Capítulo 25
El asunto de Madeleine no salió a colación en las dos semanas transcurridas después de aquella tarde. Robert había hablado con ella y la chica, aunque había negado tener algo que ver con las fotografías, admitió lo que había dicho en la cafetería de la clínica. No tenía sentido mentir cuando Ruth había sido testigo de todo.
Robert se sentía mucho mejor. Tanto que el día anterior se había quitado el cabestrillo y movía su brazo con soltura. Ya no tenía puntos, aunque sí le quedaba un poco de dolor al esforzarse demasiado.
Elizabeth estaba emocionada con el tema de la boda. Parloteaba sobre flores y colores de decoración como si de un cuento de hadas se tratase. Pero Eleanor, que estaba un poco resentida aún, prefería ocupar su mente en los archivos del tesoro. Hummersfield no había dado el paso al frente para cooperar, por lo que Nellie estaba ocupándose de la investigación por su cuenta. Tarde o temprano encontraría al culpable de todo.
—Es tan lindo que vayas a casarte con él —comentó Liz—. Hacen una pareja preciosa. Todavía no termino de procesar que voy a ser la hermana de la reina. ¡Dios mío!
Nellie se sobresaltó con el chillido de la chica. Levantó la mirada hacia la muchacha y sonrió ante su rostro lloroso.
—No te pongas así, Liz. Es solo una boda.
—¿Solo una...? ¿Cómo puedes hablar así? Es tu día especial... Ya sé. Debes estar conmocionada. Debe ser eso.
La entrada de Carmille dio por terminada la conversación. Eleanor dejó a un lado sus papeles y sus pensamientos cuando la señora anunció que la modista la estaba esperando para la primera prueba de vestido. La joven suspiró con un sonido nada propio de una feliz novia y se puso de pie. Tenía que escoger el modelo que le quedase bien y que se ajustara a los estándares de una mujer de su posición, o eso había dicho la reina. Además, era el momento de escoger el velo y los accesorios que llevaría. Si le hubiese tocado escogerlo dos semanas antes, hasta se emocionaría. Sin embargo, no había arreglado del todo sus problemas con Robert. Porque Madeleine seguía a su alrededor como una mosca y haciendo sus comentarios mordaces cuando nadie más que ella la escuchaba. Estaba harta de quedar como la mala de la película por quejarse sin tener más prueba que su palabra.
Robert veía en Madeleine a la pequeña que había sido cuando se comprometió con su hermana. El problema era que esa niña había crecido y sabía muy bien lo que quería. Eleanor volvió a suspirar, llamando la atención de Elizabeth. Como si no tuviera suficiente con el fantasma de la princesa, su hermana era un dolor en el trasero.
—Estás nerviosa, lo entiendo —Liz se acercó a ella y la tomó de la mano—. Estoy contigo, no te dejaré hacer el ridículo.
Eleanor dejó escapar una risa discreta. Al verla reír de aquel modo y no como solían hacer las dos, Liz pensó en que su hermana ya estaba cambiando algunas costumbres sin siquiera darse cuenta.
—Uy, ¿ya estamos con esos modales de princesa? La reina debe estar orgullosa de ti.
Elizabeth tiró de la manga de Nellie riendo como una niña. Después de recuperarse de todo el drama que la acompañó a su llegada, y de lo sucedido con su padre el mes anterior, Liz se había relajado y comenzado a actuar como la joven alegre que en realidad era.
La señora Amelia Sallineri había recibido una habitación de las más grandes del palacio para convertirla en su taller de costura privado. La mujer y su equipo personal habían diseñado los vestidos de novia de toda la corte en más de una década. Eso incluía el vestido de la difunta esposa de Robert.
Eleanor decidió ignorar lo poco especial que saber eso le había hecho sentir. No había lugar para celos infantiles. Lo que tenía con Robert era otro acuerdo y eso había quedado más que claro. Aunque le dolía ver el rostro ilusionado de su hermana menor.
Después de intercambiar los saludos pertinentes, la modista le mostró cinco modelos básicos de vestido que habían sido aprobados por la reina y el consejo de ministros antes de llevarlos ante ella.
—Así que... —comentó Liz, fingiendo una curiosidad genuina— ¿Los ministros saben mucho sobre costura y bodas?
—Ah, esos vejetes creen que saben —comentó la modista, con un acento italiano que no se le escapó a Nellie—. Con todo respeto, mi Lady.
Eleanor sonrió para quitarle importancia al asunto. Por el brillo divertido en los ojos de la mujer, supo que podía confiar en su ingenio. Así lo confirmó cuando le pidió pasar a la parte de la habitación donde tenía los modelos de vestido.
Eran hermosos todos, aunque Nellie supo cual era su preferido nada más verlo. Tenía mangas largas y el escote cuadrado.
—Este —aseguró, con un nudo en la garganta—. Quiero este.
—Muy buena elección, mi Lady —comentó la modista—. Era mi favorito, debo confesar.
La señora Sallineri comenzó a parlotear sobre los detalles que le añadiría. Eleanor creyó escuchar sobre bordados y encaje antes de que le pidieran probarse la pieza para ajustarlo a su talla. Cuando se paró delante del espejo, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Como toda niña, siempre había soñado con el día de su boda. Liz y ella habían jugado a que se casaban el mismo día cuando eran niñas, con ayuda de su madre. Le partía el corazón que no pudiera tenerla allí, aunque le alegraba tener a su hermana.
Elizabeth también lloraba. «Te ves como una princesa», le dijo. Luego rio porque Nell sí que iba a convertirse en una, no solo parecerlo. Su hermana pequeña parecía encantada con la historia de amor que se había tejido en su cabeza, comenzando por el encuentro casual entre ella y Robert. Liz creía que era como un cuento de hadas. Eleanor sabía que los dos habían "sobornado" al hada madrina para conseguir su "felices para siempre".
No podía contenerse. Cada segundo que pasaba ocultándole a su hermana la verdad sobre aquel matrimonio, era una daga en su corazón.
—¿Nos dan un minuto a solas, por favor? —le pidió a la modista.
Una vez el equipo de diseñadoras se hubo marchado, Eleanor bajó de la plataforma donde se había subido para que todas pudiesen ver bien el vestido. Abrazó a Liz con un suspiro, a lo que la muchacha respondió devolviendo el abrazo.
—¿Estás bien? —preguntó la menor.
Nellie decidió contarlo todo antes de que se arrepintiese. Cuando Elizabeth escuchó que su hermana había llegado a un acuerdo con Robert, y que no había nada de romántico en ello, tuvo que sentarse. Primero fue el desconcierto, luego se enojó con los dos.
—¡¿Cómo pueden hacer eso?! —exclamó en una voz baja y chirriante que fue subiendo de tono— ¡¿Acaso se volvieron locos?!
—Tal vez sí.
—Eleanor, si esto sale mal... Maldita sea, los dos van a resultar heridos.
Nellie era consciente de eso, si bien había dado el sí y no se arrepentía de ello. Ni siquiera la presencia de Madeleine —y su frustración por la manera en que Robert no les daba importancia a las acciones de la chica— la habían hecho retirar su palabra. Iba a casarse con él.
—Robert es un hombre excelente —aseguró Nellie—. No tengo dudas de que seré feliz con él. Lo único que me tortura un poco es el fantasma de su difunta esposa. Parece que todos la recuerdan como la mujer perfecta.
—¿Perfecta? ¿La mujer que lo traicionó con su primo? Yo diría que el listón está un poco bajo.
Nellie se encogió de hombros al no saber cómo responder. No era algo que le causara gracia. Las dos chicas se limpiaron el rostro y pidieron a las diseñadoras del vestido que entrasen.
Había transcurrido una hora entre alfileres y cintas métricas cuando el trabajo de las modistas fue interrumpido de nuevo. En aquella ocasión, el futuro rey en persona se encontraba en la puerta de la habitación. Sin siquiera detenerse a preguntar, Robert avanzó al interior, encontrando a Nellie de pie sobre la plataforma.
Sus ojos se abrieron a toda su capacidad al verla vestida de blanco. Sabía que la prenda no estaba ni a la mitad de su proceso de creación, pero no encontraba palabras para hacerle justicia a lo hermosa que su novia se veía. Por un momento no pudo decir nada. Ella volteó y sus miradas se encontraron, el tiempo se detuvo.
—Robert —lo regañó ella, con una sonrisa—. Es de mala suerte...
—Todo el mundo fuera —demandó él, tras lo cual suavizó su tono—. Por favor, señoras. Necesito unos minutos a solas con mi prometida. Es un asunto urgente.
El príncipe mantuvo una expresión amable mientras las mujeres se marchaban a toda prisa, incluyendo Elizabeth. Cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse, su rostro se transformó. Sus ojos conectaron con los de la chica, llenos de deseo.
Se acercó con pasos lentos, como si Nellie fuese su presa. La muchacha sabía lo que aquella mirada significaba. La había visto en él lo suficiente como para reconocerla. Sobre todo, en las pasadas semanas, dado que se había mantenido firme en su protesta silenciosa de negarle la intimidad. Sin embargo, sus defensas estaban flaqueando. Robert llegó hasta la plataforma y observó la estructura de madera, analizando su posible utilidad para sus intenciones. Sonrió para mostrar su satisfacción, justo antes de tomar a la chica de la cintura y bajarla.
—Rob, aquí no...
—Sí —susurró sobre sus labios, su aliento caliente haciendo estragos en la joven—. Aquí sí.
Como para dar énfasis a sus palabras, el príncipe apretó ambos muslos de la chica y comenzó a levantar la tela del vestido, al tiempo que la hacía sentarse sobre la plataforma. Quedaba a la altura perfecta para que se unieran, y no en matrimonio.
Eleanor cedió. Buscó los labios del hombre con una necesidad que desconocía sentir. Sus manos se aferraron a su pecho, empujó el saco del traje y acarició la tela de la camisa. Su suspiro fue la señal de Robert para continuar. Mientras le contaba lo estresado que estaba por la reunión que acababa de tener con el consejo de ministros, el príncipe terminó de deshacerse de la ropa interior de la chica y palpó su objetivo con los dedos. Los dos se estremecieron de placer.
—He estado queriendo esto todos los días desde la última vez, Nell.
Eleanor pensó en decir algo, pero la sensación de Robert deslizándose dentro de ella fue suficiente para callarla de golpe, ahogando un gemido. El hombre movió sus caderas para torturarla, retándola a lograr mantenerse en silencio. Aunque estaba disfrutando del momento, Nellie dejó que un pensamiento negativo se reflejase en su rostro.
—¿Qué sucede, cariño? —preguntó él, alzando su barbilla entre los dedos— ¿Hice algo...?
Nellie negó con la cabeza, tragando saliva con cierta dificultad.
—Es solo que... me asusté porque no estamos usando protección y después recordé por qué no es necesario.
Robert casi se desmorona. Ni siquiera había pensado en ello. Solo se había dejado llevar por el deseo que ella despertaba en él.
—Por supuesto que no lo veo necesario, —confirmó, tomándola con suavidad por el cuello— y eso es porque tú ya eres mi mujer.
Un movimiento de su pelvis lo dejó más profundo en ella, que no pudo evitar el gemido que se escapó de su boca.
—Mi mujer —La embistió—. Mi princesa—Más profundo—. Mi reina imperfecta.
Eleanor se agarró de la espalda de Robert, perdida en su propio placer, aunque atenta a sus palabras. No le estaba diciendo que la amaba, aunque aquello era más que una confesión. Era perfecto para sentir una conexión más allá del sexo. Era su mujer, su reina.
—La verdadera belleza está en las imperfecciones que nos hacen únicos —continuó el muchacho, atacando con besos la curva de la mandíbula—. Y tú eres la única que podía haber escogido para gobernar conmigo.
Nellie giró los ojos hacia el techo y aspiró, extasiada. Después de eso, de sus bocas solo escaparon gemidos que continuaron elevándose hasta que los dos alcanzaron el clímax. Sellaron el momento con un cálido beso, como si de alguna clase de pacto se tratase.
Un segundo después, la bruma del placer se disipó, dejando a Eleanor preocupada por lo que otros pudieron haber escuchado, o de lo que verían los demás en cuanto la mirasen.
—¡El vestido! —chilló por lo bajo, tratando de que no se manchara con el rastro que había dejado Rob en ella.
—¡Qué vergüenza! —se burló el príncipe, agachándose para subirle la ropa interior por las piernas.
Robert terminó de colocarle la prenda y sonrió con algo de picardía antes de inclinarse hacia ella y susurrarle al oído: — Tener que continuar con la prueba sabiendo que te hice mía con este vestido puesto; en la misma habitación que guardó nuestros gritos de placer —Rio en voz baja—. Qué vergüenza que me lleves dentro y fuera de ti todo el tiempo hasta que puedas ir a darte un baño.
Nellie percibió que el rostro y el cuello le ardían ante aquellas palabras. Sintió que el centro le palpitaba en respuesta y decidió que era mejor asegurarse de recomponer su aspecto antes de que su hermana y las modistas regresasen. No la podían encontrar en aquel estado.
Robert se acomodó el pantalón y se despidió con otro beso. Debía atender otros asuntos de gobierno que había dejado en pausa cuando se marchó a reunirse con el consejo. Estaba pensando en cómo hacerle pagar a los ministros lo que se habían atrevido a insinuar sobre su matrimonio venidero, cuando Damien apareció al otro lado de la puerta. Sin darle tiempo de preguntarle si había olvidado algún compromiso, el asistente inclinó la cabeza para pedir permiso de hablar.
—Hummersfield está muerto —le dijo el hombre—. Lo encontraron en su casa hace unos minutos.
Robert abrió los ojos con sorpresa. Había notado la ausencia del ministro del tesoro en el debate que había tenido con el consejo, pero nunca hubiese sospechado que había perdido la vida.
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