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PREFACIO



JAMIE

Todo cambió el día que la conocí, jamás pensé que llegaría a sentir algo tan fuerte como lo que sentí por ella.

Ella era increíble, su belleza te hipnotizaba, te hacía sentir como si estuvieras en presencia de un bello y hermoso ángel, tenía un carácter fuerte, era una líder nata. Todo en ella me enamoraba.

Su belleza era tan angelical que parecía fuera de este mundo.

Cuando la vi por primera vez, quedé atontado por ella, como si me hubiera embrujado para estar a sus órdenes, era confuso, la mirada penetrante que tenía era algo difícil de obviar.

Vivíamos en el mismo lugar, bajo el mismo techo, pero parecía que era imposible acercarme a ella, siempre estaba rodeada por ellos.

Ellos. Chicos, intimidantes y algunas veces aterradores, eran como sus guardaespaldas, si ella estaba en peligro, ellos la rescataban, no podías acercarte a ella sin que ellos te amenazaran de muerte.

Muchas veces quise acercarme, ella parecía tan buena y linda, que no pude resistirme, pero mi inseguridad me atacaba a tal punto que, me hacía cuestionarme todo, ¿Cómo podía acercarme a ese bello ángel, sin que, ellos, quisieran arrancarme un brazo en el proceso?

La respuesta era fácil y sencilla.

Aimee.

Mi melliza era la respuesta para todas las preguntas.

✝️✝️✝️✝️✝️✝️✝️

AIMEE

Toda mi vida había vivido rodeada entre cruces, rosarios y plegarias.

Mi padre era uno de los Pastores más reconocidos en la ciudad de New York. Mi vida parecía ser tranquila y "perfecta".

Vivía muy cómoda junto a mis padres y mi mellizo; Jamie, rodeados de fieles creyentes que alagaban a mi padre por sus sermones en la iglesia, rodeados de gente que le decía que tenía la familia perfecta, los hijos perfectos.

Sí, todo parecía estar bien en mi vida.

Amaba vivir en New York, al principio era tranquilo, sentía que podía ser yo misma en esa ciudad, pero... todo cambió, ya no podía hacer lo que me gustaba... tenía que fingir.

Fingir que amaba ayudar a mi padre en la iglesia, que me fascinaba ir con mi madre a los albergues y ayudar a la gente, que me gustaba jugar con los niños de la iglesia y tenía que hacer creer que salir con mis amigas de la iglesia y hablar sobre qué sonetos bíblicos era el mejor. Toda mi existencia se basaba en fingir.

La imagen que daba de mí, era de paz y amor, que mi vida era perfecta y que yo, era perfecta.

Intentaba aparentar perfección en mi vida, porque siendo sincera, mi vida antes de la "perfección", era la de una pecadora...

¿Cómo pasé de ser una chica feliz a una chica que todo lo finge? Tenía que fingir ser perfecta, que no me afectaba el desprecio que a veces lograba identificar en la mirada de mi padre hacia mí.

Tenía que ser la dulce niña que es puro amor y paz.

Me convertí en una experta en sonrisas falsas, en mentiras y en ser la dulce chica sumisa que ama ayudar a las personas, y todo gracias a ese accidente.

Accidente que, hizo que toda mi vida cambiara, y que, gracias a él, tuviera que hacer muchas cosas, para que la verdad de quién era realmente, no saliera a la luz.

Ser buena, ser una fiel devota, ser una mujer de creencias que llevaba paz y alegría a todo el que la conociera y ser feliz al ayudar a todos. Tenía que hacerlo, tenía que fingir ser feliz, que nada me afectaba y que podía seguir el camino de la Luz.

Era fácil.

Pero...

Todo cambió el día que mi padre decidió que teníamos que ir a estudiar a un pueblo fuera de la ciudad ¿Por qué? No lo sabía, él no nos dijo las razones para ir y no me quedó más remedio que aceptar sus órdenes.

Así fue como Jamie y yo dejamos atrás nuestras vidas en New York, para poder entrar a una nueva etapa. En donde mi burbuja de perfección corría el riesgo de ser reventaba.

Corría el riesgo de ser reventada por ellos; los siete chicos que pusieron mi mundo de cabeza.

Ellos, que me hicieron cuestionar todo lo que creía que estaba bien y mal, que hicieron que mi burbuja de perfección se viera afectada al conocerlos.

Ellos, quienes eran nuestros anfitriones en la extraña mansión a las afueras del pueblo.

Seis chicos que serían mi perdición y mi dolor de cabeza; en especial uno más que el resto.

Seis chicos que veían todo como un juego, Seis chicos que tenían personalidades diferentes, seis chicos que, además de atractivos, eran demasiado sexys, parecía que cada uno de ellos trasmitía un pecado diferente, ellos, que con solo verte a los ojos hacían que, te dieran ganas de pecar.

Pero los pecados que estos seis chicos te incitaban hacer, no eran exactamente "malos", no, eran más bien aquellos pecados que la mayoría de las personas les gustaba hacer.

Cada chico me recordaba a un pecado, era extraño.

Pero no solo los seis chicos me habían dejado estupefacta, no.

Igual estaba ella.

Una chica. Una chica que me resultó demasiado intimidante.

Su belleza era intimidante, al igual que la mirada azul y helada que tenía.

Tenía una extraña sensación acerca de ella, no sabía cómo explicarlo, pero me resultó extrañamente... familiar.

Siete chicos. Siete personalidades diferentes. Siete pecados...

Siete chicos que, serían la perdición de mi hermano y la mía.

Sabía que todo lo que conocía y creía, iba a cambiar gracias a ellos.

La vida de mi hermano y la mía, estaban a punto de cambiar.

Todo estaba a punto de cambiar.

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