Bosque Drajar
El sol se alzaba sobre las copas de los verdes árboles, cuyas hojas eran balanceadas por el suspiro del viento. A pesar de su soplido, el día era cálido para tratarse del mes de octubre. El agradable aroma de las flores silvestres impregnaba sus narices, no se podía comparar con ningún otro perfume que hubiesen percibido antes. Hacía ya dos días que partieron de la ciudad y la dejaron bastante atrás. Galoparon durante horas sin descanso por traicioneros senderos, en más de una ocasión, perdieron la noción del tiempo. Ahora debido a que el sol estaba más cerca del cénit pudieron orientarse.
Debido a la posición del sol y al rugido de sus estómagos dedujeron que estaba próxima la hora del almuerzo. Ahora que parecía que el peligro permanecía lejos, detuvieron sus caballos y se dispusieron a almorzar apartados del sendero. Antes de partir de nuevo, dieron de beber a sus caballos y a Jacky en un pequeño riachuelo cercano. Recolectaron algunos frutos por los alrededores para abastecer sus sacos y llenaron sus recipientes vacíos de agua. Cuando terminaron esa labor, volvieron tras sus pasos hacia el sendero y siguieron avanzando por él sin descanso. Durante el trayecto permanecieron todos callados, pensando seriamente en sus seres queridos y su aldea, solo se escuchaba el sonido de la naturaleza: el viento susurrante, los pájaros cantando y revoloteando cerca de los árboles, los animales correteando de rama en rama y el cabalgar de los caballos. Unas ardillas curiosas se acercaron un poco y los observaron desde sus ramas atentamente, pero al oír la voz de uno de los jinetes, se alejaron correteando a otro árbol.
– ¡Eh! No podemos seguir el camino completamente en silencio, debemos animarnos un poco y no dejar que todo esto nos afecte ¡Tenemos que centrarnos! – comentó Dafne.
– Lo sé, me gustaría poder ignorarlo, pero no tengo tanta facilidad como tú – Ariadna parecía un poco molesta por el tono de su voz.
– Yo también estoy muy afectada, aunque no lo manifieste, pero no podemos dejar que la desesperación se aloje en nuestros corazones.
– Quizás deberíamos hablar de algo más alegre ¿Por qué no le ponemos nombre a nuestras monturas? – Sugirió Helena – Aún no hemos tenido la oportunidad. – Me gustaría llamar a la mía Niebla.
– Entonces mi caballo se llamará Rayo de luna – dijo Dafne animada.
– Los dos son nombres muy bonitos, yo no sé qué nombre poner al mío – Dijo Ariadna mientras acariciaba el lomo del negro corcel.
– Déjame que te ayude hermana ¿Qué te parece Noche eterna? - Ella asintió, mostrando que estaba de acuerdo con la propuesta de su hermano.
Tras las copas de los árboles se extendía una vasta fortaleza, de altura tan elevada que ocultaba gran parte del cielo. La sombra del enorme edificio se extendía más allá de la llanura, era difícil imaginarse a humanos construyendo tal fortificación, una obra que sin ninguna duda ocuparía siglos de duro trabajo.
Cuando se acercaron aún más, contemplaron boquiabiertos el detallado de su estructura. El muro contenía diversas runas de origen desconocido para ellos, pero sin duda de gran antigüedad. A parte de dichos grabados se podía apreciar figuras de animales, árboles y criaturas de aspecto similar a los humanos, pero de enormes orejas. Todos esos seres convivían en armonía. Al observar con mayor atención se percataron que las escenas que se sucedían en el muro, relataban la historia y vida cotidiana de un pueblo. El hallazgo les resultó cautivador y en cierto modo atrayente, esos grabados poseían un tipo de magia especial que despertaba la curiosidad de cualquiera aventurero. Durante un tiempo más largo de lo normal, permanecieron quietos mientras contemplaban la belleza de los relieves en completo silencio. Entonces bajaron de sus caballos y examinaron el lugar. Cuando su curiosidad fue saciada se sentaron a esperar, esperanzados de que la aparición de Demetrio estuviese próxima. Después de unas horas, allí no apareció nadie ni siquiera se oía una brisa de viento y sus rostros cada vez se mostraban más desesperados.
– ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos? - preguntó Ciro impaciente.
– Demetrio dijo que vendría, deberíamos esperarlo un poco más puesto que el viaje es largo – dijo Helena.
– Él también dijo que no le esperásemos por mucho tiempo que debíamos proceder nuestro camino – le recordó Ariadna.
– ¡Eh! – una voz grave interrumpió la discusión, un hombre de piel aceitunada, pelo abundante y castaño se acercó a los intrusos alzando aún más su voz y con su mano en la empuñadura de su espada, cerca de él había un bello corcel, color gris: – ¿Quién anda ahí?
Cuando estuvo más cerca de ellos, Ariadna reparó en su armadura y estaba segura de haber reconocido en el peto el escudo de armas del nuevo régimen: una criatura con garras y pico afilado, con unas alas desproporcionadamente largas. A ella le cambió el color de la cara de repente y los músculos de su cuerpo se tensaron: << nos han pillado>> pensó, pero luego trató de tranquilizarse: << quizás no nos haya reconocido y parece que está solo >>. Sin embargo, su cuerpo seguía tan firme como una piedra, sus pies anclados en el suelo y sus manos le comenzaron a sudar.
Al ver al soldado acercarse se dio cuenta que era demasiado joven e inexperto como para considerarlo un peligro, así que Ariadna relajó un poco los músculos del cuerpo. El muchacho retiró la mano de su funda al ver al grupo y mostró sus blancos dientes en una sonrisa amplia y sincera. Ahora que estaba más cerca, se dieron cuenta de lo alto y fornido que era, y únicamente sus facciones revelaban su juventud. Sus ojos azules eran muy claros y grandes, tenía una nariz fina y unos labios gruesos. Debajo del peto llevaba un atuendo de color púrpura, sus pies estaban calzados con unas botas, de una de ellas sobresalía la empuñadura de una daga. Guardada en la funda que le colgaba del cinto, se veía la silueta de una espada ancha.
El muchacho saludó con la mano y se presentó: – Me llamo Dante – Helena también se presentó de forma educada y al resto del grupo también. Sin darse cuenta dijo sus nombres verdaderos en vez de los que dijeron en Lonxe. Sin embargo, Dante no pareció reconocerlos y tampoco conoció sus caras.
– Por aquí no suelen pasar muchas personas ya que es bastante peligroso ¿puedo saber que os ha traído hasta tan lejos de la civilización?
– Asuntos personales que sólo nos incumben a nosotros – espetó Ariadna cortante, mientras ojeaba con desprecio el escudo de armas. Sus compañeros se quedaron boquiabiertos e intentaron justificar la hosca respuesta de la muchacha: – perdónala hoy tiene un mal día.
Los profundos ojos azules se encontraron con los desafiantes ojos marrones, el muchacho frunció el ceño y dijo con tono autoritario: – Aquí soy la máxima autoridad puesto que soy un soldado de la guardia del rey, así que sé más respetuosa.
Ariadna encolerizó en furia y se le puso la cara roja de ira, pero su prima reaccionó y le susurró: – piensa en tu hermano y nosotros ¿Quieres que nos maten?
Dante seguía frunciendo el ceño y miraba fijamente a las dos muchachas que estaban cuchicheando: – ¿Qué estáis tramando? – si estaba enfadado por la falta de respeto de Ariadna lo sabía ocultar muy bien porque no se apreciaba ningún estado en la voz del soldado, solo autoridad.
Helena contestó esta vez mientras Ariadna cruzaba los brazos, Dafne agachaba la cabeza bajo la capucha y Ciro se limitaba a mirar al muchacho: – No estamos tramando nada señor, solo hemos venido por una planta para curar a un amigo, él está muy enfermo – mintió ella, aunque sonaba bastante convincente.
– Casualmente yo estoy en una misión secreta del rey, pero puedo acompañaros puesto que el bosque es demasiado peligroso. ¡Ah! Por cierto, no me trates de señor que puedo tener perfectamente vuestra edad. – dijo mientras reía, luego pasó la mirada por Dafne, la cual mantenía la cabeza gacha aún. –¿te pasa algo muchacha?
– No... na... nada – dijo nerviosa.
– Entonces deberías quitarte la capucha, es de mala educación.
La muchacha se la quitó muy lenta y costosamente pues le temblaban demasiado las manos, cuando se quitó la capa dejó asomar sus puntiagudas orejas y su pálida cara.
Dante reaccionó instintivamente poniendo su mano en la enfundadura, listo para desenvainar su espada, pero Ariadna se puso en medio con los brazos extendidos, de sus ojos se escapó una lágrima.
– No le hagas daño, por favor – gritó casi en súplica.
El muchacho dudó un momento: – ¡Es una asquerosa elfa! Debería estar encerrada. Ahora lo entiendo todo vosotras la estáis ayudando a escapar y eso os convierte en fugitivas.
– Te equivocas, ella es nuestra amiga y esta de la parte de nuestro rey, pero se ofreció a ayudarnos a buscar la planta medicinal – argumentó Helena.
– ¡No soy estúpido! Pero os voy a dar una oportunidad. Como descubra que me habéis mentido, el rey Baltor se encargará de vosotros personalmente. De momento voy a dejarlo pasar, pero que sepáis que no os vais a zafar de mí fácilmente.
Nadie habló, se limitaron a seguir las instrucciones del muchacho y a internarse en el bosque. Cada uno avanzaba con sus respectivas monturas, Dante montaba en su caballo gris oscuro. La tensión y la desconfianza se podía respirar en el ambiente así que cuando se calmó, Dante reparó en la presencia de Jacky y el pequeño Ciro. El niño montaba a lomos del salvaje animal con soltura y la criatura parecía bastante complacida, esto despertó la curiosidad del joven soldado.
– ¿Qué es esa criatura? Nunca la había visto.
– Es un dientes de sable y ha pertenecido a mi familia desde siempre – contestó el niño alegremente.
– Yo sólo he oído leyendas sobre esas criaturas, pero pensaba que estaban extintos.
– yo sólo he visto a mi Jacky no se si habrá más como él.
– ¿Cómo lo consiguió tu familia?
Ciro se quedó pensando por un rato, pero por más que intentó recordar sólo le venían imágenes de cuando Jacky era un cachorro: – No lo sé, desde que tengo uso de razón ha estado conmigo, pero mi hermana si debería saberlo. – dijo mientras señalaba a la chica.
Dante miró fijamente a Ariadna, ella cabalgaba en silencio y su expresión de enfado ya se había relajado un poco, aunque seguía teniendo el cuerpo tenso.
– Es una larga historia, mi padre antes de dedicar su vida al antiguo ejér... – Ariadna se tapó la boca como si hubiese dicho algo malo, Dante la miró con Dulzura – Tranquila no soy Baltor, aunque esté a su servicio. No pasa nada si trabaja para el ejército.
Ella le corrigió: – trabajaba ... él ya no está.
– ¡Oh! lo siento mucho, discúlpame ¿Cómo fue?
– En la gran guerra durante el asedio de Micka.
– Vale, entiendo que te sintieras así al ver mi escudo de armas, pero no somos tan malos como pensáis. Nosotros solo pensamos en el bien de Irëdia y los seres mágicos representan una gran amenaza.
Ariadna decidió no contestar a eso ya que prefería no discutir por el momento, así que prosiguió con su historia: – antes de trabajar para el ejército, él se dedicaba a estudiar razas y objetos extraños, algunos de ellos eran mágicos. En una de sus aventuras viajó a otro continente de tierras muy áridas, o al menos eso me contó, y encontró a Jacky, siendo una cría que estaba a punto de morir. Mi padre decidió acogerla en casa y de paso aprovechar para estudiarla.
– ¿Tu padre viajó a otro continente? ¿cómo?
– En barco ¿Cómo viajaría sino?
– ¡Vaya es muy interesante! ¿La criatura está totalmente domesticada? ¿Es peligrosa?
– Hombre, para nosotros no supone peligro porque le hemos criado y cuidado, pero no le gusta otros seres humanos y no ha tenido relación con nadie que no sea cercano a la familia. Por lo general, solo actúa con violencia cuando caza o se ve amenazado, pero es extraordinariamente inteligente.
– ¡Qué curioso! Por cierto, estas muy guapa cuando te enfadas, lo digo por lo de antes – Ariadna se puso roja como un tomate y apretó el puño –¿ves? A eso me refería – dijo el chico riendo de su propio chiste – Cambiando de tema, ¿Como es esa planta que buscáis?
Ariadna y Ciro se extrañaron por la pregunta, pero Helena y Dafne respondieron a la vez: – ¡Ah! ¿te refieres a la planta curativa para salvar a nuestro amigo? – Dante asintió y le dirigió una torva mirada a Dafne, pues se notaba que su presencia le desagradaba.
– Pues... es una especie de flor con tonos verdes y azules en los pétalos, además tiene unos estambres picudos y de color rosa chillón – inventó Helena.
Dante se quedó más perplejo que antes: – No conozco mucho la flora de este lugar, pero jamás he escuchado o visto algo similar.
El principio del bosque parecía tan especial, pues en cada uno de sus rincones radiaba misterio y magia: la copa de los árboles se alzaba a una altura descomunal, la hierba era de un color verde brillante en el que resaltaba unos llamativos colores de flores y frutas silvestres. Un lugar lleno de paz y tranquilidad, dónde sólo se escuchaba el susurro del viento moviendo las ramas de los árboles y los pájaros cantar.
Pero conforme fueron internándose en él, tenía un aspecto más tétrico y aún más misterioso. Los troncos y ramas de los árboles estaban más retorcidos y los animales de sus copas eran bastante diferentes a todo lo que habían visto: aves oscuras que chirriaban en vez de piar; avispas del tamaño de un puño; ardillas que sonreían maliciosamente desde las ramas; unos seres diminutos con aspecto de dientes de león y con enormes ojos, al parecer inofensivos; flores enormes que despegaban sus raíces del suelo y se alejaban de ellos; árboles chillones que al pasar por su lado les hacían sobresaltarse; pequeños seres con forma de caballo pero alas de mariposas, eran bastante hermosos a la par que extraños.
Trascurrieron unas horas de larga caminata y de curiosos descubrimientos de la fauna. Los caballos, Jacky y sus respectivos jinetes estaban exhaustos. Así que pararon en un claro para comer pues apenas habían probado bocado desde el día anterior. Dante fue a coger leña para encender un fuego, Dafne y Helena fueron a recoger frutos. Mientras Ariadna y Ciro se quedaban para vigilar a Jacky, los caballos y el rudimentario campamento que acababan de montar, construido de palos clavados en el suelo y cubierto de las telas que llevaban en las bolsas. Ariadna contempló como el sol se empezaba a esconder tímidamente entre los senderos y la luz iba desapareciendo poco a poco hasta que un búho con el pico torcido y las plumas de color gris dio la señal de que la noche se aproximaba. La luna se asomó observándolos desde lo alto del oscuro cielo, iluminado solamente por las estrellas y la luna.
Dante colocó la leña que había recogido en el suelo, extrajo dos piedras e intentó hacer fuego frotándolas, pero no consiguió ni una chispa. Ariadna lo observó divertida, aunque conocía el hechizo perfecto, no pensaba privarse de una escena que le provoca tanta risa. Nervioso el muchacho se giró hacia a ella y le dijo – Si te parece tan gracioso, inténtalo tú – Ella le depositó las dos piedras en las manos y se acercó a las ramas agrupadas en el suelo y susurró – Ijemra – provocando una llama donde Dante, hacía unos minutos, intentaba prender fuego – ¿Como lo has hecho? ¿magia? – preguntó Dante incrédulo, tomando como respuesta el asentimiento de la chica.
Dante se mostró muy interesado y empezó a preguntarle: – ¿Cómo has aprendido a hacer magia? ¿Tus padres eran magos también? ¿Qué hechizos sabes hacer?
Ella le contestó que aprendió gracias a su padre y porque ella había heredado ese don de él. Le contó también algunos de los hechizos que podía hacer, así como su utilidad. Le mostró también como podía hacer levitar un guijarro. Al cabo de un rato, llegaron Helena y Dafne con los frutos que hubieron recolectado. Dante les pidió que los tirasen inmediatamente – ¿no sabéis que no se puede comer nada de esta parte del bosque? Se cree que todo está contaminado y no deberíamos arriesgarnos. – Siguiendo su consejo, comieron de los víveres que ellos mismos trajeron de sus bolsas y racionaron la comida para que durase el máximo tiempo posible. Bebieron agua y luego dieron a los caballos y a Jacky de beber.
– Tendremos que hacer turnos para vigilar, quien sabe lo que nos puede aguardar este bosque – dijo mientras escudriñaba los alrededores.
–¡Ni hablar! Yo me quedaré despierta
– No puedes quedarte despierta toda la noche.
– Claro que puedo.
– Esta bien, haz lo que quieras, yo me quedaré despierto un rato y aprovecho para hacer la primera guardia. El resto id a dormir si queréis.
Ariadna y Dante permanecieron despiertos mientras el resto del grupo dormía resguardados en las rudimentarias casetas. El muchacho comenzó a restregarse los ojos y a bostezar: – Bien, ya que tú no vas a dormir lo haré yo.
Así que la muchacha se quedó despierta, sentada con la espalda apoyada en un árbol. La noche era muy larga y la joven empezó a dar cabezadas inconscientemente, en una de las ocasiones se quedó profundamente dormida, pero despertó sobresaltada por un zumbido. Su colgante mágico se había puesto al rojo vivo y apuntaba sobre unos arbustos cercanos. Éstos se movían de forma violenta, la chica se puso en tensión y gritó: – ¡Despertad! ¡Despertad!
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