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Capítulo 24

Eleanor perdió toda noción de comportamiento adecuado cuando vio a Madeleine conversando con Liz como si fuesen mejores amigas. Sus pies la llevaron con rapidez hacia donde estaban las dos mujeres.

—Puedes jugar a molestarme todo lo que quieras, pero no te metas con mi hermana porque conocerás un lado muy diferente de mí.

Elizabeth observó a su hermana con una expresión sorprendida. No entendía el motivo de la hostilidad que estaba mostrando con aquella muchacha que había sido tan amable. Madeleine sonrió misteriosa y se giró hacia Eleanor.

—No sabía que era tu hermana —Se tiró el cabello sobre el hombro—. Ni siquiera se parecen.

Mentía de manera descarada. Nadie podía pasar por el alto el parecido entre las dos. Sin ánimos de continuar en conflicto con ella, Nellie tomó el brazo de su hermana y la guio por el pasillo hacia la sala de espera. A grandes rasgos le contó quién era Madeleine Hansburg y lo que acababa de decirle en la cafetería. Horrorizada, Elizabeth se quedó sin saber qué decir.

En cuanto dejó de ver el rostro de aquella mujer, a Eleanor se le pasó la irritación y comenzó a preocuparse por Robert. Se había ido por dos horas sin siquiera decirle que estaba con su hermana, y no sabía si había novedades sobre los exámenes.

Eleanor dejó a su hermana junto con Carmille, encargándole a un guardia que las llevara al palacio para que la joven se instalara en una habitación. Después de asegurarse de que eso marchaba bien, entró en la habitación del príncipe junto con Ruth.

—...han sido satisfactorios —El médico se interrumpió por un segundo ante la entrada de las mujeres—. Su Alteza podrá ser trasladado a palacio mañana mismo, si todo continua bien esta noche.

Eleanor se adelantó hacia Robert y tomó la mano que él había extendido hacia ella. Su mirada era un libro abierto. Quería saber qué había pasado con George y por qué había tardado tanto en regresar.

—Por un momento pensé que te habían secuestrado —bromeó él después de que Nellie lo puso al día.

—Como si no tuvieras una docena de guardias vigilando que estuviese bien —se burló Ruth, levantando las piernas sobre el brazo del sillón que ocupaba.

Eleanor sonrió, sabiendo que era cierto.

Tres días después, Robert había sido trasladado a su habitación en el palacio. Una enfermera aparecía cada cierto tiempo para controlar su progreso. Por fortuna, su herida se estaba cerrando de manera correcta y sin signos de infección.

Eleanor bajó del auto seguida de Liz y Ruth. Las tres habían ido al orfanato "Ángeles de Lysteria" para entregar en persona unos obsequios de parte de la corona. Sin demorarse, la joven fue de inmediato a comprobar cómo se encontraba Robert.

El futuro rey no había dejado de trabajar a pesar de su herida. Tenía mucho de qué ocuparse si quería mantener la fecha de la boda y de la coronación.

Por su parte, Eleanor había procurado seguir su ejemplo. Se había ocupado del orfanato y de varias escuelas y hospitales públicos que también habían sido descuidados. Su análisis de los fondos le había hecho llegar a la conclusión de que había más que suficiente dinero para ayudar al pueblo de Lysteria, y que el ladrón debía ser muy astuto. Por esa razón, Nellie tenía como siguiente punto en su agenda una reunión con el tesorero.

Eleanor tenía pensado involucrarse en la dirección del país, tal y como Rob le había pedido que hiciese. Había citado a Hummersfield en el jardín porque quería hacerlo sentir relajado. Eleanor sabía que un hombre tenso no revelaba secretos ni dejaba pistas. Sin embargo, cuando se reunió con ella en el lugar pactado, el ministro parecía cualquier cosa, menos tranquilo. Tenía círculos negros alrededor de sus ojos y el cabello descuidado con hebras rebeldes. Llegó con las manos metidas en los bolsillos del pantalón aun cuando no había frialdad ni viento.

Después de los saludos pertinentes, el hombre sacó una tableta de la bolsa que le colgaba del hombro y comenzó a hablarle sobre el presupuesto como ella le había pedido. Su experiencia en el manejo de empresas le hizo levantar alarmas en su cabeza ante la actitud nerviosa del tesorero.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó cuando no pudo resistir más.

—P... por supuesto, mi Lady. Todo bien, continuemos.

Eleanor se quedó callada por un momento antes de volver a la carga. Durante ese corto espacio de tiempo, sus ojos no pararon de analizar a Hummersfield.

—¿Por qué está tan incómodo? ¿Necesita algo?

—No, mi Lady —El hombre vaciló antes de añadir—: U..usted me pone nervioso.

—No tiene por qué estarlo, señor ministro —le aseguró, pausando su conversación para mirarlo de forma significativa—. A menos que haya algo por lo que tenga que estar nervioso.

Hummersfield se aclaró la garganta. Giró la cabeza para asegurarse de que no hubiese nadie a sus espaldas o en los alrededores. Solo la guardia personal de la joven se encontraba a una distancia prudente. Trent era el más cercano y no debía estar escuchando mucho, porque hablaban en voz baja.

—Como le dije antes, conocí a su madre —reconoció—. Se le parece tanto usted a ella que me encuentro algo perturbado.

Eleanor suspiró. Casi nadie hablaba de su madre en su rutina diaria hasta que regresó a Lysteria. Escuchar a Carmille, a su hermana, e incluso las palabras rencorosas de su padre era algo más normal. Sin embargo, que un extraño dijese conocerla, le resultaba algo incómodo. Sobre todo, teniendo en cuenta la mirada anhelante que le dirigía el tesorero.

—¿Qué tanto conoció a mi madre?

—Emilia y yo fuimos buenos amigos —comentó, pasando un pañuelo por su frente sudorosa—. Hubo un tiempo en que estuve enamorado de ella.

Eleanor no supo cómo encarar aquella novedad. El silencio los consumió por casi más de un minuto.

—Ella escogió a su padre, Dios sabrá por qué —El ministro se aclaró de nuevo la garganta, temiendo haber hablado demasiado—. Perdóneme, no quise ofenderla.

Nellie sonrió irónica. Aquello estaba lejos de insultarla.

—Nunca he cuestionado las decisiones de mi madre, excepto la de haberse casado con ese hombre —admitió—. Todos los días me pregunto cómo hubiera sido mi vida y la de mi hermana si en lugar de ella se hubiese ido él.

Eleanor parpadeó para evitar que sus ojos se llenasen de lágrimas y carraspeó. Con un movimiento de su mano señaló los papeles que tenía entre manos y cambió el tema antes de que se volviese una conversación más personal.

—Robert y yo estamos intentando arreglar todo lo que se torció en su ausencia. Hay mucho que está mal en este reino y eso debe cambiar.

El hombre asintió con una expresión mortificada.

—Para poder hacerlo, necesitamos su ayuda. Nadie mejor que usted conoce cómo se mueve el dinero en este país.

—Este asunto involucra a personas cercanas, mi Lady —admitió por fin.

—Necesito que me diga quién está moviendo esa cantidad de dinero. Quien esté involucrado es irrelevante. Dígamelo ahora, antes de que lo descubra por mí misma analizando las transacciones de la corona una a una. Me tomará tiempo, pero lo encontraré. Usted puede salir mejor parado de este asunto si le digo al rey que cooperó conmigo.

Eleanor observó el temblor nada discreto en las manos del tesorero. El hombre tenía que saber la verdad.

—¿Tiene usted algo que ver en esto? Porque si es así...

—¡No! —gritó el ministro— ¡No, por supuesto que no! ¡He sido engañado y utilizado!

Eleanor estaba segura de haber presionado el botón indicado. Hummersfield estaba a punto de decirle todo.

—¡¿Qué demonios es esto?! —exclamó una voz que Nellie reconoció como la de su padre.

La joven levantó la mirada solo para descubrir con horror que George Waldover se encontraba a pocos pasos de ella, observándola con ojos furiosos. Se preguntó cómo diablos había pasado la guardia de la entrada al palacio. ¿Quién lo había dejado entrar?

—¡¿Te reúnes con tu verdadero padre a mis espaldas, maldita zorra?!

La presencia de Trent como una sombra al lado de la muchacha no se hizo esperar. Eleanor no pudo ponerse de pie ante el desagradable asombro provocado por aquellas palabras. Se quedó como de piedra mientras el ministro se giraba hacia George y le pegaba un puñetazo en pleno rostro.

—Nada me hubiera hecho más feliz que ser el padre de las hijas de Emilia, ser su esposo... Pero no te permito que la insultes de esa manera. ¡Ella fue una mujer fiel a su matrimonio!

George devolvió el golpe, asestándolo sobre la nariz del ministro. La sangre brotó de la misma, enfureciendo a Hummersfield. Eso fue suficiente para despertar a Nellie de su ensimismamiento.

—Saquen a este hombre de aquí —logró decir.

Los guardias no se tardaron en obedecerla. Antes de que pudiera analizar lo que estaba pasando, George se vio arrastrado fuera del jardín y del palacio.

—Eres un maldito cobarde —le gritó al ministro—. ¡Y tú una zo...!

El puño de Trent en su boca silenció el insulto a la joven. Eleanor se llevó las manos a las sienes y las masajeó intentando despejar el nudo que sentía en sus pensamientos. George creía que ella no era su hija, sino de aquel hombre que había sido amigo de su madre. ¿Sería por eso que las trataba con semejante desprecio? ¿Sería por eso que las golpeaba desde que eran niñas?

Un recuerdo cruzó por su pensamiento. El día del accidente. Su madre la había recogido temprano en el colegio y estaba llorando mientras le abrochaba el cinturón de seguridad. Elizabeth estaba sentada a su lado y jugaba con sus muñecas sin notar nada. Recordó haberle preguntado qué sucedía y por qué su ojo se veía morado, sin obtener ninguna respuesta. Su madre conducía rápido, lo podía notar por la forma en que el paisaje de la ciudad de desdibujaba sin que pudiese verlo con claridad. Y entonces aquel horrible golpe por detrás que dejó todo en negro. Habían tenido suerte de sobrevivir, había dicho el médico.

Sintió que se mareaba con lo que sus recuerdos le estaban sugiriendo. Su mente de niña no podía comprenderlo, aunque su versión adulta estaba segura de que aquello significaba que su madre había intentado huir de su padre. Que él le había pegado una última vez y ella se había hartado. Que había tomado a sus dos hijas para abandonar esa vida de maltratos y con esa decisión se había ido su vida. El accidente se había producido por un conductor que había huido después del impacto, y al que nunca habían encontrado.

Eleanor se puso de pie y comenzó a caminar hacia el interior del palacio, ignorando a sus guardias y al ministro. Necesitaba estar sola. Cerrar los ojos y olvidar lo que había recordado. Para no dejar que sus ideas volaran hasta sugerirle que el accidente no había sido tal cosa, sino que su padre había tenido algo que ver. Era una locura. Tenía que relajarse antes de que le hicieran daño sus propias ideas.

Llegó a la puerta de su habitación con las piernas temblorosas. Abrirla y dejarse caer sobre la cama fue cuestión de segundos. Nellie descansó con los ojos cerrados por un rato hasta que notó que su dolor de cabeza no se iría sin ningún medicamento. Iba a tomar los analgésicos que estaban en su gaveta cuando se fijó en que había algo en su cuarto que no había dejado al salir. Casi grita de pura rabia. Allí estaba ella, mirándola con aquellos hermosos ojos que juzgaban. Ella, la princesa perfecta.

Era solo una fotografía ampliada, por supuesto. Los muertos no regresaban al mundo de los vivos. Sin embargo, tenía una idea de quién podía querer atormentarla con el recuerdo de la difunta esposa de Robert.

Con un suspiro de irritación, arrancó la fotografía de la muerta y la tiró en el suelo, arrugada. Sus pies se dirigieron entonces a la habitación de Robert, buscando desahogarse con él por todo lo que estaba pasando y pedirle que le pusiera un alto a las locuras de su anterior cuñada. Ya no era gracioso, si alguna vez lo pudo ser.

Entonces, cuando estaba a punto de abrir su puerta, escuchó un par de risas detrás de la misma. Un sentimiento muy parecido a los celos la invadió. No era la risa de Ruth, porque había logrado reconocerla con el paso de los días. Esperó unos segundos y tras aspirar una bocanada de aire para llenarse de valor, entró. Nellie se quedó quieta al descubrir a Madeleine sentada a un lado de la cama de Robert, donde el príncipe descansaba recostado. Pestañeó tratando de borrar aquella imagen, como si fuese su cerebro que le jugaba una mala pasada y no la realidad desplegándose ante sus ojos. ¿Por qué estaba esa mujer a su lado, sentada donde la noche anterior ellos habían tenido un momento íntimo? Eleanor percibió que la furia que había sentido minutos antes palidecía ante su nuevo estado de ira.

—Su Alteza —los interrumpió, llamando la atención de ambos.

Madeleine no se movió un centímetro. Si acaso se acomodó más en la cama.

—Nell —Robert extendió su brazo sano hacia ella, y la chica odió el apodo en ese momento.

¿Cómo podía hacerlo? ¿No se daba cuenta de que la sola presencia de la chica en su habitación la molestaba? ¿Por qué había dejado que se sentase a su lado sobre la cama que los dos compartían? Tal vez lo había malinterpretado antes y él solo le había pedido matrimonio por su habilidad con la administración. Quizás Robert sí tenía ganas de una relación abierta.

Estaba harta de pensar tanto. Primero el asunto de su madre y luego los celos por su prometido. Porque no había otra forma de llamarlo. Estaba celosa.

—Lady Waldover —saludó la arpía.

—Me gustaría un momento a solas con usted, Alteza.

Madeleine convirtió su falsa sonrisa en una expresión afligida. Eleanor pensó que su teatro era digno de un premio, si bien no gastó energías en comentarlo.

—Tengo asuntos urgentes que atender con Eleanor. Discúlpanos, Maddie.

La había llamado Eleanor. No "su prometida". Eso sin detenerse a pensar que la había nombrado por un apodo cariñoso. Nellie no quería saltar a conclusiones apresuradas, pero su día no estaba ayudando.

—¿Pasa algo?

Ya lo creía que sí.

—Escucha, Robert. Ya sé que dijiste que era un trabajo... —Eleanor tenía intenciones de reclamar, aunque sus inseguridades se lo impidieron— Olvídalo, no es nada.

El príncipe se puso de pie reprimiendo una mueca de dolor.

—Siéntate, Rober...

—Cuéntame lo que sucede —insistió.

—Entro en mi habitación para descansar y me encuentro con una fotografía de tu difunta mujer adornando mi puerta. Entonces vengo a decírtelo y me encuentro con su hermana sentada en la cama donde tú y yo dormimos juntos.

Al principio, Robert frunció el ceño, aturdido. Luego su expresión habló de una confusión mayor.

—Tienes que ver lo que está mal aquí, Robert.

—Haré que busquen en las cámaras quién entró en tu habitación...

—¡Fue ella!

—¿Maddie? Maddie no haría algo así.

Robert dudó de sus propias palabras, recordando el día en que había regresado a Lysteria y encontrado un retrato de Margueritte en su cama. ¿Sería posible que Madeleine estuviese detrás de todo?

—Por supuesto que lo haría. Está enamorada de ti y esta es su retorcida manera de demostrarlo.

—Nellie...

—¿Sabes lo que se atrevió a decirme?

Eleanor rompió a llorar antes de contarle todo al príncipe, quien la abrazó con su lado sano para guiarla hasta la ventana.

—Hablaré con ella sobre este asunto, no volverá a pasar, Nellie. Lo prometo.

Eleanor quería creer en él. Sin embargo, después de todo lo que había pasado en su vida con el último hombre en el que había confiado, no estaba segura de nada. 

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