5: Con cualquiera, menos Adolfo
CAPÍTULO 5:
Con cualquiera, menos Adolfo.
Llego a mi casa después de cenar con mi familia. Por mucho que papá me insistió en que me quedara, le pedí que me trajera, porque tenía que terminar de acomodar las cosas que Ulises se va a llevar. Aunque eso no es verdad, no acomodé ni un carajo y no pienso mover un dedo por ayudarle, aunque me duela quizás un poco. No quiero estar con mi familia y que me vean llorar hasta dormirme, como les dije, mi humor no está para compartirse con nadie.
Ulises está esperándome en la puerta cuando llego. Me ve enojado cuando cruzo el pasillo y se da cuenta de mi presencia. Está por decirme algo, pero lo callo, diciéndole que sólo entre por sus cosas y le abro la puerta.
Mientras él comienza a armar cajas, me baño para dormir. Tallo mi cuerpo y me entero que tengo harina hasta en los codos y que sí logré quemarme los dedos cuando tomé el molde. De nuevo siento ganas de llorar, creo que estos días me he convertido en una dispensadora de lágrimas. Lloro, pero esta vez sólo por mi despido y mi torpeza, ya no pienso llorar más porque me dejaron, por mí que se vaya al carajo. Pendejo.
—Dari, me faltan algunas cosas, pero vendré por ellas mañana. —Termino de cambiarme cuando lo escucho. Salgo y está parado en la puerta de la habitación.
—No voy a estar estos días, así que llévate todo ya. —Mi voz se escucha más enojada de lo que quisiera—. Y no voy a dejarte las llaves.
Perdí una de las copias y la de él la tiré, las mías no se las suelto a nadie. Pero no es por eso, no voy a ir a ningún lado, en realidad no quiero verlo más, no me hace nada bien.
—Bien —dice, cansado—. ¿Quién te compró el helado? Dime con quién estás saliendo, digo, para sentirme mejor.
La rabia me recorre el cuerpo en instantes. Sentirme mejor. ¿Y yo qué voy a hacer para sentirme mejor? ¿Es que él cree que me voy a sentir mejor saliendo con otro de la noche a la mañana? Tres años juntos, y es él el que se olvidó rápido, pero porque ya tenía tiempo con la vieja esa, yo no, no salía con nadie más, él era el único en mi vida.
—No salgo con nadie, sólo lo encontré de casualidad. —Decido no exaltarme, no es sano y miento, bueno, a medias—. Creo que lo conoces, dijo ser tu amigo hace años. Adolfo. Adolfo Fuentes se llama. Es buena onda.
Noto que aprieta los puños y frunce el ceño. La habitación se ha llenado de un aura muy extraña, un escalofrío extraño me recorre cuando por fin habla.
—Con él no, Dariana, con cualquier tipo, pero ese no. Con cualquiera, menos Adolfo. —Su mandíbula está tensa, lo que agrega me hace enojar—. No te quiero ver con Adolfo.
—Si yo quiero salir con Adolfo, salgo con él, tú no me vas a decir con quién puedo o no salir. —Me cepillo el cabello y salgo de la habitación, yendo directamente hasta mi bolso que dejé en uno de los sofás, pegados a la pared.
—Dariana —demanda, firme.
—Vete ya, mañana vuelves por tus cosas, pospondré mi viaje, pero no te quiero aquí, tuve un día de mierda, no me lo amargues más.
Me siento, esperando a que se vaya, saco mi teléfono y lo conecto a cargar. Ulises sigue ahí, no quiere irse. Enciendo mi teléfono y, cuando ya está iniciado, me llegan mensajes a lo loco.
Sonia, Gonzalo, Samuel, Ulises pidiéndome que le abra y, convenientemente, también de Adolfo.
Adolfo alumno: ¿Estás mejor? Intenté llamarte, pero me mandó a buzón. Me quedé muy preocupado.
Yo: Acabo de llegar a mi departamento. Gracias por tu ayuda hoy.
Miro de nuevo hacia donde está Ulises, sigue ahí, perturbándome, viéndome como si me tuviera coraje, o no sé.
Mi yo insensato actúa de la manera más exagerada que se pueda y le envío otro mensaje a Adolfo.
Yo: Ulises está aquí, y no se quiere ir, me está dando miedo, actúa raro.
—Dariana, mira, es que Adolfo y yo éramos amigos, pero él me traicionó.
—Tú me traicionaste a mí, no son muy diferentes.
Qué bueno que lo piensas, Dariana, me digo, porque hablo de un tipo que no conozco como si ya supiera si él realmente no es como Ulises y pueda o no traicionarme.
Adolfo alumno: Voy para allá.
Mierda.
Yo: No sabes dónde es. Estoy bien, Adolfo, ya llamaré al portero para que lo saque.
Ulises llama mi atención, golpeando la pared. Doy un salto de mero susto. Ahora estoy deseando haberme quedado con mi mamá, sin importar si este tipo necesitara de entrar o no. Tengo mucho miedo de verdad.
—A Samuel le gustas, Dari, y con él sí. —Ahora parece desesperado. Me siento incómoda y preocupada, por mí, claro. Luego caigo en cuenta de lo que ha dicho—. Puedes salir con Samuel, ser su novia, casarse si quieres y tener hijos, pero con Adolfo no.
Me cabeza se revuelve mucho más, me va a estallar o no sé qué vaya a pasar, estoy asustada, alterada, pero trato de tranquilizarme.
—No digas locuras —Me quedo en mi lugar—. Vete, por favor. Ni siquiera sabes lo que dices.
—Sé lo que digo, él me confesó que le gustas hace unas semanas, no le reclamé ni nada, porque...
—Porque ya me estabas traicionado, ¿no? —Lo interrumpo, levantándome, mi calma se fue—. No te molestaba saber que tu amigo, nuestro amigo, te dijera que le gustaba tu prometida porque ya estabas con otra, ¿no es así? Claro, tu culpa se iba a sanar sabiendo que Samuel era quien me haría superarte. ¡Oh, cuánta razón tienes! Voy a superarte, Ulises, pero con quien se me dé la gana, y si es con Adolfo, pues bienvenido sea, tú no me vas a imponer nada.
—¡No puedes salir con él, te lo prohíbo!
Siento que se acerca, un aura distinta a la anterior inunda la sala, pero en esta siento, por alguna extraña razón, que quiere golpearme, lo confirmo cuando levanta una de sus manos y...
—¡Le pones un dedo encima y no la cuentas, hijo de puta!
¿Adolfo? No sé cómo llegó aquí, pero me da alivio verlo acercarse a mí y ponerse en frente.
—¿Tú qué haces aquí?
De acuerdo, fue mala idea levantarme esta mañana.
—Ya vete, Ulises, por favor. —Mi voz sale amortiguada, estoy a punto de llorar. Ulises empuja a Adolfo, ignorándome, también siento el empujón llegar hasta mí.
—Ya, no hagas escándalos, Ulises, ¿no ves lo mal que está Dariana? —Adolfo gira para verificar mi estado—. ¿Te hizo algo?
Le niego. Entonces Ulises estalla, halándolo y soltándole un golpe en la cara que lo tira al suelo.
—¡Ya, Ulises! —Mi grito es desgarrado—. ¡Ya lárgate de aquí!
Me armo de un desconocido valor y lo empujo hasta afuera, los vecinos ya han salido a averiguar qué pasó, incluso el portero está aquí.
—Le estaba pegando, yo oí, Antonio, el güero le soltó un golpe a la Darita. —La vecina de en frente ha salido con uno de sus peculiares trajes de dormir y uno de sus hijos en los brazos. Se dirige a mí esta vez—. ¿Estás bien, cariño?
—Sí, sí, doña Josefa. —Ella asiente mientras Antonio se lleva a Ulises del piso a jalones, luego ella se mete a su departamento. Regreso al mío a ver cómo está Adolfo, lo veo sentado en el suelo todavía y me le acerco, hincándome—. Adolfo, ¿estás bien?
—Sí, más o menos, ¿tú?
Bueno, mi ex, el supuesto hombre que amo, o amaba, el que se iba a casar conmigo, que supuestamente me amaba con todo su corazón, ¿estaba por pegarme? A lo mejor aluciné... No, de verdad lo vi, estaba a punto de hacerlo. ¿Cómo estoy? Ya no lo sé. Aun así, miento.
—Sí, todo bien —digo, pero luego comienzo a llorar de la nada, siento sus brazos rodearme de repente y lo dejo confortarme—. Él iba a golpearme...
—Sí, pero llegué.
—Si no hubieras llegado...
—Logré llegar, Dariana, estás bien, es lo que importa.
Su abrazo me mantiene en calma.
—Espera.... ¿Cómo llegaste aquí? —Niego con la cabeza, espabilándome. Me separo un poco y lo miro. Siento que estamos demasiado cerca.
Baja la cabeza.
—Sonia me ayudó, de hecho viene en camino, creo que la asusté y la escuché decirle a Gonzalo que debían venir a verte. —Levanta la cabeza, mostrándome su rostro y descubro que tiene sangre en la ceja, demasiada—. Me dio la dirección del edificio, lo demás lo investigué con el portero que me vio alterado. Y bueno, afortunadamente vivo a un par de cuadras de aquí, me vine corriendo y llegué pronto.
—Sí, lo hiciste. Ahora déjame agradecerte; te curaré.
Me pongo a buscar alcohol y algodón con los vecinos porque yo no tengo, doña Josefa me da el alcohol y termino obteniendo algodón con Antonio. Regreso con Adolfo, encontrándolo ahora sentado en el sofá con un vaso de agua que se está echando en la herida para eliminar un poco de la sangre que escurre por su cara.
Vuelvo a hincarme y comienzo a limpiarle la herida con cuidado, tratando de no lastimarlo. Su mirada recorre mis movimientos y lo que menos siento es incomodidad o nervios, mi cabeza está en otra parte todavía, todos mis problemas juntos en un solo día, esto debería de matarme, pero no, aquí sigo, soportándolos.
Adolfo me detiene la mano y luego me toca la cara, lentamente me recorre las mejillas, secando las lágrimas que ni siquiera sabía que tenía, estoy llorando todavía, me siento horrible.
—Eres realmente...
—¡Dari! ¿Pero qué fue lo que pasó? —Sonia abre la puerta y entra rápido, llegando hasta nuestro lugar. Gonzalo está tras ella, ambos están en pijama. Alejo la mano de Adolfo como si esta fuera una clase de repelente y me dirijo a ellos.
¿Qué iba a decir?¿Realmente qué? ¿Hermosa? ¿Bonita? ¿Estúpida? Dios, ¿qué estoy pensando?
—Bueno... Yo, pues hice quizás algo muy estúpido, dije cosas... —Me muerdo los labios—. Todo empezó por el estado del helado que Adolfo me compró. De ahí, sólo les diré que iba a golpearme.
Evito hablar de todo lo que me dijo y de por qué realmente me lo dijo. No quiero que piensen mal, o, principalmente, no quiero darle falsas esperanzas a nadie, mucho menos quiero hacer más grande esto.
—¿Qué le pasa al imbécil, Dari?
—¡Pues no lo sé, quiere condicionarme cosas! Me dijo uhmm. —Me detengo y respiro, luego hablo más calmada—. Quiere verme con otro para sanar sus culpas, pero él quiere elegir con quién exactamente, lo hubieras visto, Sonia. Parecía un loco.
Vuelvo a llorar, fuerte, desgarrado, me duele la garganta, el pecho, la cabeza, el corazón. Absolutamente todo me provoca dolor.
—Ya no puedo más, Sonia, hoy me despidieron y para rematar me pasa esto. Si Adolfo no llega no sé qué hubiera pasado... —Mis sollozos se mezclan con mi intento de hablar, salen chillidos e hipos. Luego, lentamente dejo de llorar, despacio, más bajo, entonces, sólo sé que me voy, no sé a dónde pero me resulta tranquilizante. Caigo en una suave nube que me lleva a un lugar del que no tengo idea, pero dejo que lo haga.
Despierto. Mis ojos pesan pero siento que ya he dormido lo suficiente, no sé cómo llegué a la cama, sólo sé que estoy acompañada. Me giro, asustada, pero me tranquilizo cuando veo a Sonia, está de espaldas a mí, abrazada a una almohada. Me incorporo, tallándome los ojos. Está el mismo desorden que ayer, así que los recuerdos vuelven y se me estruja el estómago. ¿Cuándo me dormí? ¿Dónde están Adolfo y Gonzalo? Nunca supe cuándo se fueron. ¿Me desmayé? Eso parece, porque no recuerdo nada más que estaba llorando.
Me levanto despacio, procurando no despertar a Sonia, y salgo hacia la sala, desde la puerta alcanzo a ver las piernas de Gonzalo, su pantalón de pijama de Los Simpson me hace reconocerlo.
Voy hacia la cocina por un poco de agua. Mi garganta está seca y tengo mucho calor.
Abro el refrigerador, saco el agua, unos huevos para intentar hacer el desayuno y acomodo todo en la mesa.
—Deja ahí, yo lo hago. —Sonia aparece, adormilada, en su pijama de unicornios y con el cabello alborotado—. No hagas nada en unos días, ¿puedes? Al menos hasta que te sientas mejor. Por hoy yo preparo el desayuno. Quizás te haga bien irte unos días con mi tía Catalina.
Le doy la razón, sonriéndole a medias, luego se me sale preguntarle por Adolfo.
—Cuando te desmayaste, te recostó en la cama después de que cayeras en sus brazos. —Hace un gesto dramático, poniendo sus manos en su frente—. Y se fue cuando terminé de curarlo, Ulises le dejó una leve abertura en la ceja, pero estaba bien cuando se fue, no te preocupes, dijo que lo llamaras si necesitas algo.
—Siento que me salvó la vida —comento sin pensar. En realidad puede que suene exagerado, pero así me siento—. ¿Me ayudan a sacar las demás cosas de Ulises? No quiero verlo más aquí, y prefiero dejarle todo a Antonio, para cuando vuelva que se las pida a él.
—Claro que sí, por mí encantada. Además me sentiría más tranquila. —Me abraza.
Suspiro fuerte para no llorar de nuevo. No sé qué vaya a pasar ahora que estoy consciente que Ulises es un potencial golpeador. ¿Se dice así? Ni idea, pero es eso, estuvo a punto de golpearme por una tontería. Aunque, ¿de verdad será una tontería? A lo mejor dijo la verdad... A lo mejor... No, a lo mejor nada, voy a descubrirlo todo, quizás, con el tiempo, no lo sé, pero Ulises no me va a envenenar el alma con sus innecesarios celos u orgullo, siquiera puedo considerarlo como ningún sentimiento, porque ni yo lo comprendo.
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