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Alexander

El silencio sepulcral de la mañana era paralizante. Solo se oía las pisadas de los fugitivos y el crujir de los guijarros bajo sus pies. Ellos subieron a los carros y se escondieron entre algunos sacos y mantas. Sin embargo, Minerva montó el quinto caballo, el único que quedaba libre y lo cabalgó, manteniéndose cerca de los carromatos.

Ariadna, Ciro y Jacky compartían un carromato mientras Helena y Dafne compartían el otro. Los dos hermanos mantenían al animal apaciguado para que éste no saliera fuera. Se podía escuchar los cascos de los caballos resonar por la calzada y el sonido de las ruedas, además de vez en cuando se oía el gentío. Lonxe estaba más concurrido ahora que la noche en la que llegaron, además los ciudadanos estaban más animados y ajetreados como para reparar en aquellos carromatos. De repente los caballos se pararon en seco y el carro quedo quieto por un largo rato, los viajeros estaban empezando a impacientarse y a cambiar de postura continuamente.

Se escuchó una voz procedente del exterior: - ¿Qué lleváis ahí? - en ese momento, la armoniosa voz de Minerva sonó: - Son sacos de harina que tenemos que llevar para Épones.

- Entonces no habrá problema en que revisemos el cargamento ¿no? - dijo una voz masculina, aún más grave que la anterior y más próxima al carromato izquierdo, en el que estaban Ariadna, Ciro y Jacky. Se oyeron unos pasos acercarse más al carromato. Se podía ver la silueta del hombre a través de la manta, éste levantó la mano y cogió con fuerza la manta. A los pasajeros del carromato les temblaban todo el cuerpo, incluso se estremecían al pensar que sus días de libertad estaban a punto de acabar. Acto seguido, se oyó una voz autoritaria: - ¡Detente! Estas mercancías ya han pasado el control del centro ¡Está todo en orden! -

Ariadna no reconoció la voz de su salvador, pero sin duda estaba en deuda con esa persona. Como respuesta a la voz el hombre de voz grave insistió: - Señor, un segundo control no vendría mal.

- Ya, pero supongo que tendréis más cosas que hacer ¿Cómo por ejemplo encontrar a los intrusos? - espetó el desconocido que había salvado sus vidas.

- De hecho, estamos aquí para eso, nuestro deber es que nadie sospechoso salga de la ciudad.

Esta vez habló Minerva con tono indignado: - ¿Estás insinuando que mis compañeros y yo somos sospechosos? Todos aquí nos conocemos de toda la vida, no sé cómo puedes pensar eso.

- Pues algunos afirman haber visto entrar anoche a una fugitiva en la posada y ha desaparecido esta mañana de forma sospechosa.

- Nosotros no sabíamos nada, cuando he entrado en su habitación ya no había nadie.

La voz del salvador tomó la palabra esta vez: - Bueno, yo soy tu superior y si te digo que todo está en orden, deberías apartarte y abrir esa puerta, yo tomaré toda la responsabilidad.

- Muy bien, solo quería asegurarme ¡Eh chicos, abridla!

Primero se escuchó el sonido de unas cadenas y después un golpe seco. Entonces los caballos reanudaron la marcha y sus cascos resonaron de nuevo por la calzada. Cuando se alejaron de Lonxe, los carromatos permanecieron quietos de nuevo. Minerva y Filipo jalaron de las mantas, diciendo a unísono: - ¡Ya podéis salir! - Los pasajeros aprovecharon para salir del carro y estirarse.

Filipo miró a Minerva directamente a los ojos con gesto preocupado y le mencionó lo siguiente: - A lo mejor no podemos volver, lo habrán descubierto ya. Además, si volvemos sin caballos se extrañarán.

Minerva no mostró ni la menor preocupación y dijo: - Mi marido nos ayudará de nuevo, sólo tenemos que llegar a Épones y esperarlo allí. Él se unirá a nosotros lo antes posible.

- No sirve de nada lamentarse ahora, ya está hecho Filipo - Comentó el joven Ícaro.

- Si os parece oportuno seguiremos juntos hasta el nacimiento del río Menzor ya que os dirigís hacia el este también. Una vez allí nos separaremos y tomaremos nuestros caminos - Esta vez habló Minerva dirigiéndose a los fugitivos.

- Dar ese rodeo nos va a retrasar mucho - susurró Helena al oído de su prima.

Ella le contestó flojito: - No nos queda otra, después de todo lo que han hecho por nosotros. Además, creo que tienen información que podría ser útil - Después alzó la voz para que todos los presentes la escucharan - Bien, entonces pongámonos en marcha ya - y dicho esto se subieron todos a los carromatos de nuevo.

Mientras iban avanzando por el camino, Ariadna preguntó a Minerva para saciar su curiosidad: - ¿Quién era el hombre que nos ayudó en el control de la puerta este? - Minerva suspiró al recordar aquel hombre - Mi marido, él es quién se encarga de ese tipo de controles y todos le respetan.

- ¿Cómo sabían los soldados de nuestra fuga tan pronto?

- En Lonxe las noticias vuelan, no es una ciudad tan grande como parece.

- ¿Y sabes cómo nos descubrieron?

- Uno de los ciudadanos, ese tal Achilles -. Dijo Minerva con desprecio - afirmó que os vio y que además sabía dónde os alojabais.

- Lo vimos en la entrada de Lonxe e incluso nos ayudó a pasar, creo que no me reconoció entonces, pero después se me resbaló la capa y me miró de forma extraña.

- Quizás no te reconoció al momento, pero luego alertó a los guardias. Ese hombre trabaja como espía para Baltor. Es muy probable que su ejército esté de camino, así que creo que es recomendable que nos desviemos aún más y evitemos los caminos.

- Sí yo también estoy de acuerdo ¿Qué vais a hacer después? No creo que volver a Lonxe sea una buena idea.

- Cuando nos reunamos con mi marido, él nos contará como está la situación, espero no tener que abandonar la ciudad, pero si no hay más remedio... - Minerva hizo una mueca triste, era extraño verla articular tal gesto ya que desde que la conoció solo la veía sonreír.

- No te preocupes Minerva seguro que puedes volver - le animó y le dio las gracias por su ayuda - ¿Puedo hacerte otras preguntas?

- Claro, intentaré contestarlas todas- dijo con una sonrisa forzada en sus labios.

- ¿Qué hace a Baltor tan temible? ¿Por qué nadie se atreve a plantarle cara?

- Es una historia muy larga la de Baltor, pero lo que le hace temible es su poder y el ejército tan grande con el que se ha hecho. No te creas que nadie le hace frente, nosotros ahora lo estamos haciendo y seguro que hay más.

- Me gustaría que me contaras la historia de Baltor o al menos todo lo que sepas de él.

- Yo no sé gran cosa, solo los rumores que oigo y lo más probable es que no sean más que eso, rumores. Si de verdad quieres te lo contaré, aunque no sea una información cien por cien fiable: Nos remontamos a hace unos cuarenta años, te contaré la historia de un niño llamado Alexander –

Ariadna frunció el entrecejo e interrumpió: - ¿Qué tiene esto que ver? - Minerva se llevó un dedo a sus labios para que guardase silencio y prosiguió la historia, Ciro que estaba cerca de su hermana se acercó y puso los ojos como platos mientras escuchaba a la mujer:

- Alexander era humano y tenía una vida corriente, aunque con una infancia terrorífica: debido a las hambrunas, las batallas que atravesaba Irëdia por esos momentos, los maltratos de su padre y a la repentina pérdida de su madre. El hecho de ser humano y tan vulnerable le hacía sentir impotencia, ya que él deseaba destacar de entre los demás y ganarse el respeto de su padre. Por ello, a menudo hacía travesuras y siempre tenía problemas con la ley, además siempre despreció la existencia de otras razas que según él eran inferiores. Tras la muerte de sus padres, Alexander dejó su poblado natal para instalarse en la capital conocida entonces como Centinela, la actual Micka. Una vez allí, Alexander ocupó el cargo de Greor tras varios años de demostrar lealtad-.

Se notaba por la expresión de Ariadna que no la entendía, así que Minerva le explicó: - Greor es un alto cargo en la política-. Tras aclararse la garganta Minerva prosiguió con la historia:

- Alexander fue ascendiendo en el ámbito de la política hasta que cuando cumplió los veinticinco años descubrió que su verdadera vocación era ser militar y proteger a los Irëdianos. Entonces abandonó su cargo en la política y participó en diversas batallas, entre ellas la guerra de los elfos contra los seres humanos. Dos años después, tras la derrota de éstos últimos, se firmó un tratado de paz y los elfos se aliaron con los humanos, pero guardando con recelo sus secretos más preciados, incluido la ubicación de su pueblo. Alexander no pudo soportar esta idea y se exilió a la región de Ursa, actual Nucrax, donde se encontraba un antiguo grupo compuesto de demonios y algunos humanos que odiaban todas las razas exceptuando a las suyas. En otras palabras, ese grupo fue la base para constituir la alianza de los Intocables que también se hacen llamar Prodamon. Alexander iba creciendo influenciado por los pensamientos de estos y obteniendo cada vez más prestigio y poder mágico hasta llegar a ser al que hoy conocemos como Baltor-.

Todos se quedaron bastante sorprendidos e impactados al escuchar la historia, Ariadna empezó a titubear: - ¿Co... Cómo puede ser? - Minerva se limitó a asentir con la cabeza y añadió: - Sólo son rumores.

- ¿Pero tú crees que es cierto? - preguntó la chica atónita.

- creo que todo es posible y tengo mis sospechas - Ariadna se quedó totalmente callada, estaba asimilando esa información.

- ¿Quién iba a imaginarlo Baltor un humano como nosotros? - preguntó Ariadna para sí misma.

- ¿Por qué eligieron ese nombre, Prodamon? - cambió de tema Ciro, el cual seguía con los ojos como platos.

- Verás en el idioma arcano significa "los protegidos de Damon", Damon es como un dios para los demonios, ni siquiera se sabe de su existencia, pero estos seres creen firmemente en él. Más que una alianza yo diría que es una especie de ideología y antigua creencia de los Demonios-. Minerva se aclaró nuevamente la garganta para seguir hablando mientras guiaba al caballo despacio: - Alexander pasó el resto de su vida entre demonios, una vez que su potencial alcanzó unas grandes escalas, le nombraron jefe. Se especula que tras varios años Alexander estuvo planeando vengarse de todos aquellos que propusieron una alianza con otras razas. Claro que no os he contado más que rumores, aunque en algunos aspectos si coincide con la historia de Irëdia.

- ¿Qué aspectos son reales cien por cien? - intervino esta vez Ariadna.

- Pues existió un tal Alexander que fue muy importante en la política y en el ejército, pero luego se exilió; la guerra de los elfos y humanos, así como la propia alianza; y la existencia de Prodamon también se ha comprobado.

- ¿Cómo conseguiste tanta información?

- Bueno, a parte de los rumores y de los libros de historia, estuve investigando y atando cabos sueltos. Hay otras personas que afirman que Baltor ha sido siempre un demonio y no lo emparejan con Alexander.

- ¿Por qué piensas que Baltor y Alexander podrían ser la misma persona?

Minerva pensó la pregunta por un instante y contestó: - porque me parece mucha coincidencia que tuviesen exactamente la misma ideología y que pensasen de forma muy parecida, casi idéntica. Un antiguo amigo de Alexander me contó toda su historia desde su infancia y que se exilió a una tierra sombría, así como sus oscuros pensamientos. Ciertamente no lo puedo asegurar, pero son mis sospechas.

- ¿Cuándo empezaste a tener interés por esta historia?

- Desde siempre he sentido curiosidad por su vida. Todo el mundo ha hablado de Alexander como si fuese un héroe cuando ayudó en la gran guerra y sinceramente era mi ídolo hasta que descubrí la verdad.

- ¿Cómo estás tan segura que no te mintió el supuesto amigo de Alexander?

- Yo al principio no me lo creí, pero tras ver algunas cartas que le escribió a su amigo, todas ellas con la inconfundible firma de Alexander y con el antiguo sello de la ciudad, empecé a sospechar.

Dafne y Helena también estaban escuchando la historia con interés con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, pero no se atrevieron a interrumpir con sus preguntas.

- Por cierto, Minerva mencionaste un lugar... ¿Nucrax? - intervino esta vez el pequeño Ciro.

- Sí, Nucrax es el reino que está al norte de Irëdia. Más allá de nuestras fronteras pasando el sistema montañoso de Shaun. Tan apartado que nadie se atreve a llegar hasta allí, pues es donde moran los seres del mal. Hay muchas supersticiones acerca del lugar: como antiguas maldiciones, enfermedades y criaturas que se creen extintas. Nadie que esté vivo hasta ahora lo ha contemplado con sus propios ojos, pero cuando alguien se acerca a la cordillera experimenta visiones terroríficas y pesadillas.

Después de un interminable trayecto, llegaron cerca del nacimiento del río Menzor y sus caminos se separaron. Minerva, Ícaro y Filipo tomaron la dirección hacia Épones a pie, mientras que Dafne, Helena, Ariadna, Ciro y Jacky siguieron su periplo hacia el bosque Drajar con los caballos.

No es un adiós es un hasta luego, hijos de Néstor - susurró la posadera mientras se despedía con la mano con su ya habitual sonrisa.

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