Capítulo 12
Nellie suspiró de placer, estirando su cuerpo sobre el puesto del copiloto y liberando a Rob de su agarre. El príncipe también se enderezó sobre su propio asiento y retiró su mano, todavía acalorado por las sensaciones en su entrepierna.
—Eso fue... —dijo él, ansioso por romper el silencio entre los dos, pero sin encontrar nada concreto que traer a colación.
—Sí... ya sé.
Ambos bufaron, superados por la situación. Un minuto estaban planeando engañar a todo el reino y al segundo siguiente estaban dándose placer el uno al otro. Nellie abrió la guantera y comenzó a buscar algo para limpiarse, mientras él se arreglaba la ropa. Robert le miró la mano y notó que su líquido había caído sobre ella. Como para que no les quedara duda de lo que habían hecho. Observó sus dedos, mojados por la esencia de la chica. No iban a olvidar eso con facilidad.
—Espera, tengo un pañuelo.
—Está bien.
Su voz había sido apenas un susurro. Ella sonaba avergonzada. Eso lo hizo sonreír. Una mujer que lo había agarrado así no una, sino dos veces ya, no podía darse el lujo de estar apenada luego.
—Ten —dijo, listo para molestarla de nuevo y sacudirse la incomodidad de encima—. Con esto puedes limpiarte de mi eyaculación.
El príncipe permaneció serio mientras la veía abrir los ojos a toda su capacidad y acusarlo con aquella expresión de reprimenda.
—Robert... —lo regañó.
—¿Qué? Es la verdad.
—No lo digas así.
—¿Que no diga que acabas de masturbarme? ¿Que no diga que te he hecho terminar con mis dedos y ahora tenemos que limpiarnos antes de que llegue alguien?
Eleanor soltó un respingo al escucharlo decir aquellas cosas. Lo miró con ganas de estrangularlo, pero se contuvo y solo terminó de limpiarse la evidencia de su acaloramiento. Robert tomó el pañuelo de sus manos, y con malicia premeditada comenzó a limpiarse los dedos. Parecía que estuviese retirando chocolate o caramelo, dada la expresión de deleite en su rostro. La chica trató de ignorarlo, aunque se le hizo difícil. Él estaba siendo demasiado expresivo. Sin siquiera pensar que podía lastimarse, abrió la puerta dispuesta a bajarse del auto.
—¡Espera! —exclamó él, conteniendo la risa— Eleanor, no seas así. Estaba bromeando.
—¿Sí? Pues se te da terrible el humor. Mejor sigue con tu carrera de príncipe. Lo de payaso no es lo tuyo.
Robert soltó una carcajada al escucharla. Nellie parecía muy mortificada pasados los efectos del orgasmo, mientras él solo estaba feliz y sin temor de demostrarlo. Al notar que ella no iba a ceder, y que toda su cara se había coloreado de un rojo furioso, Rob bajó del auto a tiempo para atraparla antes de que pusiera un pie en el suelo. Sin dudarlo la levantó una vez más.
Un pensamiento rebelde se coló en su cabeza. El de que podría acostumbrarse al peso de la chica en sus brazos. Se aclaró la garganta, algo nervioso. Para que todo funcionase como querían, no podía tener ese tipo de ideas atormentándolo. Nellie merecía ser libre, era lo que en verdad quería. Y él iba a ayudarla a recuperar la libertad que perdió por su culpa.
—Los guardias atraparon a la persona que rompió tu ventana —comentó mientras pasaban la verja, y Nellie se asombró de ver aquella expresión seria después de que estuviese riendo segundos antes—. Está detenida para interrogatorio en la unidad de policía.
—¿Detenida? ¿Es una mujer?
—Peor —Robert levantó la mirada hacia el punto donde los trabajadores aún se atareaban en la reparación—. Es una niña. Apenas diecisiete años.
Eleanor dejó escapar una exclamación de asombro. ¿Una niña había roto su ventana? No entendía con qué propósito. Pensó que tal vez el príncipe tenía fans a los que no le agradaba aquel matrimonio. Un segundo después de descartar su teoría por absurda, pensó en los opositores de la monarquía, los llamados Anti-coronas. Los ladrones que entraron a la casa fueron consecuencias de las acciones de su padre, pero Rob había pensado en la posibilidad. Pudiera ser que esta niña estuviese ligada a ellos. Era una cobardía enviar a una menor a hacer el trabajo de un adulto, no se le ocurría una razón válida para hacer semejante cosa.
Como si los hubiese estado esperando, el conde abrió la puerta para que el príncipe pudiera pasar con su hija hasta la sala de la casa. Eleanor se encogió en cuanto lo vio, hecho que no pasó desapercibido por Robert, quien le dirigió una mirada escrutadora a la joven. Le pareció extraño que reaccionara así a su padre. Aunque no se veían demasiado unidos, el hecho quedó registrado en su mente.
Carmille se dio a la tarea de preparar una merienda ligera y rápida para todos. Nellie solo quería recostarse en su habitación y meditar sobre todo lo que había pasado y lo que había hecho. Sin embargo, Robert no parecía tener prisa por irse, sino que estaba mirando a su padre con un interés que ya le estaba preocupando. Si él iniciaba una disputa con George, ella sería la que pagara las cuentas.
—Si no les molesta —comentó el joven, estirando su cuerpo sobre el sillón para pasar un brazo sobre el hombro de su "prometida" — me quedaré hasta que la ventana esté reparada.
—No tienes que pre...
—Oh, no nos molesta para nada —interrumpió el conde a su hija—. Por favor, quédese.
Había un brillo especial en la mirada de Waldover. Uno que solo podía interpretarse como ambición. Carmille regresó al salón justo a tiempo para distraerlos, lo cual agradeció la muchacha. Porque aquella tensión horrible iba a volverla loca. ¿Por qué se comportaba Robert de aquella manera?
—Voy a visitarte todos los días, Nell —le aseguró el príncipe, sin dejar de vigilar al conde—. Quiero asegurarme de que tienes todo lo que necesitas.
George levantó una ceja al escuchar el apodo cariñoso. No le quedó duda de que el compromiso estaba en pie, pero eso no hizo que lamentase haberle pegado a Eleanor. Pensaba que la chica necesitaba un recordatorio de que él estaba a cargo, y se lo había dado.
—Muchas gracias, Rob —contestó ella con un nudo en la garganta.
Nellie se encontró pensando en que el príncipe merecía encontrar a una mujer para dedicarle aquellas atenciones en serio. Era un hombre protector, y según le parecía, capaz de entregar mucho cariño. En otra vida, en otra situación...
La chica detuvo el curso de sus pensamientos. No podía estar haciendo ese tipo de suposiciones. No, lo que en verdad quería ella era marcharse de allí. Robert podía ser un encanto si lo quería, pero librarse del control de su padre era más importante. ¿Cómo iba a tener su tan ansiada felicidad si no podía ni siquiera controlar la ropa que se pondría o el número de hijos que quería tener?
—Elizabeth llamó y le conté lo que te había pasado. Iba a reservar un vuelo...
—¡No! —exclamó ella, sorprendiendo a Rob con su grito— No, Liz no puede venir —Nellie se aclaró la garganta, nerviosa—. No debe venir. Tiene escuela.
—Estás herida, ella quería asegurarse de que...
—¡No es necesario! Debiste decirle que no lo hiciera.
George sonrió forzosamente, sus ojos clavados en el rostro de su hija. Nellie se dio cuenta de su error poco después. Le había gritado, lo había interrumpido y le había exigido algo. Si Robert no estuviese allí, ya podía haberse ganado una buena golpiza. Pensar en que su sola presencia le había ahorrado eso, hizo que la chica levantara su mano y tomara la del príncipe de manera instintiva. Ambos se sorprendieron al mismo tiempo, y sus miradas se encontraron por varios segundos.
Eleanor trató de disimular, por lo que agarró su bolso y tomó su teléfono. Tras marcarle a su hermana y rogarle que no dejase las clases para verla, se relajó sobre el asiento. Liz había accedido a cancelar el viaje que ya había reservado. Justo entonces se les notificó que ya habían terminado la reparación en el cuarto, por lo que sin mucha dilación los dos subieron dejando a George en la sala.
Robert dejó a Nellie sobre la cama despacio, mirándola a los ojos durante todo el tiempo que le llevó hacerlo. La muchacha tragó con dificultad, intentando resistir la atracción que sentía y también la vergüenza al recordar lo que había pasado en el auto. Por decir algo para romper aquel silencio, Eleanor volvió a darle las gracias al tiempo que él se sentaba sobre la cama.
—No tienes por qué agradecerme.
—Sí tengo que hacerlo. No es tu obligación.
—Es mi deber cuidar de mi... ¿compañera de engaños? ¿Cómplice del mal? ¿Amiga enemiga?
Nellie sonrió de lado. No negó los argumentos del príncipe en voz alta, aunque sí se quedó pensando. Rob había ido a verla a pesar de que estaban peleados. Habían hecho un trato después, pero creía que él no la había ayudado con esas intenciones.
—Ya no eres un principito presumido —dijo, todavía sonriendo.
—Ni tú una lagartija —contestó él, recordando los apodos de ambos cuando eran niños.
Robert llevó su mano a la mejilla de la chica, rozándola con el pulgar y colocándole el cabello detrás de la oreja. Se estaba inclinando hacia ella cuando se detuvo y se puso de pie. No quería invadir el espacio de la muchacha. El trato que habían hecho no incluía contacto íntimo cómo el que habían tenido antes. Aunque si ocurría de manera espontánea como había sucedido, no se quejaría.
—Tengo que irme —dijo, alisando las arrugas en su ropa—. Hoy mismo voy a solicitar tu pasaporte.
Nellie asintió y lo observó hasta que la puerta se cerró detrás de él. El resto de la tarde y la noche lo pasó pensando en todo lo que había vivido ese día. También vigilando que la puerta estuviese cerrada para que George no entrase, en caso de que recordara cómo le había contestado.
A la mañana siguiente, Carmille la despertó para que desayunara y le entregó varios ejemplares de la prensa. Era un desastre. Cada artículo inventaba una mentira más descabellada sobre lo que había pasado. Algunos decían que estaba enferma, otros que se había hecho un aborto. Todos ignoraban la venda ensangrentada en su pie con tal de vender la noticia más escandalosa. Sin embargo, los que más le molestaron fueron los que hablaban sobre el arreglo de la ventana, que especulaban sobre la posible reparación de la propiedad de los Waldover a costa del dinero del país.
Nellie bufó enojada e hizo una bola con uno de los tabloides. Carmille le dirigió una mirada comprensiva y le aseguró que volvería más tarde para ayudarla con su baño. La muchacha escogió ignorar todo y desayunar. No cambiaría nada que se estresara o dejase de comer. El mundo seguiría rodando y en algún momento se olvidarían de ella. En eso pensaba cuando escuchó la voz alterada de su padre. Tomó la muleta y se arrastró hacia el balcón como pudo hasta localizar al hombre. George estaba peleando con unos periodistas que habían montado una especie de base al otro lado de la verja. Eleanor quiso desparecer en cuanto los vio. En lugar de mejorar algo por quererlos expulsar, el conde daría más que hablar. Con una mueca de fastidio regresó a la cama. Todos la veían como una oportunista.
No tenía mucho tiempo acostada cuando la puerta de su habitación se abrió. Nellie levantó la mirada esperando encontrar a Carmille, pero encontró a un muy irritado George en su lugar. Maldijo para sus adentros y un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Crees que es justo que tenga que soportar a esas sanguijuelas en la puerta de mi casa?
Eleanor pensó con rabia que el hombre debió haberlo meditado antes de arrojar a su hija a un matrimonio concertado con el futuro rey. Por supuesto que iban a tener a la prensa sobre ellos como buitres.
—¿Crees que es necesario que tengan que presenciar el estado de nuestra casa y hablar sobre ello de manera tan despectiva?
Al escuchar aquella pregunta, Nellie puso todos sus sentidos en alerta. No quería ni escuchar lo que estaba a punto de decirle él.
—Robert mandó a arreglar tu ventana —soltó, venenoso—. ¿Por qué no lo convences de pasarle una mano a la verja y a los jardines?
—Por supuesto que no haré eso —aseguró ella.
—¿Quieres que sigan hablando de nosotros?
—Si no querías que hablaran de ti, mejor no hubieses destruido esta casa para solventar tu vicio.
George se acercó a la cama a una velocidad increíble. Agarró a Nellie del brazo y apretó con toda su fuerza hasta que la muchacha no tuvo otra opción que chillar de dolor.
—¿Qué mierda te crees? —le gritó a la chica, sin soltarla—. ¿Que solo porque le abriste las piernas a ese bueno para nada ya puedes darte el lujo de hablarme así?
Eleanor odió ser su hija. Lamentó con todo su ser llevar su apellido y su sangre. No contestó. Las palabras se le atoraban en la garganta, presas del asco que le provocaba George. ¿Cómo podía hablar así de ella?
—No olvides que no eres nadie —continuó él—. Solo eres una herramienta para lo que quiero conseguir, y ellos te consideran lo mismo.
Nellie sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, y luchó con todas sus fuerzas para contenerlas mientras su rostro se arrugaba en una mueca dolorosa. No debía llorar de nuevo delante de él.
—¿No has tenido suficiente? —logró decir, la voz flaqueando gracias al llanto que no quería soltar— ¿No fue suficiente con lo mucho que me has destruido la vida? ¿Con las marcas que dejaste en mi espalda?
—Si no haces lo que te pido, verás que puedo ser peor.
George soltó el brazo de su hija solo para tomarla por el cabello, tirando un poco.
—¡Hay límites! —La muchacha habló con un poco más de fuerza— No puedo pedirle a Robert que haga lo que tú quieras...
—Encuentra la manera. Sedúcelo. Haz lo que las putas saben hacer mejor que nadie. ¿No es eso lo que hacías en Estados Unidos? ¿Lo que hiciste antes de regresar?
—Yo tenía un excelente trabajo en Chicago. Donde me respetaban como la profesional que...
—Me importa una mierda lo que hacías —la interrumpió, tirando de su cabello hasta llevarla al borde de la cama—. Ahora solo me sirves para una cosa y si no la cumples, entonces no me sirves para nada y Elizabeth tendrá que dejar sus estudios para hacer lo que la inútil de su hermana no pudo.
Con esas palabras, George se levantó, dándole un último jalón de pelo que la hizo caer de la cama al suelo. Nellie escuchó los pasos del hombre al marcharse sin siquiera voltear a ver si estaba bien. Se quedó quieta tratando de ignorar todas las partes del cuerpo que le dolían. Imaginó el día en que finalmente se alejara de allí. Fuera de aquel lugar donde como bien le habían dicho, solo era una herramienta. Si hasta Robert, que la había ayudado, también quería algo a cambio. Nellie se giró sobre su costado y casi metió la cabeza bajo la cama. Estaba meditando sobre su vida antes de aquel momento. ¿En verdad su trabajo era la gran cosa? Sin darse cuenta que su padre se estaba metiendo bajo su piel con sus comentarios degradantes, la muchacha continuó rebajando lo que tanto orgullo le producía antes.
Iba a intentar levantarse cuando un bulto bajo la cama llamó su atención. Al principio se asustó. No sabía lo que podía ser. Sin embargo, pronto recordó que ella misma lo había puesto allí. Era el paquete que había roto su ventana y que aún no había tenido tiempo de revisar. Con cuidado lo sacó de su escondite. Después de eso, se lanzó a la tarea de levantarse del suelo sin lastimar su pie o su espalda.
Sentada sobre la cama, Nellie rompió con delicadeza el papel que envolvía el paquete. No tenía mucho adentro. Solo lo que parecía una carta y varias fotografías. Intrigada, la joven desdobló el papel. Preguntándose qué significaban aquellas fotos de niños y de edificios en mal estado, comenzó a leer.
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