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Hasta que la muerte nos separe.



Memorias.

MÁRGOT.

"Serás una gran reina". "¡Que adorable! Es idéntica a su madre". " Esos ojitos negros son tan lindos". "¡Que la Diosa bendiga a esta niña!".

Todos esos comentarios eran muy comunes en la vida diaria de Márgot. Aunque claro, no todos venían con buenas intenciones.

Una vez a la pequeña Márgot le dieron un brebaje que la puso en cama por un mes, tenía una fiebre alta, tan alta que tenían que cambiarle las sábanas más de cinco veces al día.

Eso fue hasta que un día por arte magia, desapareció cualquier malestar.

Después de esa enfermedad habían aparecido otras más con los mismos síntomas y consecuencias, pero que habían desaparecido de la nada también.

Una tras otra.

Y... bueno, a nadie le pareció raro, pues la prioridad es que la princesa estuviera en salud, y si la diosa era lo suficientemente bondadosa como para curarla cada vez que alguien quería hacerle mal... pues que así sea.

Porque, después de todo, ella era la primogénita al trono.

La futura Reyna de Veridia.

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Una tarde, la pequeña princesa con once años se encontraba jugando en el jardín real. No estaba acompañada, porque le gustaba jugar sola; de aventura en aventura, cada día había mundo nuevo que explorar.

Esa idea la había sacado de un libro. En los libros que ella leía habían muchos mundos impresionantes y dispuestos a ser explorados. Ella los leía con su madre y le encantaba la manera en la su madre hacía que ambas fueran absorbidas por esos mundos.

En esa ocasión ella era un hada de la naturaleza, saltando por aquí y por allá jugando con los pequeños animalitos del jardín (pájaros, mariposas...).

—Nunca le vi sentido a que siempre que vienes aquí te la pases saltando.

Márgot se sobresaltó un poco al escuchar esa voz masculina que venía de detrás de ella, se suponía que nadie que no fuera parte de la familia real o algún invitado podía entrar, o quizás, ¿si era un invitado?

Márgot que ya se  había detenido, giró completamente hacia la dirección en la que estaba el chico; estaba recostado de un árbol y con las manos en los bolsillos. Desde la distancia que ella estaba, se podía ver que él era mayor que ella, ya que tenía una altura muy pronunciada, además, tenía una apariencia muy peculiar: su piel era oscura como el chocolate, solo que con un poco de leche, sus ojos eran de un verde muy oscuro y su mirada muy intensa, su cabello era negro como el cuero de los zapatos (o así lo asoció Márgot) .

Y su vestimenta... ni siquiera sabía a qué asociarla. No era de un noble, pero tampoco era típico en los plebeyos. Se veía inofensivo pero gritaba peligro, como que debías alejarte de él a toda costa.

Márgot se acercó a él a pesar de las advertencias que gritaba su mente.

—Hola. ¿Eres invitado de mi padre? —pregunta Márgot inocentemente.

El chico misterioso sonrió con una expresión divertida en su rostro.

—¿Tú padre acostumbra a invitar la misma persona todos los días?

Eso lo había dicho con sarcasmo, pero Márgot se lo había tomado de forma completamente normal y literal.

—No lo sé. Mi padre nunca me cuenta nada de lo que hace.

El chico pone cara de confusión fingida.

—¿Por qué debería? Estas muy pequeña.

—No soy pequeña. Lo qué pasa es que tú eres muy grande.

El chico la mira con ternura.

—El término correcto es: mayor.

—Es lo mismo.

—No, no lo es.

Márgot se quedó mirando al chico un poco molesta, pues no le gusta que le lleven la contraria. Aunque por alguna razón esa sensación de peligro desapareció.

—¿Cuál es tu nombre?

El chico no respondió por un momento y solo se quedó mirándola.

'Nah, se está haciendo el interesante'. Pensó ella.

Rápidamente se desinteresó del chico y siguió jugando a las hadas sin vergüenza ni pena. El chico seguía mirándola como si estuviera dándole un espectáculo.

Y así transcurrió la tarde.

No volvieron a hablarse hasta que el sol cayó.

—¡Su Alteza, es hora de la cena! —y esa era su señal.

Márgot se giró rápidamente hacia el chico con la intención de despedirse, pero cuando estaba a punto de hablar se percató de que él ya no se encontraba en ese lugar. Desapareció y ella ni cuenta se dió. Luego, pues no le quedó de otra que simplemente irse a cenar.

'Volverá mañana' pensó Márgot, en su dulce y tierna inocencia.

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Moli Verdrut.

Cinco noches antes de la muerte de la Reina de Veridia.

Nuestra dulce, adorable y querida reina iba caminado por los pasillos de los aposentos reales, ya que, su esposo la había solicitado.

'Hasta que por fin me extraña'

Ella pensó en declinar su petición, pero después de todo era su esposo, su líder, y debía obedecer. Aunque él no era un dictador ni trataba de gobernarla en absoluto. Ella siempre trataba de hacerlo sentir exactamente como lo que se supone que es:

Un Rey.

Un rey amoroso y justo. Aunque también era un poco estricto y rígido, es una forma de gobierno que se ha ido enseñando de generación en generación.

Ella seguía caminando hasta que se detuvo delante de 'sus' aposentos, el que ellos dos compartían como marido y mujer.

—Buenas noches, querido. ¿Por qué propósito solicitas de mi presencia? —dijo tras abrir la puerta.

El hombre se queda mirando lo majestuosamente hermosa que se ve su esposa en ese momento (que por cierto llevaba una bata suelta para dormir).

Sin embargo, alza una ceña confuso.

—¿Es que acaso ya no puedo solicitar la presencia de mi mujer?

La Reina suspira.

—Sabes perfectamente que es lo que me sucede. No te hagas el desentendido.

El hombre pone una expresión dolor.

—¿Por qué ahora crees que cada vez que te llamo es para tener intimidad?

—Bruce...

El hombre se para de la cama y camina hacia su esposa para abrazarla.

—Solo quiero darte amor y cariño, se que estás en tus días pero esa no es razón para que tengas que apartarme. Te amo y jamás te haría daño, realmente me estoy sintiendo muy solo en estos días. No quiero sexo, solo quiero compañía. ¿Dormirías conmigo por esta noche, mi amor? Prometo portarme bien y... está bien si dices que no.

La última oración lo dice un poco apenado.

La mujer no respondió. No tuvo el valor de hacerlo, sentía mucha tristeza y pena por su marido.

Aunque por un lado él tenía razón; debía pasar tiempo con él. Darle amor y cariño en esos últimos días no estaba de más.

—Si, dormiré contigo.

Y... realmente no tenía la regla, podían hacer ... otras cositas.

'Hasta que la muerte nos separe'.


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