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Capítulo 21: No, claro que no

Los días son divertidos y las noches, agotadoras. Ni siquiera tengo tiempo para dormir en paz; no recuperamos el tiempo: siempre estamos haciendo actividades y comiendo.

Sin embargo, hace dos días, había sentido que la luna de miel había terminado. Todo se había vuelto una rutina: desayunar, salir a una actividad, regresar para almorzar y volver a salir después cenar y más tarde nos divertimos.

Suelto un suspiro sonoro de mis labios y observo que Balder está en la cocina mirando la nada y pensando en un todo. Supongo que esta vez puedo ser yo la que cocine algo para nosotros.

Rebusco por el frigorífico hasta que encuentro todos los ingredientes necesarios para hacer pollo frito. El chisporroteo y siseo del pollo en la sartén resulta un sonido hogareño y encantador, que al llenar el silencio me hace sentir menos nerviosa.

—Eso huele delicioso, cariño.

No puedo negarlo, soy toda una experta en la preparación de este plato.

Huele tan bien que comienzo a comer directamente de la sartén, quemándome la lengua mientras tanto. Al tercer o cuarto bocado; sin embargo, se ha enfriado lo suficiente para disfrutarlo y mastico más lentamente. ¿Hay algo raro en el sabor? Compruebo la carne, y está blanca por todas partes, pero me pregunto si está bien hecha.

Tomo otro bocado de forma experimental y lo mastico seis veces.

Ay, qué asco, de verdad.

Me levanto de un salto para escupirlo en el fregadero. De repente el olor del pollo y el aceite frito me revuelve el estómago.

Agarro todo el plato y lo tiro sacudiéndolo sobre la basura, y después abro las ventanas para dispersar el olor.

Una brisa fresca se ha levantado en el exterior y es agradable sentirla contra la piel.

Hago una mueca con mis labios y Balder me observa sin entender nada de lo que está pasando; bueno, yo tampoco lo entiendo muy bien.

—¿Por qué me quitaste la comida? —Cuestiona acercándose para abrazarme con delicadeza y estrecharme entre sus brazos—. Que a ti no te haya gustado no significa que a mí tampoco.

Al mismo tiempo un dolor repentino me retuerce el estómago, casi como una réplica de lo que se siente cuando encajas un golpe en tu vientre.

—Lo siento —murmura Balder mientras acaricia mi cadera con una de sus manos—. Mañana vamos a ir a ver a la primera persona que debo ayudar... ¿Qué dices, cariño?

No me puedo concentrar en lo que me dice.

—¡Perdona! —jadeo, luchando por liberarme de sus brazos.

Él me suelta de forma casi automática.

—¿Camila?

Salgo disparada hacia el baño con la mano apretándome la boca. Me siento tan mal que ni siquiera me preocupa, al principio, que estuviera conmigo cuando me agacho sobre el inodoro y vómito violentamente los pocos pedazos del pollo frito.

—¿Camila? ¿Qué te pasa?

No puedo responder todavía. Él me sostiene lleno de ansiedad, apartándome el pelo de la cara, esperando hasta que me recupere de nuevo.

—Maldito pollo —murmuro.

—¿Estás bien? —su voz suena muy preocupada.

—Bien —replico con la voz entrecortada—. Es solo que me he intoxicado con la comida. No es necesario que veas esto, vete.

—Ni se te ocurra, Cami.

—Vete, Balder —respondo otra vez, luchando para levantarme y poder lavarme la boca.

Él me ayuda cariñosamente, ignorando los débiles empujones que le brindo.

Después de haberme limpiado, Balder me lleva a la cama y me sienta allí con cuidado, sujetándome entre sus brazos.

—¿Te ha sentado mal alguna comida?

Asiento con la cabeza tan solo una vez.

—Ah, sí. —Hago una mueca de asco fingida—. Hice un poco de pollo, bueno, el que desayunamos hoy. Sabía raro así que lo tiré, pero antes me comí unos cuantos bocados.

Me pone una de sus manos frías en la frente, y es muy agradable.

—¿Qué tal te sientes ahora, cariño?

Lo pienso durante un momento. La náusea se me ha pasado tan violentamente como había venido y me siento como cualquier otra mañana.

—Estoy bastante bien. De hecho, incluso algo hambrienta.

Vamos nuevamente a la cocina y Balder me entrega un vaso con agua, lo bebo sabiendo que me hará sentir mucho mejor.

Quizás me he deshidratado. Todo comienza a tener sentido, ya que no había tomado nada y el calor es agotador en Argentina.

Después de comer todo lo que Balder me prepara con amor, nos dirigimos hacia la sala de estar, donde nos ponemos a ver un documental sobre aves de pico largo.

Me aburro escuchando las características y me retuerzo para besarlo. Justo como por la mañana, un dolor agudo me atraviesa el estómago cuando intenté besarlo.

Me arrastro lejos de él, con la mano apretada con fuerza contra la boca. Me doy cuenta de que no llegaré ahora hasta el baño, así que me dirijo hacia el fregadero de la cocina.

Él me aparta el pelo de nuevo.

—Quizá deberíamos ir a que te vea un médico, quizás necesitas un medicamento o algo que no tienes aquí, Cami —murmura él limpiando mis labios con cuidado.

Niego más de una vez caminado hasta el baño, me lavo los dientes y el sabor asqueroso desaparece.

Busco algo en la maleta que me preparó mi hermana, la lleno de todo, hasta un pequeño botiquín de primeros auxilios. Sonrío amplia buscando el medicamento para el dolor de estómago.

Observo el paquete de mis toallas femeninas y pienso seriamente el día que es hoy, quizás me tenga que venir, y todo esto es parte de la noticia.

Entonces, comienzo a contar en mi cabeza. Una vez. Dos. Y otra vez más.

Un golpe en la puerta me sobresalta y la cajita se me cae de nuevo dentro de la maleta.

—¿Estás bien? ¿Puedo pasar? —Me pregunta preocupado.

Balder ingresa mirándome sin comprender mi actitud, ya que parezco una loca desquiciada pensando y pensando si parar.

—¿Cuántos días han pasado desde la boda? —Pregunto con preocupación.

—Veinte —me contesta de forma automática y sin darle importancia a la situación—. Camila, ¿qué pasa?

Vuelvo a contar de nuevo. Alzo un dedo para advertirle que esperara y articulo con los labios los números para mis adentros. Antes me había equivocado con los días, porque llevábamos allí más tiempo de lo que yo creía. Comienzo de nuevo.

—¡Camila! —Espeta en tono de urgencia mirándome—, me estás volviendo loco.

Intento tragar, pero no funciona. Así que vuelvo a la maleta y rebusco por todos lados hasta que aparece el empaque de las toallas femeninas de nuevo y la levanto en silencio.

Se me queda mirando lleno de confusión.

—¿Qué? ¿Estás intentado hacerme creer que esto que te pasa es un simple síndrome premenstrual?

Asiento más de una vez, pero luego niego con la cabeza casi frenéticamente.

—No —me las apaño como puedo para contestar sin sofocarme—, no, Balder. Estoy intentando decirte que se me ha retrasado el periodo más de veinte días.

Él me observa y no me presta atención, es como si no estuviera ahí parada hablándole a mi esposo.

Frunzo el entrecejo negando y camino hacia el espejo del cuarto, suelto un suspiro de mis adentros y me levanto la blusa roja que llevo puesta, me llevo la mano a mi vientre y luego niego nuevamente con una pequeña sonrisa sobre mis labios.

—No, no y no —susurro negando.

Aunque no tengo ninguna experiencia con embarazos, bebés o cualquier cosa relativa a ese mundo, no soy ninguna idiota. Había visto suficientes películas y programas de televisión para saber que esto no funciona así.

Solo se me había retrasado veinte días. Si de verdad estoy embarazada, mi cuerpo no podría haber registrado aún ese hecho. No podía tener mareos matutinos, y desde luego, no habrían cambiado mis rutinas de alimentación y de sueño.

Y aún más claramente, no podía tener un pequeño, pero definido, bulto sobresaliendo entre las caderas.

Giro el torso hacia delante y detrás, examinándolo desde todos los puntos de vista, como si fuera a desaparecer debido al modo en que incide la luz. Recorro aquel pequeño bulto casi imperceptible con los dedos, sorprendida por lo duro que se siente bajo la piel.

—No... —Niego.

Solo me detengo a mirar mis ojos atónitos en el espejo, mientras mis dedos aprietan con cuidado la pequeña hinchazón de mi vientre.

¿Veinte días es bastante?

Yo no sé nada... No debe ser así, no es posible. Quizás me estoy muriendo como mi marido.

Respiro hondo y camino hacia Balder, que se encuentra hablando con Dean por teléfono.

—Quiero hablar con Lucía —murmuro.

Él asiente dándome el celular.

Trago saliva sonoramente cuando mi amiga espera del otro lado del tubo.

—Cami, soy Lu. ¿Qué pasa?

—Yo... —no sé qué contestarle. ¿Se reiría ella de las conclusiones a las que he llegado, pensaría que estoy loca?—. Estoy un poco preocupada por Balder...

—¿Está herido? ¿Balder se está muriendo? —la voz de Lucía suena repentinamente urgente.

—No, no —le aseguro sin pensarlo dos veces—. Solo... es efecto de la sorpresa.

—¿Efecto de la sorpresa?

—Creo... bueno, creo que... quizás... es que yo podría estar... —inhalo profundamente—. Tal vez estoy embarazada.

—¿Cuándo fue el primer día de tu último ciclo menstrual?

—Veinte días antes de la boda... Quizás, ya ni lo recuerdo.

—Efectivamente, aunque lo mejor es que vayas al médico —me responde.

No es posible, no quiero que sea posible. No puede ser... Yo no.

Niego con la cabeza tan solo una vez.

—No puede ser.

—Amiga, mi Patrick tendrá un amigo.

Suelto una carcajada sonora y niego.

Balder se acerca a mí con delicadeza y me vuelve a estrechar entre sus brazos, se separa sintiéndose culpable por todo lo que está sucediendo. Lo conozco como para darme cuenta del dolor en su pecho.

La llamada acaba, ya que Lucía tiene que hablar con Dean y cambiarle los pañales a Patrick.

Me separo lentamente de Balder y miro sus ojos con el ceño levemente fruncido, él tiene los ojos cristalizados a tope. Ya no soporta las ganas de llorar, así que me abraza por la cintura y llora como un niño pequeño que se pierde en un centro comercial. Acaricio su cabello con una de mis manos y siento que me dice algo.

—¿Qué? —Me atrevo a preguntar.

Él levanta la cabeza y me mira a los ojos, se limpia las lágrimas como puede y niega con la cabeza.

—Lo siento... Yo... —Susurra—. Yo no debí, ahora te dejaré con un bebé... Yo.

Sonrío ante su preocupación y me obliga a llorar a mí, no lo soporto: no puedo creer lo que me dice. Me destroza el alma. Ninguno de los dos se imaginó esto, pero ya es tarde para cambiar lo que sucede.

—No digas eso, Balder... Por favor, ya cállate —le ordeno con seriedad—. No me dejarás sola, mirá. Ahora vamos a tener un bebé, eso significa que nunca más estaré sola y tendré algo de ti en mi vida.

Balder no puede más y vuelve a llorar en mi cintura, verlo así me hace sentir mal. Me duele en el alma comprender su tristeza y no vislumbro la razón.

—¡Yo no lo veré! —Exclama poniéndose de pie con rapidez—. No veré a mi... no veré a mi hijo.

Pienso seriamente y niego con la cabeza tan solo una vez, a Balder y a este bebé le quedan ocho meses y unos días, solo eso. Quizás el pequeño nace antes o quizás Balder no muere exactamente al fin de este año.

No quiero pensar en nada, no quiero pensar en eso.

—Balder, no pienses en eso. No va a suceder, vos vas a ver a este bebé.

—No lo sabes, tú... Tú no lo sabes.

Niego con la cabeza tan solo una vez.

—Es verdad, no lo sé, pero... No quiero pensar en eso, ¿sí? —Pregunto.

Él niega alejándose de mí.

—Me iré a seguir con mi misión —me informa.

Lo tomo del brazo y lo atraigo hacia mí.

—¿Me vas a dejar acá?

—No puedes venir conmigo en este estado.

Suelto una carcajada sonora ante su comentario.

—Balder, estoy embarazada, no inválida.

Él me mira a los ojos y sonríe haciéndose la idea de que será padre. Lo puedo notar en sus ojos.

—Bien, pero... Quiero que estés siempre cerca de mí, ¿okay?

Asiento más de una vez y tomo su mano para llevarla hacia mi vientre, espero que él también pueda sentir aquel pequeño bulto.

Sus ojos se agrandan y se cristalizan, su ceño se frunce y acaricia mi piel con delicadeza en su tacto. Se separa con una enorme sonrisa sobre sus labios y deja un beso casto en los míos.

—¿Realmente seré padre? —Pregunta sin poder creerlo.

—Bueno, yo no lo sé, pero ese bulto es algo y todo lo que me pasó es por algo también —respondo con el ceño levemente fruncido—. Quizás también me estoy muriendo.

Él suelta una carcajada sonora y niega más de una vez ante la situación.

—No, es imposible que te estés muriendo, cariño, estás llena de vida.

Pienso seriamente en lo que está pasando y me lanzo a sus brazos, lo abrazo con delicadeza y amor, él no duda en corresponder. Lo hace con cuidado, trata de no chocar su cuerpo contra el mío y se separa luego de unos pocos segundos.

No entiendo lo que está pasando, no veo la razón de sus actos. Esto se está volviendo extraño, y no solo porque ahora parece que estoy embarazada de un mes, sino por las actitudes de mi marido.

—¿Qué pasa, Balder? —Me atrevo a preguntar.

—No quiero lastimar al bebé.

Ruedo los ojos sabiendo lo que me va a esperar y niego más de una vez tomando su rostro entre mis manos.

—Quítate esa estúpida idea, ¿sí?

Él me mira a los ojos y piensa en mis palabras, las está analizando, se nota.

—Pero...

Alzo ambas cejas.

—Pero nada, Balder. Ahora lo mejor es que llames a tu familia y les contemos todo —comento con una enorme sonrisa sobre mis labios—. Después vamos a ayudar a las personas que lastimaste en el pasado, ¿bien?

Él asiente tomando mi mano para caminar rumbo al sofá, nos sentamos y empieza a marcar el número de su madre. El tiempo pasa y la mujer atiende sin comprender lo que está pasando.

—¿Sí? —Pregunta.

Balder lleno de emoción responde:

—¡Cami está embarazada, voy a ser padre!

Unos gritos se escuchan del otro lado, no puedo creer que pueda escuchar todo eso. La mujer grita llena de felicidad.

—¡Oh, My God!

Nos reímos a carcajadas ante la situación y Balder sonríe como un niño pequeño que le regalan un peluche nuevo.

Después de unos minutos en la llamada, la mujer termina y Balder me observa directamente a los ojos, pero luego mira mi vientre con una enorme sonrisa sobre sus labios.

—¿Estás bien? ¿Quieres que nos vayamos ya? —Pregunto llena de intriga—. Por cierto, ¿a dónde iremos, Balder?

Él asiente.

—Estoy completamente feliz, Camila. No, mañana vamos —me responde y luego hace una mueca con sus labios—. Iremos a España, esa es mi primera meta.

Asiento con la cabeza tan solo una vez.

—¿Qué es lo que pasó en España? —Decido preguntar.

Él me mira a los ojos y acaricia mi mano con delicadeza en su accionar.

—Yo defraudé a un amigo, lo dejé en su peor momento y quiero ir a despedirlo.

—Balder, ¿qué pasó?

—Él era un drogadicto y le ayudé a conseguir más. —Hace una mueca con sus labios—. Lo ayudé, el pobre murió de sobredosis y dejó a su familia en banca rota.

Niego con la cabeza tan solo una vez. No puedo creer lo que Balder me está contando, debo confesar que no me imaginaba eso. Nunca me imaginé eso en la vida de mi marido, pero... Sé que él tiene un pasado: uno como el mío, lleno de oscuridad.

—Bien, mañana iremos.

Él asiente.

—Supongo que no te sientes muy bien como para ir a caminar por el centro, ¿verdad?

Suelto una risita burlona.

—Sí, ya me siento mucho mejor. Creo que ya pasó todo, vamos a caminar por... —Hago una mueca con mis labios y muerdo mi mejilla interna—. ¿Te gustaría ir a la Costanera?

Él me mira con una enorme sonrisa.

—Sí. Hace mucho tiempo no voy, creo que es más que una buena idea. Encima de noche es mucho más bonito —me responde sin darle vuelta al asunto—. Entonces, andando.

Balder toma mi mano con delicadeza y comenzamos a caminar rumbo a la habitación, lo suelto y me quito la ropa de dormir para ponerme un vestido playero. Él me observa llevándose la mano a su boca y con la otra me señala el vientre.

—¡Mirá eso! —Exclama.

—¿Qué pasó? —pregunto sin comprender.

—Ve a verte al espejo.

Ruedo los ojos, pero le hago caso. Con el vestido negro ajustado se nota mucho mejor aquel pequeño bulto sobresalido.

—¿Cómo es posible que no lo hayamos visto, Balder? —Pregunto con el ceño fruncido mientras observo el bulto creciente de un lado al otro—. Esto se nota mucho, ¿por qué no lo vimos antes?

Él se acerca por detrás y me abraza posando su cabeza sobre mi hombro y acaricia mi vientre con una enorme sonrisa que se apodera de sus labios.

—No tengo idea, quizás porque siempre te pones ropa holgada y no se notan tus curvas —me responde sin darle vuelta al asunto.

Ruedo los ojos y niego.

—Es cierto, pero es mucho más cómoda y me gusta como se me ve —respondo en mi defensa.

Él suelta una carcajada sonora y asiente separándose con cuidado.

—Claro que debe serlo, pero por eso no notamos a nuestro hijo —contraataca él.

Alzo ambas cejas sutilmente mirando sus ojos desde el reflejo del espejo.

—No me digas que solo es mi culpa.

—No, claro que no.

Aplaudo sarcásticamente ante su respuesta y luego asiento con la cabeza.

—Ahh, porque yo sola no puedo hacer un bebé —respondo con diversión.

—Muy cierto, ambos lo hicimos —dice con entusiasmo y me toma de la mano—. Vamos.

Con cuidado comenzamos a caminar por la Costanera. El camino es bonito, siempre me ha gustado ver las luces maravillosas de la ciudad, todo es verdaderamente majestuoso.

Sé que a mucha gente no le agrada mi país, pero hasta ahora es el más bonito que he visto; bueno, es el segundo que he visto en mi vida.

Mañana me voy a ir en avión a España, quizás ese país es más lindo que el mío. No puedo saberlo, aunque sé que no tendré mate y que la gente no será tan copada como acá.

Los argentinos tienen una chispa extraña que nadie más tiene. Es algo que viene con nosotros, una cosa rara en el ADN. Creo que no todos somos así, pero un poco de eso debemos tener.

Con Balder nos detenemos a ver el Río, se ve espléndido y la luna se refleja en este. Las estrellas nos acompañan con cada paso que damos. Ahora no solo somos Balder y yo junto a las estrellas, ahora somos Balder, el bebé y yo junto con las estrellas diurnas.

La maravilla de la vida me sorprende con todas las sorpresas que nos brinda. No entiendo las razones por las que siempre nos quita y nos da algo.

—¿Lo extrañabas? —Pregunta mi marido.

Se me hace raro llamarlo marido, esposo, cariño y esos apodos extraños que la gente se pone al casarse. A mí me gusta llamarlo por su nombre y, a veces, por su apellido, que ahora también es el mío.

Presto atención a Balder y asiento.

—Seré sincera contigo, Balder —comento con diversión—. No tenés idea de lo mucho que extrañé mi mundo, mi bello y amado país.

Él asiente caminando a mi lado.

—Lo sé. Argentina es uno de mis países favoritos —responde—. No solo porque tú vives aquí, sino porque es un lugar mágico.

—¿Mágico?

Él asiente con la cabeza más de una vez.

—Sí. Aquí te conocí, este es uno de los mejores lugares que existe en el mundo, Cami.

Muerdo mi labio inferior ante aquellas palabras tan dulces. Antes no me gustaba la cursilería, creo que este embarazo me está cambiando lentamente.

—¿No te vas a reír? —Me pregunta—. Te dije algo cursi.

Asiento con la cabeza, pero luego niego.

—No. Bueno, sí, debería. Sabés que esas cosas no me gustan, pero creo que a este bebé sí —respondo con diversión—. Me obliga a sentirme única con esas palabras que me dijiste.

Balder sonríe amplio y se acerca hacia mí, me abraza con cuidado y acaricia mi vientre por encima de la ropa.

—Pero, Cami, es que tú eres única y este bebé también lo será.

Mis ojos se cristalizan ante aquellas palabras y niego tratando de contener las lágrimas. Dios, con razón Lucía siempre estaba lloriqueando por los rincones.

—Mierda —susurro.

—¿Qué? —Balder frunce el entrecejo.

—No a ti, es que... No me gusta esto.

—¿Qué cosa? —Cuestiona.

—Llorar por cualquier cosa, sentirme única y especial... Estar tan enamorada y feliz contigo —comento llena de seguridad en mis palabras—. Nunca me imaginé que la vida fuera así, y mucho menos contigo.

Él suelta una carcajada sonora ante mis palabras y asiente más de una vez.

—Créeme, ni siquiera yo me vi venir todo esto. —Acaricia mi mano con delicadeza—. Ni siquiera pensé que me iba a enamorar así.

Lo miro a los ojos y me acerco a dejar un beso sobre su mejilla, él me deja uno sobre mi frente.

—Adoro cuando me besas así —confieso.

—¿Por qué? —Me pregunta.

Me encojo de hombros.

—No lo sé, solo sé que me siento segura y que me apoyas... —Hago una pausa—. Siento que estás a mi lado, que todo es posible si estás ahí.

Él sonríe como un completo bebo ante mis palabras. Parece que también está un poco sensible con todo esto.

Bueno, la noticia del bebé le llegó algo tarde. También a mí, supongo que todo hubiera sido muy diferente si lo hubiera sabido antes.

Ahora ya no tengo mucho tiempo que perder, tengo que planear todo el nacimiento, ir al médico y todo eso...

¿Qué es lo que se hace?

¡Dios!

Deja de pensar, Camila.

—Siempre estaré a tu lado, aunque no esté físicamente ahí. Mirá —Me señala el cielo con una enorme sonrisa que adorna sus labios—. Cuando yo no esté, ahí habrá una estrella y esa seré yo. Estaré ahí para ti... —Apoya su mano en mi vientre—. Estaré ahí para él.

—¿Él? —Cuestiono.

—Nuestro hijo —responde.

Suelto una risita nerviosa.

—¿Un niño? ¿Cómo sabés que va a ser un pibe? —Alzo ambas cejas.

Balder se encoge de hombros y me mira a los ojos.

—Será un niño, él será una versión pequeña de mí —dice lleno de seguridad.

—¿Y si es una nena?

—No lo será, va a ser un niño —dice convencido—. Lo sé, lo siento en mis entrañas.

Pienso seriamente en las palabras de Balder, claro que no creo en eso, pero él lo dice con tanta seguridad que me hace dudar todo lo existencial.

—¿Vamos a la casa? Tengo un sueño que me muero. —Bostezo con ganas.

Observo que lo hago bostezar a él.

—Sí, vamos.

Caminamos de regreso a la casa, él abre la puerta y entro corriendo hacia el baño. Me estoy orinando, gracias a Dios, llego al inodoro.

—¿Todo está bien, Cami? —Pregunta preocupado.

—¡Sí! —Grito sin poder levantarme del inodoro—. ¡Me estaba orinando!

Él suelta una risita burlona y escucho sus pasos que se dirige al cuarto.

Cuando termino, me lavo los dientes y dejo la luz prendida para Balder. Me detengo en la puerta de la habitación cuando escucho que está hablando solo.

Me preocupo, pero luego me doy cuenta de que está haciendo un video en su celular.

No sé lo que dice, pero me alejo para sentarme en el sofá y no me doy cuenta de que me quedo completamente dormida. Al cabo de un tiempo, siento que Balder me carga en brazos y me recuesta en la cama. 

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