Santaifa; Reino perdido
El sol brillaba justo en lo más alto, a medida que se alzaba en el cielo el mar de arena parecía moverse junto con la brisa. Bajo estas, profanando los secretos que deben mantenerse ocultos manos ajenas al lugar trabajaban en conjunto para encontrar aquello que no es suyo.
Seres codiciosos en busca de algo inentendible para ojos ciegos en avaricia.
Los cuerpos sudorosos de aquellos hombres solo eran una pequeña prueba del agotamiento que sentían, el contacto de la arena conjunto a los rayos del sol quemaban su desnuda piel. Solo un pantalón caqui era su escudo protector ante el astro rey. Trabajaban en monotonía sintiendo el tenso ambiente como recordatorio de que si fallaban serían sus cabezas las que rodarían en el piso ante aquel infame descuido.
Un poco más alejado, tal vez de 10 a unos 15 metros, se encontraba una carpa blanca lo suficientemente grande para guardar en su interior: un pequeño escritorio, un par de silla, uno que otro libro desparramado en el piso y por ultimó una pequeña tetera de hermoso decorado. Ajeno a esto, al otro lado de ella, un hombre dormitaba tranquilo disfrutando de una escasa pero satisfactoria sombra, un sobrero blanco cubría sus oscuros cabellos y su piel tostada era cubierta por el uniforme caqui de los hombres de la excavación.
― Señor, señor― Un hombre de apariencia demacrada mueve su hombro para levantarle, ha abierto un ojo para asesorarse de quien se trata la persona que lo necesita con tanta urgencia.
― Samil, ¿qué pasa? ― Pregunta con un marcado acento portugués.
Éste mueve sus manos ansioso, con cierto nerviosismo antes de responderle.
― Lo hemos encontrado, señor. En una fosa a unos cuantos metros del sector B-20 del hemisferio sur de la excavación, unos de nuestro hombre lo han encontrado pero...― se calla dudando en que si debería proseguir.
― Pero, ¿Qué?― El sonido que produce su cuerpo al levantarse pone en alerta a Samil, debería decir antes que nada lo que ha pasado.
― Está todo lo que dice en los papeles. ¡Todo! Las joyas y las reliquias se conservan en buen estado conjunto a los demás artefactos arqueológicos. Pero a la hora de encontrarlo, uno de nuestros hombres, el que lo ha hallado se ha vuelto loco. ¡Como si estuviera poseído!― Hace una cruz persignándose― ha tomado todas las cosas de valor y a amenazado a muerte a uno de nuestros compañeros. Pero a la hora de seguir recolectando las joyas, su cuerpo ha sido envuelto en llamas azules. Señor Paolo, según los hombres que estuvieron presentes se desvaneció en cenizas en menos de un segundo, otros afirman que sus órganos salieron desparramados en el suelo gracias a una mano que lo desgarró. Más de uno afirma a ver visto tentáculos que aficionaron al hombre haciendo presión y extirpándolo.― Samil sentía toda la atención puesta en lo que contaba― Todos esos relatos coinciden en algo, la presencia de una flor difuminada en el cuerpo del hombre antes de que su vida acabara. Usted sabe lo que eso significa.
― Claro que lo sé ― Sonríe. El Sol parecía más sofocante a esta hora del día. Una capa de sudor comenzó a cubrir su frente ― Hablamos de Magia.― Limpia su frente con un pequeño pañuelo blanco. -Este lugar está lleno de ella, es como aire para nosotros.
― Señor entiéndalo, esta es diferente ― Samil trata de no ahogarse con su propio miedo.― Es algo que nosotros mismo ni comprendemos, señor. Fíjese de lo que ha pasado.
Un suspiró por parte de su oyente llega hasta él, el hombre parece un tanto divertido ante su reacción.
― Lo que ha pasado hoy es algo que se sabía que ocurriría.― Habla guardando el pañuelo en uno de sus bolsillos. En el proceso camina hasta llegar a la parte delantera de la carpa. Samil lo ha seguido de cerca guardando un prudente silencio.
― Señor, acaso él sabía de lo ocurrido ― Al adentrarse a la carpa no ha tardado en preguntar. El hombre del traje caqui se gira a responderle mientras se sienta en una de las dos sillas frente al escritorio.
― Claro, él está un paso adelante siempre ― Señala la silla a su lado invitando a Samil a serle compañía― ¿Quieres un poco de té?― Pregunta sirviendo en una tasa un poco de la infusión de Jazmín, que libera un delicioso olor.
― Estoy bien así - Se apresura a contestar, el ambiente en ese lugar era igual de pesado que la excavación como si alguna desgracia rondara por esas tierras.
La incomodidad que siente no parece ser notada por su interlocutor. Samil Busca con cuidado en la pequeña bolsa que llevaba colgando algo.
― Señor ― Llama, el hombre deja de sorber el té al ver lo que Samil le extendía. Un pañuelo de seda doblado con sumo cuidado como si guardara algo en su interior. Lo toma ― Esto ha sido lo que hemos estado buscando por esto largos meses y la causa de que uno de nuestro hombres actuara de manera rara, señor.
Despliega el pañuelo visualizando un pequeño trozo de cristal de nomas de uno tres centímetros. Un tanto simple e inofensivo a la vista. Pero con una gran importancia dentro de él.
― Señor, perdone mi intromisión. Pero en qué sirve algo como eso ― De tanta joyas y reliquias que habían hacer tanto empeño por conseguir ese trozo de cristal. Debía ser algo que valía la pena o unas cuantas monedas de oro.
― Eso es algo que no es de tu incumbencia― Una voz de un hombre fuera de la carpa habla adentrándose. El ambiente pesado de antes sea aumentado como si un cuchillo afilado estuviera apunto de desgarrar el cuello de aquellos que se entrometían más de lo debido.
Samil puede sentir un escalofrío recorre por completo su cuerpo, cuando aquel hombre posa su mano en su hombro. Las manos frías de aquel que es bendecido por la muerte.
― Un simple empleado no debería estar en este lugar. Deberías irte― Ordena.
Samil ha obedecido sin rechinar .
― No entiendo que pueda hacer este chiquillo aquí. Paolo, tú tienes algo que ver― Asegura, caminando hasta el nombrado que observaba el cristal atento ― Por lo que veo ya lo encontraron.
Toma el cristal, inmediatamente este es cubierto por un brillo verdoso y en su contornos sales a relucir estampados dorados de pequeños jeroglíficos en forma de mapa.
― Sabe a quién reaccionar, uno de esto nos llevaran a su lugar de origen.― Surca una sonrisa de arrogancia en su rostro. El portugués asiente ante lo dicho por aquel sujeto.
― ¿En dónde has estado? Aseguraba que estabas aquí― Sirve un poco de té al hombre que se sienta en la única silla libre.
― He estado buscando información, al parecer no somos lo únicos en busca de este secreto ― Hace un chasquido, al instante en la carpa aparece el holograma de una hombre rubio con gafas de ojos azules. ― Jones anda detrás de esto y al parecer no está solo.―
La figura de una castaña se presenta en esta ocasión.
― Presiento que ellos nos llevaran al fondo de esto―
¿Continuara?
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