Capítulo 30
La mente de Eleanor estaba trabajando a una velocidad increíble. Teorías y pensamientos se abultaban en la misma, haciéndola quedarse callada, aunque inquieta. ¿Robert tenía un hijo oculto del que ella no tenía idea? ¿Dónde estaba? ¿Era por eso que no le importaba que ella no pudiese concebir un heredero?
El hombre lucía tenso. Su boca era una línea recta y apretada que parecía luchar para no dejar salir el resto de sus secretos. Finalmente, después de lo que pareció una larga espera, el príncipe continuó hablando.
—Yo estaba feliz —aseguró Rob, con los ojos llenos de lágrimas—. Me gustaba la idea de tener hijos, y me parecía una excelente forma de animar a mi padre, que comenzaba a darse por vencido con las terapias.
La expresión del hombre era un poema triste. Margueritte había estado lejos de estar contenta con su situación. La mujer le había gritado que no quería verlo y que lo odiaba. Había llorado por horas en su habitación en la clínica. Al principio solo le decía que era su culpa que nunca fuese a ser feliz. Robert lo había atribuido a las rigurosidades de la vida de los nobles en Lysteria, y a la exposición a los medios que vivían a diario. Los acosaban como si fuesen celebridades, apareciendo en cualquier momento y lugar. En su ingenuidad, Robert de verdad había creído que era solo eso y que su esposa volvería a la normalidad. Días después, los detalles comenzaron a ver la luz y supo que había estado equivocado sobre ella.
—Thomas la visitó —contó Rob, carraspeando para hacer su voz más firme—. Así descubrí que Margueritte solo había tenido ojos para él todo el tiempo que duró nuestro matrimonio, y que se había estado acostando con él por meses.
La princesa había perdido la poca cordura que le quedaba cuando el primo de su esposo le dijo que ya no podían continuar siendo amantes, después de saber que estaba esperando un hijo. Eleanor no se sorprendió demasiado. Ya sabía que Margueritte lo había engañado con su primo.
—Enloqueció —dijo el príncipe, su mirada perdida en el pasado—. Todo el progreso de semanas se desmoronó en una sola visita de ese hombre... Margueritte me escupió la cara y después me gritó que el hijo que estaba esperando no era mío, sino de Thomas.
Eleanor sintió que el corazón se le hundía en el pecho. No podía creer que de verdad le hubiesen hecho algo así. Robert estaba vulnerable, lo más descubierto que lo había visto desde que se habían comprometido.
—Me sacó de mis casillas —continuó él, negando para sí mismo con la cabeza—. Le dije cosas de las que no estoy orgulloso y que al día de hoy me llenan de remordimiento. Nunca le he dicho algo así a ninguna mujer, nunca.
Robert confesó que sus guardias lo habían tenido que sujetar, porque él estaba fuera de sí. Al día siguiente su padre tuvo que hacerse una transfusión de sangre de carácter urgente. Su anemia había empeorado por un sangrado digestivo causado por el cáncer. Verlo tan pálido y vulnerable sobre la cama de aquella clínica fue un punto de quiebre para el príncipe. Llevado por su preocupación por la salud del rey, Robert se tragó su orgullo y fue a pedirle perdón a su esposa por lo que le había dicho. Esperaba arreglar su matrimonio, aunque fuese solo por las apariencias.
—Éramos una pareja real y el país necesitaba estabilidad cuando no se sabía si su líder iba a sobrevivir otro año —Robert suspiró—. Como el divorcio no era una opción en ese momento, le dije que podíamos hacerle creer a todos que sí era mi hijo. Que mi padre necesitaba una buena noticia para reponerse.
—¿Qué dijo ella?
—Se rio en mi cara y juró que iba a decirle en cuanto lo viera.
El príncipe la había odiado en ese momento con todas sus fuerzas. No se justificaba a sí mismo, a pesar de que era joven y estaba herido. Sabía que no había excusa o perdón para lo que había hecho.
—Le dije que, si de verdad quería morirse, que lo hiciera de una vez y dejara de amenazar a todo el mundo.
Margueritte se quitó la vida esa misma noche, durante un cambio de guardia. Robert le ahorró los detalles de la forma en que lo había hecho, lo que Nellie agradeció. Él había cometido un error grave al decirle algo así a una mujer inestable. Era probable que nunca pudiera perdonarse a sí mismo y ella lo entendía.
Conmovida por su tristeza, Eleanor se puso de pie y rodeó el escritorio para estrechar a Rob en sus brazos, mientras el hombre luchaba contra sus propios sollozos. Por mucho tiempo los había reprimido, pero con ella no tenía que hacerlo.
—Estabas furioso y herido, Rob —le dijo—. En realidad, no querías que eso pasara y no tenías el poder de hacer que algo así sucediera. No te culpes.
Robert asintió, agradeciendo la comprensión de la chica. Si ella creía que él no era una horrible persona después de eso, entonces podía confiar en que había esperanza para los dos.
Lejos de pensar mal de él, lo que Eleanor no podía sacarse de la cabeza era que la mujer no solo había tomado su propia vida, sino la de su hijo no nato. Se sentía como si la difunta princesa hubiese ganado a pesar de todo. Como una burla cruel para ella, que no podía tener hijos propios.
El día de la boda había llegado sin otros incidentes. Eleanor estaba parada frente al espejo, petrificada. No podía creer que de verdad fuese a casarse. Llevaba horas sin decir una palabra. Cuando le habían preguntado algo, solo respondía con monosílabos o movimientos de su cabeza.
—Yo solo digo que si estás enojada con él no deberían casarse —comentó Liz, su voz afectada por el esfuerzo que hacía para soportar los tirones de pelo que le estaba dando el estilista.
—Deberían hablar —opinó Ruth—. Tu hermana tiene razón. Si Robert ha hecho algo malo...
Nellie suspiró, mirando el vestido expuesto. Su maquillaje estaba terminado, al igual que su cabello, en el que relucía la tiara de su madre. Solo le faltaba vestirse y ponerse los zapatos. Ruth no terminó de hablar porque no sabía bien lo que se decía en una situación como la de ellos. Notando que la joven solo estaba nerviosa por la boda, Carmille se le acercó y puso una mano cálida sobre su hombro. Unas palabras de aliento estaban a punto de salir de su boca cuando una conmoción en la puerta le cortó la inspiración.
Afuera, en el salón externo, la estilista a cargo de la novia estaba a punto de tener un infarto.
—¡Su Alteza! —chillaba la pobre, estresada— ¡No debe ver a la novia el día de la boda!
Robert no le contestó, sino que examinó la habitación en busca de un rastro de Eleanor. Se imaginó que la puerta cerrada debía conducir hasta ella, por lo que comenzó a caminar hacia esa dirección. La estilista saltó delante de él, sorprendiéndolo.
—¡Ella no está vestida...!
Ante esta declaración, Robert sonrió al tiempo que sus ojos se llenaban de un brillo malicioso. No tuvo que decir nada para que la mujer comprendiese que ese hecho no constituía una novedad para el novio. Uno de los guardias le pidió a la señora que se apartase, y en cuanto lo hizo, el príncipe siguió su camino.
Dos fuertes toques en la puerta alertaron a las mujeres de que alguien se acercaba. Eleanor apretó los bordes de la bata de seda blanca que llevaba puesta en un gesto defensivo. Estaba segura de que solo su futuro esposo podría estar a punto de derribar la puerta. Miró el reloj. Ya debía estar a punto de marcharse a la catedral para la ceremonia.
Como lo había esperado, Robert apareció en el umbral una vez que Elizabeth atendió su llamado y removió el seguro. Ruth apenas tuvo tiempo para cubrir el vestido antes de que su hermano lo viese. La estancia quedó en completo silencio cuando los ojos de la pareja se encontraron. Nellie no preguntó nada, solo dirigió una mirada a sus acompañantes para que los dejasen solos.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó una vez estuvieron solos— Ya deberías estar de camino a la catedral.
—He estado pensando toda la noche y toda la mañana —explicó el príncipe—. Esto no puede seguir.
Eleanor percibió un peso horrible asentándose en su estómago. ¿Robert estaba cancelando la boda? ¿Había esperado hasta el mismo día para hacerlo? Aquello era más que una crueldad.
—¿Por qué esperaste hasta ahora para hacerlo?
—Pensé que podíamos hacerlo y dejar la conversación para después, pero creo que no deberíamos.
La muchacha asintió, guardando silencio. Jugó con sus dedos, apretando las manos sin saber cómo actuar. Si intentaba decir alguna palabra, no garantizaba terminar aquel intercambio sin llantos de por medio. Era el fin de su relación y de sus planes juntos.
Entonces Robert se acercó otro paso y la tomó por los hombros, levantándola del suelo. Parada en puntillas de pie, Eleanor no salió de su confusión aun cuando el príncipe se inclinó para besarla.
—¿Qué haces?
—Tratando de reconciliarme contigo —contestó Rob, con un tono inseguro— antes de llegar a la catedral. Imagina tener que pararme delante del arzobispo a jurarte amor eterno cuando estás enojada conmigo.
Eleanor levantó una ceja inquisitiva. Lo había entendido todo mal. Robert también parecía confuso
—¿Enojada?
—Te conté todo sobre mi matrimonio anterior y con todo el drama no llegué a pedir disculpas por la forma en que te hablé esa tarde —declaró el joven—. Juro que estuve tratando de quitarme a todos los consejeros y ministros de encima para hacerlo... no hubo manera de lograrlo.
—Yo... No creí que fuera necesario.
Robert arrugó la frente.
—¿Que no es necesario? No debí gritarte, Nell. Sobre todo, teniendo en cuenta que estabas a ciegas en el asunto de Margueritte. Por favor, perdóname.
—Te perdono —aseguró ella—. Pero tienes que dejar de hablar de este modo tan ambiguo. Parecía que ibas a cancelar la boda, Robert.
El príncipe se quedó quieto por un segundo mientras analizaba las palabras de la chica. Entonces se rio. Solo cuando ella se lo había señalado, él se había dado cuenta de su error. Los novios se miraron a los ojos por un segundo antes de que el ambiente cambiara. Robert llevó una mano al hombro de la chica y bajó la bata de seda. Nellie sintió como si se le prendiera fuego a su piel desnuda. Debajo de la prenda solo llevaba un sexy conjunto de lencería que había escogido en especial para volverlo loco esa noche.
La chica se apartó casi de un salto. No podían comer el postre antes del platillo principal. Todo el país estaba esperando por aquella boda, no era momento de ponerse cariñosos.
—Ahora no —demandó ella, subiendo la manga de su prenda—. Imagina el escándalo. Debemos vestirnos para la ceremonia.
—Te veo en una hora, futura esposa.
—Lo espero con ansias, futuro esposo.
Eleanor despidió a Robert con otro beso. Se alejaron riendo como dos adolescentes. Como si se tratase de una boda privada y no de un evento internacional. Un rato después, las estilistas regresaron a la habitación, seguidas de cerca por Liz y Ruth.
—Alguien se ve muy feliz —expresó su hermana—. ¿Ya te dieron tu medicina, Nellie?
La muchacha no dijo nada, solo continuó sonriendo mientras le hacía un gesto a la joven encargada del vestido. La chica descubrió la prenda, haciendo que las demás mujeres suspirasen.
Si bien había mantenido la esencia del diseño inicial, Nellie había querido agregarle detalles más modernos a la pieza. Durante los años que vivió en Chicago, había asistido a varias bodas y admirado varios vestidos que dejaron una marca en ella. Una fotografía de la prenda de su madre también le había inspirado para hacer algunos cambios.
El corpiño era de seda color marfil. Estrechado en la cintura, recordaba a la moda tradicional lysteriana. En lugar de mantener las mangas abultadas que venían con la prenda original, Nellie había solicitado que fuesen lisas. Toda la parte superior del vestido, incluyendo el discreto escote, estaba cubierto por un fino encaje de un precioso dibujo floral, que llegaban hasta las muñecas de la joven. El cuerpo del vestido era de la misma seda, aunque dividida por capas que alternaban los colores blanco y marfil.
Eleanor se colocó la prenda y casi lloró de nuevo. Se sentía la mujer más hermosa del mundo. La falda larga evocaba la apertura de una flor, justo como había querido. La cola no era demasiado extensa, y le permitía desplazarse sin miedo a tropezar.
Elizabeth se acercó a su hermana una vez la joven estuvo lista, con todo y velo colocado. La tiara de su madre era el complemento perfecto para su traje. La menor estaba sin palabras, y luchaba contra las lágrimas que se estaban acumulando en sus ojos.
—Dios, tengo miedo de tocarte. Pareces una muñeca, Nellie.
—No seas tonta —rio la novia, levantando sus manos—. Dame un abrazo, Liz.
Teniendo cuidado de no estropear su maquillaje o la prenda, Elizabeth correspondió a su hermana de inmediato. Después de eso, ella y Ruth se adelantaron para llegar a la catedral y ocupar sus lugares. Las dos serían sus damas de honor. La ayudarían a llevar la cola del vestido donde no debiera arrastrarlo y la asistirían con el ramo. Eleanor se quedó sola entonces, esperando que sus guardias le avisaran cuando fuese el momento de salir.
Trent tocó la puerta unos quince minutos más tarde. El auto estaba listo para llevar a la futura princesa hacia la catedral, donde la boda tendría lugar en una media hora. Eleanor subió al vehículo con ayuda de los guardias y de los empleados del palacio autorizados para acercarse. Había sido todo un desafío lograr sentarse con tanta tela de por medio.
El auto atravesó las rejas del palacio seguido de otros dos vehículos y detrás de un tercero, todos llenos de guardias reales. Nellie suspiró pensando en lo solitario que se sentía no estar con nadie de su familia. George debió ir sentado junto a ella, aunque a él no lo extrañaba. Ni siquiera lo habían invitado a la ceremonia ni a la recepción de la misma. El conde había sido exiliado en silencio de la corte. La pareja había guardado silencio sobre las razones y, a pesar de que circulaban rumores en todas partes, nadie sabía con exactitud la razón. Ese era un alivio para Eleanor.
En ello pensaba cuando su auto se detuvo a la salida de la autopista privada de la familia real. Era el mismo camino donde se había peleado con Robert, lo que le provocó un mal presentimiento. Al asomarse por la ventana, notó que un vehículo estaba bloqueando el paso a su comitiva. Pensó en moverse, pero el vestido se lo impidió. Decidió que lo mejor sería sentarse a esperar que sus guardias resolvieran el asunto. Un segundo después de tomada aquella resolución, el sonido de un disparo la hizo ponerse en alerta.
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