Enemigo poderoso
Dante ya había desenfundado su espada; Helena sacó una daga de su cinto; Dafne tensó el arco, apuntando hacia los arbustos; Jacky gruñía con fuerza. Mientras Ariadna y Ciro permanecían de pie, mirando la escena y preparados para el ataque. El matorral seguía sacudiéndose con violencia. Dante fue el primero en acercarse, un enorme lobo blanco surgió y se lanzó a la yugular del joven soldado. La bestia y el hombre forcejearon durante algún tiempo. Entonces un haz de luz atravesó a la criatura y ésta dejó de luchar. Dante se incorporó y le dio las gracias a su salvadora. Ariadna había invocado de alguna manera aquel oportuno hechizo. Esta vez ella no había sido consciente, lo realizó por puro instinto de supervivencia.
– ¡Vámonos de aquí! donde hay un lobo, la manada no anda muy lejos – dedujo el muchacho mientras miraba de un lado a otro – Lo raro es que éste haya atacado sólo, pero supongo que los animales aquí son más fieros.
Nadie se atrevió a llevarle la contraria, así que recogieron sus cosas y dejaron el rudimentario campamento atrás. Siguieron el resto de camino a pie mientras guiaban a los caballos por el escabroso terreno. Conforme iban avanzando hacia las profundidades del bosque, las monturas estaban más inquietas y el terreno era más dificultoso. Algunos animales extraños los observaban desde las ramas y aunque estaba amaneciendo, las copas de los árboles no dejaban a la luz filtrarse.
De pronto, un misterioso resplandor surgió de la bolsa que Ariadna llevaba en la espalda. Los caballos se alarmaron, pero sus jinetes consiguieron contenerlos. Jacky también se alteró e incluso quiso atacar la maleta de la muchacha. El saco empezó a arderle en la espalda. Ariadna pudo desprenderse de él, pero le quedó una profunda quemadura. Ella soltó un fuerte alarido que resonó por todo el bosque. Ciro y Helena fueron a socorrerla, pero la joven cayó de bruces al suelo. El saco estaba tirado a un lado y aunque no estaba cubierto en llamas, de la bolsa emanaba una especie de humo negro y un fuerte olor a quemado. La bolsa salió despedida y de ella surgió el espejo que hubo heredado de su padre y que Demetrio le confió antes de salir de la aldea. El extraño objeto había perdido su habitual color bronce, ahora estaba al rojo vivo y producía sospechosos chasquidos. Sin embargo, no tenía ni siquiera un rasguño.
Ariadna se incorporó con dificultad y observó perpleja la reacción de la misteriosa reliquia. Entonces surgió una niebla muy densa del espejo que cubrió al menos cuatro metros alrededor. Cuando la bruma se disipó, se reveló la presencia de un extraño ser de un aspecto casi tan abrumador como el de un demonio. La pavorosa apariencia del ente hizo que todos los presentes retrocedieron al instante, e incluso Ciro dejó escapar un grito.
El cuerpo de la criatura no estaba bien definido, sino que tenía una estructura irregular. Aunque se percibía sus extremidades, éstas poseían un tamaño considerablemente desigual. El repulsivo individuo se volvió hacia donde procedía el grito. Con sus fríos y sanguinarios ojos escrutó el semblante del niño, el cual mostraba unas gruesas gotas de sudor. El chico aferraba su mano con fuerza a la de su malherida hermana que estaba a su lado tratando de mantener la calma. Los ojos rojos e intensos del ser seguían fijos en él, su mirada irradiaba malicia y desprecio. Aunque el ente no se hubo movido aún, seguía infundiendo terror, nadie se atrevía a dar un paso y mucho menos correr.
El individuo comenzó a tambalearse con su esquelética y nauseabunda figura, acercándose muy lentamente. La criatura estaba a sólo un palmo del pequeño y todos estaban paralizados de miedo. Cuando se dispuso a descargar sus afiladas y sucias garras sobre el pequeño, un tajo le cortó un brazo. Dante portaba con firmeza la desenfundada espada bastarda, que contenía un rubí en la empuñadura. El joven soldado que aguantaba con sus dos manos la espada, se dispuso a dar otro fiero ataque, pero la criatura lo esquivó con una agilidad inesperada para su aparente quebradizo cuerpo.
Con el fragor del combate los presentes salieron de su entumecimiento y tomaron parte. Ariadna aprovechó la distracción de la criatura para apartar a su hermano lo más lejos que pudo, cerca del gruñón Jacky. El salvaje animal también estaba temblando y gruñía con más potencia que nunca antes. Dante se batía en duelo con la abominación. Mientras Dafne, que estaba resguardada en un árbol, lanzaba una y otra flecha certera. Helena lanzó una daga a la espalda del ente, pero al ver que ni siquiera se inmutaba con sus ataques y las precisas flechas de la elfa, le atrapó con una improvisada pero fuerte cuerda. La fuerza del ser era tan colosal que tardó pocos minutos en zafarse de su atadura e incluso arrastró a la joven con ella. ¿Cómo podía albergar una figura tan débil tanto poder? La abominación se puso más furiosa y feroz que antes. Ariadna tenía una fea herida en la espalda, pero no le impidió proteger a sus seres queridos y entonces entonó una especie de canto complejo, por el momento no ocurrió nada. Así que esta vez el ente atacó a un punto letal de Dante, el cual estaba más cerca. El ataque rebotó en una especie de barrera invisible y la muchacha gritó para que todos la oyeran:
– He puesto una barrera mágica en todos, pero tened cuidado solo protege algunas zonas. La maga musitó una palabra que si fue audible – Tangea – Entonces unas fuertes raíces brotaron del suelo y aprisionaron al engendro. Sin dar descanso a su víctima la chica gesticuló otro hechizo – Quebra – esta vez causó un breve temblor a los pies del individuo, creando un agujero en la tierra, por el que cayó. El ser producía unos extraños gemidos lastimeros, así que Dante se acercó con cautela. La abominación trataba de escalar el profundo boquete desesperadamente. Cuando vio frustrados sus esfuerzos dio un gran salto y se impulsó hacia la superficie. Se aferró con la mano que le quedaba al saliente y aunque el joven soldado asestó un golpe, el engendro fue más rápido y consiguió subir. La cólera de la bestia cayó en la joven maga, se abalanzó a ella con afán de destrozarla. Si no hubiese sido por la barrera mágica, la hubiera matado de un golpe, pero la muchacha resistió. El diente de sable no aguantó en su posición por más tiempo al ver que Ariadna estaba siendo atacada y se lanzó a la yugular de la desagradable criatura. Bestia y abominación forcejearon en el suelo durante un rato, en el cual nadie se atrevió a entrometerse en tan fiera pelea.
Mientras tanto Ariadna yacía en el suelo y todos aprovecharon el momento para prestarle la máxima atención. Al ver que estaba grave, Dafne y Helena comenzaron a reanimarla. El rostro del niño estaba teñido de pavor y agarraba con fuerza la pálida mano de su hermana. Dante observaba la escena apenado e impotente. Sabía que podía ser más útil si trataba de mantener a raya a la criatura junto al dientes de sable.
El muchacho se acercó a las dos bestias, cuyo forcejeo no cesaba, pero no podía discernir cuál de los dos era el enemigo. Tras unos minutos de lucha, la abominación cayó al suelo, pero aún seguía con vida. La criatura ahora no era más que un frágil bulto en el suelo que gemía débilmente y se arrastraba con esfuerzo, con su mano trató de palpar el espejo. Dante se lo impidió con un tajo y asestó el golpe de gracia. Entonces el joven por primera vez contempló el espejo, frunció el ceño y lo recogió del suelo. Él se acercó empuñando el espejo con una mano hacia Helena, la cual estaba junto a su prima. – ¿Cuándo pensabais hablarme de esto? – preguntó mientras levantaba aún más el espejo hacia el rostro de Helena y luego tornó su mirada hacia Dafne también – Si me lo hubieseis contado antes, esto no habría pasado ¿Lo sabéis? ¡Ella está así por vuestra culpa! – dijo mientras señalaba a Ariadna, la cual seguía tumbada en el suelo sin conocimiento.
– ¿Cómo íbamos a saberlo? ¿Y cómo fiarnos de ti? ¡Apenas te conocemos! – exclamó Helena roja de ira.
– ¿Y se supone que yo sí he de fiarme de vosotros? No habéis sido sinceros desde el principio. ¿Además acaso no os he ayudado ahora? ¿No es motivo suficiente para confiar?
– Y estamos agradecidas, pero no lo entendemos ¿Por qué nos ayudas? ¿Por qué te preocupa tanto mi prima si sólo nos conocemos de unos pocos días?
– Pues no parece que lo estéis ¿Acaso se necesita un porqué para prestar ayuda? Soy soldado, siempre ayudo a quien lo necesita y además creo que sois buenas personas, menos la elfa esa claro – Dijo Dante despectivamente y miró de reojo a Dafne.
–Pues ella es más amiga nuestra de lo que podrás ser tú, ¿Te enteras? Ella ha sido de más ayuda que tú. – contestó Helena conteniendo su puño para no golpear al soldado.
Dante se contuvo y guardó la compostura, pero añadió algo más antes de arrojar el espejo al suelo y marcharse: – No tenéis ni idea del poder que posee esto. Ignoro cómo lo habéis conseguido, pero devolvedlo a su lugar antes de que sea demasiado tarde.
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