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05|Aceptando secretos

Janna observa hacia todos lados, pero no con preocupación. Distingo en su mirada pícara que solo intenta ponerme de los nervios con este asunto. Me muerdo una de mis mejillas internamente en espera por sus palabras, tal vez una reprimenda de su parte por haber hecho aquella pregunta.

—¿Has mencionado a los elfos?—su pregunta llega junto con el tono inquietante de su voz.

Niego con la cabeza gacha repetidas veces, aunque en un lapso de tiempo lento. Intento ponerme yo mismo un castigo por sacar dicho asunto de conversación. He hecho un juramento que hoy, el día menos esperado, he quebrantado en cuanto he tenido oportunidad.

—Sé que no debí siquiera pensar en ello—me corrijo ante la mirada autoritaria de Janna. Sus delicadas manos van hacia mis hombros y aligeran el peso sobre ellos, cuando expresa:

—No le contaré nada a vuestro padre sobre tu expresión anterior. Si te diré algo para sacarte esa pequeña duda. Esmeralda es extranjera, pero no pertenece a Islandia, no al reino de los elfos lunares.

»¿O es que siquiera existe dicho reino?—la diversión oculta en aquella pregunta es suficiente para calmar mis nervios y mi cargo de conciencia.

—No, no recuerdo haber leído sobre el en algún libro. Tienes razón —esta vez sale de sus labios una carcajada sincera que me termina contagiando.

—No deberías demorar mucho más, las clases de salón no tardarán en comenzar—me comunica ella y asiento.

Janna se dirige hacia el salón que le pertenece como directora de la institución y me quedo observando por el gran ventanal que se extiende por todo el pasillo, el paisaje que rodea a la fachada. Aspiro todo el aire que puedan contener mis pulmones y luego lo expulso. En lo que dura este proceso se me ocurre una pésima y al mismo tiempo, tentadora idea. Pero no me niego a las señales de mi mente. Dirijo mis pasos con cautela de no ser escuchado a pesar de ir a toda prisa para llegar cuanto antes y atravieso la doble puerta por la que han entrado antes tanto Emseralda como el hada Janna. Me escondo detrás de los grandes muros que custodian su salón.

—Considero que no deberías exponer tu título ante todos. No podría ir explicándole a cada alumno de dónde proviene el mismo—dice Janna y Esmeralda asiente prestándole total atención.

—He sentido que la princesa Diana me estaba presionando—le confiesa ella pero sé que no con intención de poner alguna excusa válida al motivo por el que Janna le ha pedido que no dijera su título.

—La princesa Diana tiene un carácter bastante prepotente e invasivo. Pero no deberías dejarte intimidar. Perteneces a la realeza, estás incluso por encima de todos los estudiantes de esta Academia. Ten siempre presente ello. No te sientas menos solo porque acabas de llegar y ellos se ven mucho más experimentados. Te irás acostumbrando y agradecerás enormemente esta oportunidad.

»Ahora bien, vamos a lo importante...—no escucho más por la incomodidad que se instala en mi pecho.

¿Superior a todos nosotros?

¿Incluso superior que yo que soy el príncipe heredero de Greenworld?

El ruido de las campanas que resuena desde la torre de la edificación causa que corra hasta la primera planta al salón de Lenguas. Una vez llego me disculpo con el hada Roswell, el único hada varón que he conocido y el profesor de idiomas, Roswell hace una reverencia en mi dirección y lo tomo como que me ha perdonado y permitido el acceso al salón. Pienso en que he llegado asustado y con el rostro pálido porque cuando tomo asiento en mi pupitre justo al lado de la princesa Diana, esta me mira con cara de espanto. Pero suavizo la mirada prestándole atención al profesor, suficiente tiempo tendré luego para detallar en las palabras del hada Janna y tal vez pedirle una explicación.

—¿Quieres hablar sobre Esmeralda, cierto?—pregunta Otoniel cuando culmina la hora de clase y como lo previsto le pido que platiquemos apartados del alumnado. Me gusta el hecho de que anda sin rodeos, al igual que yo.

—Me ha extrañado vuestra familiaridad, se observaban y sonreían como si fuese viejos amigos.

»No me malinterpretes—me corrijo cuando su ceño se frunce con enfado o confusión, no soy capaz de identificar cuál de las dos pudiera ser—no me estoy comportando como un amigo celoso, pues también le acabo de conocer.

Esta vez su mirada cambia y de sus finos labios sale una ronca carcajada. Intento seguirle el rastro, y no encuentro motivo por el que pudiera reír de esa manera.

—Por más celoso que pudieses comportarte con las personas que intercambian palabras con Emseralda, igual nunca sería del todo tuya.

En ese entonces no supe cómo interpretar aquellas palabras, por lo que guardé silencio. Y en efecto ahora sé que se refería a que no sería dueño o cómplice, usando un mejor término, de sus secretos ocultos, sus miedos y sus desgracias; como esas que las que cargaría hasta el día de su muerte.

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