Capítulo 28 👯♀️
Han pasado dos semanas desde la última vez que hablé con Ryan. Desde entonces, nos vemos en la universidad, pero él pasa de mí sin yo tener que pasar de él.
Brenda, pues, la primera semana sus molestias se intensificaron, pero esta semana que corre me he dedicado a ignorarla de forma excepcional, así que si habla o no, no lo he notado. En clases me limito a estudiar y ya porque si me pongo a prestarle atención a su irritante voz, terminaré cometiendo el asesinato que he planeado durante los últimos tres años hacia su persona.
Es que, de verdad que se pasó la semana pasada.
No importaba si iba vestida super cubierta por acercarse el invierno y ya no poder usar tan frecuente las faldas sin llevar debajo una licra negra para el frío. No, ni siquiera eso importaba, ella siempre conseguía con qué meterse. Ya me quedé hasta sin insultos para soltarle, y eso es decir mucho, eh.
Pero bueno, estas semanas también me han servido para darme cuenta de algo grande...:
Puedo manejar los números si me lo propongo.
Y claro que me lo he propuesto. Mason me ha estado ayudando a familiarizarme con su materia para que ya no necesite a Ryan para eso. En el fondo creo que prefiere estresarse conmigo que aguantarse a que pase horas en casa de Ryan, teniéndole que pedir el favor de explicarme equis cosa.
Está de más decir que me encanta eso.
Cili es la que anda molesta conmigo por ya no estar quedándome a dormir en su casa o ya no estudiar ahí. Cuando me dice para estudiar, siempre propongo ir a otro lugar. No hemos tocado el tema de Ryan. Ni ella ha preguntado ni yo he querido decirle lo que pasó esa noche.
Justo ahora estoy viéndola sentada en el restaurante de comida china para nuestro almuerzo dominical fijo, porque le pedí que no pasara por mí a la casa ya que no estaría en ella. Y es que, claro que como fue aquella semana, han sido estas dos más. Estoy pasando los fines de semana con Mason.
No voy a ponerme a pensar ahora en lo que siento cada que pasa por mí los viernes en la tarde para llevarme al club. O de cómo me siento feliz al estar cerca de él. La forma en la que puedo estar sonriendo todo el día sin complicaciones. Como me encanta no tener que salir de casa para divertirnos porque podemos pasar horas viendo series, acurrucados en la cama o ponernos a cocinar algo y que eso se nos salga de control para terminar cogiendo en la cocina y comer comida quemada por haberla descuidado.
Lo cierto es que, me estoy acostumbrando tanto a su presencia que siento que su ausencia va a demolerme por completo.
—¿Y esa cara? —suelta Cili al verme. Suspiro, forzando una sonrisita para alejar el mal sabor que me dejó la última afirmación en mi cabeza.
—Nada. Que muero de hambre —reconozco. Ríe bajito y se acomoda mejor en su puesto para hacerme espacio y sentarme junto a ella. Nunca de frente, eso sería una cena de negocios, según dice.
—Pues, ya yo ordené por ambas. Supuse que querías lo mismo de siempre, así que ya no deben tardar en traer la comida —acepta. Pellizco sus mejillas, sonriendo de oreja a oreja ante las quejas que salen de su boca.
—Eres un sol —digo, soltandola y riendo. Se soba sus cachetes.
—Si sigues apretando mis mejillas así, este sol va a desinflarse —acota. Ambas reímos con gusto—. Entonces, ¿qué me cuentas? —pregunta de pronto, dejando pasar unos minutos en silencio. Arrugo el rostro porque ha hecho la pregunta como si no quisiera hacerla realmente. La veo.
—¿Qué pasó? —pregunto en cambio, queriendo saber todo sin rodeos. Cili coge aire con fuerza y luego lo suelta sin ningún tipo de cuidado, quedando relajada en su puesto.
—¿Ya debo meter tu cabeza en agua? —replica. Arrugo más el rostro.
—¿Qué? ¿Por qué? —cuestiono.
—Por el chico misterioso que ni siquiera has querido presentarme o decirme su nombre, al menos. ¿Acaso crees que voy a fijarme en él o algo así? —musita, sonando triste con su pregunta. Sonrío.
—Jamás creería eso de ti, Cili. Es que, ya te lo dije, no es un hombre del que, bueno, pueda presumir libremente —explico, luego de pensar unos segundos en mi respuesta. Suspira.
—¿Está casado? Recuerda que juramos nunca meternos con hombres casados —recalca. Río bajito.
—No, no lo está —acepto, cogiendo uno de los panes que están sobre la mesa, ya estando lista para responder todas sus preguntas.
—¿Hijos? —insiste y yo niego—. ¿Qué edad tiene? —pregunta ahora.
—Ni idea —admito. Me mira mal por mi risita nerviosa—. Le calculo unos treinta y seis —reconozco. Mueve su cabeza de lado a lado, como quien sopesa una idea.
—Te lleva casi la mitad de tu vida —acota. Asiento, mordiendo otro pedazo de pan—. ¿Vicios? ¿Es algún mafioso o algo así? —Río con ganas con esas últimas preguntas porque las respuestas que han venido a mi mente son muy locas.
—Creo que es adicto a mi coño —admito y Cili se atraganta con el pan que cogió. Me mira mal mientras yo me destornillo riendo por su rojez.
—Hablo en serio —sisea con enojo. Dejo de reír, pero sin quitar mi sonrisa.
—Yo también. A ver, no es ningún mafioso, Cili. Jamás me metería con uno. Si quisiera ser la mujer de un mafioso, hace rato me hubiese metido con Axel —acoto, resaltando lo obvio. Claro que Axel se mueve por ese mundo, cualquiera que duré más de dos semanas frecuentando ese sitio y tratandolo, se daría cuenta que lo usa para lavado de dinero.
Pero mientras a mí me siga dando de comer y para vivir, me importa muy poco sus otros negocios.
—Entonces, ¿por qué no me dejas conocerlo? Eres mi mejor amiga, Dulce. Merezco saber con qué hombre te estás involucrando porque te quiero y me preocupo por ti y si no me dices, siento que me desplazas y sentirme desplazada no me gusta porque siento que no me quieres en tu vida, y si siento que no me quieres en tu vida me pongo...
—Joder, Cili, sí, sí entendí, cariño. Ya entendí —la corto antes de que siga haciendo su cadena de drama como siempre. Sonríe de oreja a oreja.
Manipuladora tres mil.
—Se llama Travis —suelto porque siempre he querido gemir ese nombre y sigo sin conocer a alguien que se llame así. Cili abre los ojos, sonriendo como maniática.
—Vale, don Travis de treinta y seis años... ¿Cómo te dice? —pregunta. Me pongo colorada al venir a mi mente la forma en la que le he pedido que me llame. Cili ríe—. ¿Tan mal es? —insiste. Río.
—Bombón. Él me llama bombón y yo le he pedido que me llame dulce zorrita. Ya sabes, es que tiene una voz, Cili. Una voz que con solo decir hola ya tú tienes los pezones como rocas. Ahora imagina escucharlo llamarte dulce zorrita. Joder, es que me hago charcos cada vez que lo dice —admito.
Cili ya ha perdido por completo la compostura y está riendo como si no hubiera un mañana.
—Ay, joder, joder, imitalo. Necesito que lo imites —suplica, viéndome como niña pequeña a caja de dulces. Río y luego carraspeo para poner mi voz más gruesa o intentarlo.
Para darle más realismo a la cosa, cojo su barbilla, acariciandola y poniendo todo de mi parte para no reirme con la cara que hace.
—Arrodíllate, mi dulce zorrita. Enséñale a tu. —Callo al darme cuenta que estaba por decir tío Mason. Cili mueve sus cejas para que continúe. Río y niego con la cabeza para empezar de cero—. Arrodíllate y enséñame qué tan bien chupas la polla, mi dulce zorrita —suelto. Cili pasa saliva.
—¿Lo dice así? —pregunta cuando la suelto porque llegan con nuestra orden. Río bajo.
—Lo acompaña de otras vulgaridades más —admito. Alza mucho las cejas.
—¿Treinta y seis, dijiste? —Asiento—. ¿Y no tendrá un amigo de su edad que también quiera hablarme sucio y follarme así de rico? —pregunta.
Comienzo a reír como loca, viéndola sonrojarse.
—Siempre puedo preguntarle —propongo. Asiente, comenzando a comer.
—Entonces, ¿me lo presentarás algún día? —tantea. Suspiro.
—Presentártelo sería como darle un título a esto, Cili. ¿No lo crees? —reviro, no viéndola a la cara.
—Pues, duermes con él, ¿cierto? —Asiento—. Supongo que también has pasado este fin de semana con él. ¿O me equivoco? —insiste. Suspiro.
—No solo este. El pasado y el anterior a ese, también —admito, sin verla todavía. No puedo hacerlo. Cili hace un sonido de sorpresa.
—Así que, ¿a dónde crees que están yendo? —pregunta en un susurro. Suspiro.
—No lo sé, pero sigo segura en no poder enamorarme de él —zanjo.
—¿Por qué? —pregunta y suena molesta—. Venga, el hombre te encanta, te satisface en la cama por lo que me cuentas. Te tiene con la mirada brillante. Te tiene, incluso, relajada en la universidad. No has vuelto a llegar tarde. No le prestas atención a Brenda y sus estúpidas palabras. Ni siquiera has visto a mi hermano o ido a mi casa, supongo que por él. Entonces, ¿de verdad crees que no vale la pena enamorarte de un hombre que te está haciendo bien en vez de mal? —interroga. Suspiro.
Si pudiera decirte, Cili, que el problema es que ese hombre no solo es nuestro profesor, sino que es mi tío.
¿Qué diría mi padre de saber que su dulce nenita está siendo follada por su hermano mientras la llama su dulce zorrita?
Jajajajaja, ¿qué creen que diga?
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