por qué me está ayudando?

Él sonríe levemente.

—Porque algún día me vas a devolver el favor, así que tu elijes. Mañana a las cinco de la tarde ven a la entrevista, pero hace que no me conoces.

Asiento y me pongo de pie para salir de la oficina, antes de irme corro en su dirección y lo abrazo con fuerza. Me separo y círculo libre hacia mi casa. 

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