Capítulo 18
Eleanor y Robert se lanzaron el uno hacia el otro como si no hubiera un mañana. El príncipe le tomó el rostro entre sus manos para evitar que se rompiese el beso. Sin tener control de otra cosa más que de lo que hacía su boca y todo su cuerpo, comenzó a llevarla hacia adelante, hasta que la espalda de la chica chocó contra una de las paredes. Eso pareció despertar a Nellie de su delirio, porque la joven luchó contra él solo logrando que sus labios fueran a parar en la línea de su mandíbula.
—Espera, Robert...
—¿Esperar qué? —preguntó él, una de sus manos explorando el cierre de la falda— ¿No fue deseo lo que vi en tus ojos? ¿No quieres esto? Solo dímelo y me detendré.
Eleanor no pudo decir ni media palabra, porque no podía mentirle. Lo deseaba demasiado. Quería que Robert le arrancara la ropa allí mismo y la tomara de una vez. Sobre el escritorio, en el asiento, en el suelo si era preciso. Se preguntó qué era lo que había que esperar, si no había ninguna razón por la cual no deberían hacerlo. Se había acostumbrado tanto a no tener lo que quería, que de manera inconsciente se ponía trabas cuando lo tenía a su alcance. Y si había algo que Eleanor ansiaba en ese momento, era a Robert dentro de ella. Duro y sin descanso.
—Asegura la puerta primero.
El príncipe lo pensó. Era algo razonable. Solo le preocupaba que cuando la soltase, era se arrepintiera de todo y terminara así. Excitado como la primera noche que la vio y sin poder hacer nada. Con ello en mente, la levantó del suelo sujetándola por las caderas. La llevó consigo hasta la puerta y la incitó a que ella misma pusiese el seguro. Nellie lo hizo con dedos temblorosos. Entonces él dejó en el suelo y la recostó contra la puerta.
—¿Ahora qué, Lady Waldover?
Eleanor tragó en seco. Clavó los ojos en los labios del príncipe y se mordió el suyo; al tiempo que cruzaba las piernas, en un intento por atenuar el ardoroso calor que se estaba abriendo paso en su centro. La muchacha se inclinó hacia él, buscando su boca. Sin embargo, el muchacho tenía otros planes. Robert atrapó con su mano la mandíbula de Nellie, se acercó a ella y sonrió confiado.
—Me he cansado de jugar, Eleanor —le dijo, sus labios tan cerca que con cada palabra rozaba los de ella—. Dime lo que quieres de mí ahora mismo.
—Lo sabes perfectamente bien.
—Refréscame la memoria, mi Lady.
—Te quiero a ti —confesó ella, cerrando los ojos por un instante y agarrando el cuello de la camisa del muchacho—. Dentro de mí. Una y otra vez.
Eran las palabras que Robert estaba necesitando escuchar. Con una sonrisa de triunfo, la hizo enfrentar la puerta y le bajó la cremallera de la falda. La prenda cayó al suelo y Rob se sintió satisfecho al ver la fina prenda interior que llevaba la muchacha. El encaje blanco enmarcaba el trasero redondo de la chica. No pudo evitar darle un azote y observó como se marcaban sus dedos en la suave piel.
Eleanor sentía el corazón latiendo a una velocidad increíble. Iba a acostarse con Rob, de nuevo. Y presentía que sería mejor que la primera vez. Sobre todo, porque al día siguiente el príncipe volvería a trabajar y recordaría todo lo que habían hecho allí. Y cada vez que ella entrara a ese lugar, la memoria de esa noche serviría para ponerla roja de pies a cabeza. Esa idea la excitaba. Sin embargo, cuando sintió que sus bragas se rasgaban entre los dedos del hombre, casi tuvo un orgasmo allí mismo.
Robert rompió la prenda y la lanzó al otro lado de la habitación. Su mano recorrió despacio la piel, siguiendo la marca que había dejado el borde de la pantaleta hasta llegar al tesoro que se escondía entre sus piernas. Los dos gimieron en respuesta.
—Mira qué caliente y mojada estás ya —le susurró al oído—. ¿Por qué estás así, Nell?
Nellie no respondió de inmediato. Solo continuó gimiendo mientras los dedos del hombre jugaban con sus nervios más sensibles.
—Dímelo ahora mismo —ordenó—. Obedece a tu príncipe.
Eleanor se erizó de placer al escucharlo hablar. Robert se había mostrado dominante aquella noche en Chicago y a ella le había encantado. Escucharlo hablar así de nuevo la tenía temblando de expectación. Bien, si a él le gustaba ese juego, ella también podía jugarlo.
—Es usted quien me pone así, Alteza.
Robert gimió cuando uno de sus dedos resbaló dentro de la muchacha. Luego dejó escapar una risa ronca que a ella le pareció el sonido más sexy del mundo. Nell inclinó su trasero hacia atrás solo para encontrarse con la erección del príncipe apretada en los pantalones.
—Déjeme ayudarlo, Su Alteza. Parece que tiene un problema ahí que yo puedo solucionar.
—Eres una súbdita muy leal —rio él, sus manos moviéndose hacia la ropa que todavía llevaba puesta ella, dejándola desnuda—. Te compensaré por eso.
Robert tomó a Nellie en brazos y se acercó al escritorio donde había estado trabajando. Sujetándola con un solo brazo, usó el otro para despejar la superficie y allí la sentó. La chica apretó los labios al sentir la fría superficie en su piel, callando un gemido. Aprovechó el momento para desabotonarle la camisa y acariciar los músculos de su torso. A pesar de que Rob estaba impaciente por probarla de nuevo, se desprendió de sus brazos y tomó cierta distancia.
—Ahora sé una buena chica y abre tus piernas. Quiero verte.
Eleanor no sintió una pizca de vergüenza. En ese momento había olvidado todo excepto lo mucho que quería estar con él. Se movió despacio para provocarlo, y extendió sus muslos. Robert la observó completa. Le parecía la visión de una diosa, una ilusión salida de sus más profundas fantasías. Cerró los ojos y sonrió. Tenerla así sobre su escritorio lo hacía sentir poderoso y muy duro en sus pantalones.
Al ver que no hacía nada, Nellie cerró un poco las piernas. Iba a preguntarle qué sucedía cuando Rob abrió los ojos y al verla le dirigió una mirada dura.
—¿Te dije que cerraras las piernas? —preguntó, su voz añadiendo más calor al centro de la chica— No me desobedezcas o tendré que castigarte.
—Si cree que lo merezco, por favor no se detenga.
Robert no perdió más tiempo hablando. Se arrodilló en el suelo frente a ella y llevó su boca a la rosada humedad de la joven. Nellie gritó antes de poderlo evitar. Tenerlo allí debajo se sentía delicioso. La estaba succionando como si fuera su sabor preferido. Se sujetó a la mesa y agarró con una de sus manos el pelo del muchacho. El príncipe no tuvo piedad. Atacó hasta sentir que ella se rendía bajo su lengua. Eleanor se sacudió cuando el orgasmo colmó todos sus nervios. Aun así, él no se detuvo. Porque oírla decir su nombre sin aliento mientras temblaba, era la gloria.
—Podría comerte así toda la noche —le dijo—. Quiero hacerte tantas cosas...
—Házmelo todo.
Robert se enderezó y se desabrochó los pantalones. El sonido de la hebilla hizo que Nellie mirase hacia abajo, observando el momento justo en que su erección quedó liberada. Rob tomó a Nellie de la nuca y le aplastó los labios en un beso, al tiempo que su pene se acercaba a su humedad.
—Dime que eres mía —le dijo, tentando su entrada.
—Lo soy. Toda tuya.
Como para que no quedara duda, Nellie rodeó la cintura del príncipe con sus piernas y lo atrajo hacia ella. Solo entonces Robert se impulsó hasta meterse por completo dentro de ella, siseando de placer al sentir su calidez. Eleanor se sujetó de sus hombros y se dejó penetrar. Le fascinaba el movimiento de sus caderas, tan duro y brusco que comenzaba a mover el escritorio de su lugar.
—¡Espera! —exclamó en un momento de lucidez— Tenemos que usar protección.
Robert maldijo su impulsividad, pero más odió tener que salirse de su interior por los pocos segundos que le costó conseguir un preservativo en una de sus gavetas. Después de eso, reanudaron el encuentro con más fuerza. Nellie saltaba sobre el escritorio con cada embestida. Se sentía ligera como una muñeca cada vez que la movía a su antojo. Sus uñas se clavaron en la piel del hombre mientras intentaba sostenerse de él. En verdad parecía que quería castigarla. La sujetaba de la cintura y la penetraba casi con ira. Y tal vez de eso mismo se tratase. Furia por todo el tiempo que estuvieron peleando cuando podían entenderse tan bien.
No supo cuánto tiempo pasaron sobre el escritorio. El príncipe la invadió sin piedad hasta oírla gritar de placer después de que otro orgasmo la dejara sensible. Solo entonces se permitió dejarse llevar por el placer. Alcanzó su liberación justo después de ella. Ambos se estremecieron cuando se salió de su interior con un movimiento lento. Un último beso antes de despegarse por completo, exhaustos.
Nellie sintió frío en cuanto la soltó. Se alegró de que solo fueran unos segundos para deshacerse del preservativo. Robert la bajó del escritorio y se dejó caer con ella en el sillón que tenía para tomar siestas cortas cuando trabajaba. Pensó que tal vez podía darle una nueva utilidad al mueble, siempre que ella lo visitara.
Descansando sobre su pecho, la joven se quedó dormida de inmediato. No supo en qué momento de la noche él la vistió y la llevó a su cuarto.
Despertó en una habitación que no conocía con los primeros rayos del sol. Confundida, Nellie se incorporó notando que su falda se había subido hasta la cintura bajo las sábanas. O tal vez no se le había subido sola. Sonrió con los recuerdos de la noche anterior dando vueltas en su cabeza. Incluido el de los besos que la habían despertado de madrugada para tomarla de nuevo. Robert había estado insaciable.
Una nota de decepción la invadió al encontrarse ella sola sin rastro del príncipe. Eso hizo que su ánimo decayera un poco. Al menos hasta que escuchó su voz cerca. Parecía estar hablando con alguien. Escuchó un sonido metálico y luego lo que parecían ser ruedas. Rob apareció un segundo después, llevando consigo una mesa con ruedas llena de comida. Era un desayuno completo, solo para los dos. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que los ojos le ardían. Parpadeó para disimular al tiempo que carraspeaba.
—Buenos días, mi Lady —la saludó el príncipe.
—Buenos días, su Alteza.
Eleanor lo observó por completo. Su camisa estaba abierta dejando ver su amplio pecho, arrugada la tela a causa de los agarres de su mano en la prenda. Sintió que las mejillas se le calentaban al rememorar lo que habían hecho.
Robert se dejó caer en la cama y alargó la mano para tomar la pierna de la chica, tirando de ella hasta moverla varios centímetros hacia él. Riendo, Nellie se resistió.
—Pensé que íbamos a desayunar —logró decirle.
—Tengo hambre de muchas cosas —le contestó, su mano subiendo por el muslo.
La chica lo apartó todavía entre risas. Comenzaron a compartir la comida, repartiendo caricias ocasionales y miradas que decían más que las palabras. Sin embargo, llegado a un punto, Robert decidió que no podía aplazar más la conversación que no lo dejaba estar tranquilo.
—Necesito decirte algo —le dijo, su rostro serio—. Sé que esto puede ser un problema mañana, así que mejor lo discutimos ahora mismo.
—¿De qué problema hablamos?
—No podemos volver a hacer esto —aseguró, apresurándose a continuar al ver la expresión decepcionada de la chica—. No quiero follarte, Nell. No quiero que sea solo sexo.
Nellie se quedó pasmada por un segundo. Tragó lo que tenía en la boca, aunque no fue capaz de decir nada.
—No te confundas —le advirtió—. Definitivamente quiero doblarte sobre el escritorio y azotarte el trasero antes de hundirme en ti. Romperte a diario las bragas si es necesario...
—De acuerdo, ya entendí —Eleanor se revolvió sobre la cama, aclarándose la garganta algo nerviosa.
—No, no creo que lo hayas hecho.
Robert dejó su plato sobre la mesa y se acercó a Nellie sobre la cama. Despacio, como si temiera alarmarla, llevó sus manos hasta las mejillas de ella. La contempló por varios segundos antes de hablarle, sus ojos recorriendo cada detalle de su piel.
—Quiero que nos demos una oportunidad...
—Robert...
—Dime que no quieres estar conmigo y te dejaré tranquila —le pidió, su voz alcanzando un tono suplicante—. Dime que no sientes que debemos darnos el beneficio de la duda. Solo tú y yo... sin importar lo que diga nadie más.
Eleanor se quedó quieta mirándolo a los ojos. Se veía tan hermoso y tan frágil abriéndole su corazón, que su garganta se negaba a dejarla emitir cualquier sonido. Pensó que no había una razón válida para no aceptar su propuesta, salvo por la pequeña nota de su consciencia que le decía que estaba delante de un futuro rey, no de un hombre común.
Pero cuando pensaba en él solo podía recordar cómo la había cuidado no solo de su padre, sino de sus propias inseguridades. La llamaba con frecuencia, le preguntaba si estaba bien. Siempre atento a la más mínima necesidad. Todo lo que ningún otro hombre había hecho por ella.
—No diré nada de eso —respondió por fin—. Porque estaría mintiendo.
Eleanor escuchó el suspiro aliviado de Robert y se relajó también. No estaba hablando de convertirse en reina, sino de permitirse disfrutar de lo que fuera que estaban creando sin las presiones de los demás.
Continuaron el desayuno entre risas y algún que otro beso. Robert había mandado a traer un cambio de ropa para ella, por lo que la chica no tenía que salirse de su habitación para ducharse.
—¿Te acompaño? —le preguntó con una ceja levantada, al verla tomar una toalla— Podrías necesitar ayuda.
—De hecho, es muy probable que lo necesite, Su Alteza.
El príncipe no esperó a que lo invitaran por segunda vez. La pareja entró al cuarto de baño y estuvo dentro por más de media hora. Una ruidosa y sospechosa media hora.
Una vez fuera, los dos se alistaron para comenzar a preparar todo lo que habían planificado el día anterior. El estudio de Robert lucía como siempre, excepto por la nueva localización del escritorio, un par de centímetros más atrás de lo normal. Como lo había presentido, Nellie sintió que se acaloraba al revivir en su cabeza todo lo que allí había pasado. Sobre todo, después de que el príncipe encontrase su ropa interior rota encima de la silla en la que iba a sentarse.
No llevaban mucho tiempo trabajando cuando la reina se presentó en el lugar, despidiendo a todos los asistentes.
—Este correo llegó de la clínica —le dijo a su hijo, ignorando por completo a Eleanor—. Tienes que leerlo.
Robert observó el sobre abierto y frunció el ceño.
—¿Lo abriste? ¿Es correo confidencial y lo abriste?
La voz de Robert era dura. Cuando le había dicho que no iba a permitir las intromisiones de su madre en ningún otro asunto, lo había dicho en serio. Mabel permaneció callada, solo hizo un gesto para incitarlo a descubrir el mensaje. Dentro del sobre había una carta doblada. La tomó en sus manos y comenzó a leerla de inmediato. Intrigada, Nellie notó el momento en que las facciones de Rob dejaron de estar tensas y se tornaron distantes. Como si estuviese su cabeza en otro lugar. La mirada del hombre quedó fija en el papel, sus labios sellados en absoluto silencio.
—¿No vas a decir nada, Robert? —casi gritó la reina— Bien, lo diré yo. No puedes continuar comprometido con ella. No después de saber esto.
—¿Qué está pasando, Rob? —La voz de Nell era temblorosa.
—¡Díselo!
—¡Cierra la boca, madre!
Robert se había puesto de pie. La noticia no le había sentado bien, pero el constante acoso de su madre era peor. Eleanor estaba segura de que el correo recibido era sobre ella, ya que provenía de la clínica que el día anterior le había tomado muestras para un examen. Presa de la urgencia de saber la razón de tanto escándalo, tomó la misiva de las manos de Robert y comenzó a leer. Había una breve nota de saludo antes de la verdadera bomba. Acompañada de los resultados de los exámenes en cuestión, el veredicto del médico real declaraba que Eleanor Adelaide Waldover, prometida del rey, no podía tener hijos.
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