Capítulo 28
Eleanor se marchó seguida por Trent y otro guardia. Por suerte Robert había estado de acuerdo con mantener su escolta reducida mientras estuviese dentro del palacio. Decidida a aprovechar el tiempo en algo útil, se dirigió hacia su habitación para continuar reuniendo pruebas de su más reciente descubrimiento. Elizabeth ya no estaba, ni tampoco Carmille. La muchacha caminó hacia la mesa que usaba como escritorio, donde la esperaba su laptop en el mismo lugar en que la había dejado. Sin embargo, antes de que pudiese llegar a su objetivo, algo la hizo voltear en la dirección contraria.
Eleanor no podía creerlo. Sus ojos abiertos a toda su capacidad se fijaron en la fotografía ampliada que alguien había clavado con un pin en el espaldar del sofá. Por supuesto, la misma mostraba a Margueritte Hansburg. En esa ocasión, se trataba de una imagen capturada el día de su boda. La princesa llevaba un hermoso vestido de novia, sonreía e iba de la mano de un Robert más joven que también se veía feliz. La foto estaba algo arrugada y tenía algo escrito.
"Él nunca la olvidará y tú solo serás una herramienta para su beneficio".
Para completar, el rostro de Rob estaba marcado con la silueta de unos labios rojos. Se habían tomado el trabajo de pintarse los labios y besar la fotografía, una clara burla. Nellie tragó grueso antes de arrancar el papel del asiento. No negaría que ese era uno de sus temores. Robert nunca hablaba de la difunta y su relación se había desarrollado de una forma inusual. No era como si se hubiesen conocido y gustado para después empezar a salir y enamorarse. Tragó con dificultad. Aquellas dudas eran las consecuencias de un matrimonio arreglado.
Trató de controlar sin éxito el temblor en las manos. Sentía toda la piel erizada y unas ganas terribles de gritar.
Era increíble que siguiera sucediendo. ¿Acaso cualquiera podía entrar en su cuarto? ¿Para qué tenía un enorme equipo de guardias de seguridad? ¿Alguna de sus empleadas estaba aliada a Madeleine para mantenerla en constante desvelo por las malditas fotografías? Resultaba demasiado obvio que Madeleine Hansburg era la culpable de aquel acoso. Se preguntó qué sería lo próximo que haría la mujer, justo al tiempo que decidía que ese juego debía acabar. Todavía temblando, Eleanor giró sobre sus pasos y regresó al pasillo de los dormitorios.
No sabía dónde encontraría a la mujer, por lo que caminó sin rumbo establecido. Su cabeza era un caos. No podía hilar un solo pensamiento coherente. Para su suerte o desgracia, apenas al doblar a la izquierda se encontró con su objetivo. Lady Hansburg le sonrió sin vergüenza alguna, con los labios pintados de rojo.
Harta de semejante cinismo, Eleanor estrujó el papel en sus manos y se lo tiró al pecho de la mujer en cuanto la tuvo cerca. Estaba furiosa.
—Creo que olvidaste esto en mi habitación.
—Qué grosero esto de aventar las cosas a las personas.
—Mantente alejada de mí, de mi hermana y de todos los que me importan.
La carcajada de Maddie no se hizo esperar.
—Robert no me va a apartar, por si eso es lo que esperas.
—Si vuelves a entrar a mi cuarto, vas a lamentar haberlo hecho.
—Ay, ¿por qué eres tan grosera? —chilló Madeleine, con un tono de voz lloroso tan falso que daba asco— Ni parece que seas hija de un noble o que alguna vez hayas recibido formación. ¿Segura que vas a ser una princesa adecuada, o tendré que reemplazarte también en eventos públicos?
Eleanor sintió que la sangre le hervía en las venas. Bonito espectáculo estaba protagonizando en presencia sus guardias. Madeleine había pulsado las teclas correctas para molestarla. A pesar de los consejos de Ruth, la estaba dejando meterse bajo su piel. Permitiéndole envenenar sus pensamientos.
—Robert no va a olvidar a mi hermana porque fue su primer y gran amor —continuó la mujer—. Parece un chiste que alguien como tú vaya a ocupar su lugar.
—Oh, perdona que no me cause gracia. Supongo que tú eres la más adecuada para eso.
Madeleine no contestó. Tras encogerse de hombros con una sonrisa burlona, echó un vistazo distraído a sus perfectas uñas.
—¿Quieres ver la prueba de que él no la olvida?
Eleanor quiso decir que no. Lo intentó con fuerzas, pero no las suficientes. Al notar su duda, Madeleine aprovechó para darle una mirada significativa mientras su mano se estiraba para alcanzar el pomo de la puerta delante de la cual estaba parada. Giró la cerradura y dejó que la habitación quedase abierta.
—Adelante, "su Alteza". Vea con sus propios ojos.
Nellie se quedó quieta. Sospechaba de las intenciones de aquella mujer, aunque dudaba que fuese a intentar agredirla de manera física en presencia de su escolta. Observó lo que podía verse del cuarto desde su lugar, y al no notar nada peligroso, decidió dar un paso adentro.
No llegó a preguntar qué habitación era. Estaba decorada con un toque femenino y en cuanto miró con más atención, notó una fotografía idéntica a la que había encontrado antes en su propia habitación. Nell apretó los dientes y tragó en seco. Robert se veía feliz y enamorado. Quizás nunca la miraría a ella como lo había hecho con Margueritte.
Eleanor se quiso golpear a sí misma. No podía dejarse caer en las trampas de Madeleine. Era solo la captura de un momento feliz. Quizás Robert la hubiese amado en su momento, pero aquella era la misma mujer que lo había traicionado con su primo. La mujer que había sido internada en una clínica de salud mental después de agredir a su esposo.
—Robert viene a diario a esta habitación —aseguró Madeleine—. La extraña.
Eleanor volteó la cabeza, negándose a mirar aquel retrato. El cuarto se veía limpio, como si todavía viviese alguien adentro. Madeleine se sentó en la cama y dejó caer su cuerpo sobre el colchón hasta que estuvo recostada por completo. Sus brazos se movieron por las sábanas como si estuviese haciendo ángeles de nieve, sus labios curvados en una roja y vil sonrisa.
—Nunca serás nada más que un pobre reemplazo —continuó—. Aunque mi hermana haya cometido sus errores, ella sigue siendo la dueña de su corazón.
—No me interesa lo que tengas para decir.
Eleanor se volteó dispuesta a irse de allí. Había sido una mala idea seguirle el juego a Madeleine. Sin embargo, cuando casi alcanzaba la puerta de salida, la esbelta figura de su prometido apareció en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La voz de Robert había sonado como una reprimenda. Sus ojos la acusaban mientras su frente se arrugaba para darle énfasis a la pregunta. La chica no pudo contestar. Su voz se había atascado en la garganta, quizás porque no sabía qué decir para justificarse. El príncipe dio un paso más dentro del cuarto, lo que la hizo retroceder. En cuanto el hombre notó la presencia de la otra mujer, entendió lo que estaba pasando. Y no le agradó nada.
—¡Madeleine!
Al escuchar la forma en que Robert le había gritado, Lady Hansburg se puso de pie de inmediato como si fuese un resorte.
—Sal de este palacio y no regreses hasta que te pida que lo hagas.
—Pero, Robbie...
—¡Vete!
El príncipe estaba preso de la furia. Tan pronto como la mujer abandonó la estancia, sus ojos exaltados se dirigieron a Eleanor, quien dio otro paso hacia atrás.
—¿Por qué estás aquí?
—Ella me trajo.
—¿Puso un arma en tu cabeza para que la siguieras?
Eleanor no apreció el tono amenazador y sarcástico que Robert estaba usando al hablarle.
—No, puso otra maldita foto tuya y de tu esposa en mi cuarto.
El hombre quedó en silencio, mirándola primero a ella y luego paseando sus ojos por la habitación. Eleanor observó los cambios que se sucedían en su expresión, que se fue suavizando.
—Ella no va a regresar en un largo tiempo, Nell. Y Margueritte es pasado.
—¿Eso es cierto? Es la hija de tu ministro de salud. El hombre con más influencia en tu Consejo. ¿De verdad le vas a prohibir la entrada?
—Se lo ha ganado al ignorar mis advertencias. Ahora vamos, salgamos de aquí.
—¿Eso también fue una advertencia? ¿Para mí?
Robert cerró los ojos, presintiendo la tormenta que se acercaba. No era el momento de discutir, sino de analizar la información que tenían para llegar al fondo de aquel asunto sin despertar sospechas. Sin embargo, Eleanor parecía estar de humor para pelear con él. El príncipe respiró hondo. Su mirada tropezó con una fotografía de Margueritte, despertando recuerdos que él quería dejar muy enterrados.
—¿Vamos a hacer esto? ¿En serio?
—¿Si no es ahora cuándo? ¿Después de la boda? ¿En medio de la coronación?
Robert dejó escapar una risa sarcástica.
—Ya te dije que Margueritte está en el pasado —declaró, fingiendo estar calmado y fallando justo después—. ¡Está muerta, por Dios!
—¿Seguro que ya lo dijiste? —exclamó ella, elevando la voz—. A mí nunca me dices nada, Robert. Hiciste que te contara lo que me había sucedido, pero nunca has compartido nada sobre ti. Ni siquiera sabría lo de Thomas de no ser porque...
—No quiero hablar sobre eso.
—Pero yo sí quiero... ¿Dónde quedaron tus deseos de cuidarme? ¿Crees que ocultando todo lo que alguna vez le perteneció a ella y guardándote tus verdaderos sentimientos vas a conseguirlo? Tus secretos también me hacen daño.
El príncipe quiso acercarse. Eleanor estaba torciendo todo mientras se alejaba de él, física y emocionalmente. Tenía a Madeleine para agradecerle por eso.
—En verdad soy solo un reemplazo —musitó la chica.
—¡¿Qué?!
Robert no podía creerlo. ¿Tan poca confianza en él tenía, que solo había tomado una fotografía y lo que le hubiese dicho Madeleine para hacerla sentir así?
—Un reemplazo defectuoso —Nellie se rió intentando ocultar lo miserable que se sentía, fallando de manera horrorosa—. Dios, de verdad creí que...
—No hagas esto, Eleanor. Somos tú y yo, no dejes que nadie más entre en nuestra relación.
—¿Cuál relación? Tú mismo lo dijiste, esto es un trabajo. No somos más que una mentira. Ser tu esposa es mi trabajo.
Robert sintió como si lo hubieran golpeado. Las palabras de la chica le dolían más que la bala que había recibido en el hombro. En especial porque esa estúpida idea había salido de su propia inseguridad. Si no hubiera tenido miedo al rechazo de ella, le hubiese propuesto matrimonio de verdad. Aunque pudo haberle dicho eso mismo y matar las dudas de ambos, el príncipe volvió a tomar el camino fácil. ¿Ella lo veía como un trabajo a pesar de todo lo que había hecho él para demostrarle su interés y apoyo? Así lo haría él también.
—Si estás tan convencida de que así es, prepararé un contrato.
Eleanor limpió una lágrima traicionera antes de que manchara su rostro.
—¿Contrato?
—Exacto. Como nuestro matrimonio es un trabajo, no puedo permitir que te arrepientas en el último momento. No con la boda a menos de una semana y la coronación en un mes.
Nellie sintió que la espina que le estaba arañando el corazón terminaba de clavársele. Intentó pasar a un lado de Robert con intenciones de salir de aquel cuarto y encerrarse en el suyo, pero el príncipe se lo impidió. La agarró de los brazos y la obligó a permanecer frente a él.
—Suéltame —exigió ella.
—No, no hasta que aclaremos todo. Dios, ni siquiera te buscaba para esto.
Robert necesitaba hablarle sobre el asunto de James. Tenía sus sospechas de que el hombre sabía más de lo que aparentaba. Para su mala suerte, había escogido mal las palabras. Porque Eleanor lo interpretó como una confesión más personal.
—Todo está claro como el agua, Robert. Vas a ser rey y para eso necesitas una reina. Así fue desde que contactaste a mi padre y se anunció nuestro compromiso. Fue mi error involucrarme tanto. Qué estúpida soy.
—Yo tampoco debí involucrarme. Porque por mucho que intente demostrarte lo contrario, tú siempre me verás igual a todos los hombres malos que has tenido en tu vida.
—Y tú verás a tu esposa muerta, ¡qué suerte la nuestra!
Dicho eso, Nellie tiró de sus brazos y logró soltarse de su agarre, retrocediendo con pasos tambaleantes.
—No quiero que regreses a esta habitación —le advirtió—. No quiero que tengas nada que ver con ella, tú no eres igual a ella en nada.
—Me queda claro, Alteza.
Eleanor lo miró directo a los ojos e hizo una burlona reverencia antes de marcharse.
Las manos le temblaban todavía cuando la muchacha ya tenía varios minutos de haberse marchado. Robert estaba lleno de rabia hacia todo el mundo. Maldijo a Madeleine por meterse donde no la llamaban. No sabía de dónde había salido esa obsesión por él, pero debía parar.
Parecía que las cosas con Eleanor, lejos de aclararse, se iban tornando más confusas. Sabía que debía arreglar eso, si bien el enojo estaba ganando la pelea. Ella insistía en hacerlo quedar como el malo, y él disfrutaría el papel que le había otorgado.
En un movimiento reflejo que había adquirido con el paso de los años sin darse cuenta, se tocó la cicatriz del brazo. La misma que Margueritte le había hechos. Si Eleanor quería saber algo sobre él, solo tenía que preguntarlo. Creía innecesario hacer tanto drama por ello. Nadie iba por la vida comentándole a su futura esposa lo mal que lo había pasado en su corto matrimonio anterior.
Robert estaba decidido a defender su posición. Ponerse en los zapatos de Nellie no estaba entre sus prioridades. Por una vez, quería que alguien lo hiciera por él.
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