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Capítulo 32

Un coro de niños comenzó a cantar justo después de la declaración del arzobispo. A Eleanor le pareció que la catedral vibraba con sus hermosas voces. Tomó el brazo que su marido le ofrecía y los dos caminaron despacio hacia el centro de la estancia. Una boda real era más que la unión en sí. La pareja debía convertir cada segundo en un acto que demostrase fortaleza y clase. Los dos se detuvieron, justo como habían ensayado. Siguiendo el guion que dictaba la ceremonia, cantaron el himno nacional de Lysteria en conjunto con los invitados. Una vez terminado, los recién casados comenzaron su marcha al exterior de la catedral.

Robert y Eleanor recibieron el abrazo cálido de la multitud que los aceptaba como futuros soberanos. Saludaron sonrientes al pueblo que los había estado esperando. Posaron con paciencia para fotos oficiales y extraoficiales sin soltarse de la mano una sola vez.

El príncipe sabía que era algo que debían soportar, por lo que, cada cierto tiempo daba un suave apretón a la mano de su esposa. Uno que ella agradecía con una sonrisa más personal. En una de esas ocasiones, el hombre olvidó que estaban frente a miles de personas y cámaras. Quedó absorto al observarla, estaba hermosa y era su esposa.

—Y pensar que logré controlarme delante de los obispos —comentó—. Me estoy muriendo por besarte.

Para la mala suerte de los príncipes, la ceremonia religiosa en la catedral no incluía el "puede besar a la novia". No se acostumbraba en las bodas de la realeza, pues se consideraba algo que la pareja debía hacer en privado.

—Es una tortura, —confesó ella— me siento igual.

Como si con ello hubiese dado su consentimiento, el joven se inclinó hacia ella y depositó un corto pero significativo beso. La gente enloqueció. Era eso lo que habían venido a ver. Una pareja joven demostrando su amor. Ni una cámara se perdió aquel momento mágico de los recién casados. En poco tiempo la imagen estaría dándole la vuelta al mundo. Las vallas de seguridad temblaron cuando los presentes intentaron acercarse, emocionados.

—Creo que ya les dimos suficiente —señaló el príncipe—. Vamos al palacio para la recepción.

—Alguien está apurado —comentó ella con aparente inocencia.

—Necesito que pasen las horas más rápido. No puedo esperar para hacerte mía en la luna de miel.

Eleanor sonrió con la cara comenzando a calentarse, dando un último saludo antes de subir al vehículo que los llevaría a la fiesta. Una vez la puerta estuvo cerrada, el hombre se giró hacia ella y le habló al oído.

—Ahora que oficialmente eres mi esposa, me urge oírte gritar mi nombre.

Nellie observó el vehículo en su interior y comprobó con gusto que era una limusina espaciosa con un panel que separaba al conductor de los pasajeros. Si querían que los oyera, debían usar un intercomunicador. Le pareció muy bien, lo menos que querían eran ser escuchados.

—Espera a que veas lo que traigo puesto bajo este vestido y veremos quién de los dos grita.

Robert alzó las cejas con un claro interés. Su mano se deslizó sobre la tela del vestido e intentó colarse por debajo. La amplia falda se lo impidió, y la risa burlona de la joven no se hizo esperar.

—No te rías de mí, lo podría tomar como un reto.

—Tómalo como desees, esposo.

—Dilo de nuevo —le pidió, su mano encontrando el camino correcto por debajo del vestido—. Dime que soy tu esposo y que eres mía.

Eleanor saltó sobre el asiento al sentir la mano cálida de su marido rozar la cara interna de sus muslos.

—Soy tuya, esposo —admitió, desabrochando los botones más bajos de la chaqueta militar del hombre—. Y no olvides que tú eres mío.

La muchacha ahogó un gemido cuando el príncipe sorteó la barrera de su ropa interior e introdujo un dedo en ella. Decidió que no iba a quedarse atrás. Moviéndose con cierta dificultad, logró sentarse a horcajadas sobre las piernas del joven, y plantó un beso profundo en sus labios.

—¿Les decimos que tomen el camino largo al palacio? —sugirió.

—A tus órdenes, princesa.

Después de aquella petición nada sospechosa, la pareja se volvió un nudo de besos y caricias.

Casi media hora después, Eleanor se retocó el maquillaje con una risita. Comprobó que su vestido estuviese en perfectas condiciones y que su peinado estuviese derecho y sin cabello salido. No podía quedar ninguna evidencia de lo que había sucedido en aquel vehículo o la prensa tendría mucho más de qué hablar sobre la nueva pareja real.

Los recién casados hicieron su entrada en el jardín del palacio cuando ya todos los invitados estaban disfrutando bebidas y refrigerios. Fueron recibidos con un fuerte aplauso al que la reina no se unió. Ese hecho no pasó desapercibido por la pareja, aunque ambos tomaron el acuerdo silente de no darle importancia. No era una novedad que Mabel estuviese en contra de su matrimonio y no les iba a arruinar ese día cuando un intento de asesinato no lo había hecho.

La cena se sirvió temprano por petición de Robert. Cuando lo escuchó decirlo, Nellie tuvo que disimular su carcajada con una copa de vino. El príncipe no estaba siendo nada sutil.

Para calmar la ansiedad de Nellie, Robert se comunicó con la clínica real buscando conocer el estado del guardia herido. Si bien estaba encantada por su boda, la ahora princesa no podía dejar de pensar en lo que había sucedido en aquella carretera. Para el regocijo de los dos, el joven guardia había despertado y se encontraba estable. También había un operativo policial activo en orden de encontrar a todos los participantes en el atentado.

Cuando por fin pudieron despedirse de todos, Rob cargó a Nellie en brazos con la excusa de que se podía lastimar un pie con aquellos zapatos de tacón. La chica estaba segura de que lo había hecho para entrar más de prisa al auto y ponerse en marcha. De todos modos, disfrutó el momento y acarició el pecho de su esposo. Una pequeña sensación de pánico la invadió al percatarse de todas las veces que se había sentido cómoda y feliz junto a él antes y después de la ceremonia. No quería ponerle etiquetas o nombres a dicho sentimiento, era demasiado pronto. Forzando la sonrisa que se le había desvanecido por un segundo, bajó la cabeza para acomodarse en el asiento delantero.

—¿Vas a conducir tú? —preguntó, curiosa.

Robert asintió, colocándose el cinturón de seguridad al tiempo que la instaba a hacer lo mismo.

—¿A dónde vamos?

El príncipe no contestó, sino que le dedicó una sonrisa misteriosa. Rob echó a andar el auto y Nellie notó que otros vehículos los acompañaban. Por supuesto, después de aquel atentado la seguridad no faltaría en ningún momento. Eso la hizo dudar sobre la efectividad de su luna de miel. No se visualizaba teniendo intimidad con tanta gente a su alrededor en todo momento.

Cuando pasó una hora y no llegaban a ningún aeropuerto, Eleanor comenzó a sospechar que algo se le escapaba.

—¿A dónde me estás llevando? —repitió, con un carraspeo.

—Pronto lo verás, ya casi llegamos.

La joven miró hacia el frente. Estaban lejos de la ciudad, eso lo podía asegurar. El paisaje urbano se había desdibujado para dar paso al verde oscuro de los pinos y otros árboles. Un poco más arriba se podía apreciar nieve en las montañas. El ascenso comenzó por las carreteras húmedas. Nellie rio como una niña en cuanto la nieve apareció en ambos lados del camino. La blancura le recordó a Chicago y a lo libre que se había sentido allá.

Una cabaña apareció en su campo visual cuando estaba comenzando a reflexionar sobre su próxima vida en el palacio.

—Estamos aquí —señaló Rob, inclinándose hacia el asiento trasero—. Será mejor que te abrigues antes de salir.

El príncipe sacó un abrigo que le tendió a la joven. El encaje de su vestido no sería de ninguna protección para aquella frialdad blanca. Nellie se colocó la prenda por encima y sus tacones se encontraron con el asfalto mojado por la nieve que había sido quitada del camino. Robert corrió a su lado del auto y la levantó de inmediato, cargándola de nuevo en sus brazos.

—Mi esposa no puede resfriarse en nuestra luna de miel.

Ella sonrió, dándole un beso en los labios. Con la tibieza de aquel gesto, el joven caminó hasta la entrada de la pequeña casa y abrió la puerta con ayuda de un guardia.

Eleanor entró en la cabaña e inmediatamente se sintió encantada por su interior. Aquel lugar era lo que necesitaba. Una casa pequeña con todos los lujos y con suficiente privacidad para sentirse a solas con su esposo. El fuego de la chimenea había sido prendido con antelación, por lo que el lugar estaba bien caliente y acogedor. Robert comentó que había pensado sorprenderla con una luna de miel más privada que un hotel de lujo donde todo el mundo estaría pendiente de cada paso que dieran.

—Es una sorpresa increíble —dijo, volteándose para rodear con sus brazos el cuello de Rob—. Gracias por pensar en esto.

—Solo nuestro equipo más privado de seguridad estará presente, y tienen su propio espacio. Aquí adentro solo estaremos tú y yo.

—Excelente.

El tono de voz de Nellie sorprendió a Robert. La chica lo miraba con una sonrisa que decía mucho al mismo tiempo. Al percatarse, el príncipe abrió su chaqueta y comenzó a desatar su cinto.

—¿Lista para cumplir con "tu trabajo", princesa?

—¿De qué hablas? —fingió no entender.

Robert se acercó a ella y la tomó de la cintura, levantándola del suelo. Comenzó a caminar con ella hacia el dormitorio, pero al ver que debía subir escaleras la volvió a cargar al estilo de los recién casados.

—Tus obligaciones de esposa comienzan ahora —le dijo, besándola.

Al llegar a la habitación de la pareja, Nellie regresó los pies al suelo y continuó haciéndose la desentendida. Oír cómo Robert le decía ese tipo de cosas la estaba calentando demasiado.

La estancia estaba dividida por una pared, y al otro lado de la misma Eleanor encontró un jacuzzi cuyo interior burbujeaba. El vapor le hizo olvidar el frío que había sentido antes de entrar a la casa. Las paredes de cristal dejaban ver el precioso paisaje invernal que se podía apreciar afuera.

—Tienes deberes administrativos y personales —aseguró—. En estas dos semanas no hablaremos nada sobre administración del reino. Me interesa que cumplas cada una de tus tareas matrimoniales.

—¿Qué tareas serían esas?

—Veamos... —comenzó a decir, parándose justo detrás de ella y bajando el cierre de su vestido acompañó cada petición con un beso—. Tienes que sonreír, dejarme complacerte y...

Eleanor soltó una carcajada, que coincidió con el momento en que el vestido se deslizó de sus hombros y se quedó en sus caderas. Un segundo después, Robert lo bajó hasta sus tobillos. El príncipe se quedó sin palabras en cuanto la mujer estuvo semidesnuda. El conjunto de lencería blanca era una combinación diabólica de inocencia virginal y completa perversión. Sin duda había sabido escoger las prendas para enloquecerlo.

—Vaya, vaya señora de Leechestein —Rob chasqueó la lengua fingiendo desaprobación—. Es usted una princesa muy mala. ¿Intentas matarme de deseo?

—Intento que pienses todo el tiempo en mí —replicó ella, tirando de la prenda para que se pegase más a su piel—. Que fantasees con este momento durante toda tu vida, en especial en esas aburridas reuniones con el consejo.

—En ese caso, voy a tener un "duro" problema a todas horas.

—No te preocupes, es mi deber de princesa velar porque mi esposo esté bien.

Eleanor se giró para quitarle la camisa. Sus manos acariciaron el torso de su marido dejando un rastro de fuego en la piel del hombre. El príncipe se inclinó y besó todo el borde de la ropa interior, logrando arrancarle gemidos a la chica. Ella llevó sus dedos al pantalón y se deshizo del mismo. Robert la tomó en sus brazos y entró con ella en el jacuzzi, listo para pasar toda la noche despierto.

Sus cuerpos se pegaron uno al otro con una necesidad sin nombre. A pesar de su adelanto en el vehículo de la boda, las ganas de tocarse no habían desaparecido. Eran más fuertes a cada segundo que pasaba.

Nellie se apoderó de la boca de su marido, posesa de la pasión. El hombre le respondió de la misma forma, su mano deslizándose sobre la mojada curva de su trasero.

Eleanor se sentó a horcajadas sobre el regazo de su esposo. Sus dedos acunaron la mandíbula del muchacho para no dejar escapar sus labios. Gimió con sorpresa al notar lo rápido que él se mostró listo para ella. Sus intimidades se rozaron bajo el agua, provocando un placer efímero en ambos.

—Bien, esto va a ser una primera vez para mí —comentó ella, su mano hundiéndose en busca de la dureza de Rob.

—¿Primer orgasmo como mujer casada? Creo que eso ya lo hicimos.

—Primer orgasmo bajo el agua, esposo.

Al escuchar aquellas palabras, el príncipe la tomó de la cintura y la hizo girar para ponerla contra la pared del jacuzzi. Eleanor se sujetó como pudo. Estaba de espaldas a Rob, pegada a su pecho. Sintió cómo el hombre tanteaba su lencería y comenzaba a bajarla. Sonrió complacida hasta que la intrusión repentina de su marido la hizo ahogar un grito.

—¿Muy rápido? —preguntó él, sin pizca de arrepentimiento, moviéndose dentro de ella.

Eleanor no dijo nada mientras sus pechos chocaban contra la pared del jacuzzi, al ritmo que marcaban las caderas de Robert. Apenas podía articular un sonido coherente. Sus piernas temblaron bajo el agua. La chica se agarró de los brazos que la rodeaban y se concentró en todo el placer que estaba recibiendo. Su marido estaba siendo rudo y tierno a partes iguales. Una de sus manos le acunaba un pecho mientras la otra presionaba su cuello de manera posesiva. La estaba volviendo loca. Conforme se acercaban al clímax, la pareja estaba segura de que estaban construyendo un futuro con algo más que un matrimonio por conveniencia de por medio. 

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