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Capítulo 1: Mirada celestina

Las hebras de mi cabello castaño y lacio danzan junto a la brisa del nuevo amanecer, mientras acelero en dirección a mi entrevista. El día se ve esplendido, no hay nada que cambie mi pensamiento: el sol se encuentra en su máximo esplendor, en lo más alto del cielo azul, y muy poquitas y pequeñas nubes bailan a su alrededor como si se tratase de estrellas diurnas maravillosas.

Mi Chevrolet Corsa del 99 gris se escabulle detrás de todos los maravillosos y nuevos vehículos de hoy en día.

—¿Qué pensás hacer, idiota? —Pregunta la mujer-limpiavidrios que se encuentra al lado de mi auto.

No tengo tiempo que perder, ya estoy llegando demasiado tarde como para darle un poco de mi atención.

No puedo permitir que me dejen tirada, este va a ser el quinto lugar al que voy a ir a pedir trabajo. Conseguir un puesto decente en este país, en estos tiempos, es básicamente imposible.

Doy un grito de desesperación cuando la luz roja del semáforo se enciende deteniendo el paso. Cierro los ojos, solo por un instante, pero cuando me doy cuenta de que esta será mi última oportunidad, ya no me importa ser mala gente, así que en un acto de rebeldía acelero metiéndome por una de las esquinas. No le doy importancia a las multas que muy pronto se harán presentes en mi departamento.

Soy una limpiadora profesional, ese siempre ha sido mi trabajo. Ahora solo me queda decirle eso a los empleadores de la maravillosa empresa de informática llamada: TBF informática. No son personas comunes, ellos son adinerados exigentes que no toleran las impuntualidades y, por esa razón, hice lo que hice.

Ya tengo veinte años y, toda una vida por delante, pero no puedo estudiar, ya que no tengo ni un solo peso para tener una matrícula y poder ser alguien en el mundo. Muy en el fondo sé que ser limpiadora, ama de casa y mucama, son trabajos llenos de orgullo, pero no siento que la vida me depare eso.

Giro la cabeza, de un lado al otro, en la búsqueda de un lugar libre para estacionar, pero es inútil. No hay ni un pequeño espacio, solo está disponible el lugar de prohibido estacionar.

Me armo de valor y estaciono donde no debería. Bajo del auto y agarro las pocas hojas de mi currículo, sí, no hay nada que poner, pero para parecer una profesional lo hago.

¡Wow! Debo estar alucinando.

Me quedo en shock observando el edificio maravilloso frente a mí, no tengo palabras para describir la magia: simplemente es más que increíble. El lugar cuenta con una fachada de la época de Rosas, donde las paredes son de un rojo punzó, oscuro y vivo, un rojo sangre y fuego, que tiñó la ciudad de Buenos Aires en su momento. La estructura es una maravilla que consta de veinte pisos que forman una gran rosa en la punta del edificio. Las siglas TBF se encuentran encima de la rosa, toda la atención recae sobre estas al ser blancas y con el contorno negro.

Suelto un suspiro de mis adentros y decido ingresar al vestíbulo con los nervios a flor de piel. Sonrío caminando directamente al joven rubio muy atractivo, que se encuentra al otro lado del mostrador de madera; me sonríe haciendo que las arrugas en sus ojos se acentúen; su traje de color azul y su camisa blanca desencajan un poco con la decoración del lugar; sin embargo, él luce perfectamente impecable.

—Buenas tardes, vengo por una entrevista de trabajo —digo con una pequeña sonrisa radiante sobre mis labios.

—Sí, por supuesto, un momento. —El joven presiona algunos números extraños en el teléfono moderno e intercambia bastantes palabras con la otra persona al otro lado de la línea.

—Muy bien, señorita Rodríguez, puede pasar a la oficina del señor Smith, que está en el piso número diecinueve. Por el momento, las empleadas del señor no se encuentran, así que le pido por favor vaya directamente a las puertas dobles. El ascensor se encuentra ahí. —El joven señala el pasillo más limpio que vi en mi vida.

Hago caso a lo que aquel hombre trabajador me dijo; camino con seguridad hacia el ascensor, pero mi alma me detiene, de pronto recuerdo que me da pánico el utilizar ese tipo de mecanismos; sin embargo, no me queda de otra que ir.

El elevador curiosamente huele a unas suaves y frescas rosas de verano y está rodeado por espejos enormes que dejan ver mi perfecto reflejo, solo estoy jugando, puesto que lo que traigo de vestimenta no es más que mi feo y viejo vestido naranja otoñal.

Mis ojos marrones se envuelven en una mirada triste y desolada, con pequeñas ojeras de panda, que demuestran mi cansancio por tanto trabajo; mi peinado deja en claro que hace dos días me lavo el cabello.

Las puertas de madera se abren y desconcertada verifico el número de piso en la enorme pantalla del ascensor para saber si continúo en el mismo lugar, no hay nada diferente además de las gigantescas puertas de mármol al final del pasillo.

Mis manos sudan como la primera vez que desaprobé un examen de conducir; cierro los ojos por un instante, pero luego los abro y decido tocar débilmente la puerta.

Ya es tiempo de decir adiós. Nadie me va a contratar, soy una pésima persona.

—¡Pasa! —Espeta roncamente una voz masculina, casi como un grito de sofoco, que proviene del otro lado del cuarto.

Mi estómago gira, pero no le doy importancia y empujo las puertas de mármol, debo confesar que me cuesta, ya que son sumamente pesadas.

Cuando alzo la vista, me encuentro con una mirada mágica, unos despampanantes ojos de color azul salpicados por pequeñas grietas verde oliva, que forman un color esmeralda, y se me hace agua a la boca. Es como si el mundo se hubiera detenido por un par de segundos para luego ponerse en marcha con un sentido contrario. El aire de mis pulmones se estanca, no siento nada, y la conexión con mis neuronas se funde, ya no hay sinapsis. Los latidos de mi corazón son cada vez más vertiginosos y logran retumbar en mis pobres oídos.

¡Es el ser humano más hermoso que vi en toda mi vida!

Mechones pequeños, pero sedosos de su cabello negro rozan suavemente su frente, mientras que su nariz de una manera celestial y casi majestuosa adorna su esculpido rostro de dios nórdico y su piel pálida como la nieve reluce bajo los rayos ultravioletas que entran por los inmensos ventanales. Es hermosamente alto y se ve muy intimidante envuelto en ese refinado traje elegante; un sonido voluntario sale de mis labios al notar que estoy perdiendo el tiempo.

El hermoso y sexy hombre que tengo delante de mí me escudriña lentamente, pero al final, solo me sonríe con sus dientes relucientes y carnosos labios rosados que se burlan de mi apariencia. Por primera vez, en toda mi vida, siento como mis mejillas se calientan a más no poder.

¿Me estoy ruborizando? Ahh, no, es la bronca que se apodera de mí ser.

—¿No crees que llégate muy tarde?

Yo no llegué tarde, su belleza me cautivo y me obligó a perder el tiempo. ¡Claro, como si pudiera decirle eso en la cara!

—¿Señorita? —Su voz se vuelve a escuchar.

Pienso qué decir, pero no se me ocurre nada. Simplemente digo la verdad.

—Yo... —Trago saliva sonoramente—, sucede que me perdí. Es que la empresa es enorme.

Las palabras que logran salir de mi mente son realmente tontas, así que cierro los ojos muy avergonzada por la situación.

¿Por qué estoy actuando como una verdadera idiota?

—Toma asiento. Bien, quiero que me hables de ti, dime... ¿Por qué quieres trabajar aquí? —Su tono en la pregunta me deja en claro que es duro y exigente; estoy segura de que él debe creer que tiene a todo el mundo en la palma de su mano. Quizás es un dictador, como lo era Rosas en su tiempo.

¿No es demasiado joven para tener un puesto tan importante en esta maravillosa y estructurada compañía internacional?

Él apoya su cadera contra el gran escritorio de madera francesa, que se encuentra en el centro del lugar, mientras que yo me quedo sentada en frente de él. No me agrada en lo absoluto que un sujeto se crea la gran cosa, estoy segura de que si no fuera así, no estaría yo sentada y él parado. Lo único bueno en mi posición es que me puedo fijar en sus venenosas manos, siempre tuve una gran manía por las manos de los hombres: simplemente, me fascinan.

Trato de aspirar aire, pero lo único que entra por mis fosas nasales es el perfume que emana de sí. Todo lo que hay acá huele a la perfección, seguramente yo no.

Quiero un empleo, ¿eso es un problema? Digo, porque puedo ir a dejar un lugar como este en mejores condiciones y ustedes perderían a toda su clientela, así que... yo no sé, pero será mejor que lo pienses.

—Bueno, mire, señor, tengo experiencia en lo que están buscando —digo todo con una enorme sonrisa falsa—. Por eso me gustaría ayudar a su crecimiento internacional.

Las suelas de sus zapatos de cuero repiquetean contra el suelo de madera terciada cuando se acerca; yo me alejo rápidamente con incomodidad y mantengo la vista clavada en mis pies. Me gustaría salir corriendo de esta situación, pero no, yo no pienso hacer tal cosa.

—Bien, le daremos una pequeña oportunidad, señorita Rodríguez. Todo recae sobre ti, así que ponte a trabajar inmediatamente —musita cruzando sus manos detrás de su espalda y me mira esperando que reaccione a sus palabras.

Levanto la mirada del suelo, pero antes puedo notar que las baldosas del suelo, que en conjunto parecen un gran tablero de ajedrez.

—Genial, muchas gracias, señor. No lo voy a defraudar, ni a usted ni a la compañía —digo todo eso sin poder mirarlo a los ojos.

—Bien, pero... ¿Puede ser que me mire a los ojos mientras habla?

Casi por inercia levanto la mirada, no me agrada hacer caso a las supuestas obligaciones que no conllevan a mi trabajo. Sin embargo, no puedo evitar mirar sus ojos; de repente, las paredes blancas adornadas con pinturas del pasado histórico argentino se ciernen sobre mí, acorralándome.

—Parece bastante joven, ¿no debería estar estudiando? —Pregunta ladeando la cabeza hacia la derecha—. Si necesita un empleo para pagar sus clases, le comento que hay pasantías acá.

Hago una mueca con mis labios, pero luego respondo:

—Eso es algo que solo me concierne a mí, no le es importante a usted —contesto lo más rápido posible, aferrándome a la poca lucidez que me atraviesa.

Por unos segundos, él parece algo consternado; creo que no le gustó el modo que le hablé.

—Siento mucho que piense que la ofendí.

No pienso responder eso, no tiene porqué saber si me ofendió o simplemente se puso a jugar con mis sentimientos.

—No fue mi intención, por favor, créame.

—Está bien, no se preocupe. —Niego con la cabeza nuevamente.

—Me preocupo, ya que usted es una nueva empleada. Ese es mi deber. —Me recrimina abrasándome con su profunda mirada de ojos celestiales.

Alzo ambas cejas observando su iris, quiero que se dé cuenta de que estoy verdaderamente molesta.

—¿Me está chantajeando? Digo...

—Yo no lo dije, fuiste tú. —Pronuncia de forma concisa, mientras que el tenue rastro de una genuina sonrisa ilumina su rostro, y me obligo a pensar que todo esto es una clase de chiste para él.

Dando vuelta los ojos, asiento con la cabeza. Parece que estoy algo poseída, pero esa es mi actitud de todos los días: soy una persona loca.

—Fue un gusto conocerla, señorita Rodríguez. —Me tiende su mano y cuando lo toco siento que metí mi mano en la boca del lobo.

—Gracias, igualmente, señor Smith.

Ambos sonreímos de un modo falso.

—La acompaño, ya que tengo cosas que hacer.

Lo persigo hasta la salida observando su amplia espalda, hasta que él se detiene en la puerta y decide sostener la puerta para mí, mientras dirige una mirada misteriosa que me incita a profundizar más en su interior; sin embargo, es como una caja fuerte blindada y dudo mucho poder abrirla.

—Hasta luego, señorita Rodríguez.

—Adiós.

De ahora en más nos volveremos a ver, pero espero salvarme de ver sus hermosos ojos bonitos, pienso todavía sintiendo su imponente presencia detrás de mí.

You are a real temptation, my dear —susurra en un suave idioma que no logro entender; sin embargo, creo que es inglés.

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You are a real temptation, my dear: sos una verdadera tentación, querida.

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