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Capítulo 24 👯‍♀️

Despertar en casa de Cili no se sintió mal, pero encontrarlos a todos tan pendientes de mí, me hizo sentir mal. Fue mi culpa, me lastimé por mi culpa, pero ellos no me hicieron sentir así, simplemente se desvivieron por verme bien.

Espero que Ryan baje a Cili de la camioneta para luego pasarle las muletas y apoyarme de sus hombros al coger mi cintura para bajarme, una vez me deja en el suelo, su rostro baja y sin dame tiempo a reaccionar, ya tengo sus labios sobre los míos, presionando para que los abra y le corresponda.

A mí mente viene la noche de ayer, los tres sentados en el sofá, su mano repartiendo caricias sobre mi pierna y mi cabeza apoyada en su hombro, disfrutando de la película que se reproducía en la TV.

No le doy más vueltas, acepto su beso, respondiendo su jadeo cuando abro la boca y su lengua entra en contacto con la mía.

Sus manos se encierran con mayor fuerza en mi cintura, tirando de mi cuerpo para pegarme más al suyo. Vuelvo a jadear contra su boca y él gruñe, clavando sus dientes en mi labio inferior al separarnos, pero sin alejarse, apoyando su frente en la mía.

—Dios, amor, te extraño tanto —confiesa. Cierro los ojos, abrazándome a su cuerpo.

—Hora de entrar —dicta Cili, haciendo que no deba responder porque estaba por reconocer que también lo extraño. Estaba por volver a caer en ese bucle sin fin que es nuestra relación.

Cili me ofrece la muleta de mala gana y comienza a caminar lejos de nosotros. No veo a Ryan cuando empiezo mi caminata de la vergüenza.

Ignoro las miradas, los cuchicheos y las indiscreciones de otros más, hasta que antes de abrir la puerta, Brenda se atraviesa.

—¿Qué te pasó? ¿Te fuiste de zorra y te aventaron? —pregunta con burla, haciendo que unos idiotas más rían de algo que ni risa da. Giro los ojos.

—Qué va, es que me cogieron tan fuerte anoche que terminamos cayendonos de la cama —respondo. Sus ojos se tornan oscuros al ver detrás de mí. Sé que es Ryan.

—Zorra —sisea entre dientes. Sonrío y la muevo para poder terminar de abrir la puerta.

—Como puritana jamás podrás llenar el espacio que un zorra deja, Brenda. Si quieres enamorarlo, sé más zorra —aconsejo, guiñandole un ojo, disfrutando de su gruñido furioso.

Veo en dirección al escritorio, donde Masón tiene su mirada fija en unos documentos frente a él. Entro y me siento en mi puesto, colocando la muleta apoyada del respaldo de mi silla.

—Muy bien, empecemos —dice Masón una vez ya todos han entrado.

Arrugo el rostro al notar que está evitando mi mirada, pasa por cada puesto, repartiendo las hojas con las preguntas. Cuando llega a mi mesa, estalla su mano con fuerza, dejando las hojas ahí. Me sobresalto, pero no alzo la cabeza para verlo porque dos podemos jugar a este juego.

Me la paso toda la hora concentrada en las preguntas, sin mirar a ningún lado porque quiero ser la primera en irme, no soporto estar más en esta aula, sintiendo la mirada de Masón como cuchillo en mi cuello. Suspiro de alivio al responder el último ejercicio y me enderezo, guardando el lapicero en mi bolso para luego levantarme con ayuda de la muleta y coger el examen con la mano libre. Me mira al llegar a su escritorio.

—Hasta luego, profesor —zanjo, estrellando con la misma fuerza que él usó para dejarla en mi mesa. No se inmuta y así salgo. Respiro hondo una vez estoy afuera.

Como no tengo ganas de seguir rondando por la universidad y las próximas dos clases no son importantes, camino directo a la salida para irme. Ya me dirá Cili lo que vimos y podré copiarlo, por ahora, no quiero seguir aquí.

No debí besar a Ryan, lo sé. Pero tampoco debí besarme y acostarme con mi tío y lo hice, así que ya ha quedado claro que tengo la mala costumbre de hacer lo opuesto a lo que debería, por ende, ya lo acepté.

Acepto que me gustó besar a Ryan.

Acepto que extrañaba besarlo.

Acepto que quería hacerlo.

Acepto que me encantó follarme a Masón.

Acepto que quiero volver a follarme a Masón.

Acepto que le tengo ganas a mi tío y profesor, lo acepto.

Acepto que soy una zorra, pero ¿acaso la que goza no es la que la apodan como zorra?

Por eso, prefiero ser una zorra que goza a ser una puritana frustrada.

Cuando estoy llegando a la casa, visualizo el auto de Masón. Suspiro y acelero el paso, creyendo que está dentro, pero antes de entrar, me giro de golpe al escuchar la puerta de su auto ser cerrada.

—¿Estás huyendo de mí? —cuestiona, encarándome. Arrugo el rostro.

—¿Por qué lo haría? —replico. Bufa.

—¿Qué fue todo ese espectáculo de temprano? —revira. Arrugo aún más el rostro sin entender.

—Estás hablándome en claves, Masón. ¿Qué es lo que quieres saber en sí? —pregunto, en cambio. Mira a los lados.

—¿Volviste con él? —interroga y debo tener muy bien desarrollado el oído, porque formula la pregunta muy, muy baja. Saboreo mis labios y me giro, abriendo la puerta. La dejo abierta después de entrar, invitándolo a que entre.

—¿Quieres beber algo? —pregunto, caminando directo a la cocina después de lanzar el bolso al sofá. No escucho su respuesta, pero sigo mi camino porque yo sí quiero algo. Encuentro una nota de la señora Graciela en la que me informa que me dejó la comida lista y que volverá a la noche.

—¿Vas a responderme? —insiste. Me giro ya con el vaso lleno de jugo.

—No, Masón, no volví con Ryan —zanjo, viéndolo a la cara.

—No seré su reemplazo, Dulce —dictamina. Alzo una ceja, dejando escapar una risita mientras me apoyo sobre la muleta.

—No eres un reemplazo, Masón. Eres un polvo. Somos un puto polvo y ya. Solo eso —declaro. La claridad de su mirada se torna oscura y camina con prisa hasta encerrarme entre su cuerpo y la esquina de la encimera. Mi muleta cae al suelo, pero no la miro porque Masón no abandona mi mirada.

—¿Un polvo? —pregunta, presionando mi cintura con fuerza. Contengo un jadeo, mordiendo mi labio inferior y asiento—. Me encargaré, entonces, de ser el mejor polvo que tengas, bombón —decreta para, ahora sí, tomar posesión de mi boca que tanto aclama la suya.

Me prendo de su cuello, enredando mis piernas en su cintura al cogerme por las nalgas. Jadeo su nombre al estrellarme contra una pared. Gruñe como poseído y nos saca a tientas de la cocina para lanzarme sobre el sofá.

Me apoyo de mis hombros para verlo quitarse el saco, desabotonando su camisa.

—¿Hay alguien? —pregunta. Niego con la cabeza, respirando entre jadeos y él sonríe con sorna.

—¿Vas a follarme aquí, tío Masón? —pregunto con voz inocente, pero abriéndome de piernas, dejando que el vestido suelto que llevo puesto se abra, revelando mi tanga. Gruñe al verme llevar mi mano a mi coño.

—Voy a follarte en cada rincón de esta casa, mi dulce zorrita —decreta.

—¿Y qué esperas para empezar? —lo reto, siendo eso lo que necesitaba escuchar porque gruñe diferente, necesitado, y lo próximo que pasa es su cuerpo arrodillado frente al mío, con mis piernas sobre sus hombros y su boca enterrada en mi coño, devorándome con hambre.

Bueno, la sinceridad de Dulce es resaltable, jajajaja.

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