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Capítulo 3

– Espléndida fiesta están dando hoy sus majestades, los felicito por tan buen gusto pero me siento ofendido al no haber recibido una invitación.

La voz ronca de uno de los silvest vestidos de rojo hace eco en el salón mientras camina y su cabello blanco se mueve en ondas debido al viento que ahora recorre la sala, los demás lo siguen de cerca mientras manteniéndose  alerta a los movimientos de los nobles presentes.

– Sé que somos muy maleducados al presentarnos aquí cuando nadie solicitó nuestra presencia pero solo queremos algunas cosas, en cuanto las obtengamos nos iremos pacíficamente y ustedes podrán seguir disfrutando de su fiesta.

– ¡Cómo te atreves a poner tus asquerosos pies en mi casa!– por primera vez en la noche el rey Estefan habló con un tono de voz que rebozaba de ira–  ¡ Guardias!

– No se moleste en llamar a sus pequeños lacayos majestad, nadie acudirá – el rey al igual que su esposa miran al sujeto de cabello blanco horrorizados mientras que este suelta una carcajada al ver su cara– Vamos por favor no me miren así, no soy tan sanguinario como para matar a personas que tienen familias sin motivo alguno, debería usted considerar ser tan benevolente como yo majestad.

Con suma tranquilidad aquel hombre continúa paseando por la sala mientras sus compañeros observan que no haya peligro.

– Si nos dan lo que queremos prometo que nos marcharemos sin hacer daño a nadie – dice con calma–  Por el contrario, si no nos dan lo que hemos venido a buscar no me quedara más opción que poner fin a mi buena caridad y derramar un poco de sangre. Creo que es un buen trato ¿verdad?

Su pregunta va dirigida a uno de los nobles mientras se posiciona detrás de él y le pasa una daga por la garganta. Toda la sala permanece en silencio durante el acto temiendo que un solo sonido haga temblar la mano del joven y ocurra un accidente desafortunado.

– Muy bien, no hay por qué llegar a tales extremos, podemos resolver las cosas de forma pacífica.

– Así se habla su majestad – aparta de un rápido movimiento la punta del arma del cuello del noble que se encontraba temblando y con pequeñas gotas de sudor recorriendo su frente.

– ¿Qué es lo que tanto deseas que te has atrevido a irrumpir en mi hogar?

– ¿Hogar? ¿En verdad dijo hogar?– una fuerte carcajada resonó en el sepulcral silencio quebrándolo como si un mazo aplastara una frágil botella de cristal –  No quiera engañar a nadie majestad, hasta los más ingenuos saben que esto no es un hogar, usted no tiene familia. A la familia hay que mostrarle respeto y devoción y eso es algo de lo que usted carece. Pero no he venido aquí a darle clases de moral, quizás en otra ocasión. Mi objetivo de esta noche es hablar con el futuro heredero a la corona, el príncipe Alexander Glucksburg  por favor que dé un paso al frente.

Todas las miradas se dirigen a un mismo punto incluida la mía, todos miran al príncipe que se encuentra con Lea a sus espaldas protegiéndola. El heredero sin duda alguna da un paso al frente dejando a mi amiga detrás suya para que no se vea involucrada en algún suceso.

– Muy bien, así se hacen las cosas. Ahora mostrémosle a tu pueblo el hermoso rostro que escondes bajo esta máscara.

El príncipe hace lo ordenado y deja que la máscara caiga al suelo. La cara del peliblanco no tarda en mostrar una expresión de enfado y su puño impacta en la cara del heredero haciendo que  caiga al suelo con su labio ensangrentado al ser golpeado con la parte trasera de la daga que sostenía en su mano el otro sujeto.

– ¿Acaso quieren verme la cara de tonto?–  nadie contesta a la pregunta, todos se mantienen inmóviles sin comprender la situación. El joven de cabello blanco se gira hacía los reyes señalándolos con su dedo índice – Tal vez puedan engañarme a esta gente a la que llaman súbditos pero no jueguen conmigo. Ahora les daré una nueva oportunidad antes de que mis compañeros hagan cenizas este lugar, ¿dónde está el príncipe Alexander Glucksburg?

Con los pensamientos pasando rápidamente por mi cabeza miro la nuca del caballero que tengo delante, no hay que ser muy inteligente para unir cabos y darse cuenta de la verdad. Él se gira hacía mí, toma mi mano para depositar un beso en ella y la suelta con delicadeza antes de dar un paso hacia delante.

– ¿Serás tú el verdadero o solo eres otro que quiere hacerse el héroe?–  el joven de ojos azules retira su máscara y les muestra su rostro a todos – Ahora si da la cara el verdadero, ¿acaso tenemos que golpear y amenazar para que salgas?

– Dejen a estas personas en paz y márchense, ellos son inocentes.

– Igual de inocentes son las personas de mi pueblo que tienen encerrados en este maldito castillo.

– ¿Qué es lo que quieres entonces?

– Ya debe saber bien que es lo que quiero, quiero que sean liberados y se vengan conmigo ahora.

– ¿Y crees que todos podrán abandonar este lugar fácilmente después de lo que han hecho?

– No me crea ingenuo alteza, sé muy bien lo que hago – su mirada viaja hasta mí haciendo que se me ericen los vellos de la nuca, esos ojos provocan algo muy intenso solo con observarte –Estoy seguro que a la señorita no le molestará hacerme compañía un rato ¿verdad que no?

Camina con paso decidido y seguro hacía donde estoy, me extiende una mano la cual me veo obligada a aceptar y en un parpadeo su daga se encuentra apretando mi cuello. Si no fuera mi vida la que se está jugando ahora mismo admitiría la elegancia que tiene con las armas.

– Ahora estamos en igualdad de condiciones, liberaré a la señorita cuando yo y mi gente estemos fuera del palacio, de lo contrario sabe bien lo que podría ocurrir.

– No hace falta llegar a tales extremos, liberaremos a los silvest del palacio y usted permitirá que ella venga junto a mí.

– Así se habla alteza.

De un momento a otro comienzan a aparecer silvest por todas partes y a salir por la puerta principal mientras que el joven de cabello blanco continúa con el arma en mi cuello y me arrastra con él.

Al acercarnos por fin al final del camino siento como va aflojando su agarre y como mi cuerpo se empieza a relajar.
Antes de irse acerca sus labios a mi oído, su respiración tibia me causa un hormigueo en la nuca y su susurro me deja sin habla mientras él se marcha con suma tranquilidad y yo me quedo inmóvil en  mi sitio. 

El tintineo de los grilletes se escucha cada vez más cerca y los pasos que se aproximan delatan que hay un nuevo prisionero en Salfadorra. Levanto un poco la mirada para ver como se abre la puerta de la celda y ver al guardia arrojar dentro de ella a una persona. La suciedad en su cuerpo no me permite distinguir si es hombre o mujer  pero guiándome por su estatura diría que debe tener mi edad.

Me olvido del tema pues esa persona no es importante, lo que importa es que aun me queda un día entero encerrada por haber querido robar un trozo de pan para comer y recibí siete azotes en las manos y siete más en la espalda.

Me acomodo en el frío suelo y el olor a humedad y comida en mal estado me hacen tener arcadas, esto es repugnante. Giro mi cuerpo hacía el otro lado y veo a una chica tumbada a mi lado, sus ojos son como el mismísimo fuego, brillantes y cálidos. Aunque no recuerdo cual es su nombre siento la necesidad de acercarme a ella y abrazarla aún con los brazos heridos.

– Ari ,¿recuerdas la vieja historia que nos contaban nuestros padres?– su voz es débil, casi imperceptible aunque es normal luego de que ella también recibiera los azotes.

– No deberías hablar tanto, sabes que aún nos quedan muchas horas aquí encerradas y tu cuerpo no está sanando tan rápido como debería.

– Te cuento un secreto – asiento mientras la miro a los ojos –  me gustaba mucho esa historia. Si tenía un mal día como este me consolaba pensar que todo pasaría porque algún día esa leyenda se haría realidad.

– Aún puede ser que ocurra, recuerda que las esperanzas son lo último que se pierde – siendo sincera, yo también soñé muchas veces con que esa historia se hiciera realidad.– Ari ,¿puedes contarme la historia?

– Solo recuerdo una parte pero está bien–  hago una pausa haciendo un gran esfuerzo por recordar pero es imposible así que solo le cuento el fragmento que sé– … el día en el que el caballero alce su mirada al cielo la tierra temblará de dolor, el traidor manchará su espada con sangre y los dioses escucharan las suplicas de los necios…

– Ese día será el fin de los tiempos, la reina se levantará de entre los que sufren y traerá consigo el invierno eterno–  termina de decir por mí una voz que proviene de la otra persona en la celda con nosotras. Yo solo la miro, le sonrió en forma de agradecimiento y vuelvo a ocupar mi lugar en el frío suelo.

El sol abriéndose paso por el horizonte anuncia la llegada de un nuevo día en el reino. Levanto con suavidad mi cuerpo de la cama y me asomo por el balcón de la habitación. Las mañanas en Beleriand son heladas y el viento me saluda brindándome una fría brisa que me hace entrar una vez más al calor del cuarto.

Me dispongo a darme un baño por lo que me quito el camisón de seda y me sumerjo en el agua tibia. Su calor relaja mis músculos y me hace pensar en el sueño que tuve esta mañana. ¿Quién era la pequeña con aquellos ojos color fuego que estaba a mi lado? ¿Por qué ese deseo tan intenso de cuidarla? Y ¿quién era la otra persona que estaba con nosotras en esa celda?

Los recuerdos que tengo de mi infancia son pocos y la mayor parte de ellos se encuentran cubiertos por una espesa neblina. Pero algo me molesta desde anoche, la voz de ese joven que sostuvo el arma en mi cuello y las palabras que susurro en mi oído:

««Te he extrañado»»

Esas palabras continúan repitiéndose en mi cabeza que intenta asociar esa voz con la que escuché aquel día. Me pregunto si podrá ser la misma persona y porque me siento tan ansiosa. Nunca había necesitado recordar el pasado, sin embargo últimamente eso es en lo única que pienso.

– Señorita–  el toque en la puerta y la voz de Karla me hacen volver a la realidad.

– ¿Deseas algo? – respondo saliendo de la bañera y tomando una toalla para cubrir mi cuerpo.

– Una visita espera por usted en la sala.

–¿Quien es tan temprano? – cuestiono al darme cuenta que son muy pocas las probabilidades de que sea Lea, ella nunca se despertaría a esta hora del día.

– Creo que será mejor que lo vea usted misma.

Su respuesta me deja algo asombrada, Karla siempre ha sido una doncella muy directa, cuando piensa algo lo dice y si considera que algo es extraño también.

– Muy bien, dígale que en unos minutos estaré abajo – digo finalmente saliendo del cuarto de baño y tomando un vestido de color morado que seguro Karla ya había escogido para mí.

Sin mucho miramiento coloco la prenda en mi cuerpo y dejo mi cabello suelto porque aún presenta algo de humedad. Al mirarme en el espejo noto algo extraño en él, uno de los mechones se volvió blanco. Lo tomo en mis manos para observarlo más de cerca y sí, claramente es blanco. Lo deposito detrás de mi oreja sin darle mucha importancia, se podría decir que combina muy bien con el resto del cabello.

Bajo las escaleras hasta llegar a la sala y para mi sorpresa ahí se encontraba el príncipe Alexander, el heredero a la corona de Beleriand.

– Buenos días su alteza, ¿a qué debo el honor de su visita?–  él ignora mis palabras y se detiene a observar los cuadros que hay colgados en las paredes.

– ¿Todos los ha pintado usted?– sus palabras dejan su boca pero su mirada se mantiene fija en los cuadros.

– La mayoría los he dibujado yo– aseguro sin apartar mi vista de su figura.

– Tiene un talento maravillosos, debería pintar los retratos de la familia real.

– Agradezco la oferta pero no me interesa el trabajo por ahora– por primera vez desde que bajé aparta la mirada de las obras y posa sus ojos azules en mí. Su mirada parece fría pero en el fondo se denota un toque de amabilidad– ¿A qué debo el honor de su visita alteza?

– Me gustaría invitarla al palacio a cenar para disculparme por lo ocurrido ayer en la noche.

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