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2: Él

CAPÍTULO 2:

Él

Sonia: De acuerdo. Estoy siendo muy exigente, perdona, Dari, de verdad quiero que tú me hagas mi pastel, así que se pospone la boda; ya hice un par de llamadas, será en una semana más.

Recibo su mensaje cuando salgo de edificio. Por mucho que me agrade tener más tiempo, no puedo hacerle esto a ella. Ya han esperado demasiados meses para casarse, y no me parece justo que lo pospongan por mí.

Yo: No. Lo remediaré hoy.

Sonia: Ya dije, tómate tu tiempo. Mamá y papá ya lo saben y mis suegros también. Tú tómate un descanso estos días, Dari. Te quiero.

Suspiro, aliviada. En realidad lo estoy totalmente. Quiero hacer ese pastel, quiero ser parte con lo que mejor sé hacer.

Cuando terminé la preparatoria, les dije a mis padres que quería ser repostera, tener mi propio negocio y me han apoyado en todo. Ahora, después de muchos cursos y muchas metidas de pata, aquí estoy, sólo me falta el negocio, y eso ocurrirá cuando logre llegar a la suma en mis ahorros. Mi papá me dice «Eres la Tiana de la repostería» cuando le hablo de cómo quiero que se llame y de a cuánto daré mis postres. Me hace mucha gracia, mi padre es tan gracioso, seguramente eso enamoró a mi madre.

Paso por la preparatoria para hacerle una visita a mi mamá que es profesora ahí, pero me arrepiento al ver cerrada la entrada y a la guardia con cara de amargada que me ve, odiándome como siempre. Pinche vieja loca, ni quién la entienda.

Decido continuar mi camino hasta que me encuentro una dulcería y recuerdo que debo comprar más colorante y algunas decoraciones de dulce para recrear el pastel de Sonia.

—Siento que voy a abandonar los cursos si lo intento, siempre lo hago, valer madre es mi pasión. —Escucho a un tipo cuando estoy entre las chispas de chocolate, riéndome.

¿Es eso? Ahora cualquier cosa que escucho me da gracia. El mensaje del tipo justificando su ausencia aún lo tengo en la cabeza.

—No seas ridículo. —Parecen tener una discusión muy acalorada, ella se nota frustrada.

Salgo del pasillo y me acerco al mostrador. Ahí lo veo. Es alto, demasiado para mi altura, trae un uniforme de trabajo, lo sé porque he visto gente vestida así para las bodegas del centro. Su cabello es castaño medio largo y su piel es clara. No parece el tipo que se está quejando.

—Lucía, es que, ¿y si doy mala impresión? Ella insinuó que era mujer. Me llamó «señorita». El curso es para madres solteras y ahí voy de curioso a inscribirme, por Dios.

Me atraganto con mi propia saliva, y capto su atención. Me siento roja y avergonzada... Esperen, ¿será este ese tipo Adolfo?

«No, coincidencias seguramente».

—¿Encontró lo que buscaba? —Me habla la chica y la miro.

—Sí, bueno, no, ¿no hay vainilla?

—Aquí la tengo. —Se agacha en el mostrador, buscando.

El tipo me escanea más descarado que nada, frunciendo el ceño, me mira de pies a cabeza y yo no puedo evitar verme; mis pantalones ajustados negros y mi blusa azul están llenos de harina, supongo que eso es lo que llama su atención.

—Tengo de ocho pesos, de quince y de treinta, ¿cuál necesitas? —Lucía llama mi atención de nuevo y la veo, noto una mueca rara mientras mira al tipo y luego a mí.

—De treinta —pido y me lo da—. También... ¿Azúcar mascabado?

—Oh, no, eso no. Se me terminaron. —Se disculpa—. Me llegan mañana.

—De acuerdo. —Asiento bajo la atenta mirada del tipo—. ¿Cuánto es en esto?

—Doscientos trece. —Me sonríe Lucía. Le pago y, mientras ella mete mis cosas en una bolsa, él me sonríe y yo siento que correspondo. ¿Por qué lo hago? No sé, pero su sonrisa es atrayente y contagiosa.

Lucía me da mis cosas con una actitud distinta a hace segundos, cosa que me hace pensar que estoy metiéndome en territorio ajeno con una sonrisa, por lo que decido mejor irme. Este día está siendo más raro de lo que esperaba.

—¡Sabe horrible! —grito, desesperada. No puedo, de verdad que no puedo recrear ese bendito pastel. Es como si hubiera olvidado cómo hacerlo. Maldito Ulises que ve vino con sus cosas y me bloqueó la venita de la repostería.

Quiero llorar otra vez, quiero tirarme al suelo y hacer berrinche como niña pequeña, quizá es muy infantil de mi parte, pero no puedo evitar sentirme así, tan vulnerable y enojada con todos.

Lo dejo un momento por la paz, mi paz. Son las diez con cuarenta, tengo que dormirme si no lo arruinaré de nuevo mañana. Aunque preferiría seguir intentando, no debo, así que me voy a la habitación, acomodo todo para dormir y luego me baño. Necesito despejar mi mente, necesito calmarme, porque, si no lo hago, me van a despedir y es lo que menos necesito ahora.

—Buenos días, Dariana. —Me sonríe Manuela, la chica embarazada, trae consigo una caja. Esta vez viene sola—. Traje chocolate, mantequilla y azúcar glass como te dije ayer, no me siento cómoda que esto de aprender sea gratis, tú inviertes tu tiempo.

No me acuerdo ni un carajo de la conversación, aun así le agradezco y sonrío, invitándola a tomar su lugar. Tania aparece junto a Leah y se disculpan con Manuela por no recogerla, luego se giran para saludarme a mí. Las tres comienzan una conversación de la cual prefiero ser ajena y saco mi teléfono, tengo llamadas perdidas de Sonia y también mensajes. Incluso de Gonzalo, Samuel y ¿Ulises? Ignoro ese último al darme cuenta que también tengo la conversación encendida de "Adolfo alumno". Tres mensajes.

Adolfo alumno: ¿Y si no voy?

A lo mejor paso vergüenzas, y no gracias.

Usted me llamó señorita, ¿y si todas se burlan? Soy un hombre, y pues el curso es para mujeres, ¿no?

Ruedo los ojos, ¿tendría que darme gracia su inseguridad? No sé, pero me la da, y sé que es un poco mi culpa, aun así, le respondo.

Yo: El curso es para quien quiera tomarlo. ¿Masculinidad frágil?.

Cuando veo que se envía y es leído, una voz de reprenda aparece en mi cabeza. Es la de mi mamá diciéndome que es algo inapropiado y poco ético haberle enviado aquello.

Adolfo alumno: Qué poco profesional, profesora.

Me río, captando la atención de las chicas y sólo así noto que ya están casi todas.

Yo: Qué poca seguridad y confianza. Ya voy a iniciar, es su problema si no viene. Buen día, CABALLERO.

Me dispongo guardar mi teléfono en mi bolso y lo pongo en el suelo, cuando me levanto para iniciar la clase, veo al tipo de ayer en la dulcería, parado en la puerta con el teléfono en la mano, viéndome. Todas las chicas están embobadas con él excepto Manuela quien está concentrada en su barriga por los movimientos de su hijo, supongo.

—¿La clase de repostería? —pregunta ¿Adolfo? Tiene una actitud entre seria y a la vez insegura.

—Así es —digo, invitándolo a pasar—. Dariana Luna, un gusto.

Pasa con vergüenza y se aloja en la primera mesa que parece estar libre, pues nadie se ha acomodado. Aun así, nadie protesta porque él se adueñe del lugar.

—¿Cómo se sintieron con la preparación de la masa? —Trato de normalizar en ambiente. Las chicas están embelesadas, pero también tienen cara de preguntarse qué hace un hombre en la clase.

—Uh, uh, ¡yo practiqué ayer por la noche! —Manuela es la única entusiasmada en el salón—. Me quedó un poco aguada de más, pero ya entendí un poco.

—A mí no, soy el fracaso. —Leah se lamenta—. Voto por que volvamos a repetir la clase esa.

—¡Yo también! No sirvo. —Entre todas comienzan a lamentarse. La única que está orgullosa de haber arruinado un poco la masa es Manuela, hablando sobre que algún día, con práctica, logrará hacerlo bien. Creo que ya sé quién será la mejor en mi clase.

—Echando a perder se aprende —digo, sonriéndoles—. Si les hace sentir mejor, ayer quemé el pastel de bodas de mi mejor amiga, y, mientras les enseñaba, arruiné mi masa debido a los nervios.

Adolfo frunce el ceño. Sus cejas captan mi atención. Así no se parece al tipo que me sonrió con seguridad y egolatría ayer, sé que lo es, pero ahora parece un tipo indeciso y tímido.

—¿Por qué? Yo leí que eres genial en un grupo en Facebook. —Tania me anima—. Hiciste el pastel de graduación de la Universidad en la que se jubiló tu abuelo y ahora trabaja tu padre, ¿no?

Me sonrojo, lo sé, siento el ardor leve en mi cara. Hace como trece años de eso, apenas el año pasado hice ese pastel del que todo mundo habló, y todos conocen la Universidad sólo por el nombre de mi abuelo, Lauro Valdez. Mi papá aún trabaja allí y decidió que hiciera un gran pastel para agradecer a todos los alumnos el buen acogido que le han dado como el nuevo director. Hice una réplica exacta de la Universidad.

—¿Por qué mejor no iniciamos? —No quiero hablar del por qué mi habilidad se ha ido al carajo de la noche a la mañana. Soy tan mala escondiendo lo que siento que seguro les termino contando toda la historia a estas chicas... Y a Adolfo—. Dado que el señor aquí presente no vino ayer y ustedes tienen aún dificultades, volveremos a hacer la preparación de la masa.

A lo largo de la clase, confundo la azúcar glass con la harina y arruino mi tercera masa. Procuro que nadie se dé cuenta y me dedico a revisar sus preparaciones. Todas han logrado hacerlo, incluso Adolfo, quien orgulloso me muestra su perfecta masa sin ningún grumo. Una satisfacción me llena el pecho. Estoy arruinando todo lo que mis manos tocan, pero estoy enseñando bien al menos.

¿Por qué tiene que afectarme tanto? El problema en realidad es que todavía lo quiero y siento terrible que me haya dejado por la vecina. Tantos momentos juntos y siento que me ahogo sabiendo bien que, cuando llegue al departamento, él ya no estará ahí o no llegaré y prepararé cena para dos en su espera. Eso me recuerda que todavía tiene sus cosas y lo veré en los próximos días, cuando vaya por ellas. Cuando se lleve las cosas que me traen recuerdos y me provocan ganas de llorar cuando las veo.

Respiro, volviendo a la realidad, mi masa es el mayor de los desastres de nuevo, huele a levadura y a azúcar, demasiada en verdad. Me da náuseas verla, lo juro, ¿y así pienso insistir en recrear el pastel de Sonia? No sirvo ahorita, no mientras mi corazón esté más roto que mi mesa después de la ruptura. Descubrí que le quebré una cuarta parte cuando le aventé una charola a Ulises, era de vidrio la pobre mesita, la compramos hace un año.

—Prometemos que mañana sí te recogemos temprano. —Levanto la vista hasta las chicas que preparan sus cosas para irse. Miro el reloj en la pared a lado de la puerta y ya es la hora de irme, la clase ya terminó y yo ni enterada—. Oye, Dari, ¿cuándo aprenderemos a hornear?

—Mañana —digo sin pensar—. Sí, mañana les enseño, por ahora, ya quedó la masa que es lo principal.

Las veo irse conformes y comienzo yo a preparar mis cosas, saco el teléfono de mi bolso y veo los mensajes de Sonia.

Sonia: CONTESTAME, HIJA DE TU MAL DORMIR. ESTOY PREOCUPADA.

Sonrío de lado, ese mensaje es de hace unos minutos, los demás dicen que necesita hablar conmigo. Que me necesita urgente.

Yo: Estoy bien. ¿Qué pasa?

Sonia: Nos vemos en la heladería de Magdalena en treinta.

En el mensaje de Samuel me pregunta cómo estoy y la siguiente conversación que abro es de Gonzalo.

Gonzalo: ¿Sabes por qué Sonia anda rara? Ayer por la noche salió corriendo de la casa y durmió con su mamá. No me quiso decir qué onda, solo me dijo que no estaba molesta conmigo. Ayuda, wey, usa tus poderes de mejor amiga.

Yo: La veré en media hora, ahorita te investigo.

Ulises: Necesito hablar contigo urgente.

Hago una mueca con la conversación de mi ex. Son como diez mensajes.

Ulises: Contesta, por favor.

¿Y las llaves que estaban en el tapete?

Quiero entrar y tampoco están las de la pinche maceta, Dariana.

Tendré que volver en la tarde.

CONTESTA. Ya te vi conectada.

Sé que me odias, pero tengo que sacar mis cosas, Dari, por favor.

Le clavo el visto cuando siento que vibra el teléfono con un nuevo mensaje. Me salgo de la conversación y miro que es un mensaje de Adolfo.

Adolfo alumno: Eres la chica bonita de la dulcería :0.

Levanto la vista, pero ya no está en el salón, de hecho estoy sola.

Yo: Y tú él, el HOMBRE de la dulcería :0.

Le respondo y recibo de vuelta emojis de risa.

Yo: Perdón por mi falta de profesionalismo y por llamarle señorita.

Decido disculparme, los demás no tienen por qué cargar con mis corajes.

Adolfo alumno: I love it when you call me Señorita.

Ok, no xd

No hay bronca, gracias por integrarme :) hasta mañana, profe.

Sonrío como idiota y termino todo lo que me falta para al fin irme. Siento, por un momento, que todos mis problemas desaparecen, mi cara está expandida en esa sonrisa y la considero una luz al final del túnel. Me siento con una calidez rara que luego pienso en lo boba que es, sin embargo, cuando llego a donde Sonia me citó, releo el último mensaje de Adolfo y sonrío de nuevo. «Gracias, Adolfo, llevaba días sin sonreír sin compromiso».

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