15 - 'Las tres investigadoras'
15 - LAS TRES INVESTIGADORAS
Me alejo de la puerta, algo perdida, escuchando todavía el murmullo de la conversación de Vienna y Albert. Creo que se están despidiendo. ¿Albert tiene que irse? ¿Dónde?
¿Y... Vienna me considera su hija?
¿Y no les gusta Ramson? ¿Por qué no? ¿Es por esa pelea que vi? ¿Porque discutíamos mucho?
Bueno, yo tampoco querría ver a una hija mía casada con alguien con quien discute mucho, pero... a la vez, cuando veo a Ramson, no me entran ganas de discutir. O no inmediatamente, al menos. Lo primero que me apetece es lanzarme sobre él. El problema es cuando abre la boca. Ahí sí que me entran ganas de lanzarle algo a la cabeza.
Oh, sigo furiosa con él por lo que me ha hecho con el maldito libro original de las leyendas. O más bien por el hecho de que me ha ignorado de esa forma. Hacía mucho tiempo que no me enfadaba tanto con alguien como lo estoy ahora mismo con él y...
—¿Dónde vas, asalta-castillos?
Levanto la mirada, sobresaltada, y me encuentro a Sylvia con una expresión ligeramente divertida.
Debe verme la cara de haber sido pillada, porque esboza una sonrisita maliciosa.
—¿Estabas espiando a alguien?
—No —miento enseguida.
—Ajá.
—¿Y tú? —me pongo a la defensiva—. ¿Qué haces aquí?
—Estoy buscando un balcón para poder salir a fumar, pero esta casa es gigante —pone una mueca—. Creo que me he perdido ya dos veces.
Suspiro y le hago un gesto para que me siga. El balcón más cercano es el que está junto al despacho de Foster, a unos pocos metros. Abro la puerta y Sylvia parece satisfecha cuando ve que se trata de una terracita diminuta con un banco de tres plazas y una barandilla plateada. Da con el jardín trasero. Ahí abajo, las dos vemos a Deandre, el perro gigante y tenebroso de Albert, jugando felizmente con un palo.
—¿Quieres uno? —me pregunta Sylvia, sentándose en el banco y encendiéndose un cigarrillo.
—No, gracias —murmuro, apoyando los brazos en la barandilla—. Pensé que habías dejado de fumar.
—Bueno, vivo en una ciudad llena de vampiros que podrían matarme de un suspiro. Yo creo que por fumar un poco no pasa nada.
Sonrío un poco, pero ahora mismo tengo la cabeza demasiado llena de información y no soy capaz de digerir muy bien ningún sentimiento.
Y, claro, Sylvia se da cuenta enseguida porque noto que me mira con curiosidad mientras suelta el humo lentamente.
—A ver —murmura—, ¿quieres hablarlo o finjo que no pasa nada?
—¿Quieres escucharlo? —me extraño.
—Un buen chisme nunca está de más.
—Esto no es un chisme, son muchos chismes juntos.
—Oye, ya me has convencido, no hace falta que sigas.
Estoy a punto de hablar, pero las dos nos damos la vuelta hacia Jana cuando abre la puerta de la terraza. Está a punto de salir como si nada y da un respingo al vernos ahí.
—A-ah... hola —sonríe como un angelito.
Creo que tanto la mirada de Sylvia como la mía van directamente a la mano que Jana se esconde a toda velocidad tras la espalda.
—Hola, Janita —Sylvia entrecierra los ojos en su dirección.
—Eh... si la terraza está ocupada... mhm... puedo ir a otra y...
—¿Qué escondes? —le pregunto directamente.
—¿Yo? —suelta una risita y hace un gesto de absurdidad con la mano libre—. Nada. No tengo nada que esconder.
—Y una mierda —Sylvia se estira hacia ella e intenta quitárselo con la mano libre.
De alguna forma, terminamos forcejeando las tres entre nosotras mientras Jana intenta escabullirse con cara de horror. Finalmente, consigo alcanzarle la mano y, en un descuido, le quito lo que estaba escondiendo.
En cuanto levanto un paquete de tabaco, tanto Sylvia como yo nos quedamos mirándola con los ojos muy abiertos. Jana enrojece de pies a cabeza.
—¿Tú fumas? —pregunto, pasmada.
—¡N-no!
—¿Y para quién es esto?
—E-ejem... es... vale, puede que sea mío, ¡pero solo lo hago de vez en cuando!
Estoy a punto de decir algo, pero Jana y yo nos damos la vuelta apresuradamente hacia Sylvia cuando se pone de pie de golpe, mirándola fijamente.
—¿Fumas? —repite, y me sorprende lo enfadada que suena.
—Eh... —Jana intenta esbozar una sonrisa de angelito, pero le sale más bien una de nervios mezclándose con miedo.
—¡No me lo puedo creer! —Sylvia le frunce el ceño—. ¡Llevas desde el maldito instituto sermoneándome sobre lo malo que es fumar y sobre lo mucho que debería dejarlo!
—¡Yo no sermoneo!
—¡Sí que lo haces, eres peor que un profesor amargado!
—¡Yo no estoy amargada! —chilla ella con voz aguda.
—Vale —las corto un momento, haciendo que ambas se giren hacia mí a la vez—. ¿Alguien me puede explicar qué está pasando?
—¡Que lleva años jodiendo con que deje de fumar y ella también fuma! —Sylvia la señala, muy indignada.
—¡Solo desde hace unos meses! —se defiende Jana—. ¡Y hace mucho que no te digo nada sobre el tema!
—¡Porque ahora también te has enganchado tú!
—¡Porque tú no...!
—Como sigáis gritando —les advierto— Foster subirá y os pillará a las dos fumando en su casa.
Eso parece ser suficiente advertencia, porque ambas se quedan calladas con cara de enfado.
Pasan unos segundos en los que me quedo mirándolas. Es curioso ver la diferencia entre las dos. La ropa de Jana es una explosión de colores y la de Sylvia es azul oscura y negra. El pelo de Jana es cortito y rubio y el de Sylvia es castaño y largo. Jana tiene cara de duendecillo enfadado y Sylvia de leona a punto de devorarse a su presa.
—Bueno —murmuro, al ver que el silencio se está alargando mucho—. Estábamos hablando de chismes.
Eso parece captar la atención de Jana, porque se da la vuelta y me mira con bastante interés.
—¿Chismes? —repite, sonriendo ampliamente.
—Pero eran sin ti —aclara Sylvia.
Jana la mira, completamente dolida, y le pongo mala cara a Sylvia.
—No seas así con ella.
—Mhm... —murmura ella, sentándose de nuevo. Jana no tarda en sentarse a su lado.
Y, no sé cómo, termino contándole todo a ambas. Sylvia no me mira, pero está claro que escucha absolutamente todo lo que le digo. Está reflexiva. Jana, en cambio, suelta pequeños grititos ahogados o pone caras de horror y sorpresa cuando llego a ciertas partes de la historia.
Cuando por fin termino de contárselo, tomo una respiración muy profunda y me dejo caer a su lado en el banco, entre ambas, mirando el bosque que se extiende por delante de nosotras, a los pies del balcón. Deandre está metido en su casita de madera y puedo escuchar sus estruendosos ronquidos desde aquí. Su palo sigue bajo su patita, bien custodiado.
—Joder —murmura Sylvia, parpadeando y girándose también hacia Deandre—. Y yo pensando que mi vida era complicada.
—Ya os he dicho que era un buen chisme.
—Yo también quiero chismes así en mi vida —Jana pone una mueca.
Las tres nos quedamos en silencio cuando vemos que Deandre levanta la cabeza de golpe y se acerca moviendo la colita de felicidad a la puerta. Foster ha salido con su comida. Cuando se la pone en el plato, Deandre se toma un momento para lanzarse sobre él y lamerle la cara, entusiasmado, antes de ponerse a comer.
—Así que... conociste a Foster primero —concluye Sylvia, observándolo.
—Sí.
—Y luego ya pasó todo lo de Ramson —concluye Jana, también observándolo.
—Ajá.
—¿Y cuál te gusta más? —me pregunta Sylvia, curiosa.
—No es una competición.
—Bueno, pero siempre hay uno que te gusta más —Jana sube y baja las cejas.
—Estoy casada —les recuerdo.
—Y se supone que no somos amigas, pero aquí estamos contándonos nuestras penas —Sylvia enarca una ceja—. La vida es extraña, asalta-castillos.
Sonrío y vuelvo a girarme hacia delante. Foster ya ha vuelto a entrar en casa. Suspiro y cierro los ojos.
—Echo de menos mi vida de humana simple y aburrida —confieso.
—Podrás volver a ella, ¿no? —Jana se encoge de hombros—. Solo... tienes que encontrar a Mandy, Greg y Addy.
—No es tan fácil —murmuro—. No hay pistas. No hay nada.
—Siempre hay algo. Lo difícil es encontrarlo, sí, pero siempre lo hay.
—No esta vez. Es como si nada tuviera sentido. Y tengo la sensación de que alguien sabe todo lo que necesito saber pero no quiere decírmelo.
Sylvia, que ha estado un rato callada, de repente me da una palmadita en la rodilla y se pone de pie, mirándonos.
—Bueno, pues si ese alguien no te lo dice, tendremos que buscarlo nosotras.
Tanto Jana como yo la seguimos con la mirada cuando va directa a la puerta del balcón.
—¿Dónde vas? —pregunta Jana.
—A terminar con este estúpido caso de desapariciones absurdas de una vez. Estoy harta —nos hace un gesto para que la sigamos—. Así que vamos a resolverlo ahora mismo, perras.
Sigo sin entender nada cuando pregunta dónde está la habitación de Addy y las guío hacia ella. Se siente raro estar aquí sin Addy, especialmente con todas las cosas revueltas. Si Amelia, el ama de llaves, estuviera bien... no permitiría que todo estuviera tan desordenado. Espero que se ponga bien pronto. La casa parece tan solitaria sin ella.
—¿Qué buscas? —pregunto, cuando veo a Sylvia revolver entre las cosas que hay por el suelo—. ¿Pistas?
—No. Cierra la bocota. Y tú también, Jana.
Ella, que estaba a punto de decir algo, se calla y se cruza de brazos.
Pongo mala cara, pero ella por fin se levanta. Tiene unas cuantas hojas de papel en la mano. Estoy todavía más confusa cuando aparta unos cuantos muebles para hacer un hueco sobre la alfombra y se sienta en ella de piernas cruzadas.
—¿Vais a sentaros o me haréis esperar todo el día? —pregunta sin mirarnos.
Le pongo mala cara —otra vez— pero me siento igual delante de ella, también con las piernas cruzadas. Jana toma asiento a mi lado. Sylvia, mientras tanto, coloca una de las hojas en medio de las tres y suelta una maldición en voz baja.
—No hay nada para escribir —murmura.
—Oh, no hay problema —Jana sonríe ampliamente.
Empieza a rebuscar entre sus bolsillos gigantes y su sonrisa empieza a desaparecer cuando saca un lápiz bastante... curioso... y nos ve las caras.
—¿Qué? —pregunta, a la defensiva, agitando el pompón del lápiz.
—¿Eso es Bob Esponja? —pregunta Sylvia lentamente.
La cara de Jana se vuelve roja de golpe cuando le deja el lápiz.
—Es una buena serie —se defiende, muy digna.
Sylvia se queda mirándola un momento más antes de girarse hacia mí y carraspear, agitando el pompón de Bob Esponja cuando se coloca para escribir.
—¿Cuándo empezó todo? —pregunta.
—¿La desaparición de Amand...?
—No. Tu historia.
Eso me deja un poco descolocada por un momento.
—¿Qué tiene que ver mi historia con todo esto?
—Bueno, no hay que ser un genio para darse cuenta, asalta-castillos.
El hecho de que para ella sea tan obvio y para mí tan incógnita hace que me sienta un poco ofendida.
—Solo di lo que tengas que decir —protesta Jana—. No hagas que la gente se sienta mal.
Sylvia suspira, como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para lograr tal hazaña, y empieza a hablar:
—Todo el mundo tiene muchísimas reservas a la hora de hablarte de tu verdadero pasado. Especialmente Ramson, que es tu marido y todo el rollo... ¿no debería ser el primer interesado en que lo recuerdes todo? Y además es el alcalde, ¿por qué le da igual lo de las desapariciones? Cualquier otra persona te habría ayudado a resolver el caso solo para que pudieras volver a centrarte en recuperar tu matrimonio, pero por algún motivo... él no lo hace. Y, además, el momento en que todo el mundo deja de hablar es cuando se trata de tu pasado.
Hay un momento de silencio. Jana, que lo ha estado escuchando atentamente, asiente con la cabeza.
—Quizá... quizá hay algo de tu pasado que te hará avanzar en la investigación, Vee. Por eso no quiere que lo veas.
Mierda, tienen razón.
—Nací en 1923 —murmuro—. Dos de marzo.
—Y tu historia es la de La reina de las espinas —murmura Jana—, ¿no? Prácticamente es la misma historia.
Me quedo mirándola un momento, pasmada.
—¿E-eh...?
—Es obvio que lo es, la única que todavía no se ha enterado es ella —concluye Sylvia, apuntándolo—. ¿A qué edad se supone que conociste a Foster?
Y así empezamos a apuntarlo todo. Desde las cosas que sé sobre mi vida hasta todo lo relacionado con la investigación. Sylvia tiene una letra preciosa y bastante pequeña, pero aún así necesita dos hojas de papel para poder apuntarlo todo con claridad. Y es un poco más lenta porque está varias veces a punto de apuñalar a Jana con el lápiz de Bob Esponja. No le gusta mucho que se metan con su trabajo.
Para cuando terminamos, yo ya estoy empezando a dormirme sobre mi propio puño. Y ellas también parecen cansadas, pero al menos empiezan a leer todo lo escrito.
—Vale, ahora lo tenemos todo —murmura Sylvia—. Ya podemos comparar.
—¿El qué? —pregunta Jana.
—Los desaparecidos, por ejemplo. ¿Qué cosas tienen en común?
—Son siempre personas solitarias —murmuro yo después de un bostezo—, les gustan los libros, son los pequeños de la casa, suelen portarse muy bien y a todo el mundo le sorprende que desaparezcan...
—Y sus habitaciones estaban cerradas por dentro cuando se marcharon —concluye Sylvia, asintiendo—. En el caso de Amanda no había nada, en el de Greg había manchas de sangre en el suelo y en el de Addy...
—Es el único en el que han usado violencia y han desordenado la habitación.
—Y lo hicieron de noche, no de madrugada —nos recuerda Jana.
—Sabían que habría gente —murmuro, frunciendo el ceño.
—Sí —Jana pone una mueca—. ¿Por qué no esperarían a que estuviera sola? Hubiera sido más fácil.
Cierro los ojos, intentando no dormirme y que mi cerebro vuelva a funcionar con normalidad. Ni siquiera sé cuántas horas llevo despierta, pero me han pasado tantas cosas que siento que, si me tumbo, me voy a quedar dormida al instante.
—También es la primera vez que atacan a alguien que vive con vampiros —dice Jana, devolviéndome a la realidad.
—Foster tiene a Addy muy protegida, ¿no? —pregunta Sylvia.
—No solo Foster —murmuro—, también Albert.
—Y tú. Pero ninguno estaba en casa.
—No. Yo estaba con Rams...
Me quedo callada y abro mucho los ojos. Jana parece confusa, pero Sylvia tiene los labios apretados.
—Sé lo que estás pensando —murmura la última.
—¿Tú también lo estás pensando?
—¿Qué estáis pensando? —pregunta Jana, totalmente perdida.
—Bueno, es una posibilidad —murmura Sylvia, ignorándola—, pero no creo que Ramson...
—¿No crees que me mantuvo ocupada en ese sótano para que ninguno de nosotros volviera a casa?
Hay un momento de silencio. Noto que el corazón me late a toda velocidad. De pronto, no quiero creerlo. No quiero creer que lo que pasó ahí abajo fuera solo para distraerme pero, especialmente, no quiero creer que Ramson tiene algo que ver en todo esto.
—Ramson no es... —Jana sacude la cabeza—. Puede que sea un poco tenebroso, pero no lo veo capaz de tener nada que ver con secuestros y cosas así.
—Vale, supongamos que no tiene nada que ver —murmuro—. Aprovecharon el momento en que Addy no estaría protegida por vampiros.
Sylvia asiente, pensativa.
—Quizá pensaron que solo estaría el ama de llaves, así que tus padres les sorprendieron en el vestíbulo...
—...hubo una pelea, ellos subieron a por Addy, ella intentó escapar y la habitación terminó hecha un desastre...
—...y por eso este caso es distinto.
Jana sigue sin parecer muy convencida, pero no dice nada. Sylvia señala el papel de nuevo.
—Si asumimos que la gente que desaparece lo hace porque alguien va a buscarlos... ¿por qué los demás no ofrecieron resistencia?
Lo considero un momento, pasándome las manos por la cara, pero es Jana quien responde. Y con algo bastante plausible.
—¿Y si conocían a la persona que fue a buscarlos?
Sylvia y yo nos quedamos mirándola un momento. Parece muy orgullosa de haber aportado algo. Casi me entran ganas de darle un abracito antes de seguir.
—Quizá esa persona fue un vampiro —comenta Sylvia—, por eso no dejó ningún olor y los protectores no pudieron encontrarla.
—Entonces... —ladeo la cabeza—, ¿un vampiro está detrás de todo esto?
No sé por qué, pero mi primer impulso es suplicar que no sea Ramson.
—Es una posibilidad —murmura Sylvia.
—Entonces... ¿qué hacemos? —Jana pone una mueca de horror—. ¿Interrogar a cada vampiro de la ciudad?
—No sé tú, pero yo no me atrevo a interrogar a un vampiro. Están muy locos todos.
—Pues como los humanos.
Sylvia le sonríe y se queda mirando la hoja de papel durante un rato más, repiqueteando el pompón contra la alfombra.
La verdad es que me ha sorprendido que me ayuden tanto. No me resulta fácil confiar tanto en la gente, especialmente cuando estoy trabajando. Pero sin ellas dos no habría llegado a este punto.
No me doy cuenta de que he estado mirando fijamente a Sylvia hasta que ella levanta la cabeza y me enarca una ceja. Vuelvo a lo mío, algo avergonzada.
Bueno, admito que se me hace un poco raro mirarla después de haber fantaseado con una orgía de la incluía.
Comprensible.
Y, justo cuando estoy intentando alejar las imágenes de la orgía de mi cabeza, ella levanta la cabeza y me mira fijamente.
—¿Qué? —pregunto, preocupada. ¡¿Cómo sabe que pensaba en eso?!
—Hay algo más que no encaja —me dice, muy seria.
Ah, eso. Uf... menos mal.
—¿El qué? —pregunta Jana, curiosa.
—Según Ramson, te conoció cuando erais pequeños porque tu padre pedía dinero al suyo. Después, tu padre le pidió que cuidara de ti si le pasaba algo, pero murió y Ramson no se hizo cargo de ti hasta unos años después, cuando intentaste... ya sabes... suicidarte. En ese entonces tenías diecisiete años, ¿no?
—Sí, creo que sí.
—Bueno... se supone que conociste a Foster a los diecisiete.
—Pero eso no tiene sentido —Jana frunce el ceño—. Foster dijo que te había conocido antes que él.
Les quito los papeles para mirarlos mejor. Sylvia parece estar intentando llegar a alguna conclusión sin muchos resultados.
—No puede ser una coincidencia —murmuro.
—Eso está claro. Uno de los dos te ha mentido.
—Madre mía —Jana suspira—, ¿por qué nadie dice la verdad? ¡No es tan difícil!
—Se supone que conociste a Foster en tu época humana —sigue Sylvia—. Él dijo que fue hace ochenta años, cuando tenías diecisiete. Imagino que pasasteis una temporada juntos antes de poder decir que sentíais algo el uno por el otro... pero según Ramson, él también te conoció a esa edad. No tiene sentido.
Me paso las manos por la cara y el pelo, suspirando, y vuelvo a mirarlas al instante en que se me ocurre algo.
—Hay algo más que no encaja.
—Oh, no —Jana suspira por enésima vez—. No me digas que hay más mentiras, por favor.
—Yo... no lo sé, pero... se supone que cuando la persona que te convirtió vuelve a morderte... te transformas en vampiro.
Las dos se quedan mirándome un momento, analizándolo, y al final Sylvia murmura:
—Ramson te mordió y no te convertiste.
—Exacto.
—Puede que sea por la maldición, ¿no? —sugiere Jana—. Quizá no funciona igual.
—Bueno, hay más cosas. ¿Por qué estaba tan enfadada con él en mi recuerdo? Yo puedo ser volátil, pero nunca he sentido tanto rencor contra alguien. Nunca. ¿Qué demonios me hizo que fuera tan grave?
—¿Y por qué parece que a nadie le gustaba tu relación con él? —pregunta Sylvia—. Se supone que fue tu marido por no sé cuántos años... deberíais tener algo de confianza, ¿no?
—¿Y por qué dejé a Foster por Ramson si se supone que estaba tan enamorada de él?
—A lo mejor Ramson hizo que cambiaras de opinión —sugiere Jana—. Los temas de amor y todo eso... no son fáciles.
—No, no lo entiendes. Me conozco, ¿vale? Y sé el tipo de pareja que me gusta tener. Lo que más me gustaba de Trev es que era lo opuesto a mí. Siempre despreocupado y tranquilo, mientras que yo vivo agobiada por cualquier tontería. Y siempre he adorado eso de mis parejas. Que fueran lo opuesto a mí.
Jana frunce un poco el ceño, analizándolo.
—Foster es muy distinto a ti... y Ramson muy parecido.
—Exacto.
—Bueno... igual antes no pensabas así, ¿no?
—Puede ser, pero... no sé. Nunca me ha gustado salir con personas con mi mismo carácter. Siento que es como avivar el fuego. Lo que me gusta es alguien que sepa calmarme cuando lo necesito.
Sylvia asiente, pensativa, y recupera las hojas para mirarlas mejor.
—Lo que está claro es que uno de los dos está mintiendo —murmura—. O los dos.
—Entonces... —añade Jana—, habrá que preguntar a alguien que no sean ellos dos.
Hay un momento silencio en el que las tres intercambiamos una breve mirada de inspectoras profesionales. Al final, soy yo quien habla:
—Podríamos volver a intentar sacarles información a todos. Ellos dos incluidos.
—Entonces —Sylvia enarca una ceja—, hay que pensar en cualquier persona que pueda saber cosas de tu pasado.
—Las personas que pueden saber algo de mi pasado son Ramson, Foster, Albert y Vienna.
—Y Rowan —añade Jana—. Mi jefe. También es vampiro, protector de la ciudad... y todo eso.
—Pues toca repartirnos a la gente —Sylvia enarca una ceja.
—Yo puedo hablar con Foster y Rowan —sugiere Jana—. Son mis dos jefes, ya sabes... uno en el bar y el otro en el tema sanguinoliento y tenebroso.
—Yo puedo hablar con Albert y Vienna —murmuro.
Sylvia nos mira un momento a las dos antes de poner una mueca de horror.
—Espera, ¿a mí me toca Ramson?
—Eres su donante de sangre —le recuerda Jana.
—¡Pero no tenemos tanta confianza! Una vez intenté preguntarle por uno de sus cuadros y casi me clavó un tenedor.
—Vale —accedo finalmente—. Pues yo también me encargaré de Ramson. Si es que se digna a hablar conmigo, claro.
—Pues yo me encargaré de esto —Sylvia levanta los papeles— y de vigilar a los pesados de Kent y como se llame tu exnovio.
—Genial —Jana se pone de pie de un saltito—. ¡Pues ahora mismo hablaré con Foster y mañana en el trabajo intentaré sacarle el tema a mi jefe!
—Yo iré a por Albert y Vienna —murmuro.
¡Genial! A hablar con mis papis postizos.
Sylvia baja las escaleras para reunirse con los demás, mientras que yo vuelvo rápidamente a la habitación en la que he visto antes a Albert y Vienna. Me sorprende un poco ver que ahora solo está Vienna.
Lleva un abrigo puesto y enseguida me doy cuenta de que la temperatura en la habitación ha disminuido de forma brutal. Casi empiezo a tiritar nada más entrar en ella. Vienna está sentada junto a mi madre y tiene una mano en su frente. Está murmurando algo que hace que las serpientes de su cabeza parezcan moverse. Mamá no se mueve.
De pronto, se detiene y me dedica una mirada de desconfianza que se vuelve una de sorpresa cuando se da cuenta de que soy yo.
—No deberías estar aquí con tan poca ropa, vas a resfriarte —me dice, volviendo a centrarse en su trabajo—. Absorbo mucha energía cuando uso magia.
Es raro volver a escuchar su voz sonando tan formal cuando, hace un rato, la he escuchado hablando con Albert con una voz mucho más cálida y familiar. Casi cariñosa.
—¿Por eso hace tanto frío? —pregunto, negándome a salir de ahí.
—Sí —murmura sin mirarme—. ¿Qué necesitas, Genevieve?
Vale, si me trata tan formal es que no sabe que antes los he escuchado. Eso siempre viene bien.
—No lo sé —miento—. Estoy... un poco cansada de estar con los demás. Quería ver a mis padres. Saber si están bien.
No me malinterpretéis, sí que me preocupa el estado de mis padres. Aunque admito que no me preocupa tanto como debería porque sé que Vienna está al mando de curarlos. Además, han recuperado el color de la cara, ya no están tan pálidos y todas sus heridas parecen cerradas. Algo me dice que se van a poner bien. Lo que me entristece es saber que, cuando lo hagan, seguiremos estando enfadados.
Vienna me dedica una mirada de reojo cuando me acerco a ella. Una de las comisuras de sus labios está curvada casi imperceptiblemente hacia arriba.
—Jovencita, he pasado muchos años contigo, ¿te crees que no sé distinguir cuando mientes y cuando no?
—No lo sé. No lo recuerdo.
Vienna por fin sonríe casi tímidamente y me hace un gesto para que me siente a su lado, junto a mi madre.
Hago lo que me dice, quedando casi pegada a ella, y por fin veo lo que está haciendo. Los ojos de mi madre se mueven a toda velocidad bajo sus párpados, como si tuviera una pesadilla, y solo se detienen cuando Vienna coloca la palma de la mano en su frente y empieza a murmurar algo totalmente inconexo para mí.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, confusa.
—Está soñando sobre lo que ha pasado cuando les han atacado —me dice, sin abrir los ojos, muy centrada—. Su mayor miedo ha sido poder morir sabiendo que tú los odias. A ella y a su marido.
Admito que eso hace que mi corazón se detenga por un momento. Dedico una mirada a mi madre, sorprendida, y veo que su ligero gesto de angustia disminuye cuando Vienna vuelve a murmurar esas palabras.
Apenas unos segundos más tarde, por fin retira la mano. Mi madre descansa tranquila y apaciblemente, como si nada hubiera pasado. La temperatura vuelve lentamente a la normal y Vienna se quita el abrigo suspirando. Parece cansada.
—Aunque estés enfadada con ellos —empieza, lanzándolo sin mucho cuidado a una silla de la habitación—, no quiere decir que los odies, ¿no es verdad?
No le respondo. Hablar de mis sentimientos, especialmente cuando son en temas así, hace que me ponga a la defensiva.
—Cuando despierten, deberías hacérselo saber —aclara Vienna—. De hecho, deberías hablar con ellos. Alargar el silencio solo aumentará el enfado.
—A lo mejor quiero que aumente el enfado.
—¿Y de qué te serviría? El rencor te afecta más a ti que a la otra persona, Genevieve. Debes hablar con ellos, no solo por su bien, también por el tuyo.
Vaya, me siento como si una sabia anciana me estuviera dando consejos vitales.
Técnicamente... es justo lo que está pasando.
—Tú no entiendes lo que me han hecho —mascullo.
—¿Aceptar dinero de Ramson a cambio de cuidarte? Albert me lo ha contó el mismo día que tú te enteraste.
La miro, sorprendida, y ella parece un poco severa cuando me devuelve la mirada.
—¿A Ramson se le olvidó mencionar el detalle de que dejaron de aceptar el dinero seis meses después de tenerte en su casa?
Parpadeo, confusa, y vuelvo a mirarlos. Vienna vuelve a suspirar.
—Técnicamente, no iban a ser tus padres —aclara—. Solo algo temporal. Ramson les pagaba para que te mantuvieras alejada de Braemar hasta que recuperaras fuerzas. La idea era volver a traerte justo después para ver si lo recordabas todo, pero ellos decidieron firmar los papeles de adopción oficiales para convertirte en su hija, así que... digamos que el plan se desvió un poco.
Me quedo mirándola como si me estuviera hablando en otro idioma. Vienna tiene la misma mueca que antes al hablar de Ramson, como si no le gustara ni un poquito.
—¿Me mintió? —pregunto, fingiendo que es la primera vez que sospecho que lo hace.
Admito que una parte de mí quiere que diga que no, que no me mentiría jamás, pero Vienna se limita a poner una pequeña mueca, como si no le gustara tener que decírmelo.
—No es la primera vez —aclara.
—¿Y cuál fue la primera vez?
—Vee, querida... es un tema de conversación muy tedioso y yo estoy muy cansad...
—Bueno, yo también estoy cansada de que todo el mundo sepa cosas de mi vida y, por algún motivo, siempre tengan una excusa para no contármelas.
Creo que he usado las palabras correctas, porque Vienna se queda pensativa unos segundos antes de asentir con la cabeza, como si la hubiera convencido.
—Tú y yo nos conocimos... hace mucho tiempo —aclara finalmente.
¡Por fin un poco de información!
Asiento enseguida, instándola a que siga.
—Nos conocimos porque yo visitaba a Albert a menudo y él ayudaba a Foster en sus negocios. Como Foster y tú estabais muy unidos... bueno, fue inevitable.
—Entonces... ¿me conociste cuando estaba con Foster? ¿Era... humana?
Vienna asiente, cosa que me deja un poco descolocada.
Entonces, ¿Foster estaba diciendo la verdad? ¿Es Ramson quien miente?
Cálmate, vaquera, todavía no sabemos toda la historia.
—Erais una pareja encantadora —me asegura—. Y le caías bien a Albert, cosa que no es fácil. Creo que es porque algunas veces los ayudabas a ambos en los negocios, pero bueno... también fue porque influiste mucho en la vida de Foster. No era un chico muy... centrado, por así decirlo. Básicamente se peleaba por dinero y luego se lo gastaba en cualquier tontería.
—Algo de eso ha mencionado —murmuro, escuchando atentamente.
—Bueno, empezó a hacerlo con menos frecuencia cuando te conoció. Para el final de vuestra relación, ya lo había dejado para dedicarse completamente a los negocios con Albert. Me gustó mucho ver cómo conseguía centrarse un poco. Y cómo tú conseguías ser un poco más segura de ti misma.
—¿Yo era insegura? —casi lo chillo, pasmada.
Para mi sorpresa, Vienna tiene que contenerse para no reír.
—Mucho —me asegura—. No obstante, era por tu vida. Habías perdido a tus dos padres, no tenías dinero... en esa época las cosas eran distintas. Si alguien veía a una chica jovencita y sola por la calle no la miraba para nada más que para escupirle. Eso afecta mucho a la autoestima. Cuando te conocí estabas en los huesos y prácticamente no hablabas con nadie. Para cuando cumpliste los veintiuno y Foster y tú...
—¿Veintiuno? —repito, parpadeando varias veces.
—Sí —ella parece desconfiada—, ¿por qué?
—Yo... ¿cuánto tiempo estuve con Foster?
—Hasta que cumpliste los veinticinco, si no me equivoco, y conociste...
—...a Ramson —murmuro, pensando a toda velocidad.
Otra mentira de Ramson. Otra verdad de Foster.
Las cosas no pintan bien para ti, Romeo Gótico.
—Las cosas cambiaron cuando lo conociste —me asegura Vienna en un tono más agrio.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Bueno, empezaron las ausencias. Obviamente Foster se marchó, no quería saber nada de vosotros dos... y tú empezaste a alejarte más y más porque pasabas mucho tiempo con Ramson. Al principio, mandabas cartas a menudo. Al final... nada. Durante varios años, no supe nada de ti.
El dolor que impregna su voz hace que se me encoja un poco el pecho. Vienna aparta la mirada, como si no supiera cómo decirlo mirándome a los ojos, y traga saliva con fuerza.
—Luego Albert y yo nos enteramos de que os habíais casado —añade, sacudiendo la cabeza—. Sin avisar a nadie, en contra de los deseos de la madre de Ramson... estuve intentando contactar contigo, pero nunca respondiste a ninguna de mis cartas. Lo siguiente que supe de ti fue años más tarde, cuando me enteré de que te habías mudado a Braemar con él.
Honestamente, siento que debería disculparme con ella. Es más que obvio que le dolió mucho que la sacara de mi vida de esa forma. Y no entiendo por qué querría hacerle eso a ella o a Albert. O incluso a Foster. Yo no era así... ¿no?
O quizá sí. No lo sabemos.
—Vine a verte unos meses después de que os instalarais y... no parecías la misma persona —me asegura, mirándome por fin—. La chica tímida, sonrojada y dulce que había dejado en Francia ya no parecía la misma que vi en Braemar. Fuiste cortante, fría y apenas me miraste a la cara.
—¿Yo? —sigo sin poder creérmelo.
—Creo que simplemente querías que me fuera lo antes posible —aclara—. A tu marido no le gustaba mucho que yo estuviera ahí.
—Nunca dejaría que alguien me diga a quién puedo ver y a quién no —le aseguro.
Vienna me mira como si fuera casi tierno que intente convencerme a mí misma de eso, pero no hace comentarios al respecto.
—Incluso tu ropa había cambiado —murmura—. Vestías toda de negro. Tenías vestidos y ropa que Foster, Albert y yo te habíamos regalado unos años atrás, pero... ya nunca te los ponías. A no ser que fuera una celebración especial. Y no parecías muy feliz en ellos.
No lo entiendo, ¿los vestidos eran de ellos? Pero Ramson me dijo...
—Las cosas se calmaron un poco cuando Albert vino a la ciudad —añade ella—. Ramson pareció volverse un poco menos arisco y... estricto. Y empezó a dejar que salieras por la ciudad e incluso que hablaras conmigo a solas. Recuperamos poco a poco nuestra relación y pareció que las cosas habían cambiado. Incluso celebrasteis otra vez una boda para poder invitarnos a todos. Para entonces, Foster ya había conocido a Larissa, su esposa... y accedió a visitaros. No os vi hablando en toda la velada, pero vi algunas miraditas. Con quien sí hablaste fue con Larissa. Y os hicisteis muy amigas, curiosamente.
—¿Con... la madre de Addy?
—Era más simpática de lo que puedas creer —me asegura—. Y creo que encontró en ti el pilar que le faltaba en su vida. Te visitaba constantemente, aunque Foster no lo hacía. Él y Ramson no tenían... mucha relación.
—¿Qué le pasó a la esposa de Foster? —pregunto en voz baja.
Vienna sacude la cabeza.
—Algo que desgraciadamente pasa mucho —me asegura—. Cuando desapareciste, la mayoría pensaron que te habías ido porque habías dejado a Ramson. Casi nadie sabía nada de la maldición. Ramson había estado prácticamente suplicando a Albert que consiguiera a Foster en la ciudad para encargarse de toda la parte económica y él finalmente accedió. Larissa y él se mudaron, pero... ella empezó a obsesionarse con la magia. No estabas tú para decirle que parara y, teniendo en cuenta que eras la única a la que escuchaba... bueno, la magia terminó acabando con ella unos años después del nacimiento de Addy.
Hay un momento de silencio solo interrumpido por la lluvia que ha empezado a caer contra los cristales y las respiraciones acompasadas de mis padres.
—Foster no pareció muy sorprendido al verme el primer día —señalo en voz baja.
—No es rencoroso. Y todos sabíamos que algún día volverías —me asegura Vienna—. Es lo que tiene que Braemar sea tu hogar... que siempre terminas volviendo a él.
—Sigue habiendo cosas que no me cuadran. ¿No puedo hablar con Albert?
—Albert está... en una misión especial con unos mestizos. Acaba de recoger un transportador y se ha vuelto a marchar.
—¿Y Ramson?
—Está con él.
—¿Eh? ¿Desde cuando?
—No lo sé. Hablaste con él justo antes de que se marchara, Genevieve.
Sí, cuando pasó de mi desesperación, el muy...
Espera, el collar. ¡Puedo llamarlo con su estúpido collar!
—Gracias por contarme todo esto —murmuro, mirándola—. Significa mucho para mí. Yo... necesito saber quién soy.
—Es totalmente comprensible, Genevieve —se queda mirándome un momento más, como si hubiera algo que quisiera añadir pero no se atreviera a hacerlo, y al final se limita a esbozar una sonrisa un poco triste—. Deberías ir a descansar. Estos días han sido muy intensos.
—Sí, tienes razón.
Me quedo mirándola un momento de más en el que me da la sensación de que está a punto de decirme que me ha echado de menos, pero al final aparta la mirada y decido marcharme y dejarla tranquila.
Por las voces que oigo por la escalera, deduzco que Syvlia sigue con esos dos. Jana debe seguir con Foster. Tengo vía libre para llamar al gilipollas.
Aunque...
Mis pasos van haciéndose más pequeños hasta finalmente detenerse cuando una imagen fugaz me viene a la mente. Hace tiempo, Foster se enfadó mucho con Addy porque quiso enseñarme un dibujo. Mencionó algo de recordar.
Y él... lo guardó en el escritorio de su despacho.
Vienna no conoce unos cuantos años de lo que pasó después de mi desaparición, pero... Addy tiene que saberlo. Y quizá eso es lo que me lo dirá.
¡Mierda! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?
Giro en seco y empiezo a corretear como una idiota hacia el despacho de Foster. De hecho, lo hago tan decidida que no veo a Jana a tiempo cuando sale de él y choco de frente con ella.
—¡Oye...! —empieza ella, sorprendida.
—¡Distráelo! —siseo a toda velocidad.
Jana me mira, sorprendida, cuando veo que Foster sale tras ella y me apresuro a esconderme junto a uno de los muebles, intentando no hacer ningún ruido.
Por un breve momento, creo que Jana no me hará caso o no me habrá entendido, pero de pronto parpadea, se da la vuelta y se queda mirando a un muy confuso Foster.
—¿Necesitas algo más? —pregunta él.
—Eh... mhm... sí.
Oh, no. No contaba con que Jana fuera tan horrible disimulando.
Foster la mira con una ceja enarcada, claramente desconfiado.
—¿Y qué es?
—E-es... eh... —Jana lo mira fijamente durante lo que parece una eternidad.
Foster, el pobre, le hace un mini-gesto para instarla a seguir. Parece totalmente perdido.
—¿Estás bien? —le pregunta finalmente.
Jana me dirige una breve mirada, confusa, y yo hago lo primero que se me ocurre, que es hacerle un gesto frenético indicándole que haga algo.
Y vaya si lo hace.
Es casi automático. Jana se gira de nuevo hacia Foster y sus grandes ojos claros se llenan de lágrimas.
—¡No, no estoy bien! —le chilla con la voz ahogada por las lágrimas.
Foster se queda mirándola, pasmado.
—¿Qué pasa? —pregunta, como si no supiera qué hacer—. Yo... eh... ¿necesitas algo o...?
—¡Es que casi no me queda dinero en la cuenta! ¿De qué se supone que voy a vivir durante lo que queda de mes?
—Ah... mhm... eh... si le pides un adelanto a Rowan, estoy seguro de que...
—¡Si le pido otro adelanto, se enfadará conmigo!
El pobre Foster parece más perdido a cada frase incorrecta que dice.
—¿Y si te presto dinero y ya me lo devuelves cuando quieras?
Jana lo mira con los ojos exageradamente abiertos y llenos de lágrimas, llevándose una mano de forma muy dramática al corazón.
—¡NO QUIERO LIMOSNAS!
—¡No son limosnas! —le asegura Foster, que ha dado un respingo por el grito—. E-es... no sé... un adelanto y...
—¡HE DICHO QUE NO QUIERO!
—¡VALE! ¡Olvídalo! Voy a hablar con Rowan para que te dé otro adelanto y así no tendremos problemas, ¿vale?
—¡NO QUIERO QUE HABLES CON ÉL!
—¿Y qué se supone que quieres de mi, Jana?
Ella lo piensa un momento antes de gimotear dramáticamente otra vez.
—¡Dame un abrazo!
No le da tiempo a responder. Antes de que Foster pueda reaccionar, lo atrapa con los brazos y prácticamente lo ahoga contra su cuerpo. Foster se queda tieso como un palo por unos segundos antes de devolverle torpemente el abrazo, dándole palmaditas incómodas en la espalda.
Jana, mientras emite sonidos de persona que está llorando, lo gira estratégicamente para que le dé la espalda al despacho. Le sonrío ampliamente cuando consigo entrar en él sin que Foster se entere, a lo que Jana me levanta los pulgares alegremente.
—¿Estás mejor? —le pregunta Foster al notar que se ha relajado.
A lo que ella, claro, reanuda los llantos. Foster vuelve a abrazarla rápidamente, como si no supiera qué otra cosa hacer.
Pobre hombre.
Un mal necesario. ¡Ve a por la maldita hoja!
Ah, sí, perdón.
Voy directa a su escritorio. Esto tiene que ser rápido. Abro el primer cajón, pero no tiene nada interesante. Aunque es verdad que tampoco quiero registrar sus cosas sin su permiso. El segundo cajón. Nada. Tiene un montón de documentos, eso sí. Y dudo que pudiera entenderlos aunque me pasara el día entero con uno de ellos. Demasiados números.
Y, por fin, cuando llego al tercer cajón... veo el dibujo.
Está girado, pero Addy siempre firma sus dibujos por la parte de atrás. Les pone su nombre en una esquina con una pintura morada. Y ese la tiene.
Oh, Addy... tengo que salvarla como sea. No puedo soportar la perspectiva de verla herida. No puedo.
Doy la vuelta al dibujo, un poco asustada, y me quedo un poco confusa al ver lo que contiene.
Una chica con un vestido ligero y verde, con flores cosidas en él, que tiene a un hombre de camisa blanca y pantalones azules al lado. El hombre tiene el pelo castaño tirando a rubio, mientras que la chica lo tiene castaño muy oscuro, casi negro. En medio de ambos, está una niña de pelo del mismo color que el hombre que tiene un vestido casi idéntico al de la chica y que sostiene una mano a cada uno. Addy le dibujó una gran sonrisa y puso corazones por todas partes.
Pero la frase que más miedo me da es la que está justo encima del dibujo.
Papá, mamá y Addy.
—¿Era necesario pedirle a Jana que me montara una escena de La rosa de Guadalupe para colarte en mi despacho?
Levanto la mirada de golpe y siento que toda mi cara de vuelve roja al ver a un bastante molesto Foster mirándome fijamente.
Tiene los brazos cruzados y la camisa arrugada por culpa de Jana. Y ahora también una marca de maquillaje corrido en el hombro. Tengo que contenerme para no reírme.
—Eh... —empiezo, buscando excusas.
—A estas alturas, Genevieve, podrías haberme pedido el dibujo sin más. Te lo habría dado.
—¿En serio? —sueno bastante desconfiada.
—Pues sí. Prácticamente lo sabes todo, ¿no? Qué más da.
Me pongo de pie con el dibujo en la mano. Cuando se lo enseño, Foster se tensa un poco y lo mira. Hay unos momentos de silencio.
—¿Quiénes son? —pregunto, aunque es más que obvio.
—Oh, vamos, no necesitas preguntarlo para saberlo.
—Pero quiero que me lo digas.
Foster aprieta un poco los dientes antes de mirarme por fin a los ojos. Parece muy tenso.
—Addy, tú y yo.
Me quedo mirándolo, confusa, y me obligo a apartar la mirada para centrarme. Si me mira así de fijamente no puedo centrarme en pensar. Y ahora necesito pensar.
—¿Por qué no dibujó a Larissa? —pregunto finalmente.
—Porque vio una foto nuestra de cuando tú y yo... —se corta y sacude la cabeza, quitándome el dibujo para mirarlo mejor—. En fin, quiso dibujarla. Y como su madre acababa de fallecer... supongo que quiso dibujarte a ti.
—Aún así, debería haber podido dibujar a su madre.
—Vee, Larissa nunca... nunca fue una gran madre —me lo dice como si se sintiera mal al confesarlo—. Apenas hablaba con Addy. De hecho, ni siquiera quiso amamantarla o se preocupó de su bienestar cuando era un bebé. Prácticamente, siempre hemos sido Addy y yo.
—¿Y qué tengo que ver yo en esto? —insisto, a la defensiva.
—Larissa se pasaba el día hablando de lo maravillosa que eras, Addy había visto miles de veces los álbumes de fotos... yo nunca le hablaba de ti, pero se enteró por cualquiera de que habíamos estado juntos. Y... bueno, supongo que siempre quiso que volvieras para tener una madre... ya sabes... que la quisiera, que la cuidara. Tú eras lo más cercano a eso, incluso sin conocerte.
Me quedo mirándolo un momento, intentando digerirlo, y Foster carraspea cómo si no supiera qué más decirme. Al final, trago saliva y aparto la mirada. Demasiada información en tan poco tiempo. No sé cómo tomarme nada.
—Tengo que irme un momento —aclaro finalmente.
Foster parece algo confuso cuando me sigue con la mirada hasta la puerta, pero da un respingo cuando lo señalo de golpe.
—Y no te enfades con Jana. Ha sido idea mía.
Vale, otra cosa aclarada. Hora de intentar hablar con el gilipollas de una vez.
Entro en mi habitación un poco más tensa de lo que debería estarlo antes de intentar hablar con alguien con quien estoy enfadada y rebusco en mi bolsillo, dando vueltas. Seguro que me ignorará. Y me voy a cabrear más. Y voy a empezar a patear cosas imaginándome que tienen su cara.
Pero... que no sea por no intentarlo, ¿no?
Me acerco el collar a los labios y me quedo mirando la ventana un momento, pensativa. ¿Debería ser agresiva o suave? ¿Cómo demonios me hará más caso?
Al final, digo lo primero que me viene a la cabeza:
—Ramson, necesito hablar contigo. Mhm... es un poco urgente.
Me alejo el collar de los labios. No noto un gran cambio en él. A lo mejor es porque no lo llevo puesto y por eso no ha funcionado, ¿no?
De todos modos, me quedo ahí dando vueltas como una idiota, esperando, esperando... a ver si aparece o no. La verdad es que apenas han pasado unos segundos, pero algo me dice que es muy poco probable que lo haga.
Y sigue sin hacerlo...
Y sigo dando vueltas sin rumbo fijo por la habitación...
Vale, se acabó, no va a ven...
Me doy la vuelta de golpe cuando detecto, por el rabillo del ojo, un ligero estallido de luz. No puedo evitar quedarme un poco pasmada cuando veo que Ramson ha aparecido junto a la puerta y se guarda una... ¿una piedra? En el bolsillo.
Estoy tan sorprendida que, por un momento, no me acuerdo de que estoy enfadada y estresada y solo puedo fijarme en una cosa.
—¿Por qué te guardas una piedra en el bolsillo?
Ramson tiene la misma expresión indiferente que he visto en él hace unas horas, cuando tocaba el piano. Honestamente, me empieza a enervar un poco.
—No es problema tuyo —aclara.
Ah, no.
No, no, no, no.
Es decir... me ignora, sabe cosas que no quiere decirme, me miente, me mira como si fuera idiota... ¿y ahora se atreve a hablarme así?
De eso nada.
—¿Qué has dicho? —le pregunto en voz baja.
Creo que se da cuenta de que, más que una pregunta, es una advertencia, porque su semblante indiferente empieza a desmoronarse un poco. De hecho, incluso da un pequeño paso hacia atrás.
—Ya me has oído —replica, aunque no suena tan seguro.
—Sí, te he oído perfectamente. ¿Y tú? ¿Tienes algún problema en el oído? ¿Por eso hace unas horas me has ignorado de esa forma?
Ramson abre la boca y vuelve a cerrarla. Creo que no se esperaba pillarme así de enfadaba.
Bueno, que se joda.
—Te he respondido —replica.
—¡No, me has ignorado!
—Te he dicho que no te daría ese libro. Te he respondido.
—Pero... ¿es que te da igual que la gente está desapareciendo? ¿Que Addy no esté? ¿No te preocupa ni un poco? ¿Es que eres un puto monstruo o simplemente solo piensas en ti?
Veo que su expresión se crispa un poco con eso último.
—¿Y qué quieres que haga? —pregunta bruscamente—. ¿Que te siga el juego en esta absurdez? ¿Te crees que vas a conseguir encontrar a alguien?
—¡Por lo menos lo estoy intentando! ¡Y los demás me están ayudando! ¡Es mucho más de lo que puedo decir de ti!
Uuuuh, eso ha dolido. Lo veo en su expresión.
—Solo me preocupo por ti —aclara.
Vale, esta conversación va a terminar como todas las otras. Ya lo veo venir. Yo seguiré enfada y él seguirá sin ceder.
Con Ramson no funciona enfadarse, ya lo he notado. Así que toca cambiar un poco la estrategia. El problema es que, aunque se me ocurren varias, ninguna termina de convencerme.
Y, al final, me dejo llevar por la más estúpida: la de la damisela dramática.
—Me has mentido —lo acuso, con voz dolida.
Me sorprende lo real que ha sonado. Creo que, en el fondo, me ha dolido mucho más de lo que quiero admitir.
El efecto es casi inmediato. Ramson cambia su postura defensiva a una casi... asustada.
—¿Eh? —murmura, mirándome fijamente.
—He estado preguntando sobre mi pasado.... ¡y me mentiste! Nada de lo que dices encaja. ¡Nada!
—No, Vee... —empieza, claramente pensando a toda velocidad—, yo no...
—Sí, tú sí. Me has mentido. ¿Cuántos años tenía cuando nos conocimos? Porque tú dices una cosa y todos los demás dicen otra. Y tampoco mencionaste nada de Foster. ¿Es que solo me cuentas lo que crees que puedes usar a tu favor?
—Yo... no...
—¿Sabes lo que piensa todo el mundo, Ramson? Que no me dices nada porque tienes algo que ver con todo esto. Y yo quiero creer que no es real, de verdad que quiero, pero cada vez es más difícil. No se me ocurre otra razón por la que no quieras ayudarme a encontrar a los desaparecidos.
Hago una pausa, acercándome a él. Ramson ni siquiera se mueve. Es como si hubiera entrado en cortocircuito.
—¿Tienes algo que ver con las desapariciones? —le pregunto directamente.
Él abre los ojos de golpe, casi ofendido.
—¿Quién demonios te crees que soy?
—¡No me has respondido, Ramson! ¿Sabes dónde están los desaparecidos o no?
—¡No!
—¡Pues júralo!
Eso lo deja descolocado por un momento, dudando.
—Lo juro —se limita a decir.
—No —lo corto enseguida, señalándolo—. Sé cómo funcionan los juramentos por aquí. Albert me lo enseñó. Si no los cumples, pierdes algo muy querido. Así que hazte una cruz en el corazón y júrame que no sabes dónde están o no voy a poder creerte, Ramson.
Hay unos momentos de silencio que, honestamente, me parecen una eternidad. Él se limita a mirarme fijamente mientras yo intento adivinar qué le pasa por la cabeza.
Al final, por fin, se lleva una mano al corazón y dibuja una cruz, apretando los labios.
—Te juro que no sé dónde están —murmura en voz muy baja.
Doy un paso atrás, un poco más aliviada. Necesitaba saber que él no tiene nada que ver. La perspectiva ha estado atormentándome desde hace demasiadas horas.
—Entonces —murmuro—, ¿por qué no me ayudas?
—Porque no... no quiero que te pongas en peligro, Vee.
—Me voy a poner más en peligro si no me ayudas, porque voy a tener que volver a ese castillo a hablar con ese fantasma.
Bueno, él no sabe que ya lo he hecho. Así que podemos usarlo a nuestro favor.
Ramson aparta la mirada. Tiene la mandíbula tensa. De nuevo, parece estar intentando pensar en algo para hacerme cambiar de opinión, pero creo que no se le ocurre nada.
—Está con el humano mayor de la ciudad —murmura finalmente.
Lo miro, extrañada.
—¿Eh?
—El libro original de las leyendas —me dice en voz baja, sin mirarme—. La tradición es que lo guarde el humano más viejo de Braemar.
Me quedo en blanco un momento antes de que mi cerebro empiece a funcionar a toda velocidad y lo miro con los ojos muy abiertos.
—¿Y dónde vive?
—Conoces a su nieto, pregúntale a él.
—¿Kent? —pregunto con voz chillona—. ¿Es la abuela de Kent?
Ramson asiente casi imperceptiblemente.
Estoy a punto de darle las gracias o de decir que sabía que podía confiar en él, pero... de pronto, me doy cuenta de que ya no confío en él. En absoluto.
Así que me limito a mirarlo un momento más antes de pasar por su lado y salir de la habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro