Capítulo 10
George retiró el pie y tomó a Nellie por el cuello de la blusa para alzarla del suelo. Ella se tragó el quejido que amenazaba con abandonar sus labios. Estaba tan adolorida que nunca se hubiese podido levantar por sí sola. La muchacha reconoció la voz con tristeza. No, no era el príncipe. Se trataba de Trent, el guardia real a cargo de su protección. Había pensado que se retirarían de la propiedad junto con Robert. Al parecer el hombre pensaba mantener las apariencias.
—Deshazte de ese intruso ahora mismo —le susurró molesto.
Eleanor sabía que Trent era su escape de aquella situación penosa. Sin embargo, el miedo a las consecuencias de desafiar a su padre y el temor a que todos supieran que la golpeaba, fueron más fuertes. Por un breve instante, pensó que hubiese sido inteligente haber aceptado la oferta de Robert de mudarse al palacio. Las indirectas de la reina eran crueles, pero no podían doler más que aquellos golpes de cinturón.
—Estoy bien, retírate —logró decir.
—¿Está segura, mi Lady?
Nellie se había quedado callada, presa de sus inquietudes. Por supuesto que no estaba segura. Sin embargo, George le ayudó a decidirse al apretar con sus dedos uno de los moretones en su espalda.
—Retírate —reiteró ella, casi gritando a causa del dolor.
George aguardó hasta después de escuchar los pasos del guardia alejarse para soltar a su hija y dejarla caer como si se tratase de un bulto cualquiera. Eleanor tembló como una hoja, esperando que se fuera de una vez. Le pareció oír que rebuscaba entre sus pertenencias, por lo que giró la cabeza despacio para ver qué hacía.
—Me llevaré esto —declaró George, alzando el pasaporte de la chica en la mano—. No lo vas a necesitar.
Nellie hundió la cabeza en la alfombra sobre la que estaba tendida, llorando como una niña que perdió su juguete favorito. Si le quedaba alguna esperanza de ser libre, George se la había quitado.
No supo cuánto tiempo estuvo tirada en el suelo. Las horas pasaron sin que las notara, y parecía avanzada la noche cuando sintió que unas manos suaves la intentaban despertar. El rostro de Carmille apareció en su campo visual. La anciana estaba a punto de estallar en llanto al verla en aquel estado. Sin embargo, se las arregló para ayudarla a levantarse y llevarla hasta el cuarto de baño en la propia habitación. Allí, la ayudó a desvestirse con cuidado de no lastimarla. Tenía la espalda magullada por completo. Por suerte, la tela la había protegido para que la piel no se abriese, aunque el dolor fuese insoportable.
Nellie ahogó un chillido cuando su cuerpo entró en contacto con el agua tibia. Carmille había agregado unas sales a la bañera que le sentarían bien en los golpes. Poco a poco, Eleanor sintió cierto alivio. Al menos el suficiente para volver a hablar.
—Carmille, necesito preguntar algo y quiero que me digas toda la verdad —dijo, con la mirada fija en el borde de la tina—. ¿Mi padre maltrataba a mi madre físicamente?
La señora se tensó. La chica pudo notarlo en la forma en que sus manos dejaron de lavar con delicadeza sus brazos. Un escalofrío recorrió a la muchacha, que se abrazó a sí misma sabiendo lo que aquel silencio significaba.
—¿Lo hacía? —La voz de Nellie se rompió.
—Sí —contestó por fin Carmille—. Lo hacía. Cada vez que bebía o se enojaba por cualquier tontería. Su madre nunca dejó que ustedes notaran las marcas en su piel.
—Dios mío, ¿por qué se casó con un hombre así?
—Era joven e ingenua. Cualquiera pudo dejarse engañar por el conde. Él fue un joven apuesto en su momento.
Eleanor se encogió un poco más sobre sí misma, imaginando los horrores que debió vivir su madre antes de morir. Un pensamiento horrible la asaltó, y no quiso escucharse a sí misma. Carmille la instó a salir de la bañera y la cubrió con una suave toalla. Una vez seca, la metió en un suave camisón, uno que no le lastimase demasiado la espalda. La señora le ofreció un té caliente, pero pensar en esa bebida solo le recordaba a su desastrosa reunión con la reina y a lo que había tenido como consecuencia. George ni siquiera había esperado comprobar que en verdad Robert había roto el compromiso para golpearla así. No imaginaba lo que le haría cuando lo anunciaran por medios oficiales.
—Prefiero un chocolate, por favor.
Nellie se metió en la cama tratando de ignorar el dolor físico y el emocional. Fue todo un reto, pero lo consiguió por su cuenta. Se tomó un par de calmantes junto con el chocolate, y tras un esfuerzo monumental para cepillarse los dientes, volvió a las sábanas y logró conciliar el sueño. Al día siguiente, las pesadillas la invadieron e hicieron abrir los ojos bien temprano. Aun así, no salió de su habitación. Se aseguró de que la puerta estuviese bien trabada, dispuesta a solo dejar pasar a Carmille. Para su suerte su padre no apareció.
Mientras tanto, Robert lidiaba con el problema de los fondos benéficos. Había pasado la tarde, la noche y la mañana siguiente metido en ello. Revisaba los papeles una y otra vez, pero solo encontraba un vacío de vez en cuando. Los registros mostraban los números cambiantes, mas no la cuenta a la que había sido transferida el dinero. Eso lo frustraba, aunque al menos lo mantenía ocupado. Demasiado atareado como para pensar en Eleanor y en su compromiso fallido. Al menos no a cada minuto, porque cada cierto tiempo la muchacha volvía a aparecer en su mente. Entonces el príncipe sacudía la cabeza y la regresaba a los documentos en su escritorio. Aun cuando había tenido una noche increíble con ella, la mujer le demostró varias veces que no quería ese matrimonio. Alto y claro había recibido la información. Y aun así no se decidía a anunciárselo a su madre y al reino.
Eso tenía una explicación razonable, por supuesto. Si todos pensaban que todavía estaba comprometido, nadie se inmiscuiría en sus asuntos. Nadie trataría de buscarle otra candidata. Como si la hubiese llamado con sus pensamientos, la reina hizo entrada en su despacho. Cuando Rob la miró al rostro, supo que la mujer venía con toda la intención de molestar. Y como conocía demasiado bien a su madre, sus sospechas no fueron en vano.
—James Hansburg está esperando que lo recibas —dijo sin más—. Quiere prepararte para tu visita al consejo.
Robert se tensó. James era su antiguo suegro, el padre de Margueritte y Maddie. También era su ministro de salud pública, y un influyente miembro del consejo real. ¿Qué quería? La sonrisa de su madre no se le contagiaba ni un poco. James y Mabel juntos equivalían a intentar convencerlo de casarse con Madeleine. Por eso decidió que no diría nada sobre su discusión con Eleanor. Y esperaba que la muchacha tampoco dijese nada por el momento. Si bien su mentira no duraría demasiado. Ella debía estar a bordo de un avión rumbo a los Estados Unidos. A su vida, su trabajo y también a su pasado misterioso que se había negado a compartir.
Un toque en la puerta interrumpió la respuesta de Rob. Al parecer el ministro estaba impaciente por "aconsejarlo".
—Adelante —contestó, irritado.
Un hombre joven hizo aparición. No se trataba del padre de Maddie. Solo era Damien, quien era ahora el asistente personal del príncipe. El mismo que le había avisado sobre las irregularidades en los fondos de la corona. El muchacho se inclinó en una reverencia hacia la reina y otra hacia el futuro rey. Suspirando con alivio, Robert le otorgó permiso para dirigirse a él.
—Señor, tengo una llamada del jefe de la guardia de Lady Waldover.
Robert frunció el ceño. Imaginó que iban a avisarle que la muchacha había salido del país. Bien, hasta ahí llegaba su farsa. El príncipe estiró la mano hacia su asistente y recibió el teléfono. Una mirada insistente hacia su madre sirvió para irritarla, pero la mujer no iba a ir a ninguna parte. Rob llevó el auricular a su oído esperando poder disimular la noticia. Sin embargo, lo que escuchó lo dejó sorprendido.
—¿Cómo que gritos...? —preguntó, sintiendo una opresión en el pecho— ¿Y te contestó?
Robert comenzó a pasearse de un extremo de la habitación, esperando las respuestas del guardia y con la frente arrugada al escucharlas.
—Debiste insistir, maldita sea —le señaló—. ¿Y te parecía que estaba bien?
La reina se sintió intrigada por sus palabras, tanto que se acercó un poco más, esperando captar parte de la conversación. Escuchar algo que pudiera darle una idea de lo que pasaba. Pero Robert estaba siendo cuidadoso.
—No, iré en persona —aseguró—. Espérame en unos veinte minutos.
El príncipe terminó la llamada y dejó el teléfono sobre su escritorio. No notó que su madre se había movido y no hizo ademán de mirarla siquiera. El joven tomó su saco del espaldar de la silla y se lo colocó, agarrando las llaves de su auto de paso.
—¿A dónde vas? —le preguntó ella, alarmada— Robert, James está...
—James y sus consejos pueden esperar, madre. Eleanor no.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir?
—Estaré fuera por unas horas —le dijo, ignorando su interrogatorio—. Llámame solo si el reino entra en una crisis que no puedas resolver.
Sin dejarle tiempo a replicar, el muchacho salió del estudio caminando a paso ligero. No habían pasado diez minutos completos cuando encendió su auto y condujo en dirección de la casa de los Waldover. Trent le había contado que la tarde anterior había escuchado gritos en la habitación de Eleanor. El príncipe se sentía algo molesto por no haber sido informado de inmediato. Si bien él y Nellie no estaban en buenos términos, todavía se sentía intrigado por lo que le había pasado.
Redujo la velocidad del auto cuando la maltratada verja de la residencia Waldover apareció en su campo visual. Había un vehículo de la prensa aparcado no muy lejos de la misma, listo para sacar un par de fotos y publicar alguna noticia exagerada sobre ellos. Previendo cualquier inconveniente, Robert sacó su teléfono y le marcó a la muchacha. Dos veces sonó el timbre y luego fue directo a buzón de voz. Ella le había colgado. Tomó aire para armarse de paciencia y volvió a llamarla. Sucedió lo mismo una y otra vez.
Como a la quinta ocasión, Nellie observó el teléfono con rabia. ¿No habían terminado los dos? ¿Para qué la llamaba el príncipe? Ya le había colgado cuatro veces, él no estaba entendiendo el mensaje. Tendría que ser más directa.
—¡¿Qué pasa?! —exclamó— ¿Qué quieres?
—Eleanor —contestó él, suspirando para evitar responderle con el mismo tono—. Esperaba que para estas horas estuvieses aterrizando en Chicago.
Nada le hubiese gustado más a ella. Pero con su padre reteniendo su pasaporte, no iba a ir a ninguna parte. Alisó su camisón de dormir con un suspiro, ni siquiera se había cambiado a ropa de día esa mañana después del baño. Solo se había puesto una camisola limpia y una bata a juego. La espalda le dolió cuando la estiró para ponerse de pie. Si Robert la estaba llamando para sacarla de quicio otra vez, pensaba ponerle fin a aquella conversación de inmediato. Sin embargo, el príncipe la interrumpió cuando se disponía a colgarle.
—Trent escuchó gritos en tu habitación —comenzó a decir, mientras echaba un vistazo a la casa—. Solo llamaba para asegurarme de que estabas bien.
Nellie sintió que la respuesta se le atascaba en la garganta. ¿Él quería saber si estaba bien? La muchacha se sentó sobre la cama, sorprendida. El guardia la había escuchado, por supuesto que iba a informarle. Cerró los ojos con fuerza, rogando en silencio que nadie supiera lo que en verdad había pasado dentro de su cuarto. Era tan vergonzoso que se moriría si así fuese. Por otro lado, Robert se había preocupado lo suficiente como para llamarla con insistencia a pesar de que ellos habían terminado su compromiso. No sabía cómo sentirse al respecto.
—¿Estás bien, Eleanor?
Pasaron tantos segundos que Rob creyó que la mujer no iba a contestarle. Entonces lo hizo, con una voz suave que no le convenció mucho.
—Estoy perfecta, gracias por preocuparte.
—¿Qué eran esos gritos? —preguntó, paciente.
—Había una rata. Una rata enorme en mi cuarto.
—Hubieras dejado que Trent la sacara.
Robert no necesitaba verle a la cara para saber que el asunto de la rata no era más que una estúpida mentira. Nellie también pensó que su excusa era inútil. Solo esperaba que Robert no le mandase una brigada de exterminadores de plagas para comprobar que todo estuviese en orden. No quería pensar en él en aquel momento. Tenía que encontrar la manera de burlar a su escolta y a su padre para escaparse al otro lado del país mientras solicitaba un nuevo pasaporte.
—Es un guardia real, no un trabajador de control de roedores —replicó—. Por cierto, deberías decirles que se vayan. Ya no soy tu prometida, Robert.
—Sobre eso...
Robert dejó que sus palabras se quedasen en el aire como una pregunta sin formular. Haciéndose una idea de lo que aquel silencio intencionado significaba, Eleanor se preparó para rechazar cualquier idea de reanudar el compromiso. Aunque no le haría ningún daño anunciar oficialmente la ruptura cuando estuviese a una distancia segura de la capital. Donde George no pudiese matarla de una golpiza.
—Ni siquiera lo...
Lo que fuese que estuviese a punto de decir, se cortó con un grito. A través de la línea telefónica, Robert escuchó el ruido de cristales al romperse y la voz asustada de Eleanor. Sin detenerse a preguntarle qué sucedía, el príncipe encendió el auto y condujo hasta la casa. Corrió hasta la puerta de la casa y tocó con fuerza la puerta. Trent lo recibió con un movimiento de su cabeza en señal de respeto y se apartó de su camino. Robert ni siquiera se detuvo para ordenar que encontraran al responsable. Una azorada Carmille le indicó el camino hasta la habitación de la muchacha, sorprendida por la presencia no anunciada del futuro rey.
Eleanor había dejado el teléfono sobre la cama en cuanto sus ojos se fijaron en el objeto que había roto su ventana. Justo en medio del cuarto y rodeado de vidrios rotos, había un grueso sobre de papel, atado por una cuerda que tenía un enorme pedrusco en el extremo de la misma. Con cuidado de no poner los pies descalzos sobre un cristal, Nellie agarró el sobre y dejó caer la piedra. En el mismo, escrito con recortes de letras de revistas, se podía leer "Para Lady Waldover". Más abajo, formado con el mismo método usando caracteres más pequeños, se aclaraba que era solo para los ojos de ella. Eleanor frunció el ceño. ¿Qué podía ser aquello y por qué habían roto su ventana para entregárselo?
Los toques de Robert en la puerta la sacaron de sus pensamientos. ¿Robert estaba allí? ¿Cómo había llegado tan rápido? Aturdida, Eleanor dejó caer el paquete. Se giró hacia la puerta después de escuchar con claridad la advertencia del hombre. Iba a entrar. Justo a tiempo para que nadie lo viera, Nellie tiró el sobre bajo su cama.
Robert abrió la puerta y entonces ella retrocedió, olvidando los cristales rotos. El dolor en su pie izquierdo se encargó de recordarle el detalle. Quejándose por causa de la herida, la joven no notó que él entraba hasta que sintió sus brazos alrededor de ella.
—Estás sangrando —El príncipe echó una rápida mirada para asegurarse de que no hubiese peligro, al tiempo que la levantaba en brazos—. Te llevaré a la clínica.
—¡No, espera Robert! —gritó ella, alterada con todo lo que estaba sucediendo—. Espera, bájame.
—Estás herida —insistió él—. Te voy a llevar a la...
—¡Ni siquiera estoy vestida!
Robert bajó la mirada hasta su pecho, donde Eleanor luchaba por cubrirse con su bata de seda. El príncipe tragó con fuerza, notando cómo la prenda no dejaba demasiado a la imaginación. Nellie giró la cabeza para ignorar lo mucho que la había afectado aquella mirada ardiente. Cerró los ojos, pero eso solo logró que recordara momentos de su noche con el príncipe. Cuando no tenía idea de que su desconocido sexy era en verdad el hombre con quien debía casarse. Parecía que habían trascurrido meses desde esa noche. Robert la dejó con cuidado sobre la cama. Tomó entonces la funda de la almohada y con la prenda improvisó un vendaje para el pie de la chica.
Nellie lo miró en silencio, sorprendida con aquel nuevo Robert. Ella solo había conocido al príncipe fastidioso y al amante entregado. Nunca pensó que él pudiera cuidarla. ¿Y cómo rayos había llegado tan rápido? No quería creer que él hubiese ido en persona para verificar que estuviese bien. Ese pensamiento hizo que su corazón se saltara un latido. Ni siquiera con su compromiso arreglado tenía que preocuparse de ese modo por ella. Mucho menos ahora que lo habían roto después de una discusión nada agradable. O eso creía. Porque los hombres en su vida nunca habían sido un modelo a seguir, empezando por su padre.
—Muy bien, —dijo él cuando la venda estuvo atada con firmeza— te ayudaré a vestirte.
—¡¿Qué?! —chilló ella, enrojeciendo— De ninguna manera...
—Eleanor, no quiero sonar como un imbécil. Pero es que yo ya vi...
—Calla, calla.
Eleanor abrió los ojos a toda su capacidad, escandalizada al escucharlo prácticamente decir delante de Carmille y Trent lo que había pasado entre ellos. Esa era información que no había que compartir con el mundo. Además de eso, Robert no podía ni siquiera imaginar el aspecto que tendría su espalda, porque el hombre no iba a parar hasta saber lo que había sucedido. Y eso era lo último que ella quería.
—Carmille puede ayudarme a vestirme —aseguró la muchacha—. Puedes esperar afuera hasta que esté lista.
Robert asintió, saliendo de la habitación sin demorarse. La prioridad era que ella recibiese atención médica. Unos minutos después, la muchacha salió del cuarto apoyándose en la señora. Su pierna izquierda estaba doblada hacia atrás, y en su rostro había una expresión de dolor que hizo que el príncipe no lo demorara más. La tomó en sus brazos una vez más y avanzó con ella escaleras abajo. En el jardín se cruzaron con George, quien no se molestó en preguntar qué sucedía, aunque sí sonrió al ver a su hija en brazos del príncipe.
El joven no le dio explicaciones. Ni siquiera lo miró. Solo se detuvo para meter a Nellie en el asiento del copiloto y encendió el motor.
¿Qué les parece la historia hasta ahora? Déjenme saber en comentarios.
Y sepan que esto es solo el comienzo del dramaaaa. Buahajajaja. Nos leemos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro