Capítulo 20
Eleanor se puso de pie y se acercó al médico. La reina hizo lo mismo, seguida de cerca por su sobrino y por Madeleine. El hombre les dedicó una mirada de cansancio, pero sonrió de forma conciliadora.
—La intervención ha sido un éxito —declaró, haciendo una pausa en la que se escucharon suspiros de alivio—. Fuimos capaces de sacar la bala de su hombro.
La muchacha pensó en el momento en que le habían disparado a Robert y sintió que se le retorcía el estómago. Había sido uno de los momentos más aterradores de su vida.
—Su Alteza perdió mucha sangre —continuó, después de una pausa en la que aclaró su garganta—. No tanta como pudo haber perdido si hubiese estado solo. Lady Waldover hizo un buen trabajo presionando la herida.
Eleanor asintió hacia el doctor. Ella había usado su chaqueta para presionar el hombro de Robert en cuanto estuvieron dentro del auto. Aunque no sabía bien lo que hacía, se imaginaba que no podía ser bueno que él continuara sangrando de aquella manera. Por suerte su instinto había sido acertado. La reina le clavó los ojos con una expresión fría. Se le notaba dividida entre el agradecimiento y el rencor hacia la joven.
—Está estable y esperamos que continue de ese modo.
—Gracias por informarnos, doctor —intervino la reina—. ¿Sabe si despertará pronto?
—Debería ser en las próximas doce a veinticuatro horas. Depende de su reacción a la anestesia.
—¿Podemos verlo? —preguntó Nellie.
Un silencio abrumador se apoderó de la sala. Notando la mirada furiosa de la reina en la joven Lady Waldover, el doctor se apresuró a contestar y a marcharse. Podían entrar a verlo, aunque debían hacerlo solo dos personas y sin perturbar el ambiente de la habitación.
Eleanor estaba de acuerdo con que la madre de Robert fuese la primera en verlo, si bien no le sentó nada bien que esta designara a Madeleine como la otra visitante.
—Le pido disculpe mi atrevimiento, pero como la prometida de Robert tengo el derecho de verlo...
—Tú no tienes derecho a nada —espetó Mabel—, ¡eres la maldita razón por la que está en esa cama!
—¡Eso no es cierto! —exclamó ella, queriendo que se callasen la reina y su consciencia al mismo tiempo.
La madre de Robert comenzó a caminar en la dirección indicada por el personal médico, en compañía de Madeleine. Estaba hecho. La mujer se había llevado a la chica para reemplazarla, como siempre había querido que pasara. Derrotada, Eleanor se dejó caer en la silla que había estado ocupando, con la cabeza entre las piernas. Carmille tomó asiento a su lado y pasó una mano por su cabello, tratando de confortarla. Aunque no tuvo el efecto deseado, al menos logró que Nell no se sintiese tan sola en aquella fría habitación.
—No es justo —musitó la muchacha—. No es para nada justo.
Como no tenía nada que contestar a su declaración, la señora continuó acariciando el cabello de la joven.
Una hora después, una delegación de la policía nacional solicitó una entrevista con la muchacha. El futuro rey había sido herido, debían encontrar al culpable de inmediato. La oposición no podía creer que un acto así podía quedar impune. La entrevista tuvo lugar en la misma sala de espera, ya que Eleanor se negó a moverse a donde no pudiera saber sobre el estado de Robert de inmediato.
—Sí, puedo identificarlos —aseguró Eleanor ante la pregunta de los oficiales—. Reconoceré sus rostros donde sea.
Cuando se fueron, alrededor de las dos de la madrugada, Nellie estaba exhausta. Le habían preguntado todo, incluso el motivo por el que habían salido del palacio sin escolta. La chica se vio obligada a repetir lo que la había dejado en un estado de ansiedad insoportable. Por suerte, logró transmitir su testimonio con claridad suficiente para que la información sirviese.
Era bien entrada la madrugada cuando Eleanor vio que la reina se marchaba. En ese momento pasaban las noticias del atentado al príncipe por la televisión que estaba fija en una de las paredes. Solo eran especulaciones, si bien pronto se harían con toda la historia, como siempre hacían. Carmille le había traído un vaso de agua y unos calmantes. La muchacha rechazó las medicinas. No quería dormirse porque necesitaba saber cómo estaba Robert. Se estaba terminando el agua cuando una enfermera se le acercó.
Trent se movió para bloquearle el paso y la mujer se encogió, intimidada. De manera algo ruda, el guardia le pidió que dijera lo que tenía que decir, dejando claro que no tenía permitido acercarse más. Eleanor casi bufó ante aquella actitud. Con una sonrisa, alentó a la enfermera a que le hablara.
—Si le parece bien —logró decir—, puede pasar a la habitación de su Alteza, mi Lady.
—¿Puedo? —preguntó ella, su voz rompiéndose con la ilusión de poderlo ver— ¿No te creará problemas con nadie?
—Ninguno, mi Lady —respondió, con una leve sonrisa—. El asiento allí es más cómodo. Puede descansar mejor.
Eleanor insistió en que Carmille regresara al palacio. La mujer se marchó con la promesa de volver temprano con ropa y otros útiles para que estuviese presentable al día siguiente. La joven intentó despedir al guardia, pero Trent no cedió. Sin embargo, se quedó con solo dos soldados y envió a los demás a descansar. El cuarto de Robert estaba protegido por su propio equipo de seguridad y la policía estaba alerta en todas partes, no creía que fuese necesario tanto personal dentro de la clínica.
Nellie se dejó guiar por la entonces abrumada enfermera hasta el cuarto de Robert. El hombre lucía algo pálido sobre la cama, cubierto con una sábana blanca. Un gemido de dolor escapó de los labios de la chica al tiempo que sus ojos se humedecían. No paraba de repetirse que era su culpa. Que, si no hubiese huido de manera tan apresurada, él estaría a salvo. Rozó sus dedos a modo de consuelo, tratando de convencerse de que todo estaría bien. Entonces se sentó en el sillón, acercándolo lo más que pudo a la cama para no dejar de tocar su mano. Sin darse cuenta, cerró los ojos tratando de descansar y terminó quedándose dormida minutos después.
Un ruido leve la despertó. Al abrir los ojos, notó la presencia de dos enfermeras en la habitación. Estaban rodeando a Robert, con toda probabilidad administrando algún medicamento. Nellie se enderezó sobre el asiento, entrecerrando la mirada cuando la luz lastimó sus pupilas. Eran las primeras horas de la mañana.
—Mis disculpas, mi Lady —murmuró una de las enfermeras.
—No, para nada —negó ella—. Soy yo quien no debería estar aquí. Saldré para que trabajen sin interrupciones.
Las dos mujeres asintieron con alivio. Cuando la joven puso un pie fuera del cuarto, Carmille ya la esperaba con un bolso en brazos. Como supuso, llevaba dentro un cambio de ropa y otros objetos que iba a necesitar si pretendía quedarse en la clínica todo el tiempo. La señora se había adelantado a preguntar dónde podía la muchacha darse un baño y arreglarse, por lo que las dos se dirigieron a la estancia en cuestión. Duchada y peinada, Nellie salió al exterior a tiempo para presenciar el cambio de guardia. Trent llevaba mucho tiempo despierto, así que lo despidió con una sonrisa agradecida y se regresó al cuarto del príncipe. Si la reina quería que saliese de aquel lugar, tendría que sacarla ella misma. O podía intentarlo.
Se dejó caer sobre el asiento y desbloqueó su teléfono para mantener la mente ocupada en algo que no fuese el aspecto pálido de Robert. Casi de inmediato deseó no haberlo hecho. Era de esperarse que las redes sociales estuviesen a punto de estallar con rumores sobre lo sucedido al príncipe. Para lo que no estaba preparada, era para las publicaciones donde se revelaba por una "fuente confiable" que la futura princesa era infértil. El artículo tenía infinidad de comentarios sobre el tema, la mayoría burlándose y vaticinando el fin de la monarquía Leechestein si el matrimonio se producía.
Eleanor dejó escapar un suspiro, sus ojos comenzaban a nublarse y a picar con lágrimas nacientes. ¿Cómo podía ser la gente tan cruel? Ni siquiera iba a seguir leyendo la larga lista de insultos o bromas sobre ella. Una cosa difícil era lidiar con semejante problema en privado. Tener que manejarlo mientras estaba en boca de un país, era casi imposible. La persona que había filtrado esa información a la prensa, no la tenía en muy alta estima. Y Nellie no podía pensar en otra persona que no fuese la reina. Era la única que conocía la existencia de ese examen y que tenía motivos para revelarlo. Parpadeó para retener el llanto. No podía echarse a llorar como una niña indefensa. Había muchas personas dispuestas a pisotearla al menor signo de debilidad.
Un gemido la hizo levantar la mirada. Robert había girado la cabeza hacia ella y tenía la frente fruncida en un gesto de dolor. Nellie se puso de pie y se acercó a la cama a una velocidad increíble. Tomó la mano del muchacho y lo observó con atención, a la espera del más mínimo signo. Sin embargo, el príncipe volvió a relajar el rostro y no abrió los ojos. Tampoco sus labios emitieron otro sonido, para la frustración de la chica.
—Estoy aquí, Rob —susurró ella, pasando la mano por el cabello de él—. Estoy contigo.
El ruido de la puerta al abrirse la hizo apartarse un poco. El médico hizo su entrada y detrás de él la reina. El doctor arrugó la frente, sorprendido con su presencia. Mientras el hombre se recuperaba, la madre de Robert se adelantó con una expresión asesina en la cara.
—¡¿Quién te dejó entrar aquí?! —le espetó— ¿Te colaste dentro para terminar de matar a mi hijo?
Eleanor no contestó. Solo desvió la mirada hacia la cama. Le preocupaba más el estado de Robert que los gritos histéricos de su madre. Discutir con la reina no iba a ayudar a nadie y mucho menos a él.
Al ver que la joven decidía ignorarla, la mujer se enfureció. Dio dos pasos hacia la salida y llamó a gritos a Thomas. Eleanor sospechó que tendría intenciones de sacarla del cuarto, ante lo que se pondría firme. El doctor lo observaba todo pasmado. Un segundo después, el primo de Robert entró en el cuarto y caminó hacia Nellie. La chica levantó la mirada hacia él, dejándole saber que no iba a lograr nada con amenazarla.
—No hagas esto difícil —le pidió él—. Obedece a tu reina, muchacha.
—Diríjase a mí como lo que soy: Lady Waldover, la prometida del príncipe.
—¡Tienes mucho descaro, —le gritó Mabel— no eres más que una...!
—Su Majestad, por favor... —la interrumpió su sobrino, impidiendo que la reina dijese algo inapropiado.
Thomas alargó una mano hasta casi rozar el brazo de la chica, quien retrocedió de inmediato. Eleanor le aseguró que, si se acercaba un paso más, no dudaría en llamar a su escolta para que tomaran medidas contra él. Riéndose de forma burlona, el hombre se aproximó un poco más y volvió a levantar la mano hacia ella.
—Pon esa mano sobre mi prometida y vas a perderla —Se escuchó en la habitación, dejando a todos en silencio.
Eleanor giró la cabeza hacia la cama, siendo la primera en descubrir el brillo de odio en la mirada de Robert, que acompañaba a una expresión fría. La muchacha se inclinó sobre él y le colocó una mano en el rostro, logrando con ello cambiar el semblante del príncipe. Sus ojos se llenaron con las lágrimas que había estado guardando y a duras penas logró ahogar un suspiro de alivio. El príncipe había despertado por fin.
Thomas se retiró a una velocidad increíble, como si hubiese visto al diablo en persona. Después de eso, el doctor reaccionó y se acercó a su paciente por el extremo contrario al que ocupaba la chica.
—Su Alteza se encuentra estable —sentenció—. Seamos prudentes al hablar a su alrededor —Miró a las dos mujeres— y no provoquemos que se incomode.
Después de aquella amonestación colectiva, el hombre le pidió a un enfermero que le trajese los resultados de los últimos exámenes del paciente. Concluyó en que no era necesaria una transfusión de sangre y que, si todo se mantenía como hasta el momento, Robert tendría una mejoría rápida garantizada.
—Nell —llamó el muchacho.
—Aquí estoy —Se inclinó ella.
—¿Dónde están tus guardias?
El tono del príncipe le dio una pista a Eleanor de lo que estaba pensando. Rob había despertado justo cuando su primo se disponía a sacarla a rastras de aquella habitación. Era normal que pensara que necesitaba protección.
—Los guardias están afuera, no pueden entrar aquí.
—Thomas tiene prohibido entrar a mi cuarto —declaró—. Solo ustedes dos pueden estar aquí además del personal médico. Háganselo saber a todos.
La reina asintió, acercándose a la cama por el lado opuesto a la muchacha. Aunque quería sacarla de allí por la fuerza, entendía que no debía hacer nada que pudiese alterar a su hijo. Solo por eso, Mabel se tragó su rencor y pasó su mano por la cabeza del príncipe a modo de consuelo.
—¿Cómo te sientes, mi niño?
—Como si me hubiesen disparado —contestó él, después de un largo y cansado suspiro.
Su voz era más baja de lo habitual, y a Nellie le dio la impresión de que le costaba un enorme esfuerzo decir una palabra. Por eso decidió no hacerle ninguna pregunta. No podía ni soñar con sugerirle a su madre que no lo molestara, pero por lo menos no iba a contribuir a fatigarlo. Por su parte, Mabel continuó acariciando los cabellos de su hijo.
—Te pondrás bien, Robbie.
Robert le pidió que no se preocupara porque pronto estaría de pie. Nellie se apartó un poco para darles algo de privacidad, sintiendo una pequeña punzada de celos que le pareció fuera de lugar. Era su madre, después de todo. No podía esperar que la ignorara en aquel momento.
—Manda a traer a Damien, por favor —le pidió Rob a la reina.
—Robert, —replicó ella— estás herido de bala. Ni siquiera tienen a los atacantes bajo custodia todavía. Deberías descansar para que puedas recuperarte...
—No voy a hacer nada descabellado. Solo estar al corriente de lo que me he perdido. No discutas conmigo, madre. ¿Te repito lo que dijo el doctor?
Mabel dejó escapar un respingo al que su hijo respondió con una ceja levantada en señal de incredulidad. Entonces Robert se volvió hacia Eleanor, llamándola para que se acercara.
—¿Pasó algo mientras estaba inconsciente?
Nellie se quedó quieta al escuchar la pregunta. No dijo nada y hasta podía jurar que la respiración se le había atascado. Sabía que no había olvidado el asunto de Thomas. No lo olvidaría porque ya tenía un pasado turbulento con él. Nellie suspiró contrariada. No quería ser siempre la tonta que necesitaba que la protegieran. No quería ser la mujer que no podía valerse por sí misma. Especialmente no en aquel momento en el que Robert estaba confinado a una cama con su vida en peligro todavía.
—Robert, tienes que descansar...
—Te hice una pregunta, Nell.
Su voz era suave, aunque firme. No admitía excusas. Eleanor conectó su mirada con la de la reina, quien tenía una expresión nerviosa que coincidía con lo que la chica sentía. Se negaba a darle preocupaciones.
—No pasó nada.
—¿Y por nada te refieres a Thomas amenazando con sacarte de aquí?
El silencio se apoderó de la estancia. La apariencia del joven era tan falsamente calmada que Nellie podía jurar que habían bajado la temperatura del lugar.
—Yo le dije que lo hiciera —intervino la reina por fin—. Tu primo no tiene la culpa, yo se lo pedí.
Eleanor se sintió aliviada por no tener que mentir. Robert cerró los ojos por un momento, al tiempo que reprimía un quejido de dolor.
—Olvídalo, Robert —le pidió Nellie—. No volverá a pasar.
Las dos mujeres volvieron a mirarse. Con un asentimiento mutuo llegaron a un acuerdo silencioso. Nada de pelear mientras estuviesen delante de Robert. Al menos mientras él estuviese convaleciente. El príncipe cerró los ojos otra vez y declaró que estaba seguro de que así sería, o de lo contrario tendría que tomar medidas más drásticas.
—Madre, ¿nos das un momento a solas?
Si bien no estuvo nada feliz con la petición, la reina asintió y dijo que regresaría después de arreglar la llegada del asistente del príncipe. Con la salida de Mabel, Eleanor sintió que se le caía un enorme peso de los hombros. Como no podía sentarse en la cama, acercó su sillón a la misma para poder escuchar su voz sin que el muchacho tuviese que esforzarse demasiado. Entonces Robert giró la cabeza hacia ella y le sonrió. Un segundo después, sus labios se tensaron.
—No debiste hacer eso, Nell.
Ella frunció el ceño, confusa.
—No debiste ponerte delante de mí, te pudieron haber disparado.
—No lo pensé, Rob —admitió ella, enjugando una lágrima al recordar ese momento—. Solo supe que no podía permitir que te hicieran daño.
Lo que fuese a contestar él, quedó cortado por el sonido de unos pasos apresurados. Un segundo después, la reina entró en la habitación acompañada por otra mujer joven. Una que Eleanor no conocía, pero que puso una sonrisa en los labios cansados de Robert.
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