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Capítulo 41 👯

—Déjame explicarte todo —pide Masón, pero mi padre ni siquiera lo está viendo a él, sino a mí.

Todo está saliendo mal hoy.

Las lágrimas vuelven a resbalarse y las palabras salen solas:

—Me violaron anoche —suelto.

—¿Qué? —preguntan ambos al mismo tiempo y yo niego con la cabeza, viendo el agua de la tina mientras me estremezco por el llanto.

—Hey, bombón, mírame —pide Masón tomando mi rostro para que lo haga, pero mantengo los ojos cerrados.

—No lo recuerdo, pero me duele mucho —musito entre jadeos dolorosos. Escucho dos maldiciones y luego dejo de sentir el tacto de Masón en mi rostro para que me ordene abrir los ojos. Lo veo frente a mí con la bata de baño extendida. Cojo aire y me coloco de pie para salir y cubrirme con ella. 

—Olvidé que venía conmigo —confiesa cuando veo a la puerta y ya mi padre no está ahí.

Asiento lentamente porque aunque me duele lo que vió, más me duele lo que estoy sintiendo.

Masón me abraza de costado, pegándome a su cuerpo para caminar a la cama, donde me deja sentada y aparta el cabello de mi rostro, viéndome a los ojos. Justo lo que me dan sus ojos es lo que necesitaba: amor.

—Hablaré con él. Vuelvo en un segundo —promete y deja un beso en mi frente antes de enderezarse y salir de la habitación, cerrando la puerta.

Ni siquiera el tener la puerta cerrada hace que los gritos de afuera no se escuchen y puedo escuchar toda la conversación:

—¡Te pedí cuidarla, maldición! —grita mi padre. Mi cuerpo se contorsiona por el llanto y solo me dejo caer en la cama, moviendo la manta para esconderme debajo de ella, como si con eso todo el dolor fuese a desaparecer.

—¡Lo estoy haciendo! —responde Masón sin usar el mismo tono que mi padre, pero alzando también la voz.

—¡¿Fóllandola?! —replica mi padre. Contengo el aliento—. ¡Tienes 35 años, joder! ¡Le llevas 12 años y es mi hija, maldita sea! —grita mi padre, después escucho algo ser quebrado y me levanto, sentándome de nuevo en la cama, pero aún cubriendome con la manta.

—¡Y es la mujer que quiero, joder! —responde mi tío, esta vez sí en un grito. Saboreo mis labios.

—La última vez que te vi, te estaba sacando de la cárcel, Masón. Te dí una orden, una sola orden ese día.

—Cambiar mi vida, lo sé. Fue lo que hice. ¡Es lo que hice, maldición! —grita al final Masón. Paso saliva.

—Te di la oportunidad de hacer algo bueno, Masón. Y tú te metiste con mi hija. ¡Con tu sobrina! —espeta mi padre y vuelve a escucharse algo ser quebrado. Doy un brinco en mi puesto, llorando con mayor intensidad.

—No lo es. Sabes bien que no lo es —declara Masón y eso me hace contener el aliento—. Lleva creyendo que soy su tío todo este tiempo y cree que por eso está mal que me ame, pero, adivina qué, hermano, ella no es mi sobrina y yo también la amo —zanja decidido.

Mi corazón se detiene con eso.

—No lo acepto, Masón. Tú no eres el hombre que mi hija necesita —determina mi padre y luego se queda todo en silencio para escuchar la puerta ser azotada de golpe. Vuelvo a dar un brinco en mi puesto.

Me levanto cuando ya han pasado varios minutos y Masón sigue sin volver, además de que todo está en silencio. Abro la puerta de la habitación y lo encuentro en el pasillo, sentado en el suelo con sus manos cubriendo su rostro.

Paso saliva y ajusto la bata de baño a mi cuerpo para acercarme a él. Al escucharme quita las manos de su rostro y estira sus piernas, invitándome a sentarme sobre ellas.

—¿Estás bien? —musito, acomodandome para verlo a los ojos. Coge aire con fuerza.

—Lo siento, perdón, de verdad lo siento mucho, bombón —confiesa para enterrar su rostro en mi cuello y comenzar a llorar. Mis lágrimas regresan.

Pasamos un par de minutos así, él llorando en mi cuello por lo que pasó con mi padre y yo llorando por lo que me pasó anoche.

—¿Quién te hizo daño? —pregunta de pronto, sacando su rostro para secar mis lágrimas. Seco las suyas con mis manos y cojo aire.

—No lo sé, pero me duele —musito, abriendo la bata de baño para que note los moretones. Veo cómo contiene la respiración al deparar en ellos.

—Tenemos que ir a la policía, bombón —declara e intenta levantarnos, pero yo niego con la cabeza inmediatamente. Me mira mal.

—Si la universidad se entera, puedo perderlo todo, Masón. Además, no sé quiénes fueron. No recuerdo nada —confieso, volviendo a sollozar. Coge mi rostro con ambas manos y deja besos alrededor de todo este hasta que llega a mis labios y habla pegado a ellos:

—¿Recuerdas lo que me enviaste? —pregunta y yo asiento, viendo sus ojos—. También estoy enamorado de ti, Dulce —confiesa. Sonrío entre las lágrimas que se derraman—. Saldremos de esta —promete, y entonces sí me besa.

Es un beso suave, sin lengua, sin prisa, pero con un amor desbordante que me encoge el corazón.

—Dime cómo te ayudo —suplica al separarnos. Cojo aire, viéndolo a los ojos.

—Solo abrazame, Masón. Abrazame y no me sueltes nunca —pido, acomodando mi cabeza en su pecho mientras él me rodea con sus brazos.

—¿Cili lo sabe? —musita, acariciando uno de mis brazos.

—Desperté sola —explico.

—¿Tienes hambre? —pregunta ahora. Sonrío abiertamente porque puedo notar su preocupación en cada palabra, el problema es que no sé cómo ayudarlo porque ni siquiera sé cómo ayudarme a mí.

Mírenme, debería ir a poner una denuncia. Mi padre es policía, estoy segura que si no hubiese visto ese beso, estaría moviendo cielo y tierra para dar con quién me lastimó, pero no puedo.

Poner una denuncia sería hacerlo público, y no puedo soportar medio semestre más con burlas usando eso en mi contra.

¿Quién me creería?

Soy la zorra que baila en un tubo.

¿Cómo podrían creer que yo no quería si para todos, yo siempre quiero?

Prefiero este dolor para mí que compartirlo con alguien más y se intensifique.

—Sí —musito después de unos segundos en silencio y levanto mi cabeza para verlo a los ojos—. Es cierto, Masón —prometo. Arruga el rostro.

—No estoy dudando de ti, bombón. Jamás lo haría. Sé que te lastimaron, lo veo en tus ojos más que en tu cuerpo —admite. Sonrío triste.

—No hablo de eso, sino de lo que dije al final de esa nota. Te amo —confieso. Su ceño se relaja y una hermosa sonrisa se planta en sus labios.

—También te amo, bombón. Y no me importa si no soy el hombre que tu padre quiere para ti, con que tú me elijas, seré el hombre que tú quieras que sea —promete.

—Ya lo eres —admito, volviendo a besarlo con dulzura. Una que no sabía que poseía hasta hoy.

Bueno, muy lindo todo, pero ajá, jajajaja. No sé qué decir, jajajaja.

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