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Capítulo 22

Eleanor observó la pantalla de su celular con recelo. Tenía que cambiar el nombre de contacto, ya no se sentía cómoda llamando "papá" a George Waldover. Dejó que la llamada se perdiera y casi se le escapó un bufido en plena sala de espera cuando su teléfono comenzó a vibrar otra vez. La chica se sentó en uno de los sillones más apartados y tomó aire antes de contestar.

—¿Qué quieres? —Su voz era apenas un susurro cansado.

George se tomó unos segundos para responder, probablemente para digerir la rabia que le había provocado la forma en que se expresó.

—¿Esa es forma de hablarle a tu padre?

—La última vez que comprobé, no tenía uno de esos —aseguró, sus ojos ardiendo al tiempo que se humedecían. No veía el día en que iba a sanar aquella herida—. Solo una persona que me estaba utilizando para sus propios intereses, y que me golpeaba sin razón.

—Tu príncipe te ha dado alas, mariposita —se burló—. Esperemos que no se muera gracias a tu estupidez. Todo lo que tocas...

Eleanor retiró el teléfono de su oreja y colgó la llamada, irritada. ¿Para qué diablos la había contactado? Si era para hacerla sentir mal, no necesitaba su ayuda para eso. Observó el pasaporte en su mano y la mirada de Robert regresó a sus recuerdos. La noche anterior a la tragedia todo había sido tan mágico. De verdad había creído que podían lograr algo hermoso, y aun con sus dudas sobre la corona, se había imaginado vestida de blanco. Pensó que había sido demasiado ingenua. A ella nunca le salía nada bien. Aunque Rob fuese diferente a todos los hombres que había tenido a su alrededor durante su vida, no estaban destinados a ser nada más que un anhelo.

Las ganas de irse la invadieron, pero el deseo de ver a Robert recuperado era mayor. Así que tomó la decisión de no hacer nada apresurado o de lo que pudiera arrepentirse. Como volver a escapar de la protección que le brindaban los guardias. Hacerlo había sido lo que había logrado que Robert estuviese tirado en aquella cama. Al pensar en su escolta fue como si los hubiese invocado. Uno de los mismos se acercó a ella e hizo una corta reverencia.

—El príncipe demanda su presencia, Mi Lady.

—¿Demanda? —preguntó ella, su tono de voz subiendo un poco y volviéndose ácido.

—La solicita —rectificó el hombre—. Por favor venga sin presentar resistencia, Mi Lady.

"¿O qué?", quiso preguntar. Sin embargo, se hacía una idea de la respuesta. Sus propios guardias respondían a las órdenes del futuro rey. No iba a ser de ninguna utilidad que se negara a acompañarlos.

Regresó a la habitación con pasos pesados. En la puerta casi tropezó con la reina, quien se deslizó por su lado como una exhalación. Parecía irritada, y pronto entendió por qué.

—Tú también, Ruth... —pidió el hombre.

—Robert, —intervino ella, avergonzada de ser la causa de que la chica fuese obligada a retirarse— es la segunda vez que sacas a tu hermana de la habitación. Ella está aquí para verte.

—Requiero privacidad para hablar contigo, Eleanor.

Ruth giró la cabeza en su dirección y las dos intercambiaron una mirada de entendimiento mutuo. La mujer se marchó del cuarto y con ella los guardias que habían escoltado a Nell hasta allí.

—¿Ahora "demandas" mi presencia?

Robert hizo una mueca al acomodarse sobre la cama, y aunque se preocupó, la chica no dijo nada. Ni siquiera se movió de su lugar.

—Era la única manera de traerte de regreso, —articuló el príncipe, sentándose lo más derecho que le permitió la cama— ¿o me equivoco?

—Te equivocas.

—¿De verdad? ¿No estabas planeando tu viaje de regreso a Chicago?

—Para tu información, iba a esperar a que te recuperaras.

Eleanor estaba algo molesta y presentía que no era la única. Robert estaba a la defensiva. Sin embargo, al escucharla decir que no estaba huyendo, una línea se suavizó en su frente.

—Te mandé a llamar porque tengo una oferta para ti.

—¿Oferta?

—No quería decir nada porque tenía la esperanza de que quisieras quedarte —dijo, sonando decepcionado—. No quería forzarte a que abandonaras la idea de irte. O sentir que de algún modo te manipulaba.

Eleanor guardó silencio mientras analizaba las palabras del príncipe. Ella sí que quería quedarse, a pesar de que una pequeña voz en su consciencia le decía que solo estaba jugando con fuego y estaba a punto de quemarse. Robert sumaba cada vez más puntos en la partida por su corazón. Si bien había tenido un momento de flaqueza al "demandar su presencia", estaba arreglando el desliz con maestría. Sin embargo, nada podía preparar a Nellie para lo que estaba a punto de salir de sus labios.

—Cásate conmigo —dijo, clavando sus ojos en los de ella.

La voz había salido firme, en contraste con su mirada que no paraba de moverse por el rostro de la chica, buscando una respuesta. Ella había enmudecido. Cuando los guardias la habían llevado al cuarto por petición del futuro rey, no imaginó que iba a recibir una propuesta de matrimonio. Mucho menos una tan directa. Robert esperaba la respuesta sin quitar su atención de la joven. Su silencio comenzaba a mellar la confianza de él, por lo que decidió tratar otra manera de presentarlo.

—Tómalo como una oferta de trabajo —declaró, a lo que ella frunció el ceño—. Estarías trabajando para la corona como administrativa, con eventos sociales ocasionales. Tendrías un salario fijo como empleada del gobierno además del acceso a los fondos de mi familia, al ser mi esposa.

Nellie sintió que temblaba al escuchar esa palabra. No era una mala idea. De aquel modo podía aplicar sus estudios en un buen trabajo, y no sentiría que solo era una decoración en el trono. Sin embargo, Robert estaba siendo demasiado frío al presentarle aquella opción. Se trataba de sus vidas, no de un juego. Robert le había dicho que quería una oportunidad de convertir lo de ellos en verdadero, luego le había ofrecido el "trabajo" de esposa y reina.

—Es la propuesta de matrimonio más extraña de la que he tenido conocimiento —habló ella por fin.

—Bien, no es que seamos una pareja muy tradicional. Todo lo hacemos al revés.

—¿Qué pasa con nuestro matrimonio? ¿Sería solo una fachada para que consigas la corona?

—Si estás de acuerdo —comentó, tras aclararse la garganta— podemos continuar como hasta ahora.

Eleanor rio sin encontrarle lo gracioso. Por supuesto que quería que siguieran acostándose.

—Una relación no se sostiene a base de sexo, Robert.

—No he dicho tal cosa.

—Suena increíble, excepto por un detalle.

—¿Cuál sería ese?

Eleanor bajó la cabeza y entrelazó sus manos por delante de ella, jugando con los dedos. Raspó la pintura de uñas mientras intentaba encontrar la manera menos dolorosa de decirlo.

—No puedo darte un hijo, Robert —La primera lágrima corrió por su mejilla, haciendo que el príncipe se levantase de la cama—. No seré la reina perfecta que todos quieren que sea.

—Ven aquí, Nell —Se acercó a ella para tomar su mentón con los dedos— ¿Cuándo te he pedido que lo seas?

—¿Cómo puedo ser la reina que necesitas si no puedo traer a tu heredero al mundo?

—Una reina puede dar a luz diez príncipes y aun así no ser lo que el país necesita. Mientras tanto, tu inteligencia ya ha ayudado a localizar un fraude y a comenzar a reparar el daño causado por este. ¿Qué crees que necesite a mi lado para gobernar? ¿Una mujer, o un útero?

Eleanor asintió, mostrándose de acuerdo con el punto que él quería ilustrar. Su corazón se sintió ligero, como si tuviese alas. Robert la abrazó con cuidado de no lastimarse, y dejó un beso sobre la sien de la muchacha.

—¿Por qué saliste de aquí sin dejarme explicar nada?

—Pensé que no tenía nada más que hacer acá —Sorbió por la nariz—. Por eso iba a ahorrarte el trabajo de echarme. Solo quería esperar a que te recuperases.

—¿Echarte, Nell? ¿Qué clase de imbécil crees que soy? —La chica negó con energía, pegándose más a su cuerpo— Si fuera yo... ¿me dejarías de lado?

La muchacha tragó saliva con dificultad. Por supuesto que no lo haría, y así se lo hizo saber de inmediato. Intentó explicarle lo que había sentido al recibir el documento de sus manos. Al escucharle decir que era libre de irse.

—Te estaba dando una opción — señaló el príncipe—. Estaba cumpliendo con mi parte del trato. Tu pasaporte a cambio de fingir que el compromiso seguía en pie.

—Y ahora que ese acuerdo llegó a su fin, ¿me propones esta locura?

Aunque creía en él, aun no estaba convencida del todo. No podían jugar de ese modo con sus vidas. Participar en la dirección del país era una cosa, casarse era otra igual de importante.

—Hablas del matrimonio como un trabajo... ¿y qué pasa si nos enamoramos?

—Bueno, eso sería... conveniente —contestó Rob, con un carraspeo.

—No me refiero a nosotros —aclaró ella, sus mejillas encendidas—. ¿Qué pasa si te enamoras de alguien?

—Es muy poco probable que pase eso —aseguró, desviando la mirada a cualquier lugar menos a sus ojos.

Eleanor no quiso dejarlo allí. Tenía que poner las tildes donde iban antes de aceptar cualquier propuesta. Dejarlo todo claro antes de terminar atada a él y con el corazón roto.

—Podría pasar... ¿y entonces qué haremos? No podemos simplemente divorciarnos como cualquier pareja. El reino sufriría una crisis. ¿Esperas que tengamos una relación abierta?

— No soy hombre que comparta —Rob la sujetó por el brazo con firmeza, pero la soltó de inmediato, aclarándose la voz—. Respetaré tu decisión si llegases a querer ser libre de estar con otra persona, te daría el divorcio si lo quisieras. Yo no voy a enamorarme de nadie, Nellie. Puedes estar tranquila. Aclarado ese punto, ¿cuándo estarás lista para darme una respuesta?

El silencio en la habitación se hizo presente. Eleanor, con el aliento atrapado en la garganta, clavó su mirada en el hombre. Solo había necesitado escuchar esas palabras para convencerse de que no era nada malo casarse con el futuro rey de Lysteria. Que su papel como reina sería un simple trabajo y que podía manejarlo.

—Sí —aceptó, todavía sin creerse lo que estaba pasando—. Me casaré contigo.

Robert sintió que su pecho se inflaba de satisfacción. Su mano sana cubrió la nuca de la muchacha y tiró de ella para darle un beso que en poco tiempo se tornó apasionado. Sus labios se unieron en sincronía, necesitados del otro y de su calor. Se separaron cuando ella le pidió que se detuvieran, porque él no estaba en condiciones de quedarse de pie por mucho tiempo. El príncipe aceptó a regañadientes, aunque no se negó cuando ella lo guio de vuelta a la cama.

—Nell, hay algo muy malo sobre mí que debes saber antes de que nos casemos —confesó, mientras la chica lo arropaba con las sábanas.

—¿Qué es? —cuestionó ella, algo alarmada por su tono.

—Mi segundo nombre es August.

Eleanor dejó escapar el aliento contenido cuando una carcajada acudió a sus labios. Robert se dejó caer sobre la cama también riendo, a pesar de que cada vez que su pecho se agitaba, la herida le dolía. No importó que Nellie lo regañase por su falta de seriedad con el asunto. Minutos después, Ruth encontró a su hermano con una sonrisa engreída en el rostro, tras lo cual le preguntó en tono de broma lo que había estado haciendo.

—Nos vamos a casar —comentó como si nada.

—Ya lo sé, —aseguró su hermana— lo anunciaron hace un mes ya.

—Ahora es de verdad.

Eleanor le regaló una sonrisa avergonzada a Ruth, y negando con la cabeza a modo de disculpa, le hizo un gesto con la mano como para que la mujer ignorara los desvaríos del príncipe.

—Estoy muy agradecida de verte así, hermano —dijo, captando la atención de ambos—. Hubo un tiempo en que pensé que nunca más te vería sonreír.

El ambiente cambió después de que Ruth hiciese semejante declaración. Aunque intentó disculparse por ello, no consiguió que los demás dejasen de torturarse con el significado de sus palabras. Eleanor recordó los archivos a los que Rob le había dado acceso, y a lo que había descubierto de Margueritte en ellos. Miró la cicatriz en el brazo del hombre, quien se la estaba acariciando de forma distraída. Estaba recordándola a ella. Esa idea no la hizo sentir nada cómoda, pero empujó el pensamiento al fondo de sus preocupaciones.

Por suerte para los tres, el doctor hizo entrada en la habitación. Después de examinar a Robert, ordenó un par de exámenes más. Quería estar seguro de que todo estaba en orden y de que su recuperación iba en la dirección correcta. El príncipe preguntó cuando podía irse, si bien el médico no podía darle una respuesta exacta. Todo dependía de los resultados que se obtuvieran.

—Debería ser posible una vez esté seguro de que esos puntos se mantendrán en su lugar y que usted será capaz de seguir el tratamiento en el palacio —opinó—. Es muy importante que Su Alteza guarde reposo una vez de vuelta. No porque sea una herida en el hombro significa que usted pueda permitirse estar de pie mucho tiempo.

—Lady Waldover y yo nos encargaremos de que descanse como es apropiado, doctor —aseguró Ruth.

Por su parte, Robert había pasado a cavilar sobre todo lo que había por hacer antes de la coronación. Según el informe de Damien, la opinión pública estaba dividida desde que el disparo se había hecho noticia. Unos soñaban despiertos con la imagen del príncipe joven que fue herido protegiendo a su futura princesa. Otros creían ver señales que indicaban la decadencia del sistema monárquico. Las siguientes semanas estaría ocupado intentando mejorar la proyección de la corona y de los próximos reyes. Les quedaba un largo camino por recorrer si querían que todo saliera según lo planeado.

El médico salió de la habitación y seguido entraron dos enfermeras para tomar otras muestras de sangre. Eleanor miraba la aguja de manera fija cuando dos guardias anunciaron su presencia.

—¿Pasa algo? —preguntó Rob, el ceño arrugado.

—El conde Waldover está afuera solicitando reunirse con Lady Waldover.

El rostro de Robert se transfiguró en una máscara de odio. El recuerdo del momento en que había visto a George pegándole a Nellie voló a su mente, dejándolo furioso a una velocidad digna de récord. Miró a la muchacha, quien se había quedado pálida e inmóvil con los ojos clavados al suelo.

—Echen a ese hombre fuera de aquí.

La pareja percibió la reacción de Ruth. La hermana de Rob desconocía la historia detrás de aquella orden, y solo podía quedarse pasmada al tiempo que miraba a los dos en busca de una respuesta. Eleanor decidió sentarse cuando sus manos comenzaron a temblar con una mezcla de miedo y rabia. Primero la había llamado solo para molestarla con sus malos deseos, y ahora se presentaba en la clínica. Aquello no podía ser una buena señal.

—Por supuesto, Alteza.

—¿Alguna idea de por qué ha venido? —interrogó Robert, movido por la curiosidad.

—No lo sé, viene acompañado de una mujer joven.

Eleanor levantó la cabeza al escuchar lo que había asegurado el guardia. Entonces, en contra de todo lo que había querido antes, se levantó de su asiento y dirigió sus pasos apresurados hacia el exterior. 

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