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Capítulo 17 👯‍♀️

No sé cómo diablos he podido sobrevivir tantas horas luego de eso. No sé por qué le encanta tanto jugar con mi libido. No entiendo cómo es que, su retraso me excita tanto.

Cili no para de hablar y yo ni sé de qué me habla. Nota que no estoy entiendo y señala con frustración mi libreta sobre la mesa, la veo.

—¿Ahora sí entendiste? —pregunta y suena frustrada. Muerdo mi labio interior—. Joder, vamos, suéltalo ya —ordena.

—Cogeré hoy —suelto. Sus cejas se elevan tanto que se ocultan detrás del flequillo que usa.

—¿Con quién? —pregunta al recuperar su voz. Suspiro porque odio mentirle, pero tampoco puedo decirle que lo haré con mi tío, que además de ser mi tío, también es nuestro profesor.

No. Ya puedo escucharla darme un discurso en el que incluirá todos los motivos por los que Masón debe ser un no absoluto. El problema es que, ya lo sé, joder. Sé que él tiene una X pintada en todos lados, pero ¿qué le hago? Aún así, quiero seguir adelante.

Si no podía detenerme antes de besarlo, ahora que ya lo he hecho y que he disfrutado del sabor de su orgasmo..., ahora sí que es imposible que pare. No sé hacerlo. No sé cómo hacerlo. No quiero hacerlo.

Quiero vivir lo que tenga que vivir con él y ya, dejaremos esto pronto, lo sé. Él es muy él y se aburrirá de tener a una chica como yo. No va a soportar tener que verme bailar para otros, ser deseada por ellos... No permitirá que eso me guste, que ser el centro de atención me encante, que ser deseada me fascine. Nada de eso va a gustarle porque a Ryan no le gustó. Supongo que a ningún hombre le gustaría que la chica que se tira disfrute saber que otros quieren tirarsela.

Si yo fuese hombre no me importara, porque, ¿qué importa que a mi chica le guste que otros quieran follarla si, al final de cuentas, el único que la folla soy yo? Exacto, no me importaría.

Pero ellos no soportan eso. Y sé que Masón tampoco lo hará. Además, ¿qué edad tiene? No lo sé, pero le calculo unos treinta y cinco años. Me llevaría doce años, mucho, supongo.

Y claro, si todo eso no fuese suficiente, recordar que nunca podríamos gozar de una relación de verdad por nuestro parentesco, eso sí aniquila todo.

—Me estás asustando —dice Cili cuando suspiro con resignación.

—¿Recuerdas el hombre que te dije que conocí en el club? El que vi follarse a otra —le recuerdo. Abre los ojos y asiente.

—¿Él? ¿Por qué no te ves tan entusiasmada con la idea? —revira, mordiendo la parte de atrás de su boli.

—Él. Y sí estoy emocionada. Lo deseo demasiado. Pero también estoy nerviosa porque no sé lo que nos depare luego —explico, pero evito su mirada porque sé que está pensando en enamoramiento.

—¿Crees que tengan un futuro? —musita. Cojo aire.

—Es un hombre del que, fácilmente, podrías enamorarte —explico, diciendo justo lo que quiere escuchar y que sé que es cierto. Muerde su labio con fuerza.

—¿Y qué es lo que te limita? —insiste, viendo las libretas en la mesa, disimulando. Es pésima haciéndolo, hay que resaltar.

—Muchas cosas —confieso. Abro la boca, levantando la mano para que calle y me escuche—. No tendríamos futuro, Cili. No podríamos llevar esto más allá de lo sexual, créeme, es imposible hacerlo —zanjo.

—Si ya lo tienes listo, entonces, ve a por él y ya. Cogetelo, pero no te ates. No le des privilegios a un hombre con el que no tienes futuro. ¿Lo deseas? Vale, follalo hasta en el parque si es lo que ambos quieren, pero no sonrías con sus mensajes, no lo pienses antes de dormir, no lo dejes entrar de más en tu vida, Dulce, porque odiaría verte con el corazón roto por un amor que sabes desde antes de que empiece, que no va a funcionar —recalca.

Tiene razón. Eso es lo que debo hacer.

No más juegos con mi balita rosa en su nombre.

No más sonreír como idiota al recordarlo diciéndome bombón.

No más aspiraciones a futuro con su persona porque, simplemente, en mi futuro él no está y en el suyo, yo ni existo.

Será como cualquier hombre que vi, desee y me cogí, más nada.

Sí, eso debe funcionar.

Sonrío al ver cómo Cili alza su mano, enseñándome su dedo meñique para que lo entrelace con el mío en una promesa.

—Vale, putipromesa —acepto, entrelazándolo. Ambas reímos y volvemos a lo nuestro.

Ahora sí me concentro en hacer mis deberes, sacando su imagen, su nombre y lo que pasará de mi mente.

Nos concentramos tanto en estudiar que el tiempo se me pasa volando hasta que el celular de Cili se alumbra en la mesa, sonando. Lo veo y abro los ojos al deparar en la hora.

—¡Ay, joder, voy tarde! —chillo, levantándome para guardar todo.

—¿Para qué? —pregunta Cili como idiota. La veo mal.

—¡Para coger! —exclamo en respuesta, pero me avergüenzo al escuchar un gruñido y luego a alguien ahogarse con su saliva en la puerta. Giro la cabeza y ahí están Ryan y Rafael, su padre.

—¿Necesitas un aventón, Dulce? —pregunta el señor Rafael, recuperándose de su ahogo. Suspiro.

—En otras circunstancias, estaría muy avergonzada, lo sabe —recalco, señalándolo mientras lanzo todo en el bolso. Ríe bajo.

—Sí, lo sé. Encenderé el auto —avisa. Asiento y dejo un beso en los labios de Cili cuando se levanta y de forma exagerada me hace la señal de la cruz. Ambas reímos.

—Así que ya conseguiste reemplazo —dice Ryan a mi espalda, siguiéndome hasta la cochera.

—No tan rápido como tú, lo sé, pero te aseguro que el mío sí me come más rico y sabe hacer más que chillar como la tuya —prometo, girandome y guiñandole un ojo para luego entrar a la cochera, dejándolo gruñendo como animal herido.

Subo al asiento de copiloto del señor Rafael y maldigo al comprobar que no traje mi celular. Bufo con frustración.

—¿Necesitas un móvil? —pregunta el señor Rafael, adentrándonos en la autopista. Niego con la cabeza.

—No me sé su número, además, ha esperado semanas, puede esperar un par de horas más —aseguro. Ríe con ganas.

—Eso, que se lo gane —declara. Río con él, pero voy nerviosa, lo juro.

Casi olvido despedirme al llegar, pero lo hago y el señor Rafael solo ríe, negando con la cabeza por mi afán. Abro la puerta, creyendo que Masón estaría ahí sentado, pero no es el caso, así que suspiro y sigo derecho a mi habitación. Lo primero que hago es ver mi celular.

Dieciocho llamadas perdidas y tres mensajes.

Las llamadas son once de mi padre, siete de Masón. Me alerta lo de mi padre, así que entro en su chat de WhatsApp que no tiene mensaje alguno y le envío un audio mientras paso el vestido por encima de mi cabeza:

—Papá, lo siento, estuve estudiando con Cili toda la tarde. ¿Todo en orden? —dicho eso, salgo de ese chat y entro en el de Masón. Los mensajes son suyos.

Tío Masón.
18. 52 hrs: Pasaré a las siete por ti.

Muerdo mi labio y veo la hora. Joder. Los otros dos son mensajes de audio. Uno a las siete y dos minutos en el que decía que venía retrasado porque se le pinchó una llanta. El siguiente fue a las siete y treinta y cuatro, preguntando dónde estaba y por qué no había contestado sus mensajes. Culminó con un suspiro resignado, así que supongo que pensó que me arrepentí.

En vez de escribirle, marco su número, pero apenas comienza a repicar, se escuchan golpes en mi puerta. Suspiro e ignoro que estoy en ropa interior, sin sostén, y le abro a la señora Graciela. De seguro solo quiere confirmar que llegué bien.

Me encuentro de frente con mi perdición vistiendo pantalón de jean y polera Tommy Hilfiger... Muerdo mi labio inferior al encontrarlo viendo directamente mis senos.

—Bombón —pronuncia con esa voz ronca que se carga, poniendo enseguida mis pezones duros. Gruñe al notarlo.

Maldita sea, ¿cómo no caer por él, si el maldito solo invita a lanzarte de lleno por el precipicio?

Y sería un precipicio bastante delicioso, jajajaja.

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