Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8 - 'El misterio de Addy'

8 - EL MISTERIO DE ADDY

No puedo volver a dormirme.

Supongo que alguien me habrá subido a mi habitación, porque sé que me quedé dormida en el sofá, pero apenas recuerdo nada más. Cuando he abierto los ojos, ya estaba aquí. Y no he podido volver a dormir.

Es insoportable. Como si mi cuerpo supiera perfectamente que Ramson sigue en esta casa. Como si supiera, de hecho, el punto exacto en el que está. Y no pudiera descansar hasta que fuera con él.

Cierro los ojos con fuerza, no he dejado de pasearme por la habitación. Me detengo junto a la ventana y la abro para que me dé algo de aire fresco, pero no sirve de nada. Sigo acalorada, agitada y con ganas de ir corriendo con él. Maldita sea.

Creo que es a medianoche cuando por fin me decido y voy a buscarlo.

Ni siquiera me planteo por qué sé exactamente en qué habitación está. Me da igual. Solo necesito tocarlo. O tenerlo cerca, al menos. No lo sé. Solo sé que necesito poder verlo para tranquilizarme. El corazón no deja de aporrearme el pecho. Y mi cuerpo está cansado y acelerado al mismo tiempo. Esto es... francamente difícil de soportar.

Me detengo delante de la puerta y dudo un momento antes de abrirla sin llamar. He hecho bien, creo. Es una habitación poco adornada, con los muebles necesarios —una cama, un armario, dos mesitas— pero muy sofisticados, como le gustan a Foster. Y, en medio de la enorme cama de dosel claro que hay al fondo, veo que hay alguien bajo las sábanas.

Ramson está tumbado boca arriba, con el brazo herido sobre las sábanas. Alguien le ha quitado el jersey y le ha puesto una venda en la herida. Pero yo solo puedo ser consciente de que no lleva el jersey. De que está desnudo de cintura para arriba. Y un escalofrío de placer —no me puedo creer que esté diciendo eso— me recorre el cuerpo entero pese a que no puedo verlo demasiado.

Cierro la puerta de nuevo y me acerco a la cama. Me subo a ella sin siquiera pensar en lo que hago. Ramson frunce un poco el ceño en sueños, pero no se despierta. Y yo me tumbo de lado junto a él, mirándole la herida.

La verdad es que sigue teniendo el brazo un poco más azulado, pero al menos parece que ahora puede moverlo. Trago saliva y subo la mirada lentamente, siguiendo la silueta que dibuja la manta hasta llegar a su cuello expuesto. Y su mandíbula. Debe hacer una semana que no se afeita. Me muerdo el labio inferior.

Y, justo cuando empiezo a estar tentada a alargar la mano y tocarlo, noto que mi collar empieza a calentarse casi al instante en que sus ojos empiezan a abrirse.

Ramson parpadea unas cuantas veces para adaptar la mirada a la oscuridad y se pasa una mano por la cara con una mueca de dolor. Ni siquiera se ha girado hacia mí.

—¿No deberías estar en tu habitación? —pregunta, sin embargo.

Suena agotado. Me quedo mirando su mano cuando se la pasa por el pelo, con la mirada clavada en el techo. De hecho, no recuerdo el detallito de que ha hecho una pregunta hasta que ladea la cabeza y me mira con una ceja enarcada.

—No podía dormirme —aclaro, un poco nerviosa.

—¿Y aquí si puedes hacerlo?

—También quería ver cómo estás.

—Estoy bien —aclara, levantándose el brazo para mirarlo—. Ya puedes irte a dormir.

Pero... no. El collar sigue caliente. No sé muy bien cómo interpretar esas cosas, pero sé lo que no significa. Y significa que realmente no quiere que me vaya.

—No quería molestar —me hago la ofendida.

En cuanto hago un ademán de ponerme de pie, lo escucho suspirar y esbozo una sonrisita triunfal.

—Da igual, quédate —me dice, y casi al instante vuelvo a estar tumbada.

Por un breve momento, me parece que va a sonreír, pero se limita a sacudir la cabeza.

—¿Sigues mareada por el mordisco? —me pregunta.

No me mira a la cara. De hecho, casi nunca lo hace. Ahora mismo, está mirando mi pijama.

—No... no estoy mareada —y eso es todo lo que digo. Por el bien de mi dignidad, mejor no decirle cómo me siento de verdad.

—¿Te ha dolido?

—Me ha gustado.

Ramson no parece muy sorprendido por eso. Solo aprieta los labios y se queda mirando el techo, apoyando la nuca sobre su brazo bueno. Yo casi babeo mirándolo.

Pero... ¿qué demonios me pasa?

—Me alegro —murmura, aunque suena como todo lo contrario.

—Si alguna otra vez lo necesitas...

—Llamaré a Sylvia, que es mi donante.

—No me importaría ser tu donante.

¿Se puede saber por qué digo estas cosas? ¿Y por qué me siento tan bien diciéndolas?

Ramson se gira hacia mí y me mira de reojo.

—Sylvia no solo es mi donante, es mi amiga —replica.

—¿Y yo no soy tu amiga?

—En absoluto —esta vez, sí que me sonríe.

Una sonrisa completa. De esas que quitan el aliento. Y eso es lo que hace conmigo: quitarme el aliento. Saboreo el momento antes de que vuelva lentamente a su expresión habitual.

—Además, Sylvia no lo hace por el dinero —añade—. Ni siquiera me cobra.

—¿Y por qué lo hace?

¿Se sentirá tan bien como me sentí yo?

—Porque es la única de la ciudad con el tipo de sangre que consumo —murmura Ramson—. Si no fuera por ella, tendría que alimentarme de bolsas de sangre. Es muy incómodo. Prefiero tener una donante.

—¿Puedo... preguntar por qué Sylvia no tiene un collar de protegida? Foster se lo da a todos los que trabajan para él.

Ramson lo considera un momento.

—Porque solo tengo uno de esos collares —concluye en voz baja, sin mirarme—. Y lo tiene quien lo tiene que tener.

Toco mi collar instintivamente. La piedra casi está ardiendo. Me pasa mucho cuando lo tengo tan cerca. Me pasó hace unas horas, cuando me mordió. Es como si guardara todas mis emociones.

Cuando acaricio la piedra con el pulgar, Ramson carraspea ruidosamente.

—¿Lo ha tenido alguien antes que yo? —pregunto, curiosa.

Él asiente tras dudar unos segundos.

—Solo una persona.

—¿Quién?

—Es... una larga historia.

—Pues empieza a contarla cuanto antes.

Ramson suspira y parece que pasa una eternidad antes de que me dé una respuesta.

Cuando me la da, no sé cómo sentirme.

—Mi... esposa.

Esas dos palabritas se quedan flotando entre nosotros durante unos segundos en los que me incorporo bruscamente y lo miro.

—¿Estás casado?

—Ya no —murmura, mirándome—. Creo. Es complicado.

—¿Por qué?

—Hace muchos años que apenas sé nada de ella.

Abro mucho los ojos, sorprendida. Ramson me dedica una sonrisa un poco triste.

—¿Cómo la conociste? —pregunto, porque sé que no quiero saberlo pero, aún así, la curiosidad es muy fuerte.

—La conocí... cuando era muy pequeña. Era cinco años más pequeña que yo. Y vivía cerca de mi casa. Su padre pedía dinero muy a menudo a mi madre para mantener su empresa, y muchas veces venía con ella. Yo no podía acercarme a los humanos, pero... algunas veces la descubría mirándome. O a mí mismo mirándola.

—Eso suena muy romántico —murmuro, sin poder evitar el tono resentido.

—Cuando crecí, los negocios de mi madre pasaron a ser míos. No hablé mucho más con ella durante esos años, solo cuando apareció para morderme a los veinticinco y terminar de convertirme.

—¿Y la chica y su padre?

—Él había muerto un año atrás. De tuberculosis. Si hubiera aguantado otro año, habría vivido para tener la cura. Pero... bueno, supongo que la suerte no le sonrió. Él se presentó en mi casa unos días antes de morir. Me pidió que cuidara de su mujer y su hija si algún día le pasaba algo malo.

—¿Y lo hiciste?

—Al principio... no —pareció algo arrepentido—. Pensé que se arreglarían solas, pero luego me enteré de que la mujer se había suicidado no mucho después y su hija se había quedado sola. Hacía años que no la veía, así que la visité. Era la criada de un burdel. No hacía nada más que limpiar, pero era más que obvio que solo deseaba desaparecer. Empecé a ayudarla manteniendo cierta distancia entre nosotros, pero... no sirvió de nada. Cada día iba consumiéndose más y más. A los seis meses de que me convirtieran, ella... se hizo mucho daño. Y la convertí para que no muriera.

Me contengo para no preguntar nada. Ramson parece hablar más consigo mismo que conmigo.

—Tuve que enseñarle todo lo que había aprendido en esos seis meses. Ella... se adaptó a mi vida muy deprisa. Y nuestra conexión, al ser su creador, fue haciéndose más fuerte.

—Os enamorasteis —adivino en voz baja.

Ramson asiente sin mirarme.

—Mi madre no quería que terminara con una humana convertida. Ella quería que me casara con una mujer de sangre vampira pura para poder tener hijos. Pero yo no podía hacer eso. Me amenazó con quitarme todo el dinero si no la obedecía, así que me escapé con la chica y lo dejamos todo atrás. Nos casamos esa misma noche, a escondidas.

—¿Y dónde fuisteis?

—A todos lados —me aseguró con cierto tono de nostalgia—. Vendimos todo lo que teníamos de valor menos las alianzas y empezamos a visitar todos los sitios que queríamos visitar. Sin responsabilidades. Sin nada de que preocuparnos.

—Suena... como si lo echaras de menos.

—Fue la mejor época de mi vida —me asegura en voz baja.

Hay un momento de silencio antes de que se recomponga.

—Pero ella quería un hogar —añade—. Un sitio al que poder volver. Pensé en comprarle una casa en Francia porque había nacido ahí, pero... no quiso. Ella quería algo más especial. Le había contado la historia de Braemar, que en ese momento estaba prácticamente abandonada, y se empeñó en convertirla en un hogar para nosotros. No sé cómo demonios consiguió convencerme, pero lo hizo. Fuimos a la vieja casa de mi familia, en lo alto de la colina, la reformamos tanto como pudimos, invité a mis conocidos vampiros a venir... y poco a poco la gente de la ciudad aceptó que aquí hubiera vampiros de nuevo.

—Entonces, ella también es la alcaldesa.

—Hasta que se fue.

—¿Por qué... se fue?

—No tuvo otra opción.

Ramson se ha incorporado un poco mientras hablaba. Ahora, está sentado con la espalda en el respaldo de la cama. No me mira. Tiene los ojos clavados en la ventana. Sinceramente, no sé en qué demonios está pensando. Su expresión es muy ambigua.

—¿Qué hay de tu madre? —pregunto sin poder contenerme.

Ramson tuerce un poco la boca, como en una sonrisa amarga. Es tan rápido que apenas puedo verlo antes de que sacuda la cabeza y vuelva a la expresión de antes.

—Me repudió en cuanto se enteró de que había casado con una humana transformada. No la he visto en años.

—Yo... —oh, mierda, no quería hacerlo sentir mal—. Lo siento, no...

—No importa —murmura, y me sorprende lo sincero que parece—. Volvería a hacerlo. Todo. No cambiaría nada.

—¿Por la chica?

Ramson asiente sin mirarme.

Hay unos segundos de silencio en los que la tentación de hacer la pregunta que tengo en mente aumenta y, pese a que intento contenerme con todas mis fuerzas, al final soy incapaz de callarme.

—¿Por qué hiciste todo eso por ella?

—Porque la quería —Ramson se queda un momento en silencio, con la mirada perdida en la ventana.

—¿Ya no la quieres?

—No es tan sencillo.

—Solo es un sí o un no. ¿La sigues queriendo?

No entiendo por qué necesito saberlo con tanta urgencia, pero lo necesito. Me muerdo el labio inferior, nerviosa, cuando él pasa lo que parece una eternidad con expresión pensativa, como si tuviera demasiadas cosas en la cabeza. Casi creo que no va a responder cuando se gira hacia mí.

No dice nada inmediatamente, aunque me da la sensación de que está a punto de hacerlo. Permanece en silencio, apretando los labios, y noto que mi corazón empieza a acelerarse cuando me recorre la cara con la mirada. Al notarlo, pone una mueca y vuelve a girarse hacia cualquier sitio que no sea yo.

—Deberías volver a tu habitación, Genevieve.

Bueno, supongo que me he pasado de curiosa.

Aguardo unos segundos —por si se lo piensa mejor— pero él no me detiene cuando por fin me pongo de pie de nuevo. Le dirijo una última mirada antes de suspirar y encaminarme hacia la puerta.

Sin embargo, no he llegado a tocarla cuando me detengo por instinto y me giro hacia él. Me está mirando. No sé cómo demonios lo sé, pero tiene que decirme algo. Así que me quedo ahí, de pie, mirándolo.

—Nunca he dejado de hacerlo —aclara en voz baja.

Frunzo un poco el ceño, confusa.

—¿El... qué?

—Quererla. Nunca he dejado de quererla. Dudo que alguna vez lo haga.

Me da la sensación de que su mirada es mucho más intensa cuando dice eso, pero no entiendo muy bien por qué. Y tampoco entiendo por qué me siento emocionada. ¿No debería sentirme celosa? Es decir... o indiferente. Porque no es mi problema lo que le pase a ese con su mujer.

Ramson me mira un momento más antes de girarse hacia la ventana con expresión frustrada. Creo que se arrepiente de haberme dicho nada.

Yo, por mi parte, salgo por fin de la habitación y vuelvo a la mía.

***

—¿Quieres que te ayude a limpiar el salón? —le pregunto a Amelia a la mañana siguiente, mientras devoro un pastelito de Albert

Él está sentado al otro lado de la mesa leyendo el periódico con las gafas de medialuna puestas y una ceja enarcada por la concentración.

—Oh, ya lo he hecho —me asegura ella, dejándole el desayuno a Addy, que empieza a comer como si no lo hubiera hecho en años—. No te preocupes, Vee, es mi trabajo.

—Pero... estaba todo lleno de sangre.

—Lo sé —Amelia pone una mueca—. Nunca me acostumbraré a los vampiros.

—Oye, Albert —exclama Addy con la boca llena—, ¿qué lees?

Albert, a quien le ha volado un trozo de desayuno cuando Addy se ha puesto a agitar el tenedor al aire, pone una mueca y suspira pesadamente antes de mirarla.

—El periódico —aclara con ese tono de no me molestes más, mocosa.

—¿Qué parte?

—La parte de la niña que hablaba con la boca llena y por eso se quedó triste, sola y sin amigos.

Addy deja de comer y parpadea, pasmada. Yo le doy una patada por debajo de la mesa a Albert, que suspira de nuevo, pero no dice nada más. Foster entra en ese momento a la cocina y nos dirige una sonrisa rápida antes de pasar por detrás de nosotros y darle un apretoncito a Addy en el hombro. Ella le sonríe ampliamente.

—Buenos días, papá.

—Buenos días —Foster se detiene un momento y enarca una ceja—. No hables con la boca llena.

—Perdón.

—Sigues teniendo la boca llena, Addy.

Ella traga ruidosamente, pero no sirve de nada porque enseguida se vuelve a meter media tostada en la boca. Albert pone una mueca al verlo.

—¿Hoy no tienes clase? —le pregunta.

—Ah, sí. Pero el señor culogordo no llegará hasta dentro de cinco min...

—Addy, no digas eso —le dirijo una mirada de advertencia.

—El señor Durham no llegará hasta dentro de cinco minutos —corrige, sonriendo como un angelito—. Pero es verdad que tiene el culo gordo.

—Addy, no digas eso —esta vez se lo dice su padre, cosa que parece convencerla más.

Addy pone una mueca y no añade nada más a parte de un puesmevoyaclase dicho a toda prisa porque quiere dejar claro que no le parece bien que no dejemos que diga que el señor Durham tiene el culo gordo.

En cuanto se ha marchado, Foster ocupa su lugar y suelta un suspiro —¿qué le pasa hoy a todo el mundo con los suspiros?— antes de mirarme de reojo.

—¿Qué tal estás? ¿Mareada?

—Estoy bien —le aseguro—. Esta mañana casi no recordaba lo que había pasado anoche. Solo retazos de momentos concretos, pero poco más. Estoy como si no hubiera pasado nada.

Albert me dirige una breve mirada, pero no dice nada.

—¿Todas las mordidas son... así? —pregunto, curiosa.

—No —me asegura Foster con aire divertido—. Cuando te muerden solo por... alimentarse, ya sabes... es bastante más sencillo. No necesitas tanta cantidad de sangre. Y los efectos son mucho menos notables. Si es para curarte, tienes que beber mucho más. Y el efecto se multiplica.

—Yo pensaba que todo esto de morder a otra persona era algo más —intento encontrar una palabra adecuada— ...no sé. Íntimo, supongo.

—Es rutina —me asegura Albert, que sigue centrado en su periódico.

—¿Quién es tu donante? —le pregunto con curiosidad.

—Yo no tengo. Me conformo con sangre en bolsa —pasa página tranquilamente, como si habláramos del tiempo—. Es menos sabroso, pero más cómodo. Y puedo beber en una copa.

—Ah, claro —murmuro, tan tranquila.

—Oh, Foster —Amelia se acerca rápidamente—. El alcalde se ha marchado esta mañana, bastante temprano. Me ha pedido que te dé las gracias por dejar que se quedara.

Foster asiente, como si el hecho de que Ramson se vaya de repente fuera de lo más normal.

—Bueno —se pone de pie—, tengo cosas que hacer, si me disculpáis...

Me quedo mirándolo cuando sale de la cocina y, sin embargo, noto que hay algo que tengo que decirle. Antes de saber lo que hago, me pongo de pie y me apresuro a seguirlo. Consigo alcanzarlo en las escaleras, donde veo que Addy ya desaparece por el pasillo de brazos cruzados porque el señor Durham ya está protestando.

—Foster —subo las escaleras rápidamente para detenerme a su lado—. ¿Podemos... hablar?

Él parece ligeramente sorprendido, pero asiente con la cabeza.

—¿Algo va mal?

—Eh... no exactamente. Es sobre Addy.

—Oh, no. ¿Qué ha hecho esta vez?

—¡Nada! —bueno, quizá me he precipitado un poco—. Es decir...

Me quedo un momento en silencio, sin saber muy bien cómo sacar el tema. Foster enarca una ceja, como si esperara que siguiera hablando.

—¿Qué pasa con Addy? —pregunta cuando el silencio se alarga demasiado.

—Ella... —hago una pausa y doy un pasito hacia él para poder hablar en voz baja—. Hace unas pocos días que... eh... la oigo hablar con alguien.

No sé si debería decírselo. O, más bien, dudé sobre si decírselo o no durante los primeros días. Pero, honestamente, es su padre. Si fuera mi hija me gustaría saberlo.

Foster, sin embargo, no parece entenderme muy bien, porque se limita a parpadear con aire confundido.

—¿Habla... con alguien? ¿Con Kent?

—¡No! Es... es por la noche. Cuando se supone que está sola.

Eso sí parece hacer que reaccione, porque frunce el ceño al instante.

—¿En su habitación?

—Sí.

—¿Y con quién demonios habla?

—Según ella... con la chica desaparecida. Según yo... habla sola.

Foster se queda en silencio unos segundos antes de pasarse una mano por el pelo con aire pensativo. Tarda otros cuantos segundos en volver a girarse hacia mí.

—¿Por qué no me lo has dicho antes? —pregunta con cierto tono de reproche.

—Eh... lo siento, no pensé... es decir... no le di mucha importancia.

—A lo mejor no la tiene, tampoco sería la primera vez que tiene un amigo imaginario —Foster se queda pensando un momento—. Ven conmigo.

Sorprendida, me apresuro a seguirlo escaleras arriba. Por un momento, creo que va a ir a hablar con Addy en medio de su clase, pero luego se desvía hacia el otro pasillo. Y sé que va a su habitación.

—Cuando era pequeña, tenía un amigo imaginario —me explica, abriendo la puerta para que entremos los dos—. Se llamaba Bartolito. Era... un oso de peluche. No sé por qué le puso ese nombre, pero bueno, creo que es por el gallo ese. La cosa es que se pasaba el día hablando con él.

Foster se detiene en medio de su habitación y la revisa con los ojos rápidamente. Parece encontrar lo que busca cuando se acerca a la estantería del fondo y rescata al oso de peluche marrón de entre el montón. Se vuelve a acercar a mí mirándolo como si pudiera encontrar algo en él que estuviera fuera de lugar.

—No huele a ella —comenta, confuso.

—¿Eh?

—Addy sigue siendo mayormente humana, si hubiera estado jugando con él estos días, todavía podría notar su olor —me da el peluche, que reviso con la mirada como si fuera a descubrir yo algo en él, aunque lo dudo—. Pensé... que estaría hablando con él.

—Puede que tenga otro amigo imaginario.

—No lo creo. Dejó de tenerlos cuando su madre murió —Foster pone una mueca—. De hecho, se pasó varios meses sin apenas hablar con nadie. Cuando intenté sacar el tema, me dijo que lo de los amigos imaginarios era una tontería. No había vuelto a pensar en ello hasta hoy. Puede que...

Hace una pausa, dubitativo.

—Hace poco fue el aniversario de la muerte de su madre —añade en voz más baja—. A lo mejor... no lo sé. La echa de menos y por eso ha vuelto a lo de los amigos invisibles. Después de todo, su madre siempre le decía que no era raro tenerlos.

Foster suspira y se sienta al borde de la cama de Addy, pasándose las manos por la cara. Tardo unos pocos segundos en acercarme y sentarme a su lado.

—Podríamos hablar con ella —sugiero, arrepintiéndome un poco de habérselo contado. No quería preocuparlo.

—Conmigo no hablará de esto —me asegura, quitándose las manos de delante de la cara—. Los primeros meses después de que su madre muriera dejó de hablarme porque decía que no la había cuidado lo suficiente. Desde entonces, cada vez que intento sacar el tema, se cierra y no me habla en absoluto.

Lo miro de reojo. No me gusta verlo triste.

—Podría hablar yo con ella —sugiero.

—Vee... sé que os lleváis bien, pero para Addy su madre es un tema muy delicado. Dudo que quiera hablar con nadie, ni siquiera contigo.

—Bueno, pero puedo intent...

Me callo de golpe cuando miro al osito y me doy cuenta de un pequeño detalle. Foster, confuso, se gira hacia mí.

—¿Qué pasa?

—Algo no cuadra —miro la habitación de reojo—. Si Addy hablara con Bartolito...

Hago una pausa y me pongo de pie. Foster me sigue con aire confuso cuando vuelvo a poner a Bartolito en su lugar y doy un paso atrás, casi chocando con él.

—¿Qué haces? —pregunta cuando me quedo mirando a Bartolito fijamente. Creo que se está cuestionando un poco mi cordura.

—Si Addy hablara con Bartolito sin tocarlo, tendría que hacerlo desde aquí —aclaro—. Pero yo puedo escucharla perfectamente desde mi habitación. Las paredes son gruesas. Tiene que estás más cerca. Si estuviera aquí, no la oiría.

Me doy la vuelta y lo aparto a un lado, para su sorpresa, para cruzar la habitación y quedarme de pie junto a la pared que da con la mía. Reviso todo lo que tengo delante, confusa. La estantería con los libros, el escritorio debajo, una alfombra, una mesita pequeña y un montón de cuentos apilados. Pero no hay peluches.

—Algo no encaja —repito, más para mí misma que para él.

—Lo único seguro es que no viene nadie a visitarla —comenta Foster, deteniéndose a mi lado—. Si lo hiciera, Albert y yo nos daríamos cuenta enseguida.

—¿Incluso si fuera un vampiro?

—Si fuera un vampiro, el perro de Albert se encargaría de despedazarlo antes de llegar a la casa —me asegura.

Me acerco al montón de cuentos y empiezo a ojearlos rápidamente, pero no encuentro nada especial en ellos.

—Entonces, está sola —murmuro, dejando los cuentos y mirando por encima de la mesa.

—O habla con alguien que ya está aquí, pero solo estamos tú, yo, Albert y Amelia. Y dudo que sea nadie de nosotros.

Suspiro cuando no encuentro nada y reviso todo lo que tengo delante otra vez. Tiene que haber algo. Lo sé. Entonces, ¿por qué no puedo encontrarlo. ¿Qué es lo que me falta por mir...?

Abro mucho los ojos y doy un paso hacia atrás, agachándome en el suelo. Foster me mira, sorprendido, cuando tiro de la alfombra y la aparto a un lado.

Lo primero que veo son marcas negras en el suelo. Abro la boca, pasmada, cuando me doy cuenta de que son símbolos extraños que no he visto en mi vida. Forman un círculo justo donde antes estaba la alfombra. Y, en el centro, hay una vieja hoja de papel en blanco.

Alargo la mano instintivamente para tocarla, pero Foster me detiene al instante, sujetándomela.

—No toques nada —advierte, viendo los símbolos.

—¿Eh? ¿Por qué...?

—Son runas mágicas —aclara en voz baja, revisándolas una a una—. ¿Qué demonios hacen aquí?

Estoy a punto de responder, pero creo que nos damos cuenta los dos a la vez de que sigue sujetándome la mano. Me la suelta de golpe y nos giramos de nuevo hacia el círculo, carraspeando al unísono.

—Las runas son... como hechizos —aclara Foster, confuso—. Las usaban los hechiceros y los magos para proteger sus casas, o para ayudar a la gente. Pero... hacía años que no veía ninguna.

—¿Puedes leerlas?

—No —sacude la cabeza—. Solo los magos pueden hacerlo.

—Entonces, Vienna...

—No —me detiene Foster al instante—. Si le pedimos ayuda a ella, nos pedirá algo a cambio. Y, si implica a Addy, le pedirá algo a ella. No pienso hacerle eso a mi hija.

Asiento con la cabeza y me quedo sentada en el suelo, mirando el trozo de papel en blanco. Me muero de ganas de sujetarlo para ver si hay algo escrito detrás, pero no me atrevo.

—¿Qué hace Addy por las noches? —me pregunta Foster—. ¿Solo... habla?

—Sí. Que yo sepa... sí.

Ambos nos miramos durante unos instantes, como si llegáramos a la misma conclusión a la vez. Me doy lentamente la vuelta hasta la hoja en blanco y, sintiéndome un poco estúpida, me aclaro la garganta.

—Eh... ¿hola?

Los dos nos quedamos mirando la hoja de papel, pero no pasa nada.

—A lo mejor solo funciona con Addy —murmuro.

—A lo mejor ella hace algo más antes de hablar —sugiere Foster.

—Entonces... quizá deberíamos dejar que hablara con Amanda otra vez.

Foster no parece muy convencido, pero asiente con la cabeza y vuelve a colocar la alfombra en su lugar.

—Esta noche, vendré a tu habitación —me dice en voz baja—. Intentaremos escucharla.

***

Me da la sensación de que el día pasa muy despacio, de que cada hora es eterna y de que Addy sabe lo que estoy pensando, pero ella se limita a jugar con Kent en el patio trasero mientras yo los miro, sentada en las escaleras del porche. Ya no llevo el brazo en el cabestrillo, pero aún así sigo teniéndolo vendado. Prefiero no arriesgarme a otra caída. O a otro ataque del perrito de Albert.

Justo cuando pienso en él, veo que una sombra se mueve entre los arbustos del fondo y estoy a punto de salir corriendo cuando veo que asoma su cabezota gris y me mira.

Pero... no parece amenazador, de hecho, se acerca con la cabeza agachada, casi como si pusiera cara de pena.

Ni Addy ni Kent parecen muy sorprendidos cuando cruza el jardín hacia mí y se queda a mi lado. Parpadeo, confusa, cuando estira el cuello hacia mí y abre la boca. Oh, lleva algo. Me agacho para recogerlo, todavía más confusa, y lo miro mejor.

—Ugh —doy un respingo hacia atrás—. Es... ejem... una rata muerta. Qué bien.

—¡Es su forma de pedir perdón! —me dice Addy desde el otro lado del jardín.

—Ah —miro la pobre rata muerta—. Eh... mhm... gracias por eso, pero te la regalo a ti. Seguro que la disfrutas más que yo.

El perro se agacha y, como si fuera un espagueti, se la traga tal cual antes de mirarme y empezar a mover felizmente su cola de un lado a otro.

De hecho, incluso saca la lengua. Ya no parece tan aterrador, así que me atrevo a estirarme un poco y darle una palmadita encima de la enorme cabeza, a lo que él me da un lametazo que casi hace que me quede el brazo bueno lleno de saliva.

—Sí... eh... yo también me alegro de haber hecho las paces.

—Se llama Deandre —aclara Addy, acercándose a nosotros.

Kent también lo hace, pero se mantiene a una distancia prudente. Creo que Deandre le da mal rollo.

—Deandre —repito, acariciándole la cabeza cuando se tumba a mi lado y me deja una enorme pata encima del regazo—. Es... simpático.

—Tío Ramson se enfadó mucho con él cuando intentó hacerte daño —me dice Addy, rascándole la espalda, a lo que el perro mueve la patita trasera con satisfacción—. Por eso ha tardado unas horas en volver. No quería volver a asustarte y que volvieran a reñirlo.

—¿Cómo sabes...?

—Albert se lo ha dicho antes —me dice Kent, que sigue sin querer acercarse mucho por si acaso—. La verdad es que me resulta un poco difícil imaginarme a alguien riñendo a ese... perro tan grande.

A mí no. Todavía recuerdo a un Ramson considerablemente cabreado agarrando al pobre Deandre de los colmillos y hablándole en voz baja. Supongo que ahora sé lo que le estaba diciendo.

Sinceramente, no puedo culparlo por asustarse. Si a mí ese perturbado me regañara de esa forma, seguramente también saldría corriendo.

Pues a mí me pondría cachon...

Conciencia, que hay niños delante.

Perdón.

—Bueno —concluyo, señalando a Addy—. Es hora de tu baño, señorita.

—¿Ahora? ¡Me lo estoy pasando bien con Kent!

—Luego será muy tarde y tienes que cenar.

—¡Peeeero...!

—Ahora, Addy.

Ella suspira dramáticamente, pero pasa por mi lado para entrar en casa.

—Voy a vigilarla —murmuro, poniéndome de pie—. Si no lo hago, seguramente se escabulla para ir a leer.

—¡Espera! —chilla Kent en cuanto entro—. ¡No me dejes solo con el perro gigante!

Me doy la vuelta para responder, pero Kent ya está corriendo al otro lado del jardín porque Deandre lo persigue con un palo en la boca. Creo que quiere que se lo lance para ir a buscarlo, pero Kent cree que quiere asesinarlo.

Efectivamente, Addy casi ha conseguido escabullirse cuando subo las escaleras, pero termina dándose su baño y yendo a cenar conmigo, como cada día. En cuanto subimos a su habitación un rato más tarde y la meto en la cama, me dirige una miradita que me hace sospechar que sabe algo. Pero al final es solo porque quiere un beso en la frente de buenas noches.

—Oye, Vee.

Me detengo justo antes de salir de la habitación y respiro hondo antes de girarme hacia ella. Addy se está mirando las manos.

—¿Qué pasa? —le pregunto con el tono más inocente que puedo reunir.

Vuelvo a sentarme a su lado cuando veo que duda, sin decir nada. Está jugando con sus dedos. Oh, oh. Está nerviosa. ¿Qué pasa ahora? ¿Lo sabe?

—¿Crees que soy rara? —pregunta, sin embargo.

—¿Eh? No, Addy, claro que no.

—Cuando iba al colegio con los otros niños, me llamaban rara —ella pone una mueca—. Y cuando te dije lo de Amanda... me miraste como si fuera rara.

—Addy, yo no creo que seas rara —le aseguro.

—No pasa nada si lo crees —ella me mira por fin, parece un poco preocupada—. Pero... no te irías por eso, ¿no? ¿Te quedarás igual?

—No voy a irme a ninguna parte —pongo una mano sobre la suya—. Duerme un poco y hablaremos por la mañana, ya verás como mañana todo esto te parece una tontería.

—¿Tú crees?

—Pues claro que sí. Además, si tú eres rara, yo lo soy el triple. Estamos predestinadas a ser amigas.

Ella sonríe, aliviada.

—Buenas noches, Vee.

Vuelvo a arroparla y esa vez deja que salga de su habitación, apagando la luz a mi espalda. Voy directa a mi habitación, sintiéndome un poco culpable por no decirle nada, pero la verdad es que es por su bien.

En cuanto abro la puerta, casi me da un infarto al ver que Foster está esperando de brazos cruzados, dando vueltas por la habitación.

—¡Pensé que esperarías en el pasillo! —protesto, cerrando la puerta de nuevo.

—Si te hubiera esperado en el pasillo, me habríais visto al pasar. ¿Sospecha algo?

—Nada.

Me acerco a él y los dos nos quedamos junto a la pared, esperando. Foster parece algo nervioso, así que alargo la mano y le doy un ligero apretón en el antebrazo.

—Seguro que no es nada grave.

—No me gusta que haya runas tan cerca de Addy —murmura, sacudiendo la cabeza.

—Pero...

Me callo de golpe cuando los dos escuchamos la voz de Addy al otro lado de la pared. Casi al instante, pegamos las orejas en ella, mirándonos. Foster tiene el ceño fruncido, aunque sospecho que lo escucha bastante mejor que yo, que solo puedo oír un murmullo confuso.

Casi me estoy desesperando cuando, por fin, logro entender la voz de Addy.

—...nada de eso —murmura en voz bajita, casi como una disculpa—. De verdad. ¡No estoy mintiendo!

Foster traga saliva, tenso, y yo intento escuchar mejor.

—No —la voz de Addy suena como si estuviera a punto de echarse a llorar—. No, por favor. Te prometo que no le he dicho nada más. ¡Porque sabía que te enfadarías conmigo! Ella no...

Addy se calla de golpe y miro a Foster. Parece que se ha tensado todavía más.

Y, de pronto, la voz de Addy me deja paralizada.

—¿Están... escuchando? ¿Al otro lado de la pared?

Abro mucho los ojos y me separo instintivamente de la pared, pero él no se mueve en absoluto.

—¿Qué...? —chilla Addy de pronto—. ¡No, yo no...! ¡Espera!

El grito de Addy hace que ambos nos movamos instintivamente hacia la puerta, solo que Albert es el triple de rápido. Llega la habitación antes que yo y, cuando cruzo el umbral de la puerta, veo que parece que algo ha movido todos los muebles, mandando los libros, las fotos y los dibujos al suelo unos encima de otros.

Addy está llorando. Foster la tiene en brazos y le sujeta la cabeza contra su cuello, alejándose tanto como puede del círculo de runas, que en ese momento están brillando.

—No pasa nada —le está diciendo a Addy en voz baja, alejándola de ahí—. No puede hacerte daño.

Pero Addy no deja de llorar. Miro el suelo, confusa, y veo el momento exacto en que las letras empiezan a desaparecer de la hoja de papel.

—¿Estabas hablando con eso? —le pregunto a Addy con urgencia.

Ella niega con la cabeza, pero lo hace demasiado rápido. Es mentira. Y actúo antes de que mi cerebro pueda hacerme pensar en la estupidez que estoy a punto de hacer.

Me dejo caer de rodillas en el suelo, justo delante de las runas, y veo por el rabillo del ojo un movimiento en la puerta. Los detengo con un gesto de la mano al instante. Albert y Ramson.

Para mi sorpresa, me hacen caso.

Espera, ¿qué hace Ramson...? Oh, mierda. El maldito collar. Lo ha avisado.

Collar traidor.

Hay un momento de silencio en el que tanto Albert como Ramson se quedan mirando las runas con cierto gesto perplejo. Veo el momento exacto en que se dan cuenta de lo que son. Albert levanta las cejas, sorprendido, pero Ramson reacciona de una forma bastante más brusca.

—Vee, aléjate de eso —casi me grita, empezando a cruzar la habitación hacia mí.

Lo ignoro completamente y me giro hacia la hoja de papel.

—¿Eres quien ha estado hablando con Addy? —le pregunto a toda velocidad, casi sin vocalizar.

Ramson casi me ha alcanzado. Me inclino sobre la hoja, con el corazón palpitándome a toda velocidad por la tensión. Por favor, que responda rápido. Por favor, por favor...

Justo cuando noto la mano de Ramson rodeándome el brazo para ponerme de pie, dos letras aparecen en la hoja de papel. Un simple , pero hace que todos nos detengamos de golpe.

Ramson se detiene con la mano todavía rodeándome en brazo, justo por debajo del hombro, y mira la hoja de papel con una mezcla de perplejidad y desconfianza.

—Ni se te ocurra preguntarle nada más —me dice en voz baja.

Está claro que no le hago caso, ¿no?

—¿Eres Amanda? —le pregunto a la hoja de papel.

Ramson suelta algo parecido a un gruñido de frustración, pero yo solo tengo atención para la hoja de papel, donde vuelven a dibujarse las dos letras de antes.

—Es mala, Vee —me dice Addy detrás de mí, todavía en brazos de su padre—. Me... me dijo que si te decía algo... te haría algo muy malo.

—¿Qué te dijo que le haría? —le pregunta Ramson con el ceño fruncido.

A Addy se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas y sacude la cabeza. No quiere repetirlo.

—Addy —la voz de Ramson suena tan autoritaria que ni siquiera ella puede resistirse más.

—Dijo que... que la mataría... de una forma horrible.

Yo sigo mirando la hoja con los hombros tensos. Estoy a punto de decir algo, pero nuevas letras aparecen en el papel.

Si quieres encontrarme, tienes que volver al castillo —lee Albert, sacudiendo la cabeza.

—Genevieve —la voz de Ramson empieza a sonar a advertencia, pero me da igual.

—¿Qué tiene que...?

No puedo terminar la pregunta, porque Ramson ha agarrado la alfombra y lo ha cubierto todo otra vez.

Me giro hacia él, indignada y me encuentro una mirada furiosa.

—¡Estaba a punto de...! —empiezo.

—No sabes ni qué es esa cosa, ¿y tú te pones a hacerle preguntas?

—¡No es asunto tuyo!

—Sí que lo es —aclara bruscamente, y me pone de pie por mucho que yo intento resistirme.

Lo que más ridícula me hace sentir es que, mientras yo me retuerzo para que me suelte el brazo, él se limita a mirar a Albert como si nada.

—Mañana hablaremos con Vienna.

—No quiero a esa mujer cerca de Addy —advierte Foster.

—Yo me encargaré de todo —le asegura Ramson—. Deberías encontrarle otra habitación a Addy para hoy.

—¿Puedo dormir contigo? —le pregunta ella a Foster, todavía con los ojos llenos de lágrimas.

—Claro que sí —Foster le dedica una pequeña sonrisa antes de girarse hacia mí—. Vee...

—Yo me encargo de ella —le asegura Ramson.

Parpadeo, pasmada, cuando el que se supone que es mi jefe asiente con la cabeza y sale de la habitación. Pero... ¡¿no se supone que eso debería decidirlo él?!

Ramson tira de mi brazo hacia fuera antes de que pueda protestar y, por un momento, creo que me llevará a mi habitación y me encerrará en ella. Pero pasa de largo.

—¿Qué haces? —pregunto, todavía tirando de mi brazo de forma bastante inútil.

Ramson no me responde. Creo que está enfadado conmigo. El collar vuelve a estar caliente, pero no con un calor agradable, como las otras veces. Ahora, es bastante molesto.

Miro atrás. Albert nos sigue con las manos en los bolsillos.

—¡Albert, dile que me suelte!

—Yo no pienso meterme en esto.

—¿Por qué no?

—Porque prefiero no morir, básicamente.

—¡Me está secuestrando!

—No seas exagerada —murmura Ramson, y casi puedo adivinar que ha puesto los ojos en blanco.

—¿Dónde demonios me llevas?

—A mi casa.

¿Qué? De eso nada.

—Suéltame —advierto.

—No.

—Suéltame o te haré soltarme.

—Me encantará verte intentándolo.

Podría haber hecho algo épico, pero lo primero que se me ocurre es dejarme caer sentada de un golpe, obligándolo a pararse en seco si no quiere arrastrarme.

Ramson me mira, confuso, y cuando ve que estoy de pierna cruzadas en el suelo empieza a temblarle una ceja con un tic furioso.

—Ponte de pie.

—Que te den.

—Ponte de pie, Genevieve.

—¡Deja de darme órdenes, no eres mi padre!

—¡No, pero soy tu... —se corta a sí mismo por un momento— ...alcalde!

Vuelve a intentar moverme y yo me planto con más decisión en el suelo.

—Voy a llevarte en brazos —advierte.

—Pues me retorceré.

—¡No puedes quedarte aquí!

—¡Todos los demás se quedan aquí!

—¡A los demás no los han amenazado de muerte!

—¡Das más miedo tú que las runas malvadas!

Albert sigue de pie a nuestro lado. Mira la escena como si tuviera ganas de golpearnos a los dos por pesados.

—¡Dile que puedo quedarme! —le exijo, como una cría.

—La verdad, Genevieve —Albert suspira y se cruza de brazos—, es que creo que tiene razón.

Debe poder ver la palabra traición escrita en mi mirada, porque se apresura a añadir algo más para explicarse mejor.

—No sabemos qué es eso. Podría ser un fantasma. Y los fantasmas son muy imprevisibles, si te quiere a ti... deberías alejarte de él lo máximo posible.

—¿Y su casa es el único lugar al que puedo ir?

—¿Prefieres quedarte en la calle? —me pregunta Ramson, claramente irritado.

—Prefiero quedarme donde no estés tú.

—Puedo ir con vosotros —sugiere Albert—. Si hace que te sientas más cómoda.

Lo considero un momento y estoy a punto de decir que sí, pero al final niego con la cabeza.

—Quiero qued... ¡OYE, SUÉLTAME AHORA MISMO O TE ASESINO!

Ramson me ignora completamente, colgándome de su hombro como si nada. Me quedo mirando el suelo un momento, perpleja, antes de intentar moverme para que me deje. Albert nos sigue, poniendo los ojos en blanco.

—¡Bájame! —exijo.

—Si te bajo, volverás a sentarte en el suelo.

—¡No lo haré!

—No seas mentirosa.

Malditos vampiros.

—Me portaré bien —le digo en tono inocente.

—No lo harás.

—¡Sí que lo haré, ahora estoy tranquila!

—No lo estás.

—¡QUE SÍ QUE LO ESTOY!

—Alguien tranquilo no grita.

Estoy tentada a empezar a golpearle la espalda, lo confieso, pero sospecho que no serviría de nada.

Mientras bajamos las escaleras, las miro con la esperanza de que aparezcan Amelia o Foster, pero no lo hace ninguno de los dos. Ramson abre la puerta del patio trasero y yo noto el aire helado recorriéndome el cuerpo entero. Mierda. Ahora me arrepiento de no haber ido a por el abrigo.

—¡Tengo frío! —protesto.

—¿Quieres callarte ya? —protesta Ramson, a su vez.

Miro a Albert, pero él finge que no me ve mientras nos sigue por al patio trasero.

Y, entonces, mi última esperanza. Deandre aparece por el jardín moviendo la colita con felicidad. Le hago un gesto enseguida para que se acerque y él lo hace con el palo en la boca.

—¡Deandre, amigo mío! ¿Quieres que te lance el palito? ¿Sí? ¿A que sí? ¡Pues muérdele una pierna y te lo lanzo tantas veces como quieras!

Deandre suelta el palo y se acerca muy amenazador hacia nosotros, pero al instante en que Ramson le dirige una mirada furiosa, él da un respingo y se va llorando al bosque, recogiendo su palo por el camino.

Perro traidor.

Me sorprende que Ramson me deje un momento en el suelo. Estoy a punto de salir corriendo, pero me envuelve con su chaqueta para inmovilizarme, el asqueroso.

—¡Oye! —intento mover los brazos cuando me vuelve a cargar del hombro.

—¿No has dicho que tenías frío? Pues ahora no lo tienes.

—¡Pero no me refería a esto!

Suspiro y dejo caer la cabeza sobre su espalda, cansada de forcejear. Noto que su agarre en mis piernas se suaviza un poco.

—Me he quedado sin ideas —protesto.

—Ya era hora —escucho murmurar a Ramson.

—Podrías bajarme, al menos.

—Somos el triple de rápidos si no tenemos que esperarte.

Lo que más me molesta de eso es saber que tiene razón.

Al final, me limito a mirar el suelo y ver que sigue un caminito para subir la colina e ir a su casa.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro