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Capítulo 11 👯‍♀️

—Quiero más que probarte, Dulce. Quiero escucharte llamarme tío mientras te pruebo —confiesa, arrastrando su nariz por mi cuello.

Muevo la cabeza al lado contrario, permitiéndole el acceso total.

—¿Qué te lo impide? También fantaseo con lo mismo —reconozco en un susurro, apoyando mis manos en sus hombros cuando muerde donde mi pulso hace elevar la carne y la mano que tenía en mi cuello baja como caricia hasta mi seno izquierdo.

—Muchas cosas —responde, dejando un beso donde mordió—. Sobre todo una —prosigue y sale de su escondite para darme frente. Respiro con la boca abierta y de forma entrecortada—. Que desearé escucharte y probarte más de una vez —reconoce y pega sus labios con brusquedad contra los míos.

Cuando pienso que va a besarme y me preparo para tomar, tira del inferior hacia él, arrancando un jadeo diferente. Este es desesperado, ansioso, sufrido.

—Vamos a cenar que se hace tarde —suelta de pronto, cambiando como ayer, de forma abrupta lo que estaba pasando.

Se acomoda en su puesto, ajustando su cinturón mientras que yo solo puedo ver al frente, aún con la respiración pérdida, agitada.

Coloca el auto en marcha, pero a medio camino me toca bajar la ventana para que entre la brisa fría de afuera porque, de nuevo, esto es insoportable.

Veo de reojo como sonríe por mi acto, pero no dice nada.

Estaciona en el mismo restaurante en el que comimos con mi padre. Sin decir palabra alguna, solo me mira y sé que me está ordenando no salir con su mirada, pero estoy demasiado nerviosa como para esperar que él salga y abra para mí, así que salgo sola. Me mira mal desde su lado.

—Te encanta llevar la contraria —sentencia. Sonrío con chulería.

—Y a ti dejarme con las ganas —respondo sin poder evitarlo. Alza una ceja burlón. Niego con la cabeza y lo espero de mi lado para poder entrar juntos.

Me sorprende ofreciéndome su brazo, suspiro y lo cojo, intentando que no se note mi ligero temblor. Y dudo que sea por la brisa fría, porque, a pesar de llevar la espalda y piernas descubiertas, tengo calor.

Da su apellido al mozo y este nos guía a nuestra mesa. No es la misma de esa vez. Apenas nos acomodamos, lo miro.

—¿Por qué Erickson y no Davis? —pregunto, sintiendo mucho curiosidad por su respuesta.

—¿Tu padre no te ha contado nada? —réplica. Bufo porque odio que me respondan con otra pregunta.

—Te estoy preguntando a ti —reviro. Sonríe y sin dejar de verme, pide por ambos luego de preguntarme si quería comer algo especial y yo responder que lo mismo de esa noche.

Realmente solo quería comprobar si me prestó atención esa vez... Y sí, sí lo hizo.

En mi interior todo vibra por esa afirmación.

—Entonces, ¿Jhon nunca te habló de mí? —pregunta cuando el chico se va. Suspiro.

—¿Le preguntaste tú alguna vez sobre mí? —contraataco. Alza una ceja, retador.

No sé por qué no quiero hablarle de mí, quiero que me hable de él y ya. Quiero dejar de sentir que me desnuda con la mirada, pero que, al mismo tiempo, mientras más me desnuda, más descubre de mí...

—Supe de ti cuando tu madre murió —reconoce. Contengo el aliento, ese no es un tema que me guste tocar—. Tu padre no había aparecido en nuestro radar desde hacía casi, pues, muchos años. Mejor dicho, desde que se metió en la academia de policías —me cuenta.

Eso es algo que no sabía porque mi padre es como yo, no le gusta hablar de su pasado. Ni a mí preguntarlo, la verdad.

Sé que le pegó fuerte la muerte de mi mamá, por más que yo solo tenía dos años y ni la recuerdo. Él tampoco dejó que yo conservará algún recuerdo de ella porque todo lo quitó de mi vista.

Crecí sin ver fotografías familiares por la casa, solo éramos él y yo en todo.

Siempre hemos sido solo nosotros dos. Y, la verdad, nunca ha faltado nadie. Ni siquiera mi madre. Al menos, para mí.

—Le ofrecimos ir a verlo, pero se negó. Solo dijo que tenía mucho trabajo y que, no sabía si podría hacerlo bien.

—¿Qué cosa? —interrumpo. Sonríe.

—Criarte —confiesa. Eso me hace doler el pecho, no sólo por lo que hago para ganarme la vida, sino por estar aquí, frente a su hermano, deseando que me folle.

¿Qué clase de hija le hace eso a su padre?

Soy basura, realmente.

—Deja de pensar así, Dulce. Sé que no sabe lo que haces, pero tampoco debe avergonzarte hacerlo. Te vi bailar, no bailas para crear morbo, ellos ya tienen el morbo creado en sus mentes. Eres preciosa, te desearían hasta vestida de monja —zanja. Muerdo mi labio inferior.

—Me gusta lo que hago, pero no me gusta reconocer lo que él puede pensar si se entera que su dulce nena baila como zorra para hombres —confieso, siendo esa, la primera vez que le reconozco eso a otra persona que no es Cili.

Masón me mira sonriente, sin lastima en su mirada, solo comprensión.

—Imagina lo que pensaría de mí sí le reconozco que quiero a su dulce nena, siendo una nena traviesa mientras salta sobre mi polla —suelta. Abro los ojos de par en par, ahogandome con mi propia saliva de forma estúpida por sus palabras y la seguridad con la que las pronunció.

Se levanta de inmediato de su puesto para palmear mi espalda y ofrecerme la copa de agua que está en la mesa.

—Bebe, Dulce —ordena. Acepto la copa y bebo un sorbo, recuperando poco a poco el control de mi cuerpo.

Antes de devolverse a su puesto, se acerca un poco más a mi oído para susurrar en él, erizandome la piel por completo:

—¿Puedes imaginarlo? ¿Puedes imaginarnos a ti y a mí, follando aquí, en el baño, sobre la mesa, en el auto, en tu cuarto y en el mío? —pregunta, mordiendo un poco el lóbulo al final.

Pongo todo mi autocontrol a trabajar para no sonrojarme de excitación por sus palabras.

Pero sí que nos visualizo como dijo. Lo visualizo follándome en el baño, con mis manos apoyadas en la pared y él tomándome desde atrás.

Nos visualizo aquí mismo, él sentado en su silla y yo cabalgándolo mejor que una maldita Amazonas.

Nos visualizo en su auto, con él conduciendo mientras que yo me encargo de chupar su polla como la maldita experta que soy.

Nos visualizo en su habitación, sea donde sea esta, nos veo ahí, follando como locos en cada rincón de la misma.

Pero lo que me hace contener la respiración es imaginarnos en un lugar tan nuevo e imposible como lo es mi habitación.

Jamás lo llevaría ahí, así como jamás llevaría a ningún otro hombre, ni siquiera a Ryan.

Pero, a pesar de todo eso, puedo visualizarnos ahí, encima de mi pequeña cama, con su rostro a centímetros del mío, su mirada fija en la mía y follándome en compañía de mi balita rosa, arrancándome gritos de placer, asustando a la pobre señora Graciela.

Presiono las piernas, por ese último pensamiento que me hace saber que lo gozaría, joder, claro que lo gozaría.

Gozaría todo lo que dirase ese encuentro y después querría empezar otro más.

—Yo sí puedo hacerlo, Dulce —dice al ver que me quedé callada. Deja un beso en mi cuello y, ahora sí, regresa a su asiento para verme con la mirada oscurecida.

Joder, este hombre va a acabar con mi cordura.

Y sí que lo hace, jajajaja.


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