Capítulo 23
Eleanor no quiso escuchar los llamados de Robert ni los pasos de sus guardias que la seguían. Necesitaba saber quién acompañaba a George y si su corazonada estaba en lo cierto.
Su instinto no se equivocaba. El hombre al que había llamado padre estaba de pie ante un par de guardias, y a su lado, una joven delgada de cabellera oscura le devolvía una mirada anhelante. Nellie comenzó a llorar en el acto. Había olvidado cuando había sido la última vez que la vio.
—Te he extrañado lo que no tienes idea —le dijo cuando por fin se fundieron en un abrazo.
—Lo mismo que yo a ti, Nellie —respondió, bajando la voz en un susurro—. He estado preocupada por ti.
Eleanor levantó la mirada hacia George e indicó al guardia que lo acompañase afuera.
—¡¿Cómo te atreves?! —le gritó el hombre— Te traje a tu hermana. ¿Por qué eres tan rencorosa?
—¿Por qué eres tan cínico? Sal por las buenas ahora o enfrenta las consecuencias. Robert no tendrá la paciencia que yo estoy mostrando.
—Vas a lamentar lo que hiciste. Todo lo que hiciste.
Ante esto, dos guardias más se adelantaron para sacarlo. Sus palabras podían interpretarse como una amenaza a la futura reina. Después de que el príncipe había sido herido, ya nadie tomaba a la ligera ese tipo de asuntos. Elizabeth se había quedado quieta, casi sin respirar cuando Eleanor había mandado a sacar a su padre de la sala. Algo grave había pasado para que su hermana hubiese tomado aquella decisión. Para que tuviese el valor de hacer algo como aquello.
—Tenemos que hablar —le dijo.
—Ya lo creo que sí.
Las hermanas se retiraron a la cafetería de la clínica. Escogieron una de las mesas más apartadas y se sentaron con un café cada una. En cuanto se había enterado de lo que había sucedido en su país, Elizabeth había solicitado un permiso especial para adelantar sus vacaciones. Tuvo que tomar cinco exámenes finales en tres días. De alguna manera logró sobrevivir para regresar a su casa. Lo que significaba que Liz estaba libre de quedarse incluso para la boda.
—Hay mucho que no sabes —comenzó Eleanor, dando un sorbo a su taza—. Comenzando por el hecho de que no sé cómo pasó, pero Robert era el mismo hombre con el que pasé la noche antes de regresar.
—¡¿Qué?!
Elizabeth no podía creerlo. Al principio había pensado en regañar a Eleanor por haberla dejado fuera de todo. Por haber decidido no contarle nada y ni siquiera hablarle por teléfono, excepto aquella vez que la había convencido de cancelar su vuelo cuando ella había resultado herida. Lo poco que sabía, se lo agradecía a Carmille, quien se había encargado de asegurarle que su hermana estaba "bien".
Si el príncipe era el mismo hombre con el que Nellie mencionó haber tenido una increíble conexión, entonces el matrimonio tenía muchas oportunidades de ser exitoso.
—¡Es como un maldito cuento de hadas! —chilló la hermana menor.
Eleanor pensó que estaba lejos de serlo y una mueca involuntaria deformó su rostro por un segundo. Entonces prosiguió a contarle todo. Desde sus peleas con Robert, sus desencuentros con la reina, y las exigencias de su padre. Sin muchos detalles, insinuó las veces que había vuelto a tener relaciones con el príncipe, lo que hizo que Liz arqueara una ceja en una expresión pícara.
Sin embargo, cuando la puso al tanto de cómo George le había pegado con el cinto, y cómo lo había ocultado por días, Liz no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Casi se sintió culpable por alegrarse de la paliza que le había dado Rob al hombre antes de llevársela de aquella casa. Casi, porque había llegado por fin a la conclusión de que el conde no tenía perdón.
—Me alegro tanto de que Su Alteza le haya dado su merecido a ese hijo de...
—Elizabeth...—interrumpió Nell, con un tono de advertencia.
—Sabes bien que ese hombre dejó de ser mi padre hace mucho tiempo. Te aconsejo que te olvides de él por tu propio bien, Nellie. Siempre te dije que eras demasiado obediente. Por lo que sabemos, ese animal pudo haber matado a nuestra madre también.
Eleanor dejó la taza sobre la mesa con un respingo. Liz era muy pequeña, pero ella recordaba que había sido un accidente de tráfico lo que se había llevado a su madre. Aun así, entendía el punto. Carmille le había confirmado que la condesa había sido maltratada de manera física y psicológica por su esposo.
—En fin —continuó ella—. Solo quiero decirte que voy a encargarme de sustituirlo como tutor legal cuanto antes. No dejaré que nos manipule a ninguna de las dos nunca más.
Las hermanas se tomaron de la mano y asintieron hacia la otra con ojos húmedos.
—Y ahora quiero saber lo que no me has contado —reclamó Liz.
—Elizabeth, no te voy a decir nada de eso.
—No me refiero a los detalles sucios, Nellie —La joven rio a carcajadas—. Quiero que me digas lo que sientes, lo que se han dicho. ¿Están enamorados? ¿Ya escogieron el nombre de su primer hijo?
La sonrisa de Eleanor se rompió en cuanto aquella palabra había abandonado los labios de su hermana. Liz percibió el cambio en ella. En cómo se había quedado en completo silencio. En cómo su frente se había arrugado y toda su cara había cambiado la expresión. Eleanor intentó ser fuerte esa vez. Luchó contra todos sus impulsos y perdió la batalla. Al final, su rostro se tornó de un rojo violento antes de que las lágrimas lo bañaran. Aquel era un tema que ni siquiera había tenido el tiempo de procesar. Un dolor que ningún analgésico le calmaría.
—Todavía no me acostumbro a la idea, Lizzie.
Elizabeth frunció el ceño y acercó su silla a la de Nell, sin soltar su mano.
—¿Recuerdas cómo habíamos soñado con ser vecinas y criar a nuestros niños juntas? —Elizabeth afirmó con un movimiento de su cabeza, pestañeando para no romper a llorar— Juramos que nuestras hijas serían las mejores amigas...
Un profundo sollozo le impidió seguir. Nellie agarró una servilleta de papel e intentó contener el mar furioso que se había desatado en sus ojos. Tragó en seco e ignoró las preguntas de Elizabeth.
—Tendré que conformarme con ser la tía amargada —dijo por fin—. La que no pudo tener su propia familia porque sus ovarios no funcio...
No pudo terminar de hablar. Su pecho se convulsionaba con un llanto inconsolable que asustó a Elizabeth. La joven se inclinó hacia su hermana mayor y la acunó entre sus brazos, llorando casi tanto como ella y asegurándole que todo iba a estar bien. Después de un rato, Nellie consideró que por fin se había desahogado lo suficiente. Se aclaró la garganta y le pidió a Liz que fuese en compañía de un guardia a buscar sus pertenencias.
—Bajo ningún concepto dejes que George te detenga. Te vas a quedar en el palacio.
Liz se mostró de acuerdo con un asentimiento antes de marcharse. Mientras la esperaba, Eleanor se quedó mirando su café que ya se había enfriado. Era posible que incluso le hubiese caído dentro un buen par de lágrimas. Tan ensimismada estaba que no notó que alguien más se acercaba.
—Uno pensaría que la prometida del príncipe estaría con él en todo momento.
Madeleine no se había molestado en disimular el tono venenoso de su voz. Eleanor levantó la mirada con una actitud perezosa. Era la última persona a la que quería ver. Prefería tener otra guerra de poderes con su padre, antes que sostener una conversación con aquella chica. Algo le decía que por fin había dejado de lado su máscara de chica buena.
—¿Qué quieres aquí?
—Vine a ver a Robert, por supuesto. No podía dejar de estar aquí para mi cuñado.
Eleanor se puso de pie en el acto. Que siguiera llamándolo de ese modo era una falta de respeto a ella. Robert estaba comprometido y ya era hora de que aquella mujer aceptara que Margueritte era el pasado.
—Tal vez no eres la más observadora —comentó Nellie, tratando de imitar el veneno de la otra—. No debes haber notado que Robert y yo vamos a casarnos pronto. Lo digo porque sigues refiriéndote a él como tu cuñado. Será mejor que pierdas esa costumbre.
Maddie levantó las cejas, sorprendida con la respuesta de la futura princesa.
—Vaya, al fin dejas de fingir que eres una insípida.
—No me llames por tus nombres, querida. Si alguien ha estado jugando a ser quien no es, esa no soy yo.
Madeleine soltó una carcajada que a Eleanor le sentó como una patada en el estómago.
—Tú sí que estarás jugando —le aseguró—. Jugarás a ser reina mientras yo hago feliz a tu marido.
Eleanor podía jurar que la rabia hacía que su piel se erizara. Aquella mujer había elegido mal momento para molestarla. No contenta con aquella insinuación, Lady Hansburg hundió el puñal más profundo:
—Quizás hasta le dé los hijos que no puedes darle tú.
La mano de Nell se estampó contra el rostro de Madeleine. Si había querido sacarla de quicio, lo había logrado. Por un momento, toda la diversión se escapó de los ojos de la muchacha. Percibió el picor en su mejilla al tiempo que clavaba sus ojos en Eleanor.
—Golpéame todo lo que quieras, eso no te hará ser una mujer completa...
—Cierra la boca o voy a hacerte perder los dientes...
—...que ni siquiera puede cumplir con su principal objetivo como mujer...
—¡Madeleine!
El grito de Ruth las había tomado por sorpresa a las dos. La hermana de Robert observaba incrédula a la otra chica, quien de inmediato intentó cubrirse con su máscara de inocente. No le funcionó. Ruth había oído cada palabra.
—¿Cómo puedes decir algo así? ¿No tienes una gota de empatía?
—Ruth...
—No trates de engañarme, te escuché. Y desde ahora te aseguro que Robert no te pondrá una mano encima—le advirtió, tras lo cual su expresión amenazadora se transformó en una mueca de asco— ¡Eres la hermana de Maggie, por Dios!
Madeleine se aclaró la garganta como si fuese a decir algo, si bien no encontró las palabras para expresarse. Ruth continuó mirándola como si estuviese viendo a un monstruo de siete cabezas en su lugar, hasta que la joven se marchó de la cafetería a toda prisa.
En cuanto la fuente de su enojo se esfumó, Nell se encogió, avergonzada de su reacción. Era la futura reina, no una luchadora profesional. Abofetearla había sido demasiado. Pero Madeleine había sido demasiado insolente. Estaba dividida entre el orgullo por haberla puesto en su lugar y el arrepentimiento de haber actuado con violencia.
—Lo siento —se disculpó, bajando la cabeza.
—¿Por qué te disculpas? ¿Por no pegarle más fuerte? Yo le hubiese roto la nariz, mínimo.
Nellie no pudo evitar reírse, con lo que terminó de relajar la tensión que había acumulado. Ruth era especial. Ya podía imaginarse los quebraderos de cabeza que le había dado a su madre. Con un gesto de su mano, la princesa le pidió que la silla y las dos tomaron asiento.
—No te pediré que la perdones, aunque sí te ruego que no la dejes entrar en tu cabeza. Madeleine siempre ha querido lo que era de su hermana. Desde que era una niña.
—Una cosa es estar encaprichada por Robert, y otra es lo que ha dicho de mí.
Ruth asintió, no había mucho que agregar porque era cierto.
—No sé de dónde sacó mi madre que era una buena pareja para mi hermano.
Eleanor suspiró, haciendo una mueca involuntaria justo después. La otra joven no se perdió su reacción. Se imaginaba lo que la reina le habría hecho pasar, porque como su hija, también había vivido esa presión de tener que ser perfecta. O de ser humillada por no lograrlo.
—Si te sirve de algo, mi madre es un perro que solo ladra y en realidad no muerde.
—No estaría tan segura de eso.
Ruth se quedó callada por un segundo más de lo necesario. Parecía inmersa en sus pensamientos hasta que volvió a mirar a Nellie a los ojos.
—Tenía veinte años recién cumplidos cuando un embajador de la Unión Europea se me "insinuó".
Eleanor le devolvió una mirada confusa. No se había esperado semejante cambio de tema.
—Cuando sus intentos de conquistarme se volvieron demasiado agresivos, quise contarle a mi padre —Ruth esbozó una sonrisa triste—. Él ya comenzaba a sentirse enfermo y mi madre no quería que lo molestara. Así que le dije a ella.
—¿Qué pasó? —preguntó Nellie ante el prolongado silencio.
—Ni siquiera pensó en ponerse de mi lado —Ruth rio con un tono amargo—. Me gritó diciendo que algo había hecho para provocarlo.
Eleanor negó con la cabeza, presa de una molestia creciente. ¿Cómo podía una madre desconfiar de su hija de aquel modo? Ruth relató cómo se había encargado de reunir pruebas del acoso de aquel funcionario y las había hecho públicas. Fue un escándalo mayor que culminó con ella siendo una persona no grata para la Unión Europea, incluso siendo la víctima de la historia.
—En ese tiempo Robert no me hubiese podido ayudar, aunque quisiera. Estaba lidiando con la loc... —se interrumpió con una actitud nerviosa—. Con la enfermedad de Margueritte.
Aquella inflexión en la voz de Ruth llamó la atención de Eleanor. Estaba convencida de que la chica había querido decir "la locura de Margueritte", lo que coincidiría con lo que había visto en los registros a los que Rob le había dado acceso mientras investigaban el orfanato. Quiso saber más detalles sobre el asunto, pero Ruth no parecía querer hablar de ello, por lo que no preguntó.
—Esa noche recogí una maleta y le aseguré que nunca más acudiría a ella. Todos sus intentos de hacerme regresar los rechacé como si de la peste se tratara.
Solo cuando su padre estuvo demasiado enfermo pisó suelo lysteriano nuevamente. Y cuando él los dejó, volvió a marcharse. De todos modos, nadie iba a quererla en el trono si afectaba las relaciones públicas del reino. Ya no tenía nada que hacer allá.
—El punto de todo esto, es que mi madre va a disfrutar haciéndote sentir inferior a ella. Solo tienes que mandarla a callar su "real boca" un par de veces y se quedará tranquila.
—Ojalá eso funcionara con mi padre. Sería un sueño que nos dejase en paz a mí y a Liz.
—Ánimo —Ruth sonrió, amable—. Lo van a lograr.
La conversación continuó mientras compartían anécdotas de sus padres fallecidos y de cómo habían sido las cosas cuando ellos estaban por allí. Minutos después, cuando la charla comenzó a decaer, decidieron regresar a la habitación de Robert. Sin embargo, al salir de la cafetería les esperaba una sorpresa. Elizabeth estaba manteniendo una animada conversación con una persona a la que no debería ni siquiera conocer.
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