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05|El baile real.

Me pongo de pie y dejo la comida sobrante en la extensa mesa para que los sirvientes se hagan cargo de recogerla. Me dirijo hasta el sirviente y situándome frente a él, busco mi voz firme para hablarle.

— Creo que debemos platicar— digo y tengo que apresurarme porque ya empiezo a tartamudear por los nervios nacientes dentro de mí.

No sé por qué el hecho de la proximidad entre nuestros cuerpos altera sutilmente mis sentidos, lo que origina que mis latidos se aceleren.

Él con la postura lo más erguida posible, asiente con la cabeza y salgo de allí en dirección al gran salón, con el joven caminando detrás mío.

Mi Nana se incorpora a mi lado con Copito en brazos. Le miro siendo consciente de la reprimenda que quiere darme, pero mantiene silencio, su mirada me es suficiente.

No encuentra bien que me dirija hacia el gran salón, en compañía de un sirviente.

Yo por mi parte, no lo consideraría respetuoso, pero lo considero necesario.

Nana suelta todo el aire que lleva conteniendo en sus pulmones y no aguanta más.

—No deberías quedarte sola con el castillo apenas iluminado en compañía de un sirviente. La idea no agradará en nada a vuestro padre.—susurra a mi lado, a pesar de intentar sonar firme y decidida.

—Mi padre no tiene que saberlo—musito y relajo el rostro. Le ofresco una sutil sonrisa.

»No tienes que preocuparte, estaré bien.

»Ve a descansar.

En sus ojos veo reflejado el enorme esfuerzo que está asiendo por mantenerme aquí.

—Pronto estaré arriba—le tranquilizo. Nana no hace más que asentir y tomar rumbo a las dobles escaleras.

Detengo con brusquedad mis pasos al quedar situada frente a las enormes puertas que dan con el gran salón. Me giro pensativa. Y fuese cual fuese la idea que tenía en mente, se esfuma en cuestiones de instantes. Me percato de que el aliento del sirviente chica con mis labios. Me detengo a observar el cómo su pecho se amplia y contrae con cada respiración.

Elevo mi rostro y le miro a los ojos, conservamos un tanto la misma estatura por lo que me resulta sencillo mirarle a los ojos directamente. Cambio la mirada en el mismo instante en que lo miro, sus ojos tornados de azul me penetran hasta el alma con tan solo una mirada.

Los latidos de mí corazón son tan fuertes e intensos que sospecho que él podrá escucharlos. Distingo una leve sonrisa que se ha formado en su delicado y marcado rostro. De un momento a otro me olvido de la situación que nos rodea y por lo que le he traído aquí.

Escucho a alguien carraspear con fuerza, con intenciones de ser escuchado, desde lejos proveniente de una tercera persona. Me incorporo en mi lugar con naturalidad y tomo una prudente distancia del joven, a pesar de que las puertas del salón cerradas me dificulten la tarea.

— ¡Lord Roman! — expreso casi en un grito por la sorpresa. El anciano se reverencia ante mí presencia y se marcha en dirección a los dormitorios de la servidumbre.

—Buenas noches, princesa—expresa desde la distancia.

— Esmeralda— la grave voz del sirviente causa un sobresalto en mi cuerpo. Ha pronunciado mi nombre tan casual, sin epíteto y no sé porque pero me ha removido algo dentro al escucharlo mencionar mi nombre, simplemente mi nombre.

Recuerdo cómo se respira y dirijo mis pasos hacia el jardín, para evitar más interrupciones innecesarias. Cuánto antes converse con él sobre el tema de la anciana de la aldea, antes podré volver a la cama; ya que mañana se realizará el baile en honor a la llegada de Otoniel al castillo y debo encontrarme en plenas condiciones.

—¿Qué viste la mañana en la que me encontraste en el jardín?— le pregunto dejando los rodeos de lado.

Él, respira pesadamente para formular la más estúpida de las preguntas, la que menos me espero que formule:

—¿Qué querías que viera?— sonríe con arrogancia y la molestia que siento por su repentina insinuación no es tan grande como el cosquilleo que recorre mi estómago al verlo sonreír de esa manera.

—Primero, olvidas comportarte como lo que eres, un sirviente que debe respetar a los nobles para los que trabaja, y luego, vienes como todo un arrogante varón y se me insinua olvidando con quién estás hablando — le digo algo indignada, y sin querer me siento miserable por dar a reconocer nuestros lugares en este castillo, me he expresado como una arrogante princesa, lo contrario a lo que realmente soy. Mascullo frustrada una maldición que no llega a escuchar.

— Ha sido usted quién me ha indicado seguirla, aproximándose demasiado a mí. Creo que a la realeza se les tiene prohibido "charlar" con los sirvientes a solas— expresa indignado en la misma medida  enmarcando con notoriedad la palabra charlar.

— Y ha sido usted quién me ha faltado al respeto, a su princesa— le expreso aumentando el tono de mi voz y de su rostro solo sale una divertida sonrisa.

« Maldita sonrisa »

Me indigno ante la repentina reflexión que hace mi mente al recordarme que no vine aquí para que el joven me pusiera los nervios de punta y discutir con él algo que claramente no tiene sentido para mí, sino para aclarar el asunto de mi poder.

Ante el silencio que nos abraza, prosigo a decir calmada.

— Me gustaría que reservase los temas que usted ve y oye dentro de los muros del castillo, en vez de andarlos contando por ahí.— me pongo en marcha y camino por su lado con intenciones de volver a la fachada y descansar para el día de mañana. Sorpresivamente soy interceptada por él, y esta vez no ha sido su voz, más bien han sidos sus manos que me sujetan del brazo izquierdo impidiendo mi avance hacia el interior.

Mi mirada se posa en su fría mano que contiene a mi delgado brazo entre los dedos.

— Hay algo de lo que debería de hablarle — confiesa y siento la necesidad en su voz más no alcanzo a verle el rostro, debido a mi prisa por salir del jardín, y es lo que hago luego de asegurarle que ya habrá un oportuno momento para ello.

***

Observo a mi madre escoger con suma cautela el vestido que usará hoy en la noche para asistir al baile. Siempre ha tenido esa actitud de preocuparse horriblemente por el atuendo con el que se mostrará a la nación, solo que está mañana le resulta más difícil que de costumbre.

—¿Por qué tanto agobio—le pregunto. Mi madre que mira el vestido que lleva puesto con horror, levanta la mirada y me observa a través del espejo.

—Esta noche, es muy importante...tengo el presentimiento de que algo magnífico saldrá de ella—menciona y por su tono de voz pareciera que alucina producto de sus pensamientos.

Me quedo en silencio por un rato. Presiento que el tiempo pasa cada vez más rápido porque la hora del almuerzo se aproxima y no ha transcurrido mucho tiempo desde que me he levantado.

—El príncipe de la provincia Blanca estará en el baile. Le hemos invitado a quedarse en nuestro castillo para que descanse una vez finalizado el baile.—eleva sus cejas poniéndole interés a lo que ha dicho.

Y me quedo pensando en ello todo el rato en el que mi madre tarda en escoger el vestido.

Hoy conoceré a Maxwell.

***

La noche más esperada de todo Greenworld llega. Los lujosos carruajes se pasean frente al gran palacio de Dry Leaves dejando allí a los privilegiados invitados. Por fin, nos acercamos al palacio, el carruaje del rey y la reina de Greenworld, seguido del carruaje en el que vengo yo junto a mi Nana.

—Sus majestades, el rey y la reina de Greenworld acompañados por la por su hija, la princesa. —es anunciado y frente a nosotros se abre una gran puerta que da al salón de baile del castillo.

Quedo deslumbrada por tan hermosa decoración. Todo cubierto de diversas flores rojas, seis deslumbrantes 'chandeliers' que cuelgan sobre el amplio salón y el despliegue de tejidos lujosos, además de los hermosos vestidos que portan cada una de las invitadas.

De inmediato las miradas de los presentes se dirigen hacia nosotros. Alegres saludamos mientras escucho a varias señoritas halagar el hermoso vestido verde que lleva puesto mi madre, mientras avanzamos entre las personas. Uno que otro miembro del Concejo Real se acerca para saludarnos, y le piden información a mi madre sobre la preparación que estoy recibiendo.

—El Concejo no me quitará la vista de encima de toda la noche, madre—le susurro con disimulo.

—Demuéstrale que eres capaz.—dice en un intento de tranquilizarme, logra todo lo que contrario.

Transcurre un período de tiempo en el que nerviosa, le saco cualquier tema de conversación a mi madre, sus no ha dejado de saludar a reyes de las provincias. La provincia Blanca aún no se presenta.

Hacen acto de presencia el Rey y la reina de Dry Leaves acompañados por mi mejor amigo, el príncipe Otoniel. Dan por iniciada la celebración.

Intercambio miradas con Otoniel desde lejos cuando apenas noto su mirada sobre mí. No duda en acercarse a mi posición.

—Cada vez quedo más maravillado por la gran belleza de la que es dueña mi mejor amiga—me halaga y sonrío.

—Tú no te quedas atrás. —Otoniel suelta una ronca carcajada. De inmediato la mirada de su madre está sobre nosotros, luego observa a mi madre, intercambian sonrisas y vuelven a sus respectivas conversaciones con otros invitados.

— Bienvenido nuevamente a la vida de heredero, Príncipe— bromeo y tomo sus manos entre las mías.

»Serás excelente en ello.—le brindo apoyo, porque sé lo que le teme a no ser lo que sus padres esperan que sea.

— Me alegra mucho verte de nuevo, princesa.

—A mí muchísimo más.

—¿Me concedes el primer baile?—pregunta con ironía y diversión en su ronca voz varonil. Sabe que le diré que sí.

— No tienes siquiera que preguntar.

Otra carcajada se hace sonora para los oídos de los demás invitados. Otoniel le dedica una mirada a los músicos con la que le trasmite el mensaje.

La música resuena en todo el ancho y largo del salón.

De inmediato Otoniel y yo marcamos los pasos y varias parejas se dirigen al centro donde bailamos nosotros, uniéndose a la danza.

—¿Qué tal le ha ido con Copito?— pregunta Otoniel una vez que tomándome de la cintura me guía en  nuestros siguientes pasos y yo le acompaño.

— Muy bien, debo decir, es agradable su compañía— respondo para realizar el intercambio de pareja y durante los próximos pasos volver junto Otoniel.

Mi madre me hace señas con las manos e intento, en medio de las vueltas que Otoniel me da por la pista de baile, seguir la dirección que sus manos señalan.

Ahí está el príncipe Maswell, parado al pie de la doble escalera con su mirada fija en mi baile con Otoniel. Nuestras miradas se unen al girar quedando en el mismísimo centro de su campo de visión.

—¿El príncipe Maswell de la provincia Blanca?—pregunta Otoniel con curiosidad y opaca por completo la figura de Maswell detrás de él. Aún continuemos el baile. Aunque desearía ir con mi madre a presentarme.

—¿Le conoces?

—Estudió en la Academia, se graduó el año pasado. Es interesante que te interese.

—¿Por qué lo dices?

—Creo que su personalidad es todo lo que no te agrada en un chico.

Observo con disimulo a Maswell que aún no se mueve de su lugar. Levanta ambas cejas con interés al notar mi escrutinio. Levanto mis labios en una sonrisa. Cuando creo que me devolverá el gesto la madre de Otoniel pide atención a sus siguientes palabras. La música cesa.

Todos los presentes nos dirigimos hasta el inicio de la escalera doble, a la vez que la reina del otoño a unos veinte escalones se dispone a hablar.

— Como todos saben, esta ceremonia ha quedado inaugurada con la llegada del príncipe de otoño Otoniel III, quien se ha graduado de la Academia Real de Príncipes y Princesas de Greenworld, pasando así a su correspondiente ciclo de preparación para gobernar la nación de Dry Leaves, como legítimo heredero al trono.— dice y proseguimos a aplaudir.

» Como uno de los requisitos planteados para todo heredero ser coronado, está el hecho de contraer matrimonio con una Princesa, y dada la presencia de los reyes del cercano reino de Greenworld, no he encontrado mejor ocasión para anunciar el pronto casamiento entre nuestros príncipes, que este momento...La princesa Esmeralda II y el príncipe Otoniel III, se casarán—  termina por decir, la madre de Otoniel aún con más entusiasmo que antes.

Otoniel queda a mi lado tan perplejo como yo ante tal confesión tan fuera de lugar, al tiempo que aplausos se espanten por todo el salón. Solo soy capaz de mirar a mi madre en busca alguna pizca de resentimiento, lo cual no encuentro.

«¿Casarme con Otoniel?»

Hace unos instantes mi madre me instaba para que notara la presencia del principe Maswell y en estos momentos evita a toda costa el contacto de nuestras miradas mientras sonríe a su alrededor.

—Creo que me he agotado mucho durante la primera hora— susurro y optó por marcharme con un confuso sentimiento de traición e indignación consumiendo mis huesos.

No reparo en que apenas conozco el castillo y el camino de vuelta a la entrada del mismo, tampoco reparo en la soledad que me acompaña y el frío que azota mi cuerpo una vez fuera del salón. Los ventanales de todo el pasillo se encuentran abiertos permitiendo el paso de la fuerte brisa de la noche. Por lo que tengo entendido, siempre hay mucho viento en esta provincia.

Son muchos los candelabros que iluminan el pasillo que se abre paso ante mí.

—Princesa Esmeralda—pronuncia una voz varonil desconocida a mis oídos. Ha salido del salón de baile. Me giro y observo a Maswell caminar hacia mí posición.

Repaso su cuerpo. Tiene hermosas y marcadas facciones varoniles. Sus brazos son fuertes y musculosos. Su estatura me supera en varios centímetros. Debido a la distancia no tengo que levantar la mirada para mirarle a los ojos.

»¿Se encuentra bien?—su tono preocupado me causa interés.

—Solo estoy un poco agotada.—respiro con profundidad para que mi tono no suene indignado.

«Sí es que Otoniel es como un hermano para mí»

—Podrías subir a una alcoba— propone Otoniel saliendo del salón. Ha alcanzado a escuchar mi expresión.

»Sabes que siempre que quieras puedes quedarte—continua. Está posicionado al lado de Maswell quien no ha dejado de mirarle.

—Creo que será mejor volver a casa.—musito y le dedico una última mirada a ambos.

Otoniel tiene el rostro serio. Con sus gesto endurece aún más la expresión de su mirada. Maswell a su lado, ladea una sonrisa de lado.

—Iré detrás de ti—expresa con su voz melosa.

»Nos vemos en el castillo.

El rostro de Otoniel es un poema. Me marcho sin más.

Cuatro horas dura el tardío viaje de vuelta al castillo.

Mis padres se disculparon con la Reina Teodora y me han seguido a por una explicación de mi comportamiento.

Una vez dentro del castillo se me hace imposible ignorarlos. Pero yo por lo bajo, solo se limito a mirarle a los ojos mientras lágrimas abundan en los míos.

— Vamos hija, por favor, no digas que no lo viste venir..

—¡Claro que no lo ví venir, padre! — grito exhausta interrumpiendo sus palabras.

—Escúchame bien, Esmeralda,—hace una pausa para llenar sus pulmones de aire—no voy a permitir que te comportes como una niña mimada. Es tu deber casarte, y no quiero objeciones.— dice alzando el tono de su voz lo que causa un sobresalto en mi cuerpo. Las lágrimas no aguantan más dentro de mí.

Como cascada se deslizan por mis mejillas y mi madre no es capaz de tartamudear palabra alguna. Dirijo mi mirada hacia ella y busco a la madre que cuenta conmigo, que me entiende, pero no hay rastros de ella.

Bajo la mirada e indignada me marcho hacia mi habitación en compañía de Nana, que intentaba consolarme, pero ¿quién podría advertirme sobre los planes de mis padres?

Nadie, ni siquiera yo, podría objetar en contra de sus decisiones. Contraer matrimonio es ley, y aunque me duela más temprano que tarde debo terminar por aceptarlo, sobre todo después de mis padres haber tomado cartas al asunto por ellos mismos.

Siendo fructífera la amistad yacientes entre nosotros , ¿cómo es posible que pensaran que podría sentir sentimientos de amor hacia él como para casarme?.

Es solo conveniencia de mis padres, no pueden pensar en nadie más que el bienestar del reino, y con este no deseado casamiento, mi reino quedará unido para siempre en íntimos lazos a la provincia de Dry Leaves.

El castillo, con apenas pocas luces encendidas brinda una vista esombrecedora ante mis ojos. Mi triste ánimo me dirige sin más al alcoba y tras quedar allí encerrada me decido a dormir, así cuando despierte todo habría sido un mal sueño.

«Que ilusa»

***

Sabía que me ibas a encontrar— proclama la voz de una anciana, es la anciana de la aldea,—eres únicamente esplendorosa— prosigue diciendo, mientras mi confusión aumenta— las hadas deberían de estar celosas, eres mucho más que todas ellas juntas, Reina de la naturaleza verde;

» Es una lástima que un amor prohibido persiga a las nacientes reinas de la naturaleza verde.

La anciana empieza a reír escandalosamente y yo, aturdida, deseo con ansias salir de este pequeño espacio que me aprisiona cada vez más.

....

Sobresaltada despierto del horrible sueño, las gordas gotas de sudor recorren mi rostro y prosigo a levantarme de la cama. Llevo mi camisón favorito que no recuerdo haberlo puesto en mí; busco agua pero la jarra se encuentra vacía, por lo que me veo obligada a bajar a la cocina; con un poco de suerte podré encontrarme con algunas cocineras.

Al salir observo cautelosa el oscuro y silencioso pasillo. Procedo con un candelabro en las manos a avanzar en busca de una jarra con agua. Bajo con cuidado las dobles escaleras.

La oscuridad empieza a desesperarme.

—¿Dónde estás, donde estás?— pregunto en lo que recorro toda la cocina. Sin darme cuenta choco en contra de una persona.

Con el corazón y la respiración acelerada dirijo mis manos hasta acercar el candelabro al rostro de dicha persona para expresar,— ¿Usted?

Me decido a observar el delicado rostro de la figura masculina que yace  frente a mí. Me detengo con el ceño fruncido en un punto clave e intrigante.

—Espere, sus orejas son...¿puntiagudas?.

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