13: Desahogándonos
CAPÍTULO 13:
Desahogándonos.
D A R I A N A
—¿Que hiciste qué? —Sonia está sorprendida. Se ríe de mí después y también no sabe cómo actuar, más bien noto preocupación. En estos momentos, no sé si por mí o por Adolfo.
—Lo besé —le repito y entro al probador. Estamos en la tienda de novias, vine por mi vestido de dama y tengo que probar si me queda con los arreglos que le mandé a hacer—. Sé que estuve mal, bueno, al principio lo pensé porque según yo lo hice para salir del problema. ¡Creí que Lucía le había dicho la verdad!
Me meto el rosado vestido y sonrío cuando encaja perfectamente en mi cuerpo, la primera vez me quedaba enorme. Es corto hasta las rodillas y tiene un tul que hace que el vestido llegue hasta el suelo. La temática de las damas y padrinos la eligió Sonia, es muy de los 60.
—O sea que la cosa es así. —La escucho cerca, debe estar del otro lado de la puerta—: Fuiste a averiguar sobre su problema con Ulises, luego llegó y huiste, te mandó un mensaje y pensaste que sabía, y tu solución fue darle un beso, ¿me equivoco?
—No —admito y salgo a pesar de la vergüenza—. No lo haces, fue un impulso porque no quería que pensara que solo me importaba el problema que tuvo con Ulises.
Sonia me ve de pies a cabeza y, una vez que lo aprueba, me hace volver al probador para que me lo quite, así por fin irnos.
—¿Y es verdad; te importa más lo que pasó o él? ¿Qué sentiste cuando se basaron? —pregunta con seriedad, al menos su voz no lleva burla y lo siento—. Por lo que me detallaste, el beso duró bastante y tú lo besaste un par de veces más.
El estómago se me estruja, recordando. Al principio, cuando le solté el pico, sentí una especie de electricidad, como esa cuando tocas el cable roto por accidente y de inmediato lo dejas. Fue extraño, y admito que después me volví a pegar a sus labios porque me gustó ese pequeño brote de electricidad y quería saber si me podía electrocutar completa.
Y descubrí que sí. Adolfo besa tan fantásticamente bien. Sus labios con tan carnosos y los sabe mover muy bien. Me encantó que sus manos recorrieran mi espalda y que su agitada respiración se mezclara con la mía. Su olor se me quedó en mi ropa e, incluso, cuando entré a mi habitación, pegué mi nariz en mi blusa y rememoré cada bendito segundo en el que sus labios se movieron sobre los míos, completándose el uno al otro. Todo fue maravilloso. Besar a Adolfo fue maravilloso.
—Aunque he de admitir que me importa mucho saber lo que pasó, también debo ser sincera y decir lo que sentí… ¿Recuerdas cuando, en secundaria, Tadeo me besó? —Me río como tonta cuando asiente y sonríe. Sabe lo que diré—. Te dije: es como si hubiera subido a una montaña rusa que llega hasta el techo del hospital.
—Me reí como foca esa vez, porque el hospital no está tan alto. —Se ríe y la sigo mientras salimos de la tienda, yéndonos hacia mi carro—. ¿Entonces eso sentiste con Adolfo?
—No. —Me siento como una adolescente después de su primer beso—. Con Adolfo, cuando nos besamos debidamente, sentí que la montaña rusa me llevó al cielo y, una vez ahí, un astronauta me ayudó a ir tan arriba para que viera cuánta emoción me dio besarlo.
—Ay, qué cursi… y fantasioso todo, pero lindo.
Ambas nos subimos al carro y, antes de arrancar, me recargo en el volante y suspiro, me siento agitada, con la adrenalina bombeando al mil por hora.
—Creo que me gusta —le confieso—. O tal vez creo que debo creerlo porque yo le gusto.
—Ay, no lo digas así de feo. Yo digo que más bien sentías la curiosidad y simplemente lo descubriste, pero te da miedo porque crees que es pronto tener algo con él.
En realidad, mi miedo es Ulises, mas no es exactamente el meollo del asunto.
—Solo es exactamente eso; siento que es muy pronto, Sonia.
No quiero arruinar nada por algo precipitado, no lo sé.
—Por cierto, ¿que no lo ibas a ver hoy? —decide ya no debatirme más, cosa que agradezco. Me siento un poco aliviada de ya no hablar de eso.
—En la tarde —le cuento—. Me mandó un mensaje en la mañana, diciéndome que Lucía y él iban a hacer algo, no me dijo qué.
—Supongo que la ayudará en la dulcería.
—Sí, seguro.
Todo el camino hacia su casa, lo tomamos para hablar de la boda. Desde hoy me siento con la libertad de decir que el pastel ya quedó terminado, pues ayer mismo, a media noche, dado que no podía dormir, lo acabé sola, descubriendo que la mala vibra ya se ha ido de mi ser y ya no lo arruiné. Quedó perfecto, mis figuras de chocolate son exactamente lo que Sonia quería, ya quiero que todo el mundo lo vea. Especialmente Gonzalo que se llevará la gran sorpresa.
***
Adolfo llega a las cinco. Me olvidé de hablarle para decirle que ya terminé... O más bien no quise hacerlo.
Lo miro desde la ventana. Aún está arriba del carro, mirando el asiento de copiloto. Por un momento me preocupo hasta que e inclina y se levanta, saliendo del carro, mostrando que lleva en sus manos una caja y flores.
Lo noto nervioso cuando se acerca a la puerta y toca, acelerado.
—¿Quién es? —pregunto, tratando de no hacer notar que también siento nervios, además, hago tiempo para tranquilizarme.
—Soy un testigo de Jehová, vengo purificar tu alma —dice y yo, sin poder evitarlo, me río.
Sin abrirle, le respondo.
—Estoy bien con mis demonios, jovenazo. —Lo escucho reírse también. Creo que esto ha esfumado un poco los nervios, así que le abro—. Hola.
Me sonríe. Olvídenlo, amigos, los nervios volvieron, las piernas me tiemblan. ¿Por qué no había notado la cantidad de dientes que tiene? Son blancos y ninguno está chueco. Tiene hoyuelos, y se le arruga la nariz, bien bonito.
—Hola. Te traje esto —Me da la caja que realmente pesa, y rápido la pongo en el suelo—. No, espera, eso no era, era esto.
Me da el pequeño ramo de flores amarillas, pasándose las manos por el cabello.
—Son amarillas, como tu bikini en la playa hace tres años —suelta y luego parece arrepentirse—. Bueno, no es que las haya comprado exactamente por eso. Solo fue como un, no sé, dado que tu bikini era amarillo, asumí que ese era tu color favorito y, como tenía un estampado de una rosa, pues te traje rosas amarillas. Ay, Dios mío, creo que soné como un obsesivo, perdón.
El pecho se me hace chiquito, es tierno cómo le brotan los nervios sin saber qué decir exactamente.
Se me sale una risita nerviosa. Huelo las flores para tratar de buscar qué decir, ambos parecemos un par de niños.
—Me gustan —le digo—. No tengo flores favoritas, pero creo que me encantan. Gracias.
—Bueno, ¿qué tal si terminamos el pastel y luego salimos un rato? Digo, claro, si tú quieres. Quisiera... —los nervios parecen no querer abandonar su cuerpo, es un Adolfo totalmente asustado— hablar de, bueno, tú sabes, lo que pasó ayer.
Trago saliva. Bueno, no esperaba que habláramos de esto de ningún modo, o sea, como que esperaba que nunca lo habláramos y lo dejáramos como algo normal... Está bien, eso suena estúpido, creo que el maduro en estos momentos está siendo él. O al menos lo intenta.
—De acuerdo, pero ahora. —Voy a la cocina como de rayo y preparo un jarrón para meter las flores. Cuando giro para volver, Adolfo está acomodando la caja en la mesa para sacar lo que trae—. No, espera, mira esto.
Lo guío a la cocina para que vea.
—Lo terminé.
Su sorpresa me hace sentir orgullosa.
—Oh. ¡Quedó genial! Lo lograste, ¿chócalas? —Levanta su mano, luego lo noto avergonzado. Parece pronto arrepentirse de usar la expresión, pero, aun así, yo levanto la mía para chocarla con la suya. El tacto incluso me resulta raro ahora, ya le había tocado la mano, y no me había sentido así.
—Lo logramos, tonto. Muchas gracias por tu ayuda. —Le sonrío—. Y, bueno, ¿vamos?
Nos vamos justo cuando le echo el grito a mi mamá, avisándole que saldré con Adolfo. Nos subimos al carro y sin decir nada arranca. El silencio es tan incómodo que trato de distraerme, mirando por la ventana.
Luego de un par de minutos, se detiene, nos hemos metido en el tráfico, y esto parece ir para largo.
—Ay, van a cerrar para cuando lleguemos —se queja, como decepcionado—. ¿Quieres un dulce?
Sin que le conteste, se inclina hacia mí, buscando el botón de la guantera para abrirlo, y, cuando lo hace, saca una bolsa de gomitas azucaradas.
—¿O quieres hablar? —Me pone en la mano las gomitas, volviendo acelerado a su posición. Está ansioso por sacar el tema—. ¿Qué pasó ayer?
Su pregunta me provoca ganas de reír que me aguanto, metiéndome una gomita a la boca, luego él toma una y también se la come. Al final, yo, tratando de sonar de lo más relajada, digo:
—Pues te besé y luego nos besamos, apasionadamente, estabas ahí, ¿lo olvidas? —Le sonrío, sin saber cómo tratar bien el tema—. Te di un pico, luego volví a hacerlo, pero sin separarme, moviste la boca y...
—Qué graciosa eres, Dariana María. Estoy hablando en modo serio, de por qué pasó y qué nombre tiene.
—Pues María no me llamo, la neta. —De la nada, nos reímos los dos. ¿Qué mierdas está pasando aquí? ¿Cómo hablo del tema sin reírme? O mejor, ¿cómo puedo zanjarlo fácil?
Adolfo avanza un poco, ya que el carro de enfrente se mueve. Escucho pitidos irritantes de los carros de a lado y de atrás, gente loca. ¿Qué no entienden que, por más que lo hagan, no avanzaremos más que lo que podemos? Es absurdo.
—Si el tráfico no avanza rápido —comenta—, creo que no llegaremos a tiempo, quería llevarte a comer a Plaza Sendero, hay un restaurante pequeño ahí bien suave, pero cierran temprano.
Avanzamos otro poco. ¿Ya quedó el tema en el olvido? Ni idea, pero aprovecharé que no dice nada sobre ello para seguir hablando de este otro tema.
—¿Y si solo pedimos pizza y vamos a mi departamento?
Me mira de inmediato. Creo que sonó medio sugerente. Carajo.
—O sea, podemos hablar del tema mejor allá, ¿no crees?
Bien, Dariana, si querías zanjar el tema, acabas de arruinar el plan. ¿Es que hoy es el día de comportarse impulsiva? No, ese fue ayer, este más bien es el de "se me salió lo bruta"
—Sí, me parece fantástico.
Pasan quizás unos quince o veinte minutos cuando podemos salir del tráfico. Adolfo da para el lado contrario a donde me iba a llevar y rápido estamos frente a mi edificio. Bajamos y entramos. Antonio me ve, sonriente de que he vuelto.
—¡Ey! —Le sacudo la mano, saludando—. ¿Qué hay de nuevo por aquí?
—Pues el pelado de Ulises ya no vive más aquí, eso te lo prometo, así que puedes entrar tranquilamente y volver, ¿no?
—¿Se fue?, ¿que no vivía en el tercer piso ahora?, ¿se dejó? —No puedo no sonar demasiado interesada. Y no es que Ulises me interese, más bien, le temo y temo por la tipa, por mucho que deteste todo lo que pasó, nadie merece ser lastimado.
—Lo echamos después de que golpeara a este muchacho. —Antonio señala a Adolfo—. Ya pensaba en echarlo por lastimarte y ese mero día iba a decírselo cuando pasó la pelea. Lizbeth abogó mucho por él, así que tomé la dura decisión de echarla también, jamás dio problemas, pero no iba a hacerla entrar en razón y tampoco vi intención de que quisiera quedarse ella sola aquí.
—Pobre. —Me lamento porque sí está cabrona la cosa, esa mujer peligra, ella y su embarazo, con un hombre así—. Bueno, iremos arriba, tal vez vuelva a quedarme pronto.
Antonio celebra, aludiendo que todos me extrañan. Adolfo y yo subimos las escaleras en silencio y, cuando llego a mi puerta, saco las llaves de mi bolso.
Entramos. La casa huele más intenso a pastel que antes y me encanta, siento que extrañaba este olor así que lo inhalo.
—Oh, creo que quiero volver aquí —comento, tumbándome en el sofá—. ¿Cenamos?
Miro a Adolfo que sostiene la caja de pizza que compramos de camino y él me ve serio, como pensando qué decir. Entonces, creo que lo entiendo, así que suelto la respuesta que me pidió, aunque no estoy del todo segura de que lo sea.
—Anoche te besé porque me sentía nerviosa. —Siento una extraña cosa en el estómago. Vergüenza, quizás, pero creo que es necesario decir la verdad. Bueno, la verdad a medias—. No quiero que te ofendas aquí, pero mi plan inicial era averiguar si solo siento una fuerte atracción por ti o está siendo otra cosa y...
—¿O sea que me besaste para hacer un experimento? —Su tono delata que sí le caló.
—¡No! Carajo, no. O sea, era mi plan y me dije que, si no sentía nada, iba a decírtelo, pero maldita sea, Adolfo, ¡de pronto me moría por besarte! Y admito que aún quiero hacerlo, porque es más que eso, ¡y me da miedo porque apenas si nos conocemos!
No está bien mentir, ¿verdad? Es malo y las personas pueden salir lastimadas, pero, ¿por qué no siento esa especie de culpa? ¿Por qué siento esa extraña sensación de que todo lo que le dije es verdad? ¿Por qué no estoy temblando como dijo mi hermano que lo hacía si estaba mintiendo? Bueno, hasta donde sé, besarlo sí quiero...
—Eres una mujer fantástica. —No puedo evitar fruncir el ceño, no esperaba que me lo dijera—. Cuando te vi en la playa, no solo le dije a Ulises que me llamaste la atención. A Bernardo, el novio de mi hermana, le dije: Oye, Berna, ¿crees que sea prudente ir a hablarle y decirle que creo que estoy enamorado? Oye, ¿sería prudente decirle que quiero conocerla porque creo que me embelesé?, ¿sería correcto ir a besarla y pedirle matrimonio? Oye, ¿sería apropiado pedirle una cita?
Mis mejillas arden y no sé qué siento en el pecho. Estoy asustada. Después de una gran relación de años, no puedo sentirme tan atraída así tan pronto, ¿no? Menos por alguien que recién conozco, no lo sé, ¿es algo más lo que siento? Podría, porque la atracción no se siente tan así. Tengo miedo, esto es muy pronto.
—Bernardo me dijo: Oye, viejo, ¿y si solo la saludas? Digo, no sé, mírala, ahora está hablando con Ulises y no es por desilusionarte, pero creo que ella lo mira como si hubiera tenido ese efecto que tú tuviste, pero por Ulises. —El pecho se me hace añicos—. Me sentí pésimo, pero me dije que se me pasaría. Y debo admitir que al principio no sucedió, menos con Ulises yéndome a restregar todo lo que pasaba contigo en la cara Y me fui de la ciudad cuando te pidió matrimonio, porque me lo fue a decir y me sentí una mierda. Pero me repetí que se me pasaría, porque era tonto seguir esperanzado contigo. Y, Dios, cuando te vi en la dulcería lo creí, creí que superaba a la chica de la playa. ¿Absurdo, no? Estaba traumado por una mujer que ni conocía y cuando te vi creí que la iba a superar, ¡y resulta que eras tú!
»No quiero ser un lunático contigo, no quiero incomodarte ni presionarte con esto que te digo, que tú creas que te lo cuento para que sientas culpable y con la obligación de aceptar algo conmigo. No. De hecho, solo quiero que sepas que, aunque te pueda admitir que realmente me gustas y quisiera conocerte más, no estoy creyendo que lo lograré y me aceptarás. Dariana, quiero que me detengas ahora o me des luz verde, porque ahora quiero besarte. Besarte hasta que los labios se me acaben.
Siento que me voy a desmayar. Siento que quiero aventarme por la ventana y huir de todos mis problemas. Siento ganas de reírme de la emoción por lo que me ha dicho. Siento ganas de ir a golpear a Ulises por aparecer en mi vida en lugar de Adolfo, aunque eso suene muy absurdo. Pero, lo que más siento ahora, son ganas de besarlo, y unas ganas bien fuertes, así que me le acerco, inclinándome y sentándome mucho más cerca de él. Le pongo mis brazos al rededor de su cuello y simplemente uno mis labios a los suyos. El beso no es como el de anoche, que me hizo ver estrellas desde la comodidad del cielo, este más bien me hace sentir que me estoy quemando y me encanta. Sus calientes labios se mueven fantástico sobre los míos y sus manos sobre mi espalda son fascinantes y expertas. Ardo, ardo bien fuerte. Adolfo recorre mi espalda y luego toca mis mejillas. La acción me hace querer atraerlo tanto que nos unamos en uno solo y pronto estoy tan urgida por ese hecho que hasta me inclino hacia atrás, haciendo que él quede por encima de mí y siga basándome.
No sé en qué momento luego me besa el cuello y yo lo tengo tomado del cabello, guiándolo a mi punto débil de esa área. La cara se me siente tan caliente como el estómago y me doy cuenta de todo cuando se me escapa un escandaloso gemido que incluso hace reaccionar a Adolfo, quien se separa, conteniéndose como yo.
—Tienes... —Trato de respirar con normalidad, pero estoy demasiado agitada—. Tienes una luz tan verde que la del semáforo se queda pendeja.
Nos reímos como estúpidos y entonces descubro algo; esa luz verde está encendida por mero gusto y es real.
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