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Capítulo 8

Robert había estado llamando a Eleanor con frecuencia después de lo sucedido con los ladrones. Ni una sola vez le comentó lo que había averiguado sobre los prisioneros, o si aun los mantenía en las antiguas mazmorras del palacio Leechestein. En la opinión de la muchacha, sus llamadas habían sido más para fastidiarla que para tranquilizarla. Aunque tenía que darle el crédito por haberla mantenido entretenida en irritarse con él y no haber pensado en el peligro que había corrido. Dos días después de eso, la temida reunión con la reina tendría lugar esa misma tarde.

Nellie bajó a la cocina y encontró a Carmille preparando unas magdalenas para las dos. Sabía que estaba nerviosa y que aquellos dulces tenían el poder de calmarla. Allí, revoloteando por todo el local, estaban apostados los guardias que Robert había encomendado para su seguridad. Tres tenían autorización para estar dentro de la casa, pero afuera había al menos media docena. Apenas los toleraba, en especial al que se hacía llamar Trent. El hombre la vigilaba como si fuese ella la criminal y no la víctima, por lo que lo consideraba un verdadero dolor de trasero.

—¿Cómo vas con el repaso final? —le preguntó Carmille, distrayendo sus pensamientos violentos contra Robert.

Nellie había empleado su tiempo libre en estudiarse las reglas de cortesía de Lysteria, y en recuperar su acento casi perdido antes. Para su fortuna siempre se le había dado bien la escuela. Era cierto que llevaba años viviendo en libertad, lejos de todos los protocolos de la nobleza, pero repasarlos le hacía recordar a su madre, y eso de cierto modo la hacía feliz.

—Ni tan bien como pudiera, ni tan mal como me desean —divagó, tomando un dulce.

Nellie soltó la magdalena cuando sus dedos protestaron por el calor excesivo de la misma. Sopló la piel para aliviarse y volvió a tomarlo usando una servilleta. Había sido la condesa de Waldover quien personalmente instruyera a sus hijas, y las niñas habían sido la envidia de la corte en su momento. Por lo menos hasta que la mujer del conde muriera trágicamente. Muchos rumores hablaban sobre su posible asesinato a manos de su esposo, y aunque Nellie sabía que su padre era muy capaz, ella había estado presente en aquel accidente de tránsito. Una pequeña cicatriz en su muslo derecho lo probaba.

—Al menos hablé con Lizzie hoy —comentó la chica—. Estaba muy preocupada porque no devolví sus llamadas ni mensajes todos estos días.

Carmille asintió, comentando que la menor de las Waldover había llamado al número de la casa, pero la institutriz le había pedido que le diera un tiempo a su hermana. Nellie necesitaba organizar sus ideas para poder explicárselo todo. Dándole la razón a la señora, la chica mordió el dulce y emitió un sonido de satisfacción que hizo que los guardias la miraran. No se suponía que la futura reina fuese tan expresiva. Sin embargo, ella estaba demasiado concentrada en el sabor del dulce como para sentirse arrepentida por su falta de restricción.

El timbre de la casa sonó y enseguida los guardias se pusieron tensos. Nellie comenzó a caminar hacia la puerta con toda la intención de abrirla, pero como si se tratara de un grupo de niños inmaduros, los guardias reales se adelantaron a ella para protegerla de cualquier potencial peligro. Con un suspiro de hastío, la muchacha se detuvo y esperó.

—Su Alteza Real —anunció Trent, con voz firme—, el príncipe Robert.

La "molestia real" —como lo había agendado Nellie en su teléfono— avanzó con una mueca en el rostro. Miró a Trent reclamándole por su uso del viejo protocolo, con lo que solo lo había demorado y casi dejado sordo. Él no necesitaba ser anunciado allí. Al verlo, Eleanor sintió que todas las ideas que había estado guardando para ridiculizarlo e irritarlo se le escapaban sin remedio. Robert lucía magnífico en su traje gris azulado. La prenda se ceñía en los lugares adecuados, donde ella sabía que tenía abundante musculatura. Tragó en seco y casi se ahoga con la magdalena.

—¿Tienes hambre? —le preguntó, dejándola aturdida por un segundo.

—¿Eh? —articuló— ¿Yo? ¿Por qué dices...?

Rob señaló el dulce con una curiosa mirada y solo entonces la muchacha reaccionó.

—No particularmente —comentó, irónica—. Mucho menos ahora.

—Me halaga saber que soy capaz de quitarte el apetito —respondió él, y se acercó entonces a pocos centímetros de su cara para susurrarle—. Habrá que ver si tengo suerte quitándote...

—Estaré lista de inmediato —lo interrumpió ella, avergonzada.

Esperaba que los guardias no hubiesen escuchado las insinuaciones de Robert. No quería que aquellos hombres supieran nada sobre ella. El príncipe sonreía divertido mientras la miraba subir a toda prisa las escaleras hasta su habitación. Cuando Eleanor regresó casi media hora después, el hombre casi se deja la mandíbula en el suelo. Vestía pantalones color crema, ajustados en la cintura y algo anchos alrededor de los tobillos. La blusa también era holgada, de mangas largas y con el escote alto. Ocultaba todo lo que él sabía que había detrás. No se fijó demasiado en los zapatos salvo para notar que la habían hecho unos centímetros más alta. La vio meter el teléfono en una cartera y solo entonces la invitó a seguirlo.

Nellie intentaba pensar en cualquier cosa que no fuera la mirada que Rob le había dedicado, demasiado íntima para la ocasión. Sin embargo, tampoco quería que sus pensamientos se dirigiesen a la inminente reunión con la reina. La última vez que se habían visto había sido todo excepto un encuentro agradable. Si tenía que sentirse torturada, que fuese por los ojos de Robert y no por los de su madre.

—¿Vas a conducir tú? —le preguntó sorprendida al verlo sacar las llaves frente al lujoso auto.

—¿Por qué no? —Se detuvo para abrirle la puerta—. Me has visto conducir antes.

—Conducir ebrio, sí.

Rob sonrió y movió la cabeza para instarla a subir al vehículo. Nellie no demoró más la partida, aunque mucho le hubiese gustado hacerlo.

—¿Qué descubriste sobre aquellos... —Nellie habló tras unos minutos de camino en silencio—ladrones?

Robert permaneció callado y pensativo con el ceño fruncido, por tanto tiempo que la chica pensó que no iba a responderle.

—Los interrogué —dijo simplemente, aunque ella sospechó que había más—. Solo eran ladrones a los que tu padre debía dinero hacía un buen rato. Pensaron que ahora que estaba a punto de entrar a la familia real se apresuraría a pagar sus deudas, pero no lo hizo.

—Así que decidieron cobrar por su cuenta—Eleanor suspiró mientras acercaba el rostro a la ventanilla para sentir el viento fresco—. ¿Esperabas algo más?

—Sí. Esperaba que fuesen Anti – coronas.

Nellie arrugó la frente y devolvió la mirada hacia Rob. No era un secreto que una pequeña parte de la población de Lysteria deseaba abolir la monarquía, a pesar de que existía el Consejo de ministros, un parlamento creado con el objetivo de que el pueblo llevase sus inquietudes hasta la corona de manera organizada. La mayoría de los ciudadanos reconocía vivir en armonía con el sistema actual, y estaban felices por la próxima boda real. Sin embargo, eso no opacaba del todo los sucesos violentos que se producían de vez en cuando en los poblados, como venganza por continuar dicho sistema de gobernación. Se hacían llamar los "Anti – coronas", en su mayor parte sujetos capaces de realizar actos vandálicos importantes. La joven maldijo entre dientes a su padre, a la reina y al príncipe por someterla a la atención de aquellos bandidos. Ya nunca más tendría paz en su vida gracias a su futuro matrimonio.

—Pero no lo eran —aseguró, al tiempo que giraba el volante, deseoso de cambiar de tema—. ¿Cómo van tus clases de protocolo?

La muchacha hizo una mueca involuntaria que lo divirtió. Al notarlo, recompuso el rostro y comenzó a inventarse maneras de decirlo de manera educada.

—Estoy harta —confesó, olvidando todas las formas que se le habían ocurrido.

Robert dejó escapar una carcajada que a Eleanor le sorprendió. Era la misma risa que había escuchado la noche del club. Aquello la hizo removerse en el asiento, incómoda. Una parte de ella no quería asociar su escapada nocturna con su futuro matrimonio con él. La ruborizaba y enojaba al mismo tiempo.

—Hay una cosa que debemos hacer antes de llegar al palacio —dijo, sonriendo cuando la mirada desconfiada de Nellie lo acusó—. No es nada de lo que imaginas. Tenemos que hacernos unos exámenes antes de la boda. Es por el asunto de los herederos.

—¿No crees que hubiera sido inteligente hacerlos antes de anunciarle al mundo que habías escogido una prometida ya?

—No fue mi momento más brillante, pero tenía que forzar a mi madre a aceptarte.

—Oh, estás haciendo un trabajo espectacular.

Robert escogió ignorar la ironía en las palabras de la mujer. Ella tenía todo el derecho de estar enojada y él lo reconocía. Meterla en aquel compromiso por la fuerza había sido inmaduro de su parte, una tontería de su niño interior. No sabía bien qué le sucedía con ella, pero alejaba sin pretenderlo todo su mal humor y su amargura. Probablemente porque le recordaba su infancia, cuando no tenía problemas importantes. Y a todo lo que se habían dicho en ese entonces. Robert apretó los dedos sobre el volante y sacudió la cabeza, incrédulo. Se había acostado con Eleanor sin saber que era ella. Pensar que la última vez que la vio le había asegurado que iba a ser muy fea cuando creciese, le causó mucha gracia. No pudo estar más equivocado.

Los minutos transcurrieron en silencio hasta que llegaron a la clínica privada de la corte, donde fueron recibidos sin dilación. Eleanor no se despidió de Rob antes de dejarse guiar por la enfermera hasta un cuarto pequeño. Allí, después de explicarle todo lo que iban a hacer, la misma mujer le extrajo muestras de sangre para los exámenes. También le midió la presión arterial, así como otras constantes vitales. Luego de que dicha mujer se marchara, otra entró para examinarle la dentadura, lo que hizo que Nellie se sobresaltara.

—Es parte del protocolo, mi Lady —aseguró, tímida—. Lamento incomodarla.

Después de una hora de entrevistas médicas, pruebas físicas e incluso un ultrasonido, Eleanor se reunió con Robert en el recibidor, con un estado de ánimo nada apropiado para encontrarse a la reina. La chica subió al auto sin siquiera mirarlo, pensando si de verdad tenía que someterse a todo aquello y soportar el chantaje de su padre, así como la imposición del príncipe. Como para que no le quedara duda, una llamada de su padre entró a su celular.

—¿No vas a contestar? —preguntó Rob, al ver que el teléfono sonaba por varios segundos sin que ella hiciese nada.

Con un suspiro resignado, Nellie oprimió el botón y acercó el dispositivo a su oreja.

—Hola, papá —habló, disimulando su aprensión.

—¿Ya llegaste al palacio? —Fueron sus primeras palabras, en un tono hostil.

—Todavía no.

—Asegúrate de dejar una buena impresión en la reina, Eleanor. Si escucho que te comportaste como una pueblerina, con tu estúpido acento americano y tu falta de modales, no te van a gustar las consecuencias.

Eleanor intentó por todos los medios disimular todo lo que estaba sintiendo. Rabia, dolor y decepción. ¿Por qué no podía tener un padre normal? Uno que se preocupara por el bienestar de sus hijas en lugar de usarlas por su propio beneficio. No pensó que Robert fuera a notarlo, aunque el temblor de su mano era demasiado obvio. El hombre disminuyó la velocidad del auto por la seguridad de ambos y la observó. Ese hecho puso a Nellie más nerviosa.

—No te preocupes, papá —dijo, su voz algo aguda por el esfuerzo de ocultar el disgusto—. El príncipe me llevará a casa temprano y a salvo, si tanto te inquieta.

George colgó la llamada después de emitir un chasquido de su labios, como si no pudiera importarle menos a qué hora la llevaban de regreso o en qué estado. Nellie guardó su teléfono y volteó su rostro hacia la ventana.

—¿Todo bien? —interrogó Rob, dividiendo su atención entre la carretera y el rostro acongojado de la chica— Pareces molesta.

—Maravilloso. No pasa nada.

Por supuesto que era algo, o al menos eso le pareció a Robert. La expresión de la chica había sido seria al salir de la clínica, pero después de aquella llamada, algo se había empañado en sus ojos. No tenía una explicación, y no era el momento de pedirla, porque no estaban en buenos términos. Pero iba a indagar hasta saber de qué se trataba. Un minuto después de tomar esa decisión, llegaron al palacio.

La visión de las torres más altas del edificio hizo que Nellie se despejara un poco. Ahora tenía otro motivo para estar tensa. No sabía qué esperar de la reina, pero sin duda no sería nada bueno. Y así mismo pudo comprobarlo cuando alcanzaron el jardín donde la misma presidía una merienda. La soberana estaba sentada, sosteniendo una taza de té mientras compartía una animada y al parecer divertida conversación con Lady Madeleine Hansburg. Eleanor sostuvo una expresión neutra a pesar de que tenía cierto resentimiento en contra de la muchacha, que había sido muy grosera la noche en que se habían conocido.

—Madre, —saludó Robert, haciendo una reverencia al mismo tiempo que Nellie— Lady Madeleine.

—Majestad —habló la chica, recibiendo un asentimiento y una mirada desaprobadora que hizo que le temblara la voz—. Le agradezco la invitación.

—Espero que no les moleste mi presencia —intervino Maddie cuando el silencio se hizo pesado—. La reina tuvo el hermoso detalle de invitarme ya que últimamente no salgo de la propiedad de mi padre.

Eleanor guardó silencio mientras Robert le aseguraba a Madeleine que no había problema, al tiempo que la reina le tomaba la mano a la chica y le sonreía, pidiéndole que no dijese tonterías. Eleanor tomó asiento junto al príncipe y aceptó la taza de té que el hombre le brindó.

—También tenemos galletas —comentó la reina con una sonrisa—. Pero si yo fuese tú, no las tomaría.

—¿Qué ha sido eso, Majestad? —intervino Robert, mientras Eleanor se quedaba rígida.

Mabel enfrentó la mirada implacable de su hijo, suavizando la voz al responderle.

—Es porque necesita cuidar su salud ahora que es la futura reina de Lysteria.

Una vez más el silencio se extendió en la mesa. Eleanor tenía los ojos fijos en su taza, luchando por controlar su rostro de mostrar el malestar y la rabia que estaba sintiendo. Robert continuaba observando a su madre, advirtiéndole que se comportara en un reclamo mudo. No necesitaba decir mucho, sus ojos fríos eran un poema. Madeleine se aclaró la garganta y se excusó para ir a refrescarse. Finalmente, con un suspiro resignado, la reina se giró hacia su futura nuera con una sonrisa tensa que poco tenía de sincera.

—Toma lo que quieras, Lady Waldover —dijo, sin poder disimular su tono cortante—. Estás en tu palacio.

—Eso está mejor —comentó Robert, sin dejar de lanzarle advertencias con su mirada de hielo.

—Tienes correspondencia en el despacho, Rob. Un reporte sobre los fondos benéficos.

El príncipe casi saltó en su asiento para ponerse de pie. Después de pedirle a su madre que se comportase, y de apretar la mano de la chica a modo de apoyo, se marchó prometiendo que regresaría de inmediato. En cuanto el joven se hubo perdido de la vista de las dos mujeres, el ambiente entre las mismas se volvió gélido. Eleanor se tensó un poco más, aunque parecía imposible dado el estado en el que se encontraba.

—La próxima vez que vayas a presentarte en público con mi hijo, asegúrate de llevar la ropa adecuada.

—¿Qué...? —Eleanor se aclaró la voz, que le había salido estrangulada por la impresión— ¿Cuál es el problema con mi conjunto, Majestad?

—El que tengas que preguntarme cuál es el problema, es precisamente el problema. Esto es Lysteria, no es Estados Unidos. Vas a representar a mi país frente al mundo. Lo mínimo que te pido es que no nos avergüences con tu forma liberal de vestir. Las reinas y las princesas no llevan atuendos de hombre.

Eleanor tragó saliva con dificultad. Su conjunto de pantalón era elegante, de acuerdo a su parecer, digno de cualquier ocasión formal. Había revisado todos los protocolos reales, en particular el del código de vestimenta. Nada decía sobre los trajes de pantalón. Supuso que la reina se inventaría cualquier excusa para no encontrarla adecuada para el puesto. No podía importarle menos la opinión de aquella señora amargada. Nellie se estremeció recordando las amenazas de su padre. Los reproches de Mabel no podían llegar hasta los oídos del conde. Miró el reloj con disimulo, preguntándose cuánto tardaría Robert en regresar. Dos minutos fuera y la reina no había perdido un segundo, insultándola con su escrutinio y juzgándola hasta por el color de su pintalabios. Aquel matrimonio iba a terminar volviéndola loca o deprimiéndola hasta hacerla morir.

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