Capítulo 20: Una boda de ensueño
¿Cómo es que hemos llegado aquí? Todavía no me puedo creer que hoy sea viernes: el gran día, el día de la boda. La mañana penetra nuestras almas avisándonos que debemos comenzar a prepararnos.
Balder ya está listo desde hace horas, mientras que yo... Yo sigo en la cama mirando cómo el sol quema mis pupilas. No quiero moverme y, al mismo tiempo, deseo que el tiempo pase rápido. Estoy llena de contradicciones; muero de miedo; estoy feliz y, al mismo tiempo, odio lo que siento.
Con cuidado me pongo de pie y veo que Balder se va de la habitación cuando Lu decide ingresar. Mi hermana me mira con el ceño fruncido sin comprender mis actitudes, es que todavía sigo en la cama sin hacer nada.
—¿Por qué no estás lista? —Se sienta a mi lado—. ¿Qué ocurre?
La miro a los ojos y niego con la cabeza tan solo una vez.
No puedo hacer esto.
No me puedo casar con Balder.
Trago saliva sonoramente y niego agitando las manos en el aire.
—Yo... Yo no puedo —susurro con lágrimas en mis ojos—. No puedo casarme, no quiero...
Ella toma mi mano con cuidado y suelta una risita divertida ante la situación, pero yo no le veo nada divertido a lo que me está pasando. No entiendo nada de lo que ocurre, ya que hace un día no veía la hora de estar casada con él, y ahora... Yo no quiero saber nada.
—Claro que te querés casar con Balder, lo que tenés son nervios, pero se van a ir cuando ingreses al jardín —me responde observando mis ojos y acaricia su vientre con el ceño fruncido—. Últimamente, Patrick no se está portando muy bien...
Me siento mejor en la cama y la observo con preocupación.
—¿Te sientes bien, Lu?
Ella sonríe asintiendo.
—Vístete. Yo estaré por ahí —me informa y luego abre la puerta de un modo lento—. ¡Sorpresa!
Me quedo en completo shock al ver a Joseph parado y mirando la casa como si no entendiera nada de lo que está ocurriendo, bueno, creo que no es el único que no entiende lo que ocurre.
—¡Joseph! —Grito corriendo hacia él.
Él se queda mirándome a los ojos sin poder creer lo que está pasando. Su ceño se frunce y me aleja señalándome con su dedo índice.
—Dime que no te vas a casar así.
—Claro que no, pero... —Hago una mueca con mis labios.
—¿Qué ocurre?
—No me siento lista...
Mi primo niega ante la situación y me guía rumbo a mi cuarto, comienza a observar lo bien acomodado que se encuentra todo. Me obliga a sentarme y me hace un peinado alto, que ni siquiera sé cómo rayos lo hizo en dos segundos, supongo que es un simple y elegante rodete.
No me doy cuenta de lo que estoy haciendo hasta que él se queda viendo el vestido que elegí; no dice nada, pero sonríe al notar que esa prenda maravillosa es parte de mí.
—No cambiaste nada —comenta lleno de seguridad y observa su reloj con nervios—. Tenemos que ir al jardín, Cami.
Suelto un suspiro sonoro de mis labios y niego con la cabeza más de una vez.
No puedo hacer esta locura.
—No, yo no puedo... —Muerdo mi labio inferior—. ¿No podés salir de acá e ir al jardín para comunicar que todo se suspende?
Joseph suelta una carcajada sonora ante mis palabras y niega tomando mi brazo para ponerme de pie con rapidez.
Lo observo a los ojos y hago una mueca con mis labios.
—Claro que puedo hacer eso, pero... Algo, muy en el fondo de mi ser, me está diciendo que si voy a comunicar que la boda se suspende, vos vas a quedarte muy triste. —Hace una pausa para retomar un poco de aire y luego vuelve a abrir la boca—. Cami, vos amas a Balder. Que los nervios no te maten.
Oigo sus palabras sintiendo que es completamente verdadero, no puedo negar que todo debe ser por culpa del miedo que me carcome por dentro. El miedo me está matando y no puedo hacer mucho al respecto, lo único que se me ocurre es enfrentar lo que va a acontecer.
Respiro hondo y asiento un par de veces ante aquellas palabras que tanto extrañaba. No puedo creer que Lu haya hecho esto por mí, no me lo hubiera esperado, bueno, nada de todo lo que está pasando me resulta real.
—¿Cómo hago para superar el miedo? Siento que me parece imposible ingresar ahí... —Hago una mueca con mis labios—. No puedo entrar sola ahí.
Él suelta una carcajada sonora ante mis palabras, pero yo me lo quedo viendo a los ojos sin comprender la diversión. Es más no me ha resultado nada divertido lo que he dicho, pero al parecer algo le ha divertido a él.
—No vas a entrar sola, ¿estás loca? —Me pregunta alzando ambas cejas.
Niego con la cabeza tan solo una vez.
—No, no estoy loca.
—Vas a entrar conmigo, no pienso dejarte sola —me informa.
Este es uno de los momentos que va a cambiar toda mi vida; sé que en un par de meses Balder se va a morir; sé que lo que viene no va a ser nada fácil, pero también sé que no puedo dejar morir solo al amor de mi vida.
Asiento con la cabeza y trato de no pensar en nada: no quiero pensar. Tengo que actuar; tengo que dejarme guiar por mi corazón y callar a mi cerebro.
No entiendo por qué mi mente siempre se cuestiona todo, hace una lista y manifiesta todo después de examinar lo que podría suceder.
—Dejá de pensar —comenta él con el ceño fruncido.
Me encojo de hombros.
—Ya sé, es que no puedo.
—Hoy no podés hacer nada, ¿no es raro?
Asiento con la cabeza.
—Ambos sabemos que siempre he sido rara.
Él asiente.
—Es tiempo, Cam.
Respiro hondo y me armo de valor para hacer esto.
Estoy lista...
Yo puedo.
Acomodo mi vestido con cuidado y comienzo a caminar junto a mi primo, lo observo a los ojos sin saber si lo que estoy haciendo está bien o mal. No puedo estar más nerviosa de lo que ya lo estoy.
Él me ayuda a comenzar la caminata de la casa hasta el jardín, que con los nervios que me acompañan el jardín parece mucho más imponente. Llego ante la puerta y me detengo soltando un fuerte suspiro de mis labios, mientras la puerta se abre.
Todo el mundo está de pie, mirándome con la boca abierta, no pueden creer lo que sus propios ojos están visualizando. Sonrío amplia armándome de valor y sé que el vestido de seda salvaje color negro azulado me queda pintado.
No digo nada, ni siquiera me preocupo en escuchar la música de fondo, los murmullos de los familiares o las estupideces que dicen los paparazis. Simplemente, sigo caminando mientras observo al hombre de mis sueños, al amor de mi vida, a mi último amor.
Ahí está él, con su traje blanco, ya que sabía que me iba a poner algo oscuro, Balder sabe que soy su oscuridad y él mi luz, que ambos nos volvemos un eclipse de amor verdadero. Somos el todo y la nada; el dolor y la felicidad, somos... Somos los polos opuestos más sedientos que existen. Somos dos almas perdidas que se encontraron para liberarse del dolor y la maldad.
Observo a Joseph y asiento con la cabeza cuando me deja en el altar junto a la luz de mis días. Tomo las manos de Balder y él las mías, nos miramos sin decir nada, pero al mismo tiempo, lo decimos todo.
Es nuestro momento, nada ni nadie podrá opacar el eclipse del año, al menos ese es mi pensamiento; sin embargo, mis planes cambian radicalmente cuando el cielo se vuelve negro casi en un instante.
Los invitados y nosotros elevamos la mirada y notamos que el sol está cubierto por la luna. Las protuberancias solares pueden verse a lo largo del limbo, así como los filamentos de la corona. Todo pasa en unos segundos, ni más ni menos, esto parece creado apropósito.
Miro a Balder y sonrío amplia sabiendo que alguien allá arriba nos brinda apoyo, nos comunica que es nuestro día.
Luego de unos segundos, el cielo vuelve a la normalidad y es tiempo de dar los votos, no se me había ocurrido eso, bueno... En mi país eso no es muy tradicional. Sin embargo, las palabras brotan de mis labios, son simples y adoradas como Burton, sí, así es... Ambos decimos los votos de la película El cadáver de la novia:
«Con esta mano yo sostendré tus anhelos; tu copa nunca estará vacía, pues yo seré tu vino; con esta vela alumbraré tu camino en la oscuridad... Con este anillo yo te pido que seas mi esposa».
Es simple, es bonito, es dulce y oscuro. No hay manera que la vida nos mantenga separados por mucho tiempo, lo necesito y él a mí.
El cura recita su parte típica, la de todas las bodas, cuando comenta que hasta que la muerte nos separe, en ese momento, mi alma cae a mis pies.
No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que llega el momento de las palabras que nos unirán para siempre.
—Sí, quiero —susurro para pronunciar con voz ahogada, me siento apagada por la luz de Balder, pestañeando para aclararme los ojos de modo que pudiera ver el semblante del hijo de Odín.
Cuando llega su turno las palabras suenan claras y victoriosas, como si las estuviere esperando decir por años o siglos enteros.
—Sí, quiero —jura observándome.
Aquel cura nos declara marido y mujer, en un suspiro de la vida, y entonces aquellas manos fuertes y magnificas se alzan para acuñar mi rostro cuidadosamente, como si mi cara fuera lo único delicado y mágico de la velada. No puedo parar de ver sus ojos color esmeralda que, se iluminan con la luz de su alma, ya no hay oscuridad que lo ensucia.
Balder parece sorprendido por algo en mi mirar, pero no lo sé, tengo miedo de pensar en que la oscuridad de mis ojos también se va desvaneciendo con el tiempo.
Me besa con ternura, con adoración, y yo olvido a la gente, el lugar, el momento y la razón... recordando tan solo que él me ama, que me quiere y que yo soy, de ahora en más, su esposa.
El tiempo parece detenerse en su boca, el movimiento de sus labios me teletransporta a un mundo nuevo, a una situación diferente y verdadera. No me quiero separar de él, pero con cuidado, es Balder el que acaba con nuestro instante de amor verdadero.
Nuestros familiares se acercan a darnos el apoyo que le brindan a cualquier pareja recién casada, pero me extraña que Lucía y Dean se hayan marchado en algún instante de la boda. Me entristece un poco que no se hayan quedado el tiempo necesario, pero luego recuerdo la situación del cuarto y sonrío emocionada pensando que mi sobrino quizás esté en este mundo.
¿Patrick nació durante nuestro momento? No puedo creer que no haya estado al lado de mi hermana en un momento como ese.
La ceremonia se lleva a cabo en uno de los hoteles de la familia Smith correspondiendo con el plan intachable trazado por Lucía. En esos momentos, se pone el sol sobre el río: la boda ha durado exactamente el tiempo necesario para permitir que el sol se desvaneciera entre los árboles.
Las luces del jardín relumbran mientras Balder me conduce hacia las cristaleras traseras, haciendo brillar las flores rojas. Allí hay otras diez mil flores más que ejercen la función de carpa fragante y aireada sobre la plataforma de baile, alzada sobre la hierba entre dos de los cedros más antiguos.
La fiesta parece no terminar nunca, ambos nos divertimos con los invitados y parece que los presentes también se divierten. Claramente, hay tiempo para diversión y otro para comer y bailar; los niños juguetones no paran de correr y bailar por todos lados.
No me quiero enojar con los mocosos, pero ya me están sacando de quicio al verlos corretear cerca del pastel enorme y azulado sobre la mesa dulce. Tengo miedo que todo vuelve a la mierda.
¡Tranqui, todo va a estar bien!
Me doy cuenta de que las cosas están bastante extrañas cuando Balder me toma de la mano y me conduce a un extraño camino creado por la multitud. Los invitados volvieron a hacernos otro pasillo y Balder me pega a su costado para preparar nuestra huida.
—¿Estás preparada? —me pregunta observando fijamente mis ojos.
—Lo estoy —repongo y me quedo pensando seriamente en la razón—. ¿Para qué?
—Para huir —responde.
Todo el mundo aplaude cuando mi marido me besa en las escaleras de la entrada. Luego, me arrastra hacia el coche mientras comienza la tormenta de arroz. La mayoría no nos alcanza, pero alguien, probablemente Evan, arroja los granos con una precisión asombrosa contra la espalda de su tío.
El auto está decorado a todo lo largo con más flores extendidas en hileras y grandes lazos de tejido ligero y vaporoso atados a una docena de zapatos nuevos de diseño que cuelgan del parachoques trasero.
Balder se usa de escudo para evitarme la lluvia de arroz, mientras me subo y, poco después, entra él. Nos alejamos a toda velocidad mientras yo me despido por la ventanilla y le grito «te quiero» al porche, donde se encuentra mi primo despidiéndome a su vez.
La última imagen que me queda es la de mi primo y un par de amigos. Guido envuelve tiernamente a Emma con ambos brazos, mientras ella tiene uno de los suyos muy apretado en torno a su cintura, pero con la otra mano libre extendida aferraba la mano de Marie. Hay tantas clases de amor y, en ese momento, todas conviven de modo armonioso. Me parece una escena llena de esperanza.
Balder me aprieta la mano a su vez.
—Te quiero —me dice con un tono de voz dulce y cariñoso.
Reclino la cabeza contra su brazo y lo miro de reojo con el ceño levemente fruncido ante la idea que se me cruza por la cabeza.
—Balder, no preparé nada para nuestra luna de miel —comento sin darle vuelta al asunto.
Él suelta una carcajada sonora y niega.
—No lo necesitas, ya que Lucia preparó todo esta mañana —me explica.
—¿A dónde iremos? —Cuestiono llena de intriga.
Balder me dedica una enorme sonrisa y se separa un poco para verme mejor.
—A tu país, ya que sé que quieres regresar —me responde.
Sonrío ampliamente y asiento más de una vez, ya que podría ir a ver la tumba de mis padres y contarle todo lo que está pasando en mi vida. La idea suena de maravilla, no veo la hora de llegar a Buenos Aires.
El viaje a Sudamérica me agota, pero parece interesante regresar a mi mundo. Necesito una nueva dosis de argentinismos, un mate y empanadas de carne asada, uhhh... Quizás un delicioso asado de acá.
La estancia es grande y blanca, y la pared más lejana es casi toda de cristal, el tipo de decoración estándar de la casa de Balder. Afuera, la luna brilla con fuerza sobre la arena y, justo unos cuantos metros más allá de la casa, refulgen las olas. Pero apenas me doy cuenta de eso.
Estoy más concentrada en la inmensa cama blanca que hay en el centro de la habitación, sobre la que cuelgan las nubes vaporosas de un mosquitero. Doy las gracias por el tema de los mosquitos, ya que siempre me pican a mí.
—Esto es enorme —comento con diversión.
Él asiente alejándose con cuidado.
—Voy por las maletas.
Asiento comenzando a caminar rumbo al baño, necesito estar limpia después de ese largo vuelo.
Sé que resulta ridículo ducharse antes de nadar en la piscina, pero necesito tranquilizarme y el agua tibia es la única forma fiable que tengo de hacerlo.
Y afeitarme de nuevo las piernas me parece también una buenísima idea.
Cuando termino agarro una enorme toalla blanca del armario del baño y me envuelvo con ella, anudándola bajo los brazos.
Salgo del baño caminando por la sala y observo a Balder en la piscina nadando felizmente mientras observa las dulces estrellas que alumbran el gran cielo azul de la noche.
Con cuidado me voy acercando a él y lo saludo desde mi lugar, Balder me mira sin comprender lo que estoy haciendo vestida con una toalla sin entrar a la piscina con él.
—¿Qué haces? ¿No vendrás?
Hago una mueca con mis labios y niego con la cabeza tan solo una vez, supongo que no me ve, ya que no hay demasiada luz en el lugar.
—Balder, solo tengo una toalla, así que me iré a cambiar y vengo —respondo.
Él niega y señala el gran árbol del jardín, ya que ahí está su ropa.
—Ponte mi remera y ven —me observa con sutileza.
Ruedo los ojos, pero me acerco y tomo su remera, me la pongo con cuidado y sin hacer movimientos bruscos, para después quitarme la toalla y acercarme a él. Con lentitud, me voy sumergiendo en el agua fría de la noche, pero no está helada como me había imaginado.
Al llegar a él dejo un beso sobre su mejilla y lo observo a los ojos con detenimiento absoluto. Aquellos ojos maravillosos me mantienen atrapada en un mundo irreal y majestuoso.
Nadamos felizmente mientras que la hora nos lo permite, cuando comenzamos a tener frío es tiempo de ingresar a la casa.
—Ten —dice entregándome la toalla.
—Gracias —la agarro y me la pongo.
Él se pone una nueva sudadera y me sonríe sabiendo que no le devolveré la que me ha prestado.
Comenzamos a caminar rumbo a la gran casa y él me observa directamente a los ojos, de un modo sospechoso e interesante, me atrae aquella mirada.
—Ven aquí —ordena.
Hago una mueca con mis labios y me acerco palmeando su mejilla con un poco de fuerza.
—A mí nadie me ordena, ni siquiera mi marido, ¿entendiste? —Le pregunto con un tono de diversión y oscuridad en mi voz.
—Lo siento —Susurra.
Suelto una risita nerviosa y niego acariciando suavemente su cabello mojado.
—Está bien...
Observo los magníficos ojos, del hijo de Odín, y niego con la cabeza tan solo una vez, no puedo evitar que una enorme sonrisa se apodere de mis labios.
Me acerco a Balder deseando que sus ojos se vuelvan oscuridad como los míos, lo que logro fácilmente. Doy un nuevo paso hacia él y le quito su nueva remera para lanzarla por ahí.
Acaricio su abdomen con la yema de mis dedos y no le quito la mirada de sus ojos color esmeralda, que ahora se están volviendo completamente verde oscuro.
—¿Confías en mí, Camila? —Me pregunta con un tono de preocupación.
Le dedico una enorme sonrisa y asiento.
—Confío en ti completamente —respondo uniendo nuestros labios.
Aquel beso no acaba; se hace infinito como nuestro amor. Nos hace uno, nos vuelve todo y se desvanece como la luz y la oscuridad de nuestras almas en pena.
Ahora somos uno con todo, no hay más, no hay menos. El amor que nace entre dos personas es justamente lo más parecido a la eternidad.
Balder y yo ahora somos eternos, la vida nos unió y la muerte es lo único que nos va a separar. Sin embargo, muy en mi interior, sé que él seguirá por siempre en mí. Nunca va a morir, él es un ser eterno.
Es mi Balder.
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