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CAPÍTULO 4: LA MALDICIÓN DE LAS SOTAS

El Hotel Royalty Plaza resaltaba a la vista por su vistosa iluminación, haciendo competencia a otros hoteles y casinos de Las Vegas en ostentación y espectacularidad. Cientos de personas al día acuden a su casino buscando la iluminación de la Diosa Fortuna, que en la mayoría de las ocasiones solo sonríe a la casa. Las fichas sonando sobre las mesas de juego, el tintineo del metal de las máquinas tragamonedas, los múltiples sonidos y campanillas que anuncian a un nuevo ganador, todo forma parte de una caótica orquesta que obnubila los sentidos de los jugadores. El flujo del dinero en este lugar solo tiene una dirección mayoritaria: Las arcas de los dueños, que se enriquecen cada día mientras los jugadores pierden sus esperanzas en un último soplido de los dados o una última mano de póker.

Sería este el lugar donde se realizaría uno de los torneos más importantes del Póker a nivel internacional, sorteándose un trofeo y la suma de veinte millones de dólares libres de impuestos, auspiciados por múltiples franquicias de bebidas alcohólicas y la mano oscura de ciertos patrocinantes, entre ellos el dueño del hotel, Tai Fu Yan, quien miraba desde la comodidad de su salón privado la evolución del evento.

Pocas horas atrás, Marvin Walberg y Laura Parker llegarían como una pareja de recién casados, los Matheson, que llegaban para disfrutar de un viaje de placer alejados de los compromisos familiares. Laura se veía casual, con pantaloncillos cortos y una blusa blanca sin mangas para refrescarse del calor de Nevada, mientras que Marvin lucía un pantalón color caqui, zapatos mocasín marrones, y una camisa desabrochada desde el cuello por dos botones, con un suéter amarrado al cuello. La típica vestimenta de un turista de ciudad dispuesto a gastar sus dólares en apuestas y contentar a una mujer de alto valor.

Ambos llegaron abrazados de la cintura, dándose mimos mientras hablaban con el recepcionista, quien les entregó la llave de la habitación matrimonial reservada para ellos. Así se mantuvieron mientras eran acompañados por el botones hacia su habitación, el número 107 del décimo piso, a quien le dieron una generosa propina con unos cuantos billetes. Poco podía sospechar el trabajador que ese dinero provenía del impuesto de los contribuyentes, usado por la operación policial para mantener la tapadera. Al cerrar la puerta, Laura y Marvin se separaron sintiéndose incómodos, pero esa sensación desapareció en cuanto entraron a la lujosa habitación.

Todo estaba en un perfecto orden y los muebles hacían honor al ostentoso lujo del Royalty Plaza. Había una chimenea falsa con una pantalla encendida mostrando un video de fuego encendido, el minibar repleto de pequeñas botellas de licor que costarían medio salario mínimo cada una, y una sala de estar con un enorme televisor empotrado a la pared. Laura miró a su alrededor para disfrutar de un lujo que no había podido tener desde que terminó en prisión, y de inmediato se fue a la habitación. Marvin la siguió de cerca.

La cama era tamaño King, con cuatro almohadas en la cabecera. En cuanto Laura la vió, se lanzó sobre el colchón y quedó tendida boca abajo, extendiendo a todo lo que podía sus brazos y piernas.

Laura sintió el peso de la cama hundirse a su lado. Marvin se había sentado a un lado.

- ¿Te sientes bien? –le preguntó él mientras sacaba del bolsillo de su camisa una caja de chicles para mascar uno.

Laura no pudo evitar el pensar que desde esa posición podía mirar perfectamente su trasero, pero eso no le importó.

- Me siento perfectamente. Extrañaba esta sensación de comodidad desde hace siete años. Hasta la cama del motel se sentía cómoda, pero esto es el paraíso.

- Me lo imagino –contestó Marvin con las palabras entrecortadas por la masticación-. Creo que iré a desempacar mi maleta. Deberías hacer lo mismo.

- Dame cinco minutos más –rumió Laura cayendo en un sopor súbito. La comodidad de la cama era tan grande que estaba provocándole sueño.

- Te despierto en unos minutos para que te cambies de ropa. Estaré cerca.

Marvin se levantó de la cama y se alejó de la habitación, dejando a Laura recostada en su sensación de libertad.

Aunque Laura se sentía adormilada, no concilió el sueño. Su mente seguía procesando el peso de su responsabilidad ante la operación policial en la que estaba involucrada. En el tiempo que estuvo en Victimas Especiales, nunca necesitó de trabajar como oficial encubierta. Ahora tenía ese puesto de forma honoraria con su libertad pendiendo de un hilo. Quería hacer las cosas bien, aunque eso significara tener que involucrarse directa o indirectamente con Tai Fu Yan. Había asumido el riesgo, pero no por eso dejaba de inquietarle.

Pero esa inquietud se disipaba bajo la sensación que tenía recostada en la cama. Entre eso, haberse dado un baño, y cepillarse los dientes, le hicieron entender que esas cosas pequeñas de la vida eran valiosas cuando desaparecían. Quería conservarlas en su mente el mayor tiempo posible, aunque tuviera que fingir estar casada con un hombre que no conocía, y que al parecer sentía la misma incomodidad que ella.

El premio mayor era mucho más valioso. Ver a Helen una vez más era una motivación más que suficiente.

Al cabo de un tiempo que Laura no supo determinar (¿Minutos? ¿Horas?), sintió la mano de Marvin sobre el hombro, moviéndola con suavidad.

- ¿Estás dormida? –Laura se giró para verlo-. Tenemos que bajar al casino para concretar la inscripción.

- Está bien.

- Yo me daré una ducha rápida. Vístete aquí en la habitación –concluyó Marvin mientras recogía el traje que luciría en la noche.

Aprovechando el sonido de la ducha, Laura comenzó a desempacar y sacar con cuidado el vestido rojo. Hacía muchos años que no se vestía de forma elegante, y mucho menos para acompañar a un hombre. Su única compañía fuera de la celda eran los guardias de seguridad, en su mayoría mujeres. Había olvidado esa sensación y se sentía extraña, pero sacudió su cabeza y comenzó a vestirse mientras durara el sonido del agua cayendo.

En cuanto Marvin salió del baño, luciendo un carísimo traje y corbatín de color negros, Laura ya estaba colocándose su maquillaje frente a la cómoda. Se había puesto los aretes y el collar que Randall le había dado. Marvin dejó escapar un silbido de asombro.

- Luces hermosa, Laura.

- Ahórrate los cumplidos –le interrumpió Laura de inmediato. Lo que menos deseaba era ser cortejada.

- Lo siento, no dije nada –Marvin se acercó a ella, entregándole un audífono con cobertura de color piel-. Son auriculares por los que nos comunicaremos con Randall. Puede camuflarse bien, así que no lo descubrirán tan fácilmente. Usa tu cabello para taparlo-

Laura se colocó el auricular en el oído, percibiendo una leve estática que fue regulándose poco a poco. En pocos segundos ya podía oír con normalidad.

- ¿Ya estás lista? Se nos hace tarde –concluyó Marvin ofreciéndole el brazo.

- ¿No te cansas de ser tan meloso?

- No mientras esté con una "esposa" tan hermosa como tú –Marvin le guiñó el ojo.

Laura negó con la cabeza mientras se dirigían hacia el casino.

Los sonidos eran estridentes. Los clásicos tintineos y campanillas sonaban por todos lados, pero Laura estaba acostumbrada pese a los largos años de no escucharlos. A lo que no estaba acostumbrada, era a las miradas que atraía en cuanto cruzó las puertas del casino junto a Marvin. No se sentía particularmente hermosa, pero reconocía que el estilista contratado por la policía hizo un gran trabajo con su peinado, haciéndola lucir distinta. No hubo tiempo para cambiarle el color de cabello, por lo que Laura temía que Tai Fu Yan, de estar presenta, la reconocería, pero habían pasado seis años. Había envejecido. No tenía por qué reconocerla.

El ala acomodada para albergar el torneo internacional de Póker estaba atestada de gente. Decenas de personas se habían inscrito, pero aún quedaban los rezagados para inscribirse a última hora. Marvin y Laura se inscribieron como pareja, pero por culpa del azar (o quizá por buena fortuna), terminaron en mesas separadas. "Al menos no jugaremos uno contra el otro", pensó Laura mientras era guiada por el personal de protocolo hacia la mesa indicada para ella. Se despidió con un beso corto en los labios de Marvin, y se sentó de inmediato. Marvin disimuló lo mejor que pudo la sorpresa, recordando que debían mantener la fachada de una feliz pareja casada.

Se dio inicio al torneo con un presentador anunciando una introducción musical de uno de los pianistas más famosos del país (Laura no recordaba su nombre, de lo aislada que estuvo), para así dar inicio al evento. Los crupier se sentaron en sus sillas, los jugadores se prepararon, y comenzaron a volar las cartas aquí y allá.

Si Laura ganaba en su mesa, avanzaría a una segunda ronda que determinaría si clasificaba o no a la siguiente noche, donde comenzaría la final del torneo. Todo dependía de si uno de los dos lograba clasificar. Si quedaban eliminados, tendrían que buscar otra alternativa para llegar a Tai Fu Yan, que seguía viendo todo desde su suite, televisado para todo el país.

Desde su mesa, Laura comenzaba la jugada mirando sus cartas. Luego, con mucha delicadeza, levantaba la mirada mirando a sus contrincantes, notando cada pequeño tic nervioso que dejaban escapar. Tuvo dificultad con algunos jugadores, que eran profesionales y sabían ocultar muy bien sus debilidades, pero la gran mayoría eran entusiastas con mucho dinero o jugadores por Internet, que no sabían lidiar con la presión de los faroles en vivo. Cada movimiento de los dedos, el roce de la lengua sobre los labios resecos, la rascada de una ceja, todo le brindaba la información que Laura necesitaba. Eso le permitía saber cuándo arriesgar sus apuestas, y cuando rendirse para no perder dinero. Lo apostado le tenía sin cuidado, ya que era dinero de los contribuyentes. Helen era el gran premio, y no estaba dispuesta a perderlo.

La mesa se redujo al final a dos jugadores, un profesional que había ganado dos años atrás y ella misma. Sin embargo, Laura tenía la delantera con todo un lote de fichas acaparadas a su lado. El ex campeón estaba contra las cuerdas, y estaba por arriesgarse en su jugada final.

El crupier lanzó las cartas para Laura y extendió el "river" cara abajo. Ella miró de forma estoica sus cartas, pero por dentro sentía la posibilidad de una victoria aplastante. Tenía el cinco y el dos de picas. Para los inexpertos, es una mano terrible, pero Laura recordaba perfectamente una de las máximas del "Póker": Las picas salen más. Si esta norma se aplicaba, podría acabar con su contrincante y pasar a la siguiente ronda.

Las apuestas se echaron, y se reveló la primera carta, la Reina de picas.

Laura miró a su rival, y notó como carraspeaba levemente. No tenía una buena jugada, asi que ella decidió presionar con una apuesta doble. Su rival, para sorpresa de Laurea, accedió. Así salió la segunda carta, la Sota de corazones.

El ex campeón se acomodó levemente en su silla. Eso fue una señal para ella. Tenía seguramente un par de sotas, o quizá un trio.

Pero luego, recordó la segunda máxima del Póker: Las sotas nunca ganan.

Las apuestas se redoblaron, y apareció la tercera carta, el nueve de picas. Una más, y sería victoria para Laura, pero no podía presionar demasiado a la suerte. Las cosas podían salir mal, así que decidió pasar su apuesta.

El ex campeón se acomodó una vez más a su silla y le sonrió a Laura. Ella entendió el mensaje, y expresó una media sonrisa.

Lo estaba tentando a apostar.

"Vamos... sé que quieres hacerlo... hazlo...", repetía Laura en su mente, como si así pudiera impulsarlo a atacar.

El ex campeón echó todas sus fichas al centro de la mesa, apostándolo todo.

Laura decidió contestar pagando con las fichas equivalentes, aceptando así el duelo. Laura no estaba equivocada. El ex campeón tenía un par de sotas y un par de nueves. Una jugada complicada, porque se cumplía la tercera máxima del Póker: Los nueves truchean. Era tan probable que saliera un nueve como otra pica.

"Es un gran jugador", pensó Laura, mientras miraba sus dos picas en el centro de la mesa.

La cuarta carta apreció, el Rey de Diamantes. El ex campeón se levantó de la mesa, completamente nervioso. Laura permaneció sentada, completamente tensa, esperando a la última carta.

El "river" fue completado con la última carta revelada, y la expresión del ex campeón se convirtió en una profunda frustración.

Era el cuatro de picas.

Laura ganó el encuentro.

Los aplausos no se hicieron esperar para ella, que agradeció con una sonrisa y un gesto con la mano. El ex campeón se acercó a ella y le estrechó la mano en señal de caballerosidad, deseándole éxito en la segunda ronda. Luego saludó a las cámaras y se retiró del torneo.

La transmisión fue captada por las cámaras de televisión, que Tai Fu Yan vio en todo su esplendor. El mafioso esbozó una ligera sonrisa y mandó a llamar a uno de sus guardaespaldas. Le susurró algo al oído, y este se retiró de la habitación de inmediato.

Durante el descanso, Laura disfrutaba de un Martini que Marvin le había ofrecido luego de que él ganara su primera ronda, cuando recibieron la voz de Randall en sus auriculares.

- No digan nada. Estamos en el hotel de enfrente, vigilándolos. Hay más agentes infiltrados en el hotel. No están solos.

- Vaya que el lugar está atestado, ¿no lo crees, amor? –dijo Marvin en voz alta, dirigiéndose a Laura, pero en realidad la pregunta era para Randall.

- Por ahora están seguros. No he sido informado que Tai Fu Yan esté moviéndose por el hotel, pero si estamos seguros que está en la zona. Manténganse alertas.

La comunicación se cortó.

Marvin le comentó las jugadas que hizo para ganar la primera ronda, aunque no estaba seguro de ganar la segunda. Laura terminó de comerse la aceituna de su bebida mientras le hablaba.

- Debes mantener siempre la calma y no hacer ningún gesto innecesario. Ese es el secreto del Póker.

- Imagino que sí, aunque es difícil mantenerse calmado con tanta presión.

- Lo sé. Dímelo a mí –replicó Laura recordando cuando le habían dado el apodo de La Reina de la Baraja. Como odiaba ese apodo.

Algunos reporteros se acercaron a la pareja para tomar fotografías y hacer costas entrevistas que Laura declinó con cortesía, por lo que se concentraban en Marvin, inventando historias sobre la marcha para mantener la farsa del matrimonio. Más de una vez, tuvieron que deshacerse en abrazos y cariños para el deleite de las redes sociales, donde se transmitía también el torneo.

Ninguno de los dos notó nada en el tiempo que esperaron para la segunda ronda. Tai Fu Yan seguía sin aparecer, y tampoco querían intentar comunicarse con Randall para no levantar sospechas. Laura sabía que andaba cerca, por lo que miraba cuidadosamente a cada trabajador del casino, por si acaso reconocía a alguien que fuera de su círculo cercano.

Finalmente, se anunció el inicio de la segunda ronda. La pareja se despidió con un beso corto para disimular ante las cámaras, y se retiraron a sus mesas.

En cuanto el crupier comenzaba a repartir, Laura se quedaba mirando las reacciones de los demás jugadores mientras recibían sus cartas. Más de uno dejaba escapar una señal visible como un faro para Laura, que detallaba cuando comenzarían con una mala jugada. Pero luego, su atención se centró en un hombre vestido con camisa a cuadros y un chaleco con pequeñas tiras de cuero en la solapa, usando un gran sombrero de vaquero. A Laura le pareció chistoso verlo, como si se tratase de Clint Eastwood en alguna de sus películas. Era ruidoso al hablar, e intimidaba a otros jugadores con su labia incansable. Ella tomó nota mental de que era su arma de doble filo. O lograba intimidar a otro jugador para que se retirase prematuramente, o lo hacía apostar todo de manera suicida. Ella no caería en su juego.

Con cada mano terminada, varios jugadores se levantaron de sus asientos, hasta que la última mano se decidiría entre ella y el vaquero citadino.

Mientras el Crupier le repartía a cada uno sus cartas, el hombre encendía su segundo habano.

- ¿Sabe algo señorita? –dijo el hombre con un marcado acento tejano-. Estoy muy sorprendido que muchos campeones fueran eliminados y solo quedemos usted y yo. Usted tiene muchas agallas.

- Gracias por el cumplido –contestó ella secamente, mientras miraba sus cartas sin emitir ni un gesto.

El tejano levantó sus cartas, y soltó una risotada arrogante.

- Es una pena que usted ya no pueda jugar más. Aquí se termina su recorrido.

De inmediato, echó sus fichas al centro de la mesa. Una apuesta total sin revelar el "river".

- Su turno, señorita, a menos que decida retirar esta mano y probar suerte después –concluyó el hombre dejando escapar el humo de su tabaco entre los labios.

- ¿En serio? ¿Quiere que pague ahora mismo? Debe tener una mano grandiosa –dijo Laura con tranquilidad. Ella reconoció el farol al instante, pero no la intimidaría.

- Tengo la mano más rápida del oeste –dijo bajando el tono de voz, en una clara imitación del actor que a ella le pareció patética-. ¿Está lista para la jugada?

Laura levantó por un momento sus cartas y exhaló un suspiro.

- Sí, estoy lista.

Para sorpresa del tejano, ella puso la totalidad de sus fichas en el centro, que el crupier organizó al centro antes de repartir las cartas del "river".

- Espero que pueda dormir bien en la noche.

El tejano echó sus dos cartas al centro. El As de corazones y el As de diamantes. La mejor jugada para iniciar, que provocó vítores en el público.

- Creo que en la noche soñaré con este momento.

Laura pasó cara abajo sus cartas al crupier, y en cuanto este les dio la vuelta, al tejano casi se le caía el tabaco de la boca.

El As de picas y el As de tréboles.

Era un empate. No importaba que se revelara el "river", ambos llegaron a un punto muerto, y debían continuar la partida.

- Usted si que tiene una suerte endemoniada –habló el tejano entre risas.

- Si, tal vez tenga razón –Laura le sonrió, pero no era de forma seductora, sino condescendiente, como al sonreírle a un niño cuando le mostraba al adulto su juguete nuevo.

Nuevamente se repartieron las cartas, y en esta ocasión, el tejano fue más cauteloso, apostando bajo para tentar a Laura.

"Aprendiste tu lección. No eres mal jugador después de todo", pensó Laura al mirar sus cartas. Le gustó lo que vio.

En cuanto se reveló la primera carta del "river", el nueve de diamantes, el tejano asintió.

- En mi tierra, hay un viejo dicho que dice así: si hueles el gas en la tierra, es que abajo hay petróleo. Y siento que el yacimiento está cerca.

"Te lo acabas de inventar", fue lo que pensó Laura aguantando la risa. Varios espectadores rieron con la gracia.

- ¿Va a taladrar un gran pozo? ¿O será solo puro gas nauseabundo? –Laura sacó las garras con el comentario. Estaba tentándolo con la misma agresividad que él, pero ella aún tenía el control.

- Vamos a empezar a perforar este viejo terreno, señorita. Puede que se asombre.

El tejano apostó la mitad de sus fichas. Laura esperaba esa actitud, aunque se sorprendía que un ex campeón hubiera sido eliminado en la primera ronda, y ese adefesio hubiera podido pasar a la segunda. Exhaló un suspiro, y contestó la apuesta con la mitad de sus fichas.

Se reveló la Sota de picas.

- Ahora sí es momento de lazar la ternera. Y cuando termine el juego, le invito a un trago y le hablaré un poco de mis negocios.

- Soy casada –contestó Laura a secas, pinchando el ego del vaquero. De haber un yacimiento de gas, sonaría como la desilusión del hombre ante ese rechazo.

- Bueno, no me culpe por intentarlo –carraspeó al final, mirando sus cartas una vez más.

Luego de cabecear un poco entre sus cartas y el "river", asintió levemente, y decidió lanzar el resto de sus fichas al centro de la mesa.

- Lo apuesto todo. Ya estoy seguro que voy a ganar.

- Me alegra por usted. Se le ve muy confiado desde que empezamos la partida –sonrió Laura de forma maternal. Otra vez lidiaba con el niño que le mostraba el dibujo que acababa de hacer para pegarlo en la nevera.

- Tan confiado como que ya descubrí mi yacimiento. Solo espero por usted para activar el taladro.

El vaquero le hizo una sonrisa lasciva, divirtiéndose de su propia broma. Laura borró su sonrisa pero no mostró incomodidad. Le han dicho cosas peores en su tiempo de policía. Ahora debía concentrarse en su jugada.

Finalmente, empujó el resto de sus fichas al centro, y pasó las cartas cara abajo al Crupier, quien de inmediato reveló las cartas de ambos jugadores.

Laura miró con un deje de nerviosismo las cartas del vaquero. Tenía las sotas de corazones y diamantes. Con eso completaba un trío bastante fuerte. En cambio, ella había apostado con un par de nueves en su mano, el de corazones y el de tréboles. Con el "river", completaba el trío, pero era más débil respecto a las sotas.

La siguiente carta fue el cuatro de corazones, inútil para ambos. La última carta se revelaría en unos instantes, pero las probabilidades favorecían al tejano, quien ya le daba una calada a su tabaco.

En cuanto se reveló la última carta, el tabaco se le cayó en la entrepierna, sacudiéndose de inmediato para no quemarse el pantalón. Los vítores estallaron para Laura, quien veía complacida el nueve de picas que completaba su Póker, superando la Casa Llena que tenía su rival. Una vez más se cumplían las máximas del Póker, y por partida doble.

Laura había clasificado a la final.

Ambos jugadores se saludaron y el vaquero se retiró de inmediato, refunfuñando por lo bajo. El brillo de las cámaras comenzó a encandilarla, captando el momento de su victoria aplastante. Para ser una novata en los campeonatos, el nombre con el que se había inscrito, Patty Matheson, resonaba como una de las promesas reveladoras del mundo del Póker. Incluso, comenzaba a resonar el apodo de Reina, que la incomodaba aún más que cualquier comentario misógino que escuchara.

"No soy ninguna maldita Reina", repetía en su mente mientras disimulaba con sonrisas complacientes.

Marvin se aproximó a ella, abrazándola por el triunfo.

- Felicidades. Yo también clasifiqué. Jugaremos en la final –le decía al oído mientras le hacía una seña al notar las cámaras cerca. Tuvieron que besarse para continuar la farsa del matrimonio.

Los anunciadores del torneo dieron por concluida esa noche, y al día siguiente comenzaría la fase final, invitando a los asistentes a la conclusión del evento que sería transmitido en vivo por diversas redes sociales. Eso les dio algo de espacio a la pareja para hablar.

- ¿Ha habido señales de Tai Fu Yan? –preguntó Marvin mientras sorbía un vaso de whisky.

- No. Aún nada. Randall tampoco se ha comunicado.

- Con tanta gente es imposible saber quién es quién. Pero si no ha pasado nada hoy, entonces dudo que ocurra algo más. Lo mejor será que descansemos...

- Disculpen –Una voz caballerosa interrumpió la conversación detrás de ellos. Ambos se dieron la vuelta, encontrándose con un hombre menor en tamaño que ambos, completamente calvo, y de rasgos asiáticos-. Ustedes son Patty y Tony Matheson, ¿correcto?

- Si. ¿Qué ocurre? ¿Quién es usted? –preguntó Marvin con suspicacia.

- Están invitados a cenar con el dueño del hotel. Los está esperando a ambos en una de las mesas exclusivas del restaurante. Si me hacen el favor de seguirme.

Laura y Marvin se miraron las caras con aprehensión. El mismísimo Tai Fu Yan los estaba invitando a comer. Estaban a las puertas del nido del escorpión.

A través del auricular, escucharon claramente la voz de Randall, imperceptible para el asiático que los guiaba.

- ... Mierda.

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