Dafne
– ¡Ya me acuerdo! ¡Es Dafne! – exclamó Cassandra – Sus padres se llamaban así, Yerah y Mitril. ¡eh, Mitril! es posible que conozcamos a tu hija.
– ¿lo dice en serio? – preguntó la sirvienta en tono de sorpresa y las dos mujeres asintieron - ¡Vaya! ¿Sabéis cómo está?
– No del todo, creemos que escapó y que está bien. De todas formas, no estamos cien por cien seguras de que sea ella, pero hasta ahora todo encaja en la descripción, además ya sé porque me resultaba tu rostro tan familiar, sois las dos muy parecidas. Deberías hablar con Ofelia, la mujer que cuidó de ella todo este tiempo, a lo mejor ella te lo puede asegurar.
– Gracias lo intentaré, pero no me puedo ausentar de mis tareas por mucho tiempo. Decidme dónde está esa mujer y así podré darle las gracias al menos.
– Está siendo tratada en el edificio ruinoso cerca del ágora, me temo que resultó gravemente herida.
– Vaya... pero gracias de nuevo. Por cierto, intentaré convencer a mi amo para que por lo menos os deje permanecer más tiempo, no os prometo nada, pero espero que recapacite. No es mala persona, pero cuando se le mete una idea en la cabeza no hay quien se la quite.
– Vale, gracias a ti. – dijo Cassandra y se despidió de la elfa con la mano.
Cassandra y Hésper entran en la puerta apolillada del edificio medio derruido, dentro de él, están sus vecinos y amigos supervivientes, pero ninguno se percata de su llegada, salvo Selene, la hija menor de Hésper, que se abalanzó sobre su madre. Todos están muy ocupados: Algunos se alojan y distribuyen las pocas pertenencias que les queda; y otros asisten a los más vulnerables. Cassandra alza la voz: ¡Escuchad amigos! - casi todos depositan sus miradas en ella tras oírla y dejan sus tareas de lado, cuando Cassandra ve que ha captado el interés de sus vecinos dice: - Traigo malas noticias... – un murmullo le interrumpe.
- ¡Por favor! ¡Atentos! - alza aún más la voz – como ya sabéis muchos: Hésper y yo hemos hablado con el dirigente de esta isla, le hemos pedido permiso para quedarnos, pero muy a nuestro pesar lo ha denegado. – de nuevo vuelve a formarse un bullicio y Casandra está empezando a perder las formas - ¡Aún no he terminado! - grita y la multitud se sobresalta. Cuando por fin guardan silencio, ella prosigue: - Debemos prepararnos y abandonar la isla dentro de un par de semanas y evidentemente no van a rescatar a los que quedan aún en la aldeaEl ambiente se vuelve muy tenso, muchos gritan: - ¡Que injusticia!
Otros indignados y preocupados, dicen: - ¿Que será de nuestros esposos o hijos? ¿Dónde vamos a ir? – Y otros aún están digiriendo la noticia porque sus rostros denotan perplejidad.
– ¡Por favor! Sé que es duro, pero guardad la compostura. Todos hemos perdido a alguien ya o, lo que es peor, no sabemos si nuestros seres queridos están vivos. Sin embargo, no podemos perder la esperanza, sino que tenemos que ser fuertes y luchar contra las adversidades. Esta tarde trazaremos un plan que nos permita huir del reino o ir a algún lugar más seguro, sin poner en peligro a los enfermos, pero tenemos que colaborar y no rendirnos o de lo contrario moriremos.
El sol estaba recostado en el horizonte mientras que su compañera la luna se asomaba tímidamente. El cielo estaba precioso en esta última hora de la tarde: las nubes de color rojizo y una armónica mezcla de naranjas y celestes se extiende. Los trabajadores del muelle se preparan para llegar a sus casas: atracan sus barcas en la costa, recogen y deslían las redes de pesca, y guardan su pesca en cestas y tinajas. Los mercaderes recogen sus puestos en el ágora y los ciudadanos ya están volviendo a sus casas. Sin embargo, aún se pueden escuchar voces parlotear. la mayoría provenientes de un edificio viejo y casi derruido: son las voces de los aldeanos de Laften.
Casandra, Hésper y Asclepio se alzaban sobre una pequeña tarima y sus vecinos los rodeaban, incluido Ofelia y otros heridos que aún no se mantenían en pie. Sin lugar a dudas las bajas habían aumentado considerablemente puesto que ni siquiera llenaban entera la sala y no porque esta fuera grande precisamente. Asclepio fue el primero en tomar la palabra:
– Queridos vecinos y amigos estamos reunidos como ya todos sabéis para planear nuestra huida del reino. Según tengo entendido tenemos pocas opciones: primera, viajar hasta el otro continente, una idea poco esperanzadora debido a las largas horas que nos esperan de trayecto en barco e imposible de realizar con nuestros navíos; segunda, buscar cobijo en las fuerzas rebeldes de Irëdia, un plan bastante kamikaze ya que ni siquiera sabemos su paradero y sería un arduo viaje para los enfermos; así que la alternativa más sensata es la tercera que consiste en atravesar el mar Urma y llegar hasta la ciudad estado de Brisa que es independiente. Ahora votaremos todos sobre esta cuestión y después trataremos el siguiente asunto del día como rescatar a los que aún están en Laften.
Todos los varones y hembras propietarios de haciendas expresaron su voto en orden y en voz alta puesto que los niños no tenían derecho a voto. Después del recuento, se tomó una decisión unánime: Se dirigirían a Brisa cuanto antes.
Sin embargo, el siguiente punto del día no fue tan fácil de tomar y la discusión les llevó más de una hora, pero al final decidieron mandar uno de los barcos para recoger a los supervivientes, aunque cabía la posibilidad de que no llegaran a tiempo.
A la mañana siguiente zarpó uno de los navíos que estaban en mejores condiciones y pilotado por un joven marinero que se ofreció voluntario, ya que tanto su padre como su hermano estaban aún en la aldea o eso esperaba. Los vecinos se agruparon en el muelle mientras veían partir al barco en sus rostros había reflejado un atisbo de esperanza. Aquella mañana el ágora estaba más desbordada que de costumbre ya que muchos barcos mercantes atracaron en el muelle. La elfa Mitril correteaba apresurada, a través del ágora y se detuvo justo en frente del edificio en ruinas. Golpeó la puerta como si tuviese miedo de que una bestia voraz devorase su mano. Después se dio la vuelta, parecía arrepentida de llamar, pero ya era tarde, Asclepio se anticipó y abrió de golpe.
– ¿Qué desea? – preguntó él y sus ojos se detuvieron en las orejas de la muchacha - ¡Vaya! una elfa, eso sí que es algo insólito de ver ¿Que te trae por aquí?
– Hola es... esto – dijo arrastrando las palabras – buscaba a... a...
– ¿A quién? Disculpe señorita por mi impaciencia, pero no tengo todo el día, debo atender a muchos enfermos.
– Si, claro. Lo siento, pero quería hablar con Ofelia y Casandra – dijo decidida.
– ¿Con Ofelia y Casandra? - repitió éste - ¿Para qué si se puede saber? ¿acaso se conocen?
– Tengo que hablar de asuntos importantes con las dos.
– Vale, de todas formas, no es de la incumbencia de un sanador. Bueno a Casandra no está aquí, creo que se fue al muelle. Mientras la esperas, si te apetece puedes ver a Ofelia que está dentro, supongo que descansa.
– Sí, por supuesto.
– Está bien, pasa.
El hombre cerró el endeble portillo tras ella, mientras le indicaba con un gesto de mano que pasara. Mitril avanza indecisa por la entrada, siguiendo al curandero.
Al continuar caminando por la sala, a simple vista la elfa se percató del estado precario de esas pobres personas: las camas de los heridos, si es que se les podía denominar así, o eran trozos de mueble; o bien, telas enrolladas; o bien, montones de paja. Los enfermos menos graves ni siquiera contaban con camillas, sino que dormían en el suelo. A esta escasez, se le sumaba el hecho del reducido espacio que separaba un lecho de otro.
A Mitril se le encogió el corazón al ver tanta miseria, algo que no desearía ni a su peor enemigo, pues hasta ella, que es sirviente, es más privilegiada.
En cuanto a lo que respecta a alimentos, ella sabía que el señor Agamenón había donado unas raciones y que los isleños también colaboraban con el asunto. Sin embargo, a lo que se refiere a comodidad los pocos recursos que poseían dejaba que desear, sin mencionar las condiciones de higiene.
Los pasos de Asclepio, sacaron a la elfa de sus reflexiones. Él se paró en seco frente a una mujer de mediana edad que estaba tendida sobre un cúmulo de paja. La dama tenía unas ojeras tan acrecentadas que ni un oso pardo podía comparársele. No obstante, su cara lo compensaba con sus sonrojadas mejillas. La blancura de su rostro tenía un tono menos enfermizo que el de otros heridos.
El sanador habló con tono suave - aquí la tiene ¿la despierto yo o te encargas tú?
– déjame a mí. Por cierto, no sé tu nombre ¿podrías decírmelo?
– Sí, claro. Si me dijeras tú el tuyo primero – dijo él en tono cortante.
– lo siento, no pensé que le interesara el nombre de una esclava, me llamo Mitril.
– no sabía que lo eras, pero en mi aldea no distinguimos sirvientes de otras personas. Mi nombre es Asclepio, encantado de conocerte. - él no esperó respuesta, sino que se volvió con la intención se proseguir sus labores curativas.
– Espere un momento señor ¿Está solo atendiendo a los enfermos?
– no me hables con tanta cortesía, puedes llamarme por mi nombre si quieres. Y no, no estoy solo. Los vecinos que están sanos me ayudan, pero soy el único que sabe curar y si me disculpa ahora debo irme, tengo mucho trabajo.
La elfa sigue con la mirada al curandero que desaparece al doblar la esquina, parece que se dirige a la zona de heridos muy graves por la dirección que toma. Mitril contempla como Ofelia descansa y duda de si debería despertarla, pero decide hacerlo porque no tiene todo el día, su amo la reclamará pronto y todavía le queda hablar con Casandra. La herida se despierta sobresaltada al sentir una mano zarandeando su hombro y pregunta: - ¿Qué ocurre, Asclepio? - pone expresión extrañada al ver que acaba de interrumpir su sueño una completa desconocida. La mira de nuevo y se frota los ojos. Entonces tras verla mejor, se incorpora y dice con los ojos como platos y la boca entre abierta: - ¡Dafne! ¿Qué haces aquí hija? - trata de abrazarla, pero se da cuenta de que algo no va bien, hay algo diferente, se frota nuevamente los ojos para contemplar mejor y se asombra del parecido que esa elfa tiene con su hija, pero tan solo dice: - No eres ella ¿Quién eres?
– Soy... ejem ejem - carraspea nerviosa - Soy Mi... Mitril – suena más a pregunta que a afirmación.
– ¿Me lo preguntas o me lo cuentas? – dice la mujer un poco molesta.
– Lo siento...Esto... quería decir que me llamo Mitril.
– Me suena tu nombre de algo y tengo la sensación de que te conozco de algo ¿Es así?
– No, señora. Realmente no nos conocemos, pero usted si conoce a mi hija y me ha comentado Casandra que ha cuidado muy bien de ella. Así que venía a agradecérselo.
¿Su hija? - Ofelia no se lo podía creer sin duda se trataba de la madre de Dafne, no solo se parecía, sino que era idéntica, pero con aspecto más maduro. No sabía que responder a eso, esa mujer era la causa de todos los males de su hija, de todas las veces que se había sentido abandonada. Ofelia no dijo nada, sino que se puso más seria y firme que nunca, con una expresión que se asemejaba más a odio que enfado. Se incorporó pesadamente y golpeó con todas las fuerzas que aún le quedaban al rostro de la elfa: – ¿Como te atreves a aparecer después de tanto tiempo? Tantos años de abandono a tu hija ¡Qué desvergüenza!
Mitril se puso la mano en la parte enrojecida de su mejilla donde le había golpeado Ofelia y dijo con una voz tan firme que no parecía suya: - Sé que no tengo excusa por lo que le he hecho a mi hija, pero no tenía más remedio ¡Quiero lo mejor para ella! Me fui porque no quería que ella fuera una perseguida por los elfos, o peor una esclava de los humanos como yo.
– ¿esclava dices?
– Sí soy esclava de Agamenón y no quería por nada del mundo lo mismo para mi hija y tampoco quería que corriese la suerte de su padre Yerah, así que pensé que lo mejor sería dejarla en tu pacífica aldea. Estuve observando a los tuyos varias semanas y decidí que era el mejor futuro que podía ofrecerle.
– ¿Qué le pasó a Yeral? – Ofelia empezó a sentirse mal por pegar a aquella elfa ya que tenía una expresión sincera en su rostro y parecía haber sufrido mucho.
– Él fue atrapado por los elfos y probablemente esté condenado a muerte.
– Pero ¿Por qué iban tras vosotros los de vuestra propia especie?
– Porque traicionamos a nuestro pueblo. No estábamos de acuerdo con su forma de solucionar los conflictos y nos expulsaron del bosque. Después por culpa de otro elfo nos acusaron de confraternizar con los elfos oscuros, cosa completamente incierta. La pena por tal acusación es la tortura y la muerte. Entenderá que no queríamos eso para Fairiel, quiero decir, Dafne. Por cierto, un nombre muy lindo.
– Vaya, ya entiendo. Siento mucho haberte golpeado antes, pero es que me sentí muy mal por lo que sufrió Dafne para adaptarse entre humanos.
– Claro, imagino que no sería fácil para ella, pero seguro que nada peor de lo que le aguardaba conmigo. No tengo excusa por abandonarla, pero hice lo que creí más conveniente.
– No te preocupes, yo no soy quien debe juzgarte sino ella. Seguro que algún día lo comprende.
– ¿Dónde está ella ahora? ¿Sabes algo? – Ofelia negó con pesar y Mitril añadió: – O lo siento mucho no quería molestarle sólo agradecer lo que ha hecho. Si me disculpa tengo que hablar con Casandra de un tema muy importante.
– ¿Puedes decirme de qué se trata, por favor?
La elfa dudó por un instante, pero le susurró al oído: - Debe prometerme que no contará nada, al menos todavía. - Ofelia asintió con la cabeza y Mitril prosiguió: – Mi amo ha dado permiso para que se queden un poco más de tiempo, pero nada más. Dice que ya no prestará ningún tipo de ayuda más y que si queréis comer tendréis que trabajar.
– Me parece comprensible. No te molestes en buscar a Casandra yo se lo haré saber.
– Vale, gracias, pero de todas formas prefiero decírselo en persona.
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