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Capítulo 1 👯‍♀️

Una semana antes.

—De verdad quisiera ir contigo, Cili, pero no me es posible y lo sabes —repito por décima sexta vez en los últimos tres minutos. Pone una cara de puchero.

—Pero, Dulce, si no voy contigo, ¿a quién voy a llevar? —se queja.

—A mí, obviamente —responde Ryan, sentándose a mi lado y moviendo de una vez mi rostro con brusquedad para plantearme un beso en toda la boca. Giro los ojos, alejándome de él.

—¿Y a ti qué mosca te picó? ¿No era que ya no querías saber más nada de mí por haberme ido de tu fiesta anoche? —cuestiono, cruzandome de brazos. Ryan sonríe de lado a lado, acomodándose mejor. Veo a Cili cuando se levanta y gira los ojos.

—Sabes que te amo demasiado como para no querer saber nada de ti, dulzura —acota. Bufo y me levanto también, riendo por lo bajo.

—Amas mi boca cubriendo tu polla, Ryan. Pero, ¿adivina qué? Yo puedo tener cualquier polla en mi boca, así que no amo solo la tuya. Por ende, yo sí no quiero saber más nada de ti —zanjo.

—Dulce, Ryan, ¿de nuevo discutiendo? —pregunta una voz que nos hace dejar de vernos. Cojo aire, viendo de pie al señor Rafael, sonreír en nuestra dirección.

—Él empezó —me defiendo y rodeo el sofá, pero no llego lejos porque tengo los brazos de Ryan arropando mi cintura y lanzándome de regreso al sofá, en el proceso giro los ojos en dirección a su padre que ríe.

—Hey, sí, está bien, fue mi culpa, lo acepto. Me comporté como un idiota anoche, pero, ¿no me amas así de idiota? —revira. Giro los ojos.

—No, Ryan, dejame. No quiero verte ahora. Anoche dijiste cosas muy feas delante de todos. Bastante tengo con tener que escuchar eso en la universidad como para tener que escucharlas también de tu boca. Sobre todo, porque ellos no saben todo, tú sí, así que jodete, que anoche tú no me querías y hoy soy yo la que no te quiere cerca —zanjo e intento deshacerme de sus manos, pero no me lo pone fácil.

—Ryan —advierte su padre y este suspira detrás de mí, soltándome.

—Bien, Dulce, si quieres estar libre para poder follar con libertad con otros, adelante. Pero que sepas que iré esta noche y me follaré a tu amiguita Paola. Esa que siempre me mira —advierte. Bufo.

—¡Qué tú y yo no somos nada, joder! —chillo, levantándome del sofá.

He perdido la cuenta de cuántas veces he tenido esta conversación con él durante los últimos meses, pero parece que no lo entiende y yo parezco sufrir algún trastorno porque vuelvo y caigo, metiendome en su cama.

Maldición.

—¡Siempre dices eso, pero siempre estás conmigo, maldición! —espeta, colocándose de pie también. Suspiro con cansancio porque, de nuevo, vamos a dar un espectáculo frente a su padre. Cili ya se perdió.

—Porque tú insistes, Ryan. Dios, es que, ya ni sé cómo hablar contigo —reconozco y me giro con la intención de irme.

—Exacto, siempre soy yo. Nunca has sido tú. Debería entender que, tienes razón, mientras que yo amo tenerte chupando mi polla, tú amas chupar la de cualquiera —suelta y eso, me hace dejar de ver a su padre para bajar la cabeza y negar.

Siempre es lo mismo.

Siempre dice ese tipo de palabras hirientes, luego me hace cosas hermosas en la universidad, me deja regalos en todos lados, me va a ver bailar cada noche en el club y después me lleva a casa, todo sin sobrepasarse nunca, hasta que yo caigo y lo beso y todo empieza de cero.

Mi relación con Ryan es un círculo vicioso en el que caemos una y otra vez. Tengo tiempo sabiéndolo, pero últimamente ya no lo tolero.

Ya no tolero que me diga puta y luego acepte a esta puta para él.

Ya no tolero que sus palabras lindas sean dirigidas a mí porque las feas todo lo opacan.

Ya no tolero que me bese porque, con cada nuevo beso, el constante recuerdo en mi mente de que, el motivo por el que sigo aguantando es porque prefiero tener esto con él que nada con otro..., me tortura.

Ryan es seguridad. Ese lugar al que puedo llegar en cualquier momento porque él nunca estará con otra, porque siempre estará disponible para mí. Ryan es lo que no siento cuando estoy sin él: compañía.

—Se acabó, Ryan. De verdad, se acabó. No habrán más oportunidades. De ahora en adelante, para mí eres solo el hermano de mi mejor amiga. Y para ti, para ti yo no soy nadie, ¿de acuerdo? —cuestiono, girándome. La mirada perdida que me dedica, me hace saber que encuentra la suficiente certeza en la mía como para temer.

—Dul...

—Se acabó —repito, cortando su intento de hacerme cambiar de opinión. Veo cuando pasa saliva. Me giro de nuevo y, con una última mirada al señor Rafael, salgo de esa casa, empapándome por completo con la lluvia, pero no me detengo para no darle la oportunidad de salir y llevarme en su auto.

—Vamos, Dulce, sube —pide el señor Rafael, interceptándome a unos cuantos metros. Veo hacia atrás, esperando ver a Ryan ahí, pero no está, así que subo.

—Perdón por mojar el auto —digo en un susurro, sin poder verlo a la cara.

—Esta vez se pasó de idiota, supongo. Pero que sepas que, si realmente estás dispuesta a dejar lo que tienen hasta ahí, limitaré todo para que no te moleste —promete a mi lado. Suspiro.

—Se lo agradezco —admito, sabiendo que lo que hará será quitarle sus tarjetas. Sin dinero, Ryan no es nadie.

No sabe sobrevivir sin sus tarjetas o sus autos.

Espero saber sobrevivir sin él...

El camino a mi casa pasa rápido, en el que ninguno dice nada más. Me deja frente a la puerta y cuando intenta bajar para abrirme, lo hago detener, recordándole que acaba de salir de un resfriado que lo puso mal. Acepta de mala gana y salgo corriendo para abrir la puerta, haciéndola sonar de forma molesta.

Pego mi espalda contra la puerta al cerrarla, con las lágrimas latiendo detrás de mis párpados, pero negándome a llorar por Ryan. Eso solo lo hacía durante el primer año conociendolo, no ahora, que llevamos casi tres en este plan.

—Ay, mi niña —musita la señora Graciela, saliendo de la cocina mientras seca sus manos en el delantal. Niego con la cabeza y bajo la mirada, siéndome imposible seguir reteniendo las lágrimas cuando ella me envuelve en un abrazo.

Suelto un sonido lastimero, aferrándome a su abrazo para poder llorar todo lo que necesito llorar. Ni siquiera sé poner en orden los motivos por los que lloro, sabiendo que esta relación nunca nos llevaría a ningún lado, pero soltar siempre ha sido difícil.

Sin embargo, soltar a quien le has dado todo, es más difícil aún.

—Todo va a estar bien, mi niña —asegura la señora Graciela, sobando mi espalda con paciencia. Asiento entre mis sollozos, sabiendo que es así.

Así será.

Olvidar es difícil, pero intentarlo es fácil.

Y para mí, la mejor manera de olvidar es crear nuevos recuerdos.

Necesito muchos recuerdos follando para dejar de extrañarnos a nosotros follar.

Bueno, ni sé qué decir, jajajaja.

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