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Las Islas del Sur


Sobre el azul y espumoso mar Zeótos se podía apreciar un conjunto de islas llamadas las Islas del Sur, también conocido como Islas Fedoras que significa regalo divino en el idioma antiguo. La más extensa de todas ellas, conocida como Siren por su tal belleza, no tiene nada que envidiar a su rival, la capital, cuyo nombre no es otro que Fedora. El esplendor de esta última es bien conocido entre el cantar de los bardos. Una leyenda dice que en esa Isla la diosa Rea engendró a su hijo Zeus por miedo a que su marido acabase con la vida del bebé y allí lo cuidó a escondidas. Sin embargo, Fedora no es solamente conocida por tales historias sino también por su importancia portuaria y comercial. La isla es el punto de intercambio entre Irëdia y otros continentes. En ella se puede comerciar con distintos productos del mundo. No solo Fedora y Siren forman parte de este conjunto de islas, sino que también hay otras como: La Isla Estrella, Vulcán y La Orca.

En la capital el puerto marítimo es bastante extenso, en el cual se pueden encontrar navíos diversos. A veces incluso desembarcan mercenarios o personajes al margen de la ley, pero los ciudadanos de Fedora no juzgan a sus visitantes, ya que están de paso ¿porque no aprovechar algún intercambio o ganancia ventajosa?

El mercado y el ágora suelen estar abarrotados de Turistas, comerciantes y otros individuos de diversas culturas y orígenes. No obstante, el hecho de que el puerto estuviese tan abarrotado aquella mañana era incluso inusual hasta para el caos que se solía formar. Una pequeña flota de barcos que nunca antes habían visto, desembarcó. El conjunto de navíos estaba compuesto de pequeños barcos de pesca, una enorme galera, otros buques mercantes, entre otros.

Era extraño que tal número de navíos visitaran la isla al mismo tiempo, lo más raro era que los barcos de pesca hubiesen viajado hasta allí ¿Quién en su sano juicio viajaría así? esto despertó el interés de los isleños y todos se acercaron al puerto para averiguar quiénes eran los nuevos visitantes. Cuando vieron que muchos de ellos eran mujeres, niños y ancianos transportando camillas con enfermos, el asombro de los ciudadanos de Fedora aumentó y algunos se apresuraron a ayudar a las víctimas de inmediato.

Les dieron cobijo en un edificio cerca del ágora que en ocasiones de guerra servía para cuidar a las víctimas. Dicha construcción estaba bastante descuidada pues hacía mucho tiempo que no se usaba, pero sirvió para su propósito. Allí administraron al curandero Asclepio muchos ingredientes de los que solicitó y él empleó sus habilidades para cumplir su labor.

Mientras que Cassandra y Hésper esperaban poder reunirse cuanto antes con el dirigente de la isla y contarles las nuevas noticias. Se dirigieron hasta el lugar donde los comerciantes habían ubicado sus moradas, entre ellas se encontraba la casa del gobernante. Allí les abrió la puerta una muchacha de orejas puntiagudas y con ropa harapienta, se trataba sin duda de una elfa en cautiverio y preguntó: – ¿Qué desean? – en un tono de voz apagado. La mujer parecía muy joven, quizás un poco mayor que sus hijas: Ariadna y Helena, pero con los elfos nunca se sabía qué edad podían tener. De hecho, la pequeña Dafne había cumplido sus cien años y no aparentaba más de veinte. El aspecto de la elfa les resultaba familiar, aunque no sabían por qué: tenía un pelo muy hermoso, dorado como los rayos del sol, aunque con matices grises debido a la suciedad, piel rosada y ojos muy claros, grisáceos.

– Venimos a ver a Agamenón, según hemos escuchado es el dirigente del gobierno de estas islas.

– así es. – la elfa hizo una breve pausa y añadió- lo siento, ahora mismo está ocupado.

– Lo imagino, pero el asunto que queremos tratar es muy importante. Somos los nuevos forasteros los que llegaron esta mañana al puerto.

– Bien veré lo que puedo hacer–. La mujer volvió a entrar en la casa. Cassandra y Hésper esperaron un buen rato por si volvía a aparecer, pero cuando ya se dieron por vencidas una voz les dijo: – ¡Esperad! – ellas se giraron y vieron a la elfa de nuevo – el señor Agamenón ha accedido a vuestra petición. – Cuando la sirvienta captó la atención de las dos mujeres dijo: – seguidme – y se internó en la entrada del caserón mientras Cassandra y Hésper iban unos pasos por detrás.

El vestíbulo no era muy grande, pero sobre el suelo se extendía un mosaico que representaba a unos pescadores desempeñando su labor con pequeños barquitos y arpones. La sala contigua era mucho más extensa que la anterior y tenía pocos muebles: unas seis sillas y una pequeña mesita en el centro. La sirvienta les ofreció asiento y pidió que esperasen un minuto.

Aunque se entretuvieron un poco mirando la sala, la tarea no les llevó más de unos minutos. Pues la habitación estaba prácticamente vacía: sólo había dos puertas la que comunicaba con el vestíbulo y por la que la sirvienta se había perdido lo que parecía una eternidad; un ventanal con una colorida cristalera cuyo tema predilecto era la pesca, imagen muy parecida a la del mosaico de la entrada; las seis sillas pequeñas de madera realizadas de forma rudimentaria al igual que la diminuta mesita; una enorme vasija, probablemente decorativa, en uno de los rincones de la habitación con algún tipo de pintura que no distinguían desde las sillas.

Al fin llegó la elfa, pero esta vez acompañada por un hombre de mediana edad, robusto y alto. Su piel estaba muy bronceada como la de la mayoría de trabajadores que vieron en el puerto, sus ojos eran oscuros como el carbón, su nariz achatada y una prominente cicatriz le surcaba media cara. El hombre indicó a la sirvienta que se fuera, cogió una silla y tomó asiento frente a las visitantes en silencio. Las dos mujeres se presentaron ante Agamenón. Tras las presentaciones él fue quien tuvo la primera palabra:

– ¿Qué os ha traído hasta aquí? Según tengo entendido las dos vinisteis con un grupo grande de barcos ¿Con qué propósito?

– Verá, señor. – dijo Cassandra mientras se aclaraba la garganta – Hemos venido hasta sus islas para pedirle asilo, no sé si estará al corriente de la situación de la península, pero hace poco se proclamó un rey por la fuerza, sin elección democrática.

– Algo había oído, pero ¿Qué los lleva a viajar y pedir asilo?

– Nuestra aldea ha sido destruida por completo por las tropas de ese rey y no sabemos hacia dónde ir.

Esta vez interrumpió Hésper la conversación – Señor también queremos pedirle ayuda, muchos de nuestros vecinos se han visto obligados a permanecer en la aldea a expensas de un nuevo ataque, temo por su seguridad – dijo sin ocultar su preocupación.

– Entiendo, ¿Y qué proponen que haga? – preguntó manteniéndose frío e imperturbable ante la noticia.

– Que envíe un grupo de barcos al rescate, por favor. Nosotros lo haríamos, pero los tripulantes están agotados por el viaje.

– ¿Y exponer a mi gente a un ataque del rey? Demasiados peligros están corriendo los ciudadanos en socorrerlos y darles cobijo. Los rumores vuelan y sé que tiene espías por todas partes ¿acaso no lo sabéis? No puedo arriesgarlo todo por unos extraños.

– No olvide que sus islas también forman parte del reino de Irëdia y tarde o temprano el rey vendrá a reclamar lo que considera suyo. – argumentó Cassandra.

– Cierto, pero cuando llegue el momento firmaré algún acuerdo. Seguro que estará interesado en alguno de los productos exóticos que poseemos o en nuestras riquezas. Dar gracias de que os acogeremos aquí durante un par de semanas y luego debéis dejar la isla.

– Pero no tenemos a donde huir, señor, tenga misericordia de nosotros. – dijo Hésper en súplica.

– Lo siento, pero ya me he implicado suficiente.

– ¿Qué será de los que aún están atrapados en la aldea?

– Enviaré tributos a los dioses para que les ayuden, pero no debo implicarme más si no quiero que mis ciudadanos sufran la misma suerte. – Hésper y Cassandra abrieron la boca para quejarse, pero Agamenón las interrumpió: – Ahora discúlpenme, pero tengo asuntos importantes que atender, no hay más que discutir. Esta es mi decisión: Os daremos cobijo y comida durante un par de semanas y nada más. Entonces tendréis que partir. Mi sirvienta los acompañará hasta la puerta.

Hésper le dijo – Gracias por su colaboración, es usted muy generoso – poniendo énfasis en la palabra "generoso". Y abandonaron el caserón guiados por la sirvienta.

Al salir de la puerta la elfa miró en todas direcciones como si quisiera asegurarse de que nadie los estaba observando, entonces preguntó a Cassandra: – ¿Qué está pasando en la península? No he podido evitar escuchar vuestra conversación desde la habitación contigua.

– Supongo que ya escuchaste lo del nuevo rey y lo que le pasó a nuestra aldea. – la elfa asintió – No se mucho sobre su reinado ni cómo está afectando eso a Irëdia. Lo único que sé es que se trata de un dirigente sin escrúpulos, capaz de hacer lo que sea por seguir en el poder y capaz de eliminar a todo el que se ponga en su camino. Gracias a él mi esposo está muerto, mis hijos desaparecidos, mi aldea destruida y la mayoría de mis amigos heridos. No puedo más que odiarlo, pero la gente está temerosa, como es normal, y no se atreve a plantarle cara, pero alguien tiene que hacerlo.

Hésper tomó la palabra: – ¿Por qué una sirvienta tiene tanto interés? Y perdona por la expresión.

– No pasa nada, estoy acostumbrada a tratos peores – dijo sonriendo, mostrando su boca mellada – siento mucho vuestras pérdidas yo también busco a alguien por eso tengo tanto interés.

– ¿A quién? Quizás si vemos a esa persona podamos decirle donde te encuentras.

– No, no quiero que lo sepa, me avergonzaría mucho si supiese que soy esclava. Solo me gustaría saber si está bien ¿Me prometéis que buscaréis a esa persona si vais a la península de nuevo?

Hésper hizo una pausa antes de contestar sopesando la promesa que estaba a punto de hacer, después de unos segundos en silencio respondió:

– Claro, dime ¿Quién es?

– Mi hija, una elfa con pelo de oro y rizado, piel rosada. Ella era pequeña cuando nos separamos, pero ya debe aparentar al menos veinte años humanos. Su nombre élfico es Fairiel, el mío Mitril y su padre se llamaba Yerah – Cassandra la interrumpió y le dijo: – Me suena esos nombres de haberlos escuchado antes en alguna parte, Yerah y Mitril – repitió Cassandra dubitativa. Entonces Hésper lo recordó también y susurró – ¿Será posible que sea ella? Sería mucha coincidencia...

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