Capítulo 5 👯♀️
Sin despegar sus ojos de los míos, se adentra más en el aula. No sé porqué siento que con cada paso que va dando, se va enfureciendo más, pero sus hombros tensos y su porte rigido, me dice que no está contento como anoche...
—¿Tiene algo más que decir, señorita Davis? —pregunta, destilando enojo. Me enderezo con el tirón de Cili en mi brazo.
—Varias cosas, pero nada que le importe..., profesor —añado a lo último, jugando con la palabra en la punta de mi lengua, disfrutando de cómo sus ojos claros se tornan oscuros, peligrosos.
—Qué bueno que lo lleve claro, pero sus problemas amorosos o dotes sexuales, los quiero fuera de mi hora de clases, ¿entendido? —inquiere. Alzo una ceja.
¿Por qué está siendo tan imbécil?
¿Por qué es que quiero que me folle, a pesar de que sea así de imbécil?
¿Por qué tienen que gustarme los tarados, joder?
Como ve que no respondo, infla su pecho, llenándolo de aire y deja sus cosas de un solo golpe en el escritorio para coger el marcador y girarse.
Cuando presiona el marcador en el pizarrón, parece querer traspasarlo por la fuerza que ejerce que hace chillar el recorrido como chillaba hace rato la idiota de Brenda. Pero no es eso lo que me hace abrir la boca de par en par, es leer el nombre que escribe.
No me jodas.
—¿Algún problema, señorita Davis? —pregunta, girándose. Ay, lo dije en voz alta.
—¿Ese es su nombre? —pregunto como estúpida. Sus labios se curvan en una sonrisa torcida que me hace juntar las piernas debajo de la mesa. Pero cuando saca su lengua y recorre sus labios, casi tengo un orgasmo silencioso con eso.
Jodida lengua que deseo sobre mis pezones, coño, boca. Venga, sobre cualquier parte de mi atormentado cuerpo.
—¿No le gusta? —revira y es el tono con el que emplea la pregunta que me hace saber que ya lo sabe.
Claro que lo sabe.
Es obvio que sabe que soy yo.
Es decir, que fui yo la que lo cachó follando.
Joder.
—Es un nombre común. ¿Por qué a ella tendría que gustarle? —responde Ryan, cortando la línea de visión de mi tío conmigo para verlo a él. Por instinto lo miro también. Tiene los brazos cruzados a la altura de su pecho y lo mira mal, muy mal.
Ay, esto no va a ser fácil.
Seis meses van a convertirse en doce, lo sé.
—No lo sé, quizás porque no es el suyo, ¿no? —lo reta y eso hace que todos en el aula abucheen a Ryan. Veo cuando se pone rojo de furia, por lo que decido hablar antes de que meta la pata y termine amonestado el primer día de clases.
—Ryan tiene razón, es un nombre común —miento, sabiendo que no es así. Ryan me mira y sonríe, creyendo que ganó esta. Paso de él para ver al frente.
—Bien, memorícelo entonces, señorita Davis, porque quiero que se dirija a mí con ese nombre siempre —advierte, pero mi mete me traiciona y alarga sus palabras, pronunciando también que espera oírme llamarlo por su nombre en diferentes tonos.
Como gemidos, por ejemplo.
Joder, sí, quiero gemir con locura su nombre mientras me taladra el coño ahí, sobre su escritorio, con mis tetas aplastándose con la madera y sus manos empujando mis caderas con fuerza contra él.
Maldita sea, sabe mis pensamientos o la línea de los mismos porque no me quita la mirada de encima. Es un carraspeo lo que lo hace dejar de verme para sacar unas hojas de su maletín.
—¿Estás bien? ¿Lo conoces? —pregunta Cili en un susurro, haciéndome verla. Asiento con lentitud y ella gira los ojos.
De seguro está pensando que me lo folle. Odio que piense lo que no es porque odio no habérmelo follado aún. Odio que sea mi tío. Odio que sea mi profesor. Odio tener que decirle señor Mason o señor Erickson en vez de decirle Mason o Erickson.
Odio querer gemir su nombre con fuerza.
Odio querer que me haga gemir su nombre con fuerza.
Odio querer gemirlo ahora, solo para tener sus ojos de nuevo posados en los míos.
Odio querer verlo perder el control conmigo.
Odio querer que mande al diablo nuestro parentesco y su carrera para que se acerque y me folle la boca con su lengua.
Maldita sea, deseo a este hombree.
La siguiente hora es toda una tortura. Si tengo que hacer esto cada día, creo que prefiero renunciar a la carrera de una vez, porque no podré soportarlo. Apenas informa que eso es todo por hoy, ni siquiera espero que termine de decirlo y ya me estoy levantando para salir de ahí. Necesito aire fresco después de una hora escuchándolo hablar con esa voz tan roca, gesticulando con esas manos tan grandes, riendo con esa risa tan gruesa.
La peor hora de mi vida estudiantil, y eso que he tenido malas horas, eh.
Cili me intercepta cuando estoy entrando a la cafetería, pero ni bien me giro para verle le cara cuando soy girada de nuevo y me encuentro con un muy furioso Ryan.
—¿Qué demonios fue todo eso, Dulce? —sisea entre dientes. Giro los ojos.
Aquí vamos de nuevo...
—Nada que sea de tu incumbencia, Ryan. Ve y atiende a tu maldita chillona nueva novia y déjame en paz —respondo de regreso, sin darle opción de decir nada más porque tomo el brazo de su hermana y me alejo, saliendo de la cafetería para ir a otro lugar.
Uno en el que no se encuentre ni el idiota de Ryan ni el maldito de mi tío.
—Yo también quiero saber todo —musita Cili. Río de pronto, descargando en esa risa toda la frustración que llevo encima. Me río tanto que debo soltarme de su agarre y secar mis lágrimas mientras que ella me mira como si hubiese enloquecido.
Creo que sí. Estoy enloqueciendo desde que vi a mi tío follar con otra y deseé ser esa mujer. Joder.
—Es mi tío —explico. La cara de Cili es todo un poema. Sus ojos parecen querer salirse de sus orbitas y su boca casi va a dar al suelo.
—No te creo —musita. Asiento, mordiendo mis labios para no volver a reír como desquiciada—. Pero dijiste que debía ser un vejestorio —acota. suspiro.
—Lo esperaba así, Cili. Mi padre nunca habló de él. Cuando lo hizo la semana pasada solo fue para decirme que mi tío, su famoso hermano estaría en mi ciudad para el domingo. No me dio más datos, supuse que tendría la edad de él y que, al no ser, pues, un policía como mi padre, no se mantendría en forma. Esperaba encontrarme a un hombre calvo y regordete, no a un hombre tan... —Callo y Cili alza mucho más sus cejas.
—¡¿Te gusta?! —chilla. Cubro su boca con mis manos para que calle y la miro mal.
—¿Estás loca? —cuestiono en un siseo—. Es mi tío —recalco, queriendo que eso sea motivo suficiente, pero no, no lo es.
Cili asiente y yo quito mis manos de su boca.
—Vale, tienes razón. Lo siento, es que se miraron muy intenso. Creí que lo estabas imaginando desnudarte. De hecho, hasta pensé que lo había hecho ya por cómo se enfrentó a mi hermano —admite. Suspiro.
Sí, Cili, sí, deseo que me desnude. Pero más deseo que me pida desnudarme para él mientras mueve en su mano un trago. Trago que luego es vertido en mis senos y él limpia con su habilidosa lengua.
Ay, joder, otra sesión con mi balita rosa en su honor es mucho, pero necesario.
Jajajaja, me encanta Dulce. Sorry por lo de ayer. No sé qué pasó con eso.
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