Capítulo 34
—Elizabeth Waldover no es la propietaria de esa cuenta —aseguró Robert—. Les voy a garantizar acceso a los archivos reales para que revisen a fondo. Estoy seguro de que se trata de un fraude.
—¡Así es! —exclamó Nellie, aliviada.
Robert le contó a los policías sobre el robo de fondos de la corona y todos los descubrimientos que habían hecho. No mencionó al tesorero muerto, lo que su esposa agradeció. A pesar de que no guardaba una gota de estima por George Waldover, tampoco quería que su nombre se viese implicado en un escándalo. No con la coronación a la vuelta de la esquina.
Una vez se hubieron marchado los visitantes, Robert hizo pasar la comida. Eleanor había perdido por completo el apetito. Si antes iba a probar un bocado con tal de complacer a su esposo y no hacerlo preocupar, en ese momento habían muerto esas intenciones. Por mucho que insistió el príncipe, la muchacha continuó firme. Ningún alimento iba a pasar por su garganta con toda la angustia que sentía.
Dos días después, la policía les comunicó que Elizabeth estaba fuera de sospecha y que podía viajar con total libertad.
Aunque estaba triste por su partida, Eleanor se alegró de que su hermana se alejase de todos los dramas y peligros que la asechaban en el palacio. Ese día acompañó a su hermana al aeropuerto. Una vez libres de las cámaras y los guardias de seguridad, las mujeres se abrazaron, llorosas. Cada una debía cumplir con su deber.
—Ve tranquila, Liz —le pidió Nell—. Robert cuidará de mi.
—Si no lo hace, tendrá problemas conmigo.
La expresión exagerada de su hermana le provocó una risa genuina a la princesa. Iba a extrañarla mucho, y pensaba llamarla todos los días.
Trent se acercó a Eleanor y tras aclararse la garganta, le comunicó a la joven que su padre estaba allí para despedirse de Elizabeth. Aquella noticia fue un balde de agua fría sobre las dos. Aunque Nellie hubiese querido que George no se relacionara más con ninguna, se dijo a sí misma que respetaría la decisión de ambos.
—Lo veré —aseguró la hermana—. No quiero que se enoje y lo pagues tú.
—No lo hagas por mí, Liz. Él ya no tiene forma de molestarme.
Elizabeth no atendió a razones. Por suerte para las dos, George interpretó el papel de padre abnegado a la perfección. No tenía el valor de mostrarse agresivo al notar a todos los guardias que rodeaban a su hija. En el momento adecuado, Liz abordó su vuelo y solo tras ver el avión despegar, Nellie se volvió hacia la salida.
—Hablemos, Eleanor.
La princesa se detuvo en seco, medio paralizada por la voz de su padre y por los recuerdos que esta le traía.
—No veo de qué podríamos hablar.
—Hay mucho que discutir. Comenzando por la asignación monetaria que me vas a otorgar como padre de la reina.
Nellie soltó una carcajada a pesar de que no se sentía de buen humor. ¿Cómo podía aquel hombre ser tan cínico?
—Tienes razón, hay mucho que hablar. ¿Por qué no me dices qué le pasó a Hummersfield?
El rostro de George cambió de expresión. Si antes se molestaba en disimular su enojo por la actitud de Nellie, en ese momento no pudo. Se acercó a ella con claras intenciones de tomarla del brazo y sacudirla. Sin embargo, la muchacha se mantuvo firme en su lugar mientras Trent se adelantaba para cortarle el paso al conde.
—Estúpida —le dijo, hablando en voz baja pero con un tono duro—. Sigues siendo una estúpida. No creas que tengo algo que ver con eso.
—Eso lo descubrirá la policía. Hemos terminado aquí. No me busques.
George intentó seguirla cuando la joven se dio la vuelta y comenzó a alejarse, pero sus guardias se lo impidieron. Eleanor se marchó del aeropuerto una vez más convencida de que su padre no tenía remedio y que debía sacarlo de su vida para siempre.
En cuanto puso los pies en el patio del castillo, Damien le hizo saber que Robert la estaba esperando en su oficina. Nellie se dirigió sin más demora al lugar en cuestión. Sin embargo, la puerta semiabierta filtró una conversación que hubiera preferido no escuchar.
—No sé por qué te casaste con ella si te ha traído más problemas que nada.
—Las cosas son como son, madre —comentó él, su voz dejando saber que estaba cansado de aquel tema—. Pudo haber sido cualquier mujer. Cuando decidí regresar, hubiera puesto a cualquier mujer en el trono. Por eso le propuse a ella.
Eleanor sintió que se le hundía el corazón en el pecho. Al mismo tiempo, un dolor punzante debajo del ombligo la hizo llevar una mano al vientre. Con todo el estrés acumulado por la inminente coronación, su período había llegado en forma discreta aunque dolorosa. Las palabras de Robert no eran una sorpresa del todo. Él le había propuesto matrimonio como si fuese un negocio, una oferta de trabajo. Aun así, dolía escucharlo decir aquellas palabras tan frías. Sobre todo, después de su bonita luna de miel. Robert iba a continuar hablando, pero Nellie decidió que no podría soportar más. Tocó la puerta con tanta fuerza que sus nudillos quedaron marcados en rojo.
El príncipe supo que lo había escuchado en cuanto sus ojos captaron la expresión de su rostro. Maldijo para sus adentros. No había querido menospreciar lo que los dos tenían, y estaba seguro de que así lo había interpretado ella.
—¿Mandó a llamarme, Alteza?
—Sí —contestaron madre e hijo, tras lo cual Mabel prosiguió sola—. James acaba de informarme sobre el desfalco que se ha hecho a la corona. Con una cuenta a nombre de tu hermana.
—Mi hermana no tiene nada que ver con eso...
Mabel la interrumpió con una risa sarcástica.
—¿Y tenemos que creerte porque...?
—Madre... —le advirtió el príncipe.
Eleanor trató de suavizar su tono. Intentó ser respetuosa y no sonar agresiva.
—Porque los robos comenzaron hace más de dos años. Ni mi hermana ni yo habíamos entrado al país por mucho tiempo. Porque los robos empezaron bajo su mandato, y solo fueron descubiertos cuando Robert se hizo cargo del gobierno.
—¡¿Qué estás tratando de decir?!
—No lo sé. ¿Qué fue lo que insinuaste sobre mi hermana?
—¡Suficiente! —exclamó Robert, logrando silencio en la estancia.
Eleanor miró a su esposo esperando que dijese algo más. Al no obtener lo que esperaba, decidió volver a intervenir.
—¿Me llamó para que su madre pudiese acusarme o hay algo más que quiera decirme?
—Hay detalles que pulir sobre la coronación —respondió él, masajeando con sus dedos el puente de su nariz—. Madre, discúlpanos. Necesito hablar en privado con mi esposa.
Nellie sintió una ola de satisfacción por la forma en que la había llamado. Mabel tendría que respetarla a las buenas o a las malas. Aunque no estaba contenta con ello, la mujer no opuso resistencia y se marchó sin decir otra palabra.
—No te llamé para acusarte, —le dijo él en cuanto la puerta se hubo cerrado— ni a tu hermana. Pensé que el tema había quedado claro.
Eleanor no contestó. Cruzó sus brazos sobre el pecho en actitud defensiva y se mantuvo a una distancia segura. Una donde el efecto seductor de Robert no pudiera cautivarla.
—La ceremonia tiene que salir perfecta mañana.
Más silencio de parte de ella. La muchacha solo asintió mirándolo a los ojos. El príncipe estaba en problemas.
—Háblame, Nell.
—¿Qué debo decir? Una vez más todo está claro.
—Tú sabes que lo que dije no es lo que siento.
Eleanor arrugó el rostro en una expresión incrédula. Se acercó al mueble que tantos momentos entre los dos había atestiguado y se sentó, agotada.
—¿Entonces por qué lo dijiste? ¿Por qué decir algo que no sientes?
—Estaba hablando del pasado. ¿Cómo iba a saber que...?
Robert se interrumpió a sí mismo. La chica se quedó esperando que continuase. Cuando no lo hizo, supuso que su esposo no había esperado que ella escuchase. Fue otro golpe para Eleanor, que se había imaginado que pronto tendría una confesión de amor. Pero no sucedió nada. Porque su esposo soltó un suspiro cansado y se recostó a su escritorio. Los dos habían estado bajo mucha presión desde su regreso. Por Mabel, por la policía y por los preparativos previos a la ceremonia de coronación.
Tragando con dificultad, la princesa comenzó a incorporarse para salir de allí.
—Tal vez mi padre tiene razón —murmuró Eleanor, subiendo el tono de su voz conforme crecía su rabia— Debo ser más estúpida de lo que él cree. Solo quieres una figura decorativa, una empleada del gobierno y alguien que te caliente la cama.
—Eleanor, me parece que estás siendo irracional...
— ...tan estúpida como para pelear por tu amor con una mujer que está muerta y con su hermana obsesionada.
Para cuando se dio cuenta de lo que había dicho, ya era demasiado tarde. Robert la estaba mirando con una expresión de sorpresa que se transformó poco a poco en ternura. La joven entró en pánico. Nunca se había sentido tan vulnerable. Sin haber dicho nada, ya lo había soltado todo. Quiso retroceder el tiempo y huir antes de confesar aquello pero, por supuesto, era imposible. Bien podía haberle dicho que estaba enamorada de él.
—No tienes que pelear contra nadie, Nell. He sido tuyo desde el momento en que mis gemelos se enredaron en el encaje de tu vestido —Dio un paso hacia ella—. Desde que nos vimos en el jardín de este palacio —Sus manos acunaron el rostro de la muchacha—. Cuando te llevé a mi oficina esa misma noche, ya me tenías.
Sus labios se estrellaron en los de ella con suavidad, como si probase el terreno antes de lanzarse al mismo.
—Y ahora que eres mi esposa, juro que voy a dedicar todos mis días a demostrártelo.
Cuando Nellie no mostró señales de rechazo, Rob aprovechó para profundizar el beso, hambriento de su toque.
—Espera.
La princesa se separó un poco y colocó sus manos sobre las de su esposo.
—Perdóname —le pidió, arrepentida—. Perdóname.
Rob se mostró confuso. No sabía qué era lo que debía perdonar.
—He estado estresada, me ganó la inseguridad. Me escogiste porque nos odiábamos cuando éramos niños —le dijo, mirándolo con ojos tristes— y nunca creíste llegar a sentir el mínimo afecto por mí. Sé que todo cambió, pero de todos modos necesito que me digas que soy más que eso. Necesito que...
—Te amo, Eleanor.
Nellie creyó que sus oídos la habían engañado. Creyó que su mente le jugaba una mala pasada. Que sus deseos de ser amada por él le habían hecho imaginar aquellas palabras.
—¿Qué? —logró preguntar, cuando él ya comenzaba a preocuparse.
—Dije que estoy enamorado de ti —reafirmó—. Que te amo.
Una lágrima rodó por el rostro de la chica. Una que simbolizaba su enorme felicidad, y que fue seguida de muchas más.
—Te amo, Robert. Te amo y soy una tonta por no haberme dado cuenta antes.
Robert dejó escapar una corta risa. Estaba emocionado y solo podía pensar en besarla. Sin embargo, cuando se disponía a hacerlo, unos toques en la puerta de la oficina los interrumpieron.
—Altezas, la policía quiere verlos.
Robert asintió y despidió a Damien con un gesto. Entonces tomó a Nellie de la cintura y la apretó contra su torso, uniendo sus labios en un beso desesperado.
—¿Los hacemos esperar un poco?
—No, Robert —rió ella, notando el tono de voz y la sonrisa traviesa.
Unos minutos después, la pareja se reunió con el mismo oficial que los había visitado antes. El comandante traía noticias sobre el caso del atentado a la princesa. Sin demorar los saludos, expuso que los hombres que tenían en custodia habían sido difíciles de interrogar y nada cooperativos. A pesar de ello, se habían rastreado las armas hasta el arsenal del propio palacio, y uno de los detenidos había insinuado que la conspiración estaba más cercana a ellos de lo que creían.
—He hablado con el miembro de su guardia que resultó herido. Su testimonio ha sido de ayuda para localizar a las ratas que se habían escondido tras el atentado.
Eleanor asintió, agradecida con el muchacho. Había demostrado una enorme lealtad al protegerla de aquella forma. Para su alivio, el joven estaba fuera de peligro y en recuperación en su casa.
—Uno de los detenidos mencionó a su padre, princesa.
—¿Qué? Mi padre no tiene ninguna influencia para retirar armamento de este palacio. Mucho menos tiene dinero para comprar mercenarios. ¿Y por qué atacaría a su propia hija?
La última pregunta no le salió con la voz tan firme. Ya no sabía de qué era capaz de hacer su padre o si le guardaba el mínimo afecto. Sin embargo, George no era tan idiota como para asesinar a la única persona capaz de resolver su problema de dinero. Simplemente no tenía ningún sentido. El policía asintió, mostrándose de acuerdo con su razonamiento. Preguntó entonces si tenían a alguien por sospechoso. Alguien que quisiera hacerles daño.
—Encuentre al verdadero dueño de la cuenta con la que se han hecho todos los robos a la corona y encontrarás al culpable de todo —señaló Robert.
—Yo creo que es James Hansburg —aseguró ella—, lo podría jurar.
Ante la confusión del oficial, Rob intervino con una explicación.
—James era miembro del consejo de mi padre. Mi anterior suegro. Cuando me fui, él quedó a cargo del consejo de mi madre... Habrá ganado mucho poder e influencias que querrá mantener.
—Lo voy a investigar —aseguró el policía—. Si encuentro evidencia suficiente, podría incluso obtener una orden de registro de sus propiedades. O una orden de arresto, si encuentro algo muy importante.
La pareja asintió satisfecha. Parecía que todo se iba a solucionar pronto. En cuanto el policía se hubo marchado, Nellie volvió a sentarse, presa del estrés. Rob notó su fatiga, por lo que le sugirió que ambos descansaran el resto de la tarde y se durmiesen temprano. La coronación al día siguiente iba a robarles mucha energía.
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