
Capítulo 16
Eleanor estaba despierta desde la madrugada. No había podido dormir bien entre el dolor en su pie y la preocupación por su mudanza al palacio. Robert no se daba cuenta que tenerla tan cerca de su madre —y de otros miembros nada agradables de la corte— no iba a hacerle ningún bien a su plan. Pronto alguien escucharía de más y se descubriría que solo estaban fingiendo un compromiso. No quería ni imaginar el escándalo consecuente. Iba a perseguirla toda su vida.
Comenzó a empacar un par de cosas a regañadientes. Lo necesario para los días que iba a pasar allá antes de irse. Solo esperaba que su documento no tardase mucho más en llegar. ¿Cuándo se había vuelto Robert tan caprichoso? ¿Por qué de pronto tenía esa urgencia de tenerla vigilada? Eleanor estaba consciente de que había atracción entre los dos, pero no creía que ese fuera motivo suficiente para que él la amenazara con no dejarla ir. No coincidía con el tipo de hombre que había pensado que era.
Nellie escuchó pasos en el corredor que daba a su habitación y se tensó. ¿Habría llegado tan temprano? Se giró en redondo hacia la puerta a tiempo para escuchar los toques insistentes que solo podían ser de una persona. La voz grave de George Waldover llegó segundos después.
—Abre la puerta, Eleanor.
La muchacha consideró no obedecerle, pero prefirió evitarse los gritos matutinos. Robert no tardaría en llegar y no quería hacer una escena en su presencia. Notó que su padre llevaba una bolsa pequeña en la mano. El conde entró en el cuarto y la tiró sobre la cama, frunciendo el ceño ante las maletas a medio hacer.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Robert quiere que me mude al palacio.
El hombre pareció reflexionar el asunto, hasta que por fin asintió para dar su aprobación. Ni que ellos la necesitaran. El príncipe parecía decidido, le gustase a su padre o no. Nellie se fijó en el paquete que había traído George, quien señaló el bulto con insistencia. Ante la pregunta de la muchacha, su padre no rebeló lo que era. Solo se comportó de manera misteriosa hasta que ella agarró la bolsa minúscula.
—Es un regalo —comentó sin más.
Eleanor palideció en cuanto identificó lo que le habían traído.
—No hay ninguna necesidad de esto —aseguró ella.
—¡Cierra la boca y hazte la maldita prueba! Si no fueras tan estúpida no tendría que haber pasado por la humillación de ir a comprar esas porquerías.
La mano de Nellie tembló, sacudiendo las pruebas de embarazo dentro de la pequeña bolsa. Estaba segura de que no estaba embarazada, pero decirle eso a aquel hombre sería malgastar saliva. Quería librarse de una vez de aquel sentimiento de impotencia, pero tenía miedo. Después de la muerte de su madre, Eleanor y su hermana no habían conocido muchas emociones, salvo aquella. Tan primitivo como la vida misma, el miedo era un efectivo mecanismo de defensa. Aunque a ellas les había fallado en muchas ocasiones. Porque a pesar de todo, él siempre encontraba un modo de hacerlas sufrir.
—No te lo pedí. Ya te he dicho que tuve cuidado.
—Yo también tuve cuidado, pero aquí están tú y tu hermana deshonrando mi apellido con cada paso que dan.
Eleanor lo miró decepcionada. ¿Qué otra ofensa horrible podría decirle cualquier hombre que no le hubiera dicho su padre ya?
—¿Liz y yo? ¿Somos nosotras las que traemos deshonra? ¡¿Qué tal tú y tus deudas de juego?! ¡¿Y tus borracheras?!
George no lo pensó dos veces antes de pegarle una bofetada que hizo que la chica retrocediera unos dos pasos. Si hubiera sabido las consecuencias que esa acción tendría, quizás se lo hubiera pensado antes de hacerlo.
—Hazte la maldita prueba —exigió, acercándose al rostro de Nellie, que ya se arrugaba con dolor.
La muchacha llevó la mano a su mejilla, sintiéndola caliente y sabiendo que pronto se tornaría roja. Su mirada se desvió al umbral de la puerta de la habitación y entonces se quedó helada. Allí, con una expresión peligrosa, Robert observaba a su padre en silencio. La chica dejó escapar una exhalación de angustia. Él lo había visto todo, lo había escuchado también. Las cosas iban a ponerse feas.
—Robert... —comenzó a decir ella, adelantándose hacia él.
—Nellie, cariño —la interrumpió el muchacho, con una voz suave que no coincidía con la furia en su rostro, mientras colocaba una mano en su hombro—. ¿Me haces el favor de traerme un vaso de agua? Estoy sediento.
Eleanor quiso replicar, pero los ojos de Rob viajaron de ella hacia su padre. Todo rastro de dulzura desapareció de él. Ni siquiera sabía que era lo que había estado tratando de decirle. No era que quisiera defender a su padre, la rata no lo merecía. Pero tampoco quería que hubiese una pelea entre los dos. Si eso pasaba, su salida del país podría verse comprometida. Sin saber bien cómo actuar, hizo lo que Robert le había pedido.
En cuanto Nell se hubo marchado del cuarto, Robert se acercó a George. El padre de la muchacha enderezó la espalda y se irguió con tal de vencer la diferencia de estatura entre los dos, pero fue imposible. El príncipe lo observó desde arriba de una manera que hubiese acobardado a cualquiera. De pronto, sin que el conde lo esperara, Robert levantó su mano y le pegó una bofetada que lo hizo tambalearse. Estaba lejos de ser suficiente para él, aunque sí era un buen comienzo.
—¿Cómo estuvo, conde? —preguntó el príncipe, sujetándolo de la camisa para que no retrocediera lejos de su alcance— ¿Así está bien o necesitas que te lo vuelva a explicar?
—¿Qué demonios? —exclamó George, ofendido.
Robert extendió su mano hacia el cuello del hombre y apretó con fuerza, mientras su otra mano se alzaba amenazante.
—Eso mismo pensé cuando entré a este cuarto y te vi pegándole a mi prometida.
Al terminar de hablar, Rob dejó caer su mano sobre el rostro de George una segunda vez, como para que no le quedase duda de que estaba furioso por lo que había visto. El conde forcejeó para liberar su garganta de la mano que la oprimía, logrando articular varias palabras.
—Es mi hija —declaró, justo cuando Nellie regresaba al cuarto—. Puedo pegarle todo lo que quiera.
Robert dejó escapar una risita que no tenía nada de divertido. Cerró la mano en un puño y la estrelló sobre la nariz del conde. El grito de Eleanor se escuchó casi al mismo tiempo que el sonido del primer golpe. La chica se adelantó hacia ellos, pero no llegó a alcanzarlos. Trent la sujetó por los hombros para que no se metiera en la pelea. Si a la cara de George siendo aplastada por Robert se le podía llamar pelea.
—Ella dejó de ser solo tu hija cuando se convirtió en mi mujer.
Eleanor dejó de intentar acercarse. La declaración de Robert la había dejado pasmada. Por un segundo se imaginó cómo podría ser una relación verdadera con él. Si hacía esto por ella y ni siquiera podían considerarse amigos, no podía pensar en lo que le haría a quien dañase a la mujer que amaba.
—Robert, por favor para —le rogó.
—¿Por qué lo defiendes?
El muchacho soltó al conde, que fue a parar al suelo al no poder sostenerse. Nellie no supo responder. No era que lo estuviese defendiendo. Su padre le había roto el corazón y no quedaba en ella una gota de amor por él. Pero tampoco quería que aquella pelea se convirtiera en algo más grande. No quería afectar la reputación de Robert por su causa. El príncipe respiraba agitado. La rabia que lo cegaba y el esfuerzo que había hecho para no matar al imbécil de George lo habían hecho alterar.
—La noche anterior a la ventana rota —continuó él—. Trent dijo que escuchó gritos. ¿Qué te hizo este animal?
—Nada —negó ella, desesperada por terminar aquella escena lamentable—. No fue nada.
—¿Entonces Trent es un mentiroso?
Eleanor bajó la mirada. No podía meter a alguien más en problemas, pero tampoco era fácil de admitir lo que había pasado en verdad.
—¡Dime lo que te hizo para que pueda hacerle algo mil veces peor a él!
La muchacha se sobresaltó. Nunca había visto a Robert tan agresivo. Parecía alguien distinto por completo.
—Dímelo, Nell —le pidió con una voz más suave, acariciándole los brazos con sus manos.
—Él me golpeó... —musitó ella, tan bajo que casi no se escuchó al final— con el cinturón.
—¡¿Con un maldito cinturón?!
Robert no podía creer semejante barbaridad. Sus ojos se humedecieron durante un segundo, imaginando el sufrimiento de la chica. Se sintió estúpido por haber permitido que eso pasara bajo sus narices. Todas las reacciones de la muchacha cobraron sentido. Y lo peor era que sus sospechas sobre el hombre habían estado presentes desde la primera noche que los había visto a los dos. George había recibido la propuesta y con esta la oportunidad de explotar a su hija para que le proveyera dinero para sus vicios de por vida. Le avergonzaba haber sido su cómplice.
El príncipe pestañeó para aliviar en ardor en sus ojos. Con una señal de su mano, le indicó a Trent que sujetara a la chica. El guardia lo hizo, deteniendo a la joven a pesar de que se resistió. Robert no escuchó sus quejas, se giró hacia el conde al tiempo que desataba su cinturón y lo doblaba con la forma de un látigo.
—Robert, esto se te va de las manos —Nellie liberó un brazo, aunque no pudo hacer mucho con el mismo—. Si la prensa se entera... No quiero que esto entorpezca tu coronación.
—No te preocupes por eso ahora —le aseguró él, para luego dirigirse al conde, todavía en el suelo—. Ponte de pie. Recibe tu castigo como un hombre.
George no movió un músculo. Solo miraba a Robert con un odio irrefrenable en las pupilas. El mismo que el muchacho le estaba transmitiendo con cada acción.
—¿No? —le advirtió el príncipe— Bien. Quédate en el suelo como la escoria que eres.
El primer latigazo estremeció a todos en la habitación, excepto a Robert. El chillido que escapó de los labios del conde en respuesta fue gratificante para el príncipe. Eleanor dejó de pelear con el guardia y se quedó quieta. Escuchaba los gritos, pero era como si no conociera a la persona que estaba siendo golpeada. O incluso peor. Porque con una persona extraña siendo torturada podría empatizar. Sin embargo, se trataba del mismo hombre que la había golpeado en incontables ocasiones desde que tenía memoria. A ella y a su hermana. El hombre que les había dicho que no valían para nada.
Rob perdió la cuenta de las veces que su cinturón se estrelló contra aquel hombre. Cuando George dejó de quejarse decidió que había sido suficiente. Tiró el improvisado látigo al suelo y agarró al conde por la camisa.
—Que sea la última vez que tocas a mi mujer —le dijo, con un tono bajo y amenazante que todos pudieron escuchar—. No quiero que estés ni siquiera en la misma habitación que ella. Está de más decirte que tienes prohibida la entrada al palacio. Y todavía voy a pensarme si estarás presente en la boda.
Dicho esto, Rob se enderezó y caminó hacia Nellie, tomándola de la mano para marcharse con ella. La chica no dijo nada, estaba pensando en lo que había dicho él. No iba a mentirse a sí misma. Que Robert se hubiese puesto como un loco para defenderla la había hecho sentir bien. Saber que a alguien le importaba, que no era insignificante. Sin embargo, se recordó que no debía emocionarse mucho. No habría boda, su relación era falsa. Estaba lejos de experimentar un amor verdadero.
En ese momento llegaron al auto, el muchacho le abrió la puerta y ella se quedó congelada en el lugar. Robert pensó que quizás la había asustado. Ni él mismo se había reconocido minutos atrás.
—Debiste decirme antes, Nellie —comenzó a decir, con un peso en el pecho al pensar en lo que había estado pasando ella—. Debiste decirme, no debías callarte algo como esto. Él pudo haberte herido seriamente, o incluso matarte.
Eleanor no contestó en ese momento. Una mezcla de vergüenza y dolor se había arremolinado en su pecho. Al notar que se acercaba un debate personal, Trent se apartó indicándole al resto de los guardias que hicieran los mismo. La pareja ni siquiera lo notó.
—¿Cómo dejaste que te manipulara? —cuestionó el príncipe— Estabas en Chicago, no tenías que regresar.
Nellie pensó en su hermana. Llevaba unos dos años sin verla en persona, pero la amaba como si no hubieran pasado un día sin verse. Liz era su mejor amiga, su compañera desde que había nacido. Juntas habían afrontado la violencia de su padre y juntas habían planeado escapar de él. No había una sola cosa en el mundo que Eleanor no haría por Elizabeth.
—¿Alguna vez has querido proteger tanto a alguien que harías cualquier cosa?
Robert dejó escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Solo a ti.
Nellie lo miró impactada. Quería decir algo, lo que fuera con tal de matar aquel silencio entre los dos. Sin embargo, sus labios parecían sellados. ¿Qué se decía en un momento así? ¿Qué se respondía a semejante declaración?
—Sabía que ese hombre había hecho algo para traerte hasta acá, —continuó Rob, algo incómodo ante su confesión sin respuesta— porque no te veías nada contenta la noche del anuncio oficial de nuestro compromiso. No tenía idea de que podía ser tan canalla como para usar a una hija para chantajear a la otra.
—No tienes la mínima idea de lo que ese hombre es capaz de hacer —dijo por fin ella.
Robert se acercó a Nellie. Había notado el rubor en el lado del rostro que el maldito George había golpeado. Ella no retrocedió. La calidez que emanaba de su cuerpo la reconfortaba, haciéndola sentir apoyada. Permitió que la rodeara con sus brazos y le recostara la cabeza al pecho de él. Ambos se concedieron un momento para relajarse. Habían tenido suficientes discusiones.
—¿De qué hablaba cuando entré? —preguntó él, acariciando con suavidad los cabellos de la chica— ¿Qué pruebas quería?
Eleanor se tensó, lo que fue notado de inmediato por él. Se separó un poco para mirarlo a los ojos. El rubor cubrió ambos lados de su rostro sin tener nada que ver con el golpe. Rob frunció el ceño, preocupado.
—Pruebas de embarazo.
Robert abrió los ojos a toda su capacidad. Nellie no tenía forma de saberlo, pero aquella pequeña frase lo había regresado a un momento específico de su pasado. Una época que no estaba seguro de querer recordar. Se le hundió el pecho y las manos le temblaron ligeramente.
—¿Estás... embarazada?
Robert agarró con suavidad los hombros de Nellie, como para asegurarse de que la chica no se le escapara. Inclinando la cabeza para mirarla cara a cara, esperó por la respuesta a su pregunta.
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