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Capítulo 4

Los días habían pasado con rapidez, al contrario de lo que Eleanor había deseado. Finalmente había llegado la fecha en que se efectuaría el encuentro con su prometido. Esa misma tarde, ella y su padre asistirían a la fiesta de máscaras celebrada por la reina, donde sería anunciado —esta vez de manera formal— su compromiso con el príncipe. Por suerte y para su salud mental, era temprano todavía. Tendría tiempo para calmarse. Nellie había comido poco en el almuerzo, su estómago se mantenía sobresaltado por los nervios y se negaba a ingerir demasiada comida. Lady Carmille le sonreía con frecuencia para imbuirle confianza, si bien no obtuvo buenos resultados.

En los pasados días, su padre apenas le había dirigido la palabra en las escasas ocasiones en que se habían cruzado. Se reservaba su falso cariño para cuando había personas ajenas a la familia alrededor. Si tenía que hablarle, el hombre ladraba las palabras en lugar de decirlas.

Nellie recibió una llamada de su hermana, hecho que la puso contenta. Excusándose de su instructora, se trasladó a su cuarto en busca de privacidad. Desde que habían hablado cuando ella estaba aún en Chicago, era la primera vez que lograban comunicarse. Eleanor agradeció el poder escuchar la voz Liz antes de ir a firmar su sentencia. Con su consuelo lograría mantenerse algo calmada.

—¿Cómo estás, Nellie?

—No estoy bien, si es lo que deseas saber. Al menos no estoy cayendo en un abismo de depresión.

—¿Papá se ha portado bien?

—Él no ha estado cerca —suspiró—. Así que supongo que sí.

El silencio se extendió a los dos lados de la línea. Ambas sabían que no había mucho que decir o hacer. La suerte estaba echada. Si bien Nellie no había comentado las razones exactas de su regreso, Liz estaba segura de que había sido por ella. Conocía a su familia, y de lo que eran capaces sus miembros. Eso la hacía sentirse horrible por ello, le atascaba las palabras en la garganta. Aun así, no fue capaz de mencionar el tema.

—Te encuentro más tranquila, Nel. ¿Ha pasado algo?

Eleanor sonrió recordando su secreto. Su desconocido de ojos azules y tupida barba.

—No. Nada.

Su tono de felicidad no engañaba a nadie, mucho menos a su hermana.

—¿Qué fue lo que hiciste, Nellie? —rio Liz divertida y nerviosa a la vez.

Eleanor había jurado a sí misma que nunca lo contaría a nadie. Que sería un secreto entre ella y su desconocido. Pero se trataba de Liz, su hermana menor, que nunca la traicionaría. No se dio cuenta de que no estaba sola, ni del peligro en el que se estaba metiendo al hablar con soltura.

—Lo que hice fue disfrutar de mi última noche de libertad —declaró, orgullosa—. Fui a un club nocturno antes de regresar. Encontré a un hombre con el que tuve una increíble conexión. Y era tan guapo, Lizzie...

—¡Zorra! —gritó George, lanzando el teléfono fuera de las manos de su hija— ¿Cómo te atreviste a tanto, maldita sinvergüenza?

Eleanor se levantó de un salto y enfrentó el rostro furibundo de su padre. La mirada aterrada de la joven iba desde su mano hasta el teléfono, caído en el suelo. No se había roto, ni se había perdido la llamada y eso era lo peor. Porque todo lo que sucediera a continuación iba a ser escuchado de manera clara por su hermana. Ella prefería ahorrarle cada vez que podía los detalles de la brutalidad en la que su padre era experto. Vio la foto de su madre sobre la mesa de tocador, y pensó con rabia en lo que debió sufrir en manos de un hombre así. La mujer que a pesar de ello siempre había sido dulce con sus hijas. Solo eso le dio la fuerza necesaria para plantarle cara al conde.

—Soy una adulta —declaró, tensando su boca para evitar que le temblaran los labios—. No debo explicaciones a nadie.

—¡Estúpida! — gritó George, agarrándola por el cabello y sacudiéndola— ¡Eres una estúpida! No te has comprometido con cualquier hombre. Te has comprometido con un reino. Si esto sale a la luz vas a ser juzgada por traición y me arrastrarás contigo.

Eleanor reprimió sus ganas de chillar a causa del dolor en la raíz del cabello. Sabía que su padre reaccionaría de esa manera, aunque no esperó verlo tan asustado. Eso la hizo sonreír satisfecha, enderezando el rostro hacia él. Un grave error, teniendo en cuenta lo vengativo que podía ser el conde. Le tiró con más fuerza, hasta que ella tuvo que dejar escapar un grito.

—¡No me importa! ¡No pedí este matrimonio!

—¿Y tu hermana? ¿No te importa ella?

—No te atrevas a mencionarla —atacó la chica, ahora furiosa—. Si algún día tengo derecho a una deferencia como reina, me aseguraré de que no puedas acercarte a ella, maldito...

El conde la calló con una bofetada que resonó por toda la habitación. Un poco más de fuerza y le hubiese partido el labio. Los cinco dedos se marcaban de un rojo brillante sobre la piel de su mejilla y eso era más que suficiente. El impulso la había hecho caer al suelo y pegarse con la mesa en el hombro, sin otras consecuencias más graves. Lo más triste de todo era el hecho de que no fuera la primera vez que lo hacía. Nellie estaba convencida de que el hombre encontraba algún tipo de alivio cuando golpeaba a una de sus hijas. Había intentado proteger a Liz, no teniendo éxito siempre. Ahora podía escucharla gritando a través del auricular. No obstante, contestarle era imposible. La joven se había quedado muda, su mente reproduciendo el pasado en dolorosos bucles de tiempo.

—Espero que no hayas sido tan idiota como para quedarte embarazada de ese tipo con el que te acostaste —amenazó el hombre, con dureza en la voz y en la mirada—. Y si en verdad eres tan inepta, procura hacerle creer a ese principito que el hijo es suyo.

Nellie se resistió, pero el conde la levantó del suelo con brusquedad, otra vez por el cabello. Las lágrimas abandonaron sus ojos y le recorrieron el rostro. Eso no suavizó la actitud de su padre, que continuó siendo tan amargo y violento como siempre. Con una fuerza exagerada, le apretó la cara y la obligó a mirarlo de frente.

—Si arruinas este compromiso, Eleanor, voy a destruir toda tu vida con mis propias manos —dijo, sonriendo de manera retorcida—. Será mejor que dentro de dos horas estés lista, o vendré a buscarte y tu castigo será peor.

Después de eso, el hombre abandonó la habitación. Nellie tomó el teléfono y colgó la llamada antes de dar rienda suelta a su sufrimiento. Apagó el dispositivo, para que su hermana no pudiera volver a llamarla pidiendo explicaciones. Se miró al espejo. Tendría que hacer un acto de magia para disimular con el maquillaje el violento rubor provocado por las manos del conde. Lo bueno de casarse, era que no tendría que vivir con su padre. No habría más golpes de su parte. Nellie se sintió asaltada por una duda. ¿Y si ese príncipe resultaba ser igual de abusivo? A su cabeza regresaron varios recuerdos de su infancia, en los que se liaba a puñetazos con el heredero durante fiestas de té. Un sollozo desesperado abandonó su garganta en el mismo momento en que Lady Carmille empujó la puerta para acudir en su ayuda.

Eleanor se abrazó a su vieja institutriz al tiempo que lloraba de manera desconsolada. La mujer examinó su rostro con una mueca de rabia. Se alegraba de que la chica fuese a casarse con el futuro rey, y esperaba que ese hombre la protegiera de los abusos del conde. A las dos hermanas. En su opinión, George Waldover no merecía ni besar el suelo por el que sus hijas caminaban. Así como no había merecido a la madre de las niñas.

Carmille ayudó a la joven a ponerse de pie y a sentarse frente al tocador. Acarició el rostro de la muchacha con dulzura, y sonrió para darle ánimos. Nellie dejó de llorar y comenzó a alistarse para ir a palacio real. Lo tomaría como cualquier reunión de negocios, como si discutiese el destino de unas acciones o de una empresa en su conjunto, y no el suyo propio. Maquillaron con esmero su rostro y lograron cubrir la marca roja, cuidando de no excederse con el resto de la cara. No quería ni podía pasarse con la pintura, porque los protocolos de la nobleza eran estrictos sobre esos temas. En el espacio de tiempo pactado, Nellie estuvo vestida y peinada de manera correcta. Por último, sujetó entre sus dedos la máscara negra que había escogido. Tenía encaje en los bordes, lo cual le daba un toque refinado a su atuendo en conjunto.

Dos horas más tarde, ella y su padre marcharon en el auto que los recogió en la casa, sin intercambiar una sola palabra en todo el viaje rumbo al castillo.

Robert llevaba toda la mañana caminando de un extremo a otro de su habitación. Se cuestionaba repetidas veces el haber tomado o no la decisión correcta para el mejor interés de su país y del suyo propio. ¿Sería Eleanor Waldover la mujer adecuada para el puesto? Sería bochornoso para él y para su madre tener que romper ese compromiso, después de que se había anunciado por cadenas de televisión nacionales e internacionales. Esperaba no tener que hacerlo, y que la chica se hubiese transformado con los años en una compañía agradable. Suponía que fuera una joven inteligente, porque se había graduado de la universidad, y confiaba en que ella podría ayudarlo a mantener el reino en una segura prosperidad.

Se había sentido tentado de investigarla, de buscar sus fotos en internet y saber cómo lucía en la actualidad. Sin embargo, no lo había hecho. Su madre no le había dejado tiempo para ello, porque llenaba sus espacios con papeleo. No recordaba que un compromiso de la realeza fuese tan complicado de concertar. Con toda probabilidad no lo había notado antes porque en su primer matrimonio había estado tan emocionado como un adolescente. Protegido por sus padres, quienes asumieron todo el trabajo. Con todo, ahora que de este enlace dependía su futuro y el de su nación, Rob tenía que enfrentarse al consejo de ministros.

La junta ya estaba planeada para dentro de unos días. Después de encontrarse con su futura esposa, ambos debían comparecer ante el consejo para darles a conocer de forma oficial su vínculo, y para someterse a su crítica. El príncipe estaba seguro de que aquel club de viejos de mentalidad retrógrada destrozaría sus razones para escoger a Eleanor, pero ni aun así los dejaría salirse con la suya. Esa antigua costumbre de someter a la futura reina a una "evaluación" le daba igual. Ya lo obligaban a tomar esposa, no iba a permitir que la eligieran también. Nunca más.

La puerta de la habitación crujió bajo unos ligeros toques, que lo sacaron de sus cavilaciones.

—Adelante.

Un señor delgado de unos cincuenta años se adentró despacio en la habitación. Unos ligeros indicios de calvicie le decoraban la cabeza, aunque no lo hacían menos elegante. La postura de su cuerpo era firme, digna. El hombre saludó al príncipe con una reverencia antes de hablarle.

—Alteza, Su Majestad la reina solicita su presencia en el baile. Su prometida ha llegado, acompañada por su padre el conde.

—Gracias, Sigmund. Iré cuanto antes.

Robert se arregló la camisa y el saco frente al espejo. Pese a la insistencia de su madre, no había querido salir a recibir a los demás invitados, que ya llevaban al menos dos horas en el jardín exterior, donde junto a la enorme terraza se celebraba el acontecimiento. No podía negar que estaba preocupado por el momento que se aproximaba. En pocos segundos iba a reencontrarse con su tormento de la infancia, y a partir de entonces todo cambiaría. Con un suspiro, salió caminando a paso firme rumbo a donde se encontraban sus futuros súbditos, al tiempo que se colocaba la máscara.

La terraza del palacio colindaba con un precioso jardín que mostraba las especies propias de Lysteria, y varios tipos de plantas exóticas. El número de ejemplares había crecido desde la última vez que había estado en el castillo, y aunque podía ser una buena distracción, el príncipe no lograba evitar sus recuerdos. El pasado regresaba para torturarlo, para recordarle todo lo que había hecho mal en su anterior matrimonio. Lo único que podía hacer para protegerse, era negar cualquier sentimiento que pudiera desarrollar hacia su futura esposa. Quizás por eso la había escogido a ella. Sabía que no podía enamorarse de aquella chiquilla insoportable, por muchos años que hubieran transcurrido.

Ignorando quien era la persona que estaba frente a la reina y de espaldas a él, Rob saludó con la mano al acercarse a la mesa del té.

—Robert, querido —habló su madre, algo incómoda— Llegas tarde.

La reina no había podido contenerse, había salido al encuentro de su hijo antes de que el mismo pudiese saludar de manera apropiada a los invitados. El conde los observó con una curiosa mirada, como buscando cualquier indicio de malas noticias. A Rob no le pasó por alto aquel detalle, y se percató de que su prometida giró para no darles la espalda, —lo cual era considerado una gran falta de respeto— si bien no hizo ningún esfuerzo por encontrar su mirada. Seguramente estaba trabajando en algún discurso.

—Madre, no estaba jugando a nada hoy —explicó Robert con una actitud cansada—. Estuve todo el maldito día trabajando en nuestra presentación frente al consejo ministerial.

—Cuida tus modales. No vayas a ponernos en ridículo con tu libertad de expresión americana. ¿Qué tiene ese país que atrae a todos como moscas?

Robert rodó los ojos, había perdido la cuenta de las veces que le había pedido a su madre que fuese a conocer los Estados Unidos. El gesto no le gustó a la reina, que le propinó una suave palmada en el brazo al joven.

—Y guárdate de hacer esas muecas frente a todos. Puedo notarlo aun cuando llevas cubierto el rostro. Vamos de una vez. Ya quiero terminar con esto.

Su madre lo tomó del brazo para arrastrarlo hasta el centro de la terraza, y él la detuvo antes de llegar. Miró a la joven, aun con la cabeza baja. Su cabello largo de suaves curvas le traía recuerdos de una reciente noche en Chicago. ¿Podría ser? No, no podía creerlo. Sin embargo, le recordaba a la joven que había robado su atención en aquel club. La que para su fortuna había atrapado con ayuda de un simple adorno de su camisa. Sintió que el corazón le latía con demasiada velocidad. Y entonces se acercó a ella, sin que su madre sospechara nada.

—Buenas noches —dijo, con una leve inclinación de su cabeza —. Sean bienvenidos al palacio real. Disculpen mi tardanza, me surgieron algunos imprevistos.

Eleanor se había tensado al escucharlo hablar. No era solo que ya estaba en presencia de su prometido, sino lo familiar que su voz le había resultado. Alzó el rostro de prisa y se alejó un poco de su padre, temiendo que él sospechara algo. Al principio había tenido miedo de que notaran lo que había bajo el maquillaje, por lo que no había alzado mucho la cabeza desde su llegada, pero le había resultado inevitable en aquel instante. Creyó que se había vuelto loca, no podía mirar a su prometido sin recuperarse de la impresión. Sus ojos se posaron en el suelo, como si no hubiese nada más interesante que eso en todo el lugar. Padre e hija hicieron una reverencia al futuro rey. Su futuro marido.

Nellie llevaba un vestido bastante conservador de color azul turquesa, que ocultaba su escote y cubría sus rodillas, dándole un aspecto serio a su figura. Su padre no hubiera aceptado menos, estaba convencida de ello. El conde, por su parte, vestía sus mejores galas. Al verlo, nadie hubiese sospechado que su fortuna se había esfumado detrás del vicio del juego y las apuestas. Su traje limpio y planchado disimulaba sus verdaderos términos económicos.

Robert se había dedicado a mirar directamente a su prometida. Le costaba un poco conciliar la imagen de aquella típica dama lysteriana con la joven de pasión desenfrenada que había conocido en Chicago. Debía de estar confundido, o peor, obsesionado. Algo en la forma en que se movió le pareció extraño, como si ella le temiera. Así que ya tenía la respuesta en parte de una de las preguntas que se había hecho. A ella no le había encantado la noticia de su casamiento. Rob reprimió una mueca de incomodidad. En pleno siglo veintiuno aun existían los matrimonios concertados en Lysteria, un notable atraso cultural. Y él había contribuido a ello. Sin embargo, se trataba de su pesadilla de la infancia, Eleanor "la lagartija" Waldover. Los remordimientos se esfumaron cuando recordó lo insoportable que era.

—Bueno, estoy segura de que ellos te perdonan, cariño. Les comentaba que eres un hombre muy ocupado.

—Así es —aseguró él, todavía escrutando el rostro oculto de la joven.

Eleanor se estremeció por segunda vez. Esa voz tenía un extraño efecto en ella y eso la asustaba. ¿Se debía a que aún estaba conmocionada por el golpe que le había propinado su padre? No lo creía.

—Bueno, es momento que dejemos de lado las máscaras. Robert, quiero que conozcas de nuevo a Lady Eleanor Waldover —dijo la reina, retirando su propio antifaz con una sonrisa fría.

Y entonces Nellie alzó la mirada otra vez, al tiempo que obedecía a la reina. Sus ojos se posaron despacio en el rostro ya descubierto de su prometido, y la sorpresa los abrió poco a poco a toda su capacidad. Sus labios se entreabrieron dejando escapar un jadeo de asombro, que fue seguido por uno igual de estupefacto por parte del futuro rey. La pareja estaba aturdida, perdidos en la mirada del otro y en los disímiles pensamientos que se agolpaban en sus cabezas. Ambos confirmaron sus sospechas, eran aquellas personas que habían compartido la noche y la cama con toda la pasión del mundo. 

Se calentó esto😱😱😱😱.

¿Cuál será la reacción de ambos?

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