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CAPÍTULO 3: LA CARTA COMODÍN

Mientras esperaba sentado fuera de la oficina del fiscal de distrito, Randall Thompson miraba su reloj con aprehensión. Ya tenía alrededor de quince minutos esperando que el fiscal le recibiera, y aún tenía que reunirse con Laura en el sitio donde continuaría bajo custodia. El tiempo apremiaba, pero la llamada del fiscal llegó en un momento inoportuno.

"Al menos, el aire acondicionado es mucho mejor que ese maldito calor", pensó el teniente, mirando hacia una ventana. El sol abrasador de Nevada estaba alcanzando su cenit, y en cuanto terminara la reunión tendría que volver a asarse en vida camino a la nueva prisión domiciliaria de Laura.

La secretaria le llamó la atención, sacándolo de su distracción, mientras le decía que el fiscal lo recibiría de inmediato. Randall se levantó de la butaca de la pequeña sala de espera y entró a la oficina, agradeciendo con un gesto a la empleada.

Dentro de la oficina, el fiscal Daniel Cunningham le daba la espalda, rebuscando algo entre las carpetas alineadas en orden detrás de su escritorio. Todo se encontraba ordenado al nivel de la perfección. Cada lápiz, hoja, carpeta, e incluso los retratos familiares, daban una apariencia de simetría perfeccionista. No es para menos, según pensaba Randall, dado que el fiscal estaba por iniciar su carrera política, aspirando al puesto de gobernador de Nevada por el partido republicano.

Cunningham escuchó la puerta y miró sobre su hombro un momento, mientras hojeaba una de las carpetas que había recogido del estante.

- Oh, disculpe. Tome asiento. –Le dijo mientras volvía a hojear la carpeta. Al poco rato, la cerró y se sentó frente al escritorio, dejándola a la vista de Randall-. Que bueno que atendió mi llamado, teniente.

- ¿Para qué me necesita, señor Cunningham? –preguntó Randall a secas. La espera no le había sentado bien a su humor. Este notó que la carpeta que dejó sobre el escritorio era el expediente de Laura Parker.

- No necesitamos las formalidades, Randall. Estamos del mismo bando después de todo –le sonrió Daniel mientras se reclinaba en su silla-. Necesitaba hablar con usted sobre ciertos asuntos que me comunicaron desde el tribunal sobre una reclusa en concreto-.

Randall observó que el fiscal Cunningham lucía demasiado formal para esta reunión. Su cabello negro bien peinado con gelatina hacia atrás, con un pequeño mechón canoso del lado derecho de su cabeza, sus lentes de montura dorada y su traje cortado al talle, lo hacían ver más como el gobernador que aspiraba a ser, más que un fiscal atareado con múltiples casos. Se le hizo evidente que estaba ensayando para cuando ganara las siguientes elecciones, si es que las ganaba. Tampoco es que fuera inexperto a su edad. Con apenas cuarenta años, había ganado mucha fama manejando casos complicados para el Estado, incluyendo el de Laura.

- Estuve revisando una copia de la boleta de excarcelación de Laura Parker que me llegó en horas de la mañana -Dijo él señalando la carpeta-. Me extraña que se le diera el beneficio tan rápido después del crimen en el que estuvo involucrada.

- Ya pasó la mitad de su condena, señor Cunningham...

- Daniel, por favor –interrumpió el fiscal levantando el dedo.

- ... Por lo que el juez firmó su excarcelación en vista del alto riesgo a su seguridad personal.

- ¿El asunto con Tai Fu Yan? –preguntó el fiscal con suspicacia. Randall asintió levemente-. Ya se demostró en su juicio que ella no fue cómplice del asesinato de su esposo. No entiendo por qué su vida correría peligro. Además, los representantes legales del señor Tai cooperaron con nosotros todo el tiempo para esclarecer ese hecho y otorgar las pruebas del fraude del que fue víctima.

- En estos momentos, consideramos que hay otros elementos que no han sido tomados en cuenta, y que involucran de una forma u otra al señor Tai. Por eso recibió el beneficio de su traslado.

- ¿Y dónde la tienen ahora? –preguntó el fiscal, ajustando sus anteojos.

- No puedo decirlo, señor Cunningham.

El fiscal miró a Randall con suspicacia, pero luego se levantó del escritorio y se dirigió a la ventana.

- Tengo entendido que Tai Fu Yan es un criminal de cuidado y que tiene muchos contactos poderosos, pero le puedo garantizar que no soy uno de ellos. Si logramos encarcelarlo, ganaría suficiente simpatía del electorado para convertirme en gobernador. Créame cuando le digo que me conviene tener a ese hijo de perra en prisión, tanto para hacer justicia como para conseguir la elección.

Se dio la vuelta una vez más a mirar al fiscal, quien seguía sentado en su sitio.

- Si tienen algún plan para apresar a ese bastardo, quiero ser el fiscal que lleve el caso.

- Es bueno saberlo, fiscal Cunningham, pero aun así, hay información que ni siquiera yo puedo saber sobre esta operación.

- ¿En serio? ¿Siendo teniente no sabe lo que hacen sus subordinados?

- O tal vez, no tengo interés en saber. Ya sabe que no estoy en edad para volver a la línea de fuego, mucho menos contra un mafioso como ese.

Cunningham asintió e hizo un gesto afirmativo mientras volvía al escritorio, hojeando el expediente de forma desinteresada.

- Muy bien, ya que no se me permite saberlo, no voy a presionar más. Simplemente sentí curiosidad por leer esa boleta cuando yo mismo garanticé que le dieran su justa condena. En fin, eso era todo.

- ¿En serio? ¿Me llamó solo para preguntarme eso? –Randall dejó salir una mueca de frustración. Cunningham no le caía particularmente bien.

- La verdad no. También quería sondear su inclinación de cara a las elecciones, por si cuento con su voto –el fiscal rio de forma estridente, como si su propio chiste fuera gracioso para todo el mundo.

- Lo siento, señor fiscal. Soy demócrata-. Randall se levantó de su silla y se retiró de la oficina, con un humor de perros por la pérdida de tiempo.

En cuanto la puerta se cerró, Daniel Cunningham volvió a darse la vuelta, mirando como el sol iluminaba la ciudad de Nevada a temperaturas insoportables, agradeciendo a su buena fortuna que él se encuentra bajo un aire acondicionado.

Randall caminó despacio hacia su auto aparcado en la fiscalía, pensando en la forma como el fiscal le hablaba. Se le veía demasiado incomodo por alguna razón y parecía saber de la operación encubierta para atrapar a Tai Fu Yan. Si eso era cierto, haberle revelado la ubicación de Laura hubiera sido un peligro. No tenía pruebas de que Cunningham fuera uno de los muchos contactos que poseyera ese hombre, pero no sería raro que fuera cierto. Ahora mismo, cualquier persona podía ser sospechoso de formar parte de su tráfico de influencias, por lo que debía mantenerse firme aún con sus superiores, o todo se iría a la basura en cuestión de minutos. Quien sabe que otras consecuencias pudieran ocurrir si todo se volvía un fracaso.

En cuanto entró a su viejo auto, encendió el motor y salió de la fiscalía sin una ruta establecida, mirando por el espejo retrovisor por si detectaba a alguien que lo estuviera siguiendo. Si eso ocurría, se comunicaría con los oficiales que la mantienen bajo custodia para comenzar su traslado a otro lugar. Era preferible perder algo de gasolina a perder la operación completa.

Durante aproximadamente una hora, Randall vio que no lo seguía nadie, pero decidió posponer su visita a la casa donde Laura era custodiada y volvió a su propia casa, un pequeño departamento en la zona residencial de la ciudad, lo más lejos posible de la iluminación de la calle de los casinos.

El apartamento estaba a oscuras, cosa que le extrañó al teniente, pero encontró una nota de su esposa informándole que pasaría una noche en el hospital. Su padre había sufrido un infarto y quería acompañarlo. Randall se lamentó por su suegro, pero al menos se sentía tranquilo de que su esposa estuviera bien.

Sin perder tiempo, tomó su teléfono celular y marcó un número de forma automática. A los pocos segundos, comenzó a hablar a su interlocutor.

- Hola. Disculpa la hora... mañana comenzamos... iré a buscarte a tu casa. Prepara todo... esta bien, buenas noches.

De inmediato, colgó y fue a la cocina a calentarse unas sobras del almuerzo. No podía parar de pensar que seguramente estaría consumiendo sus últimos alimentos.

Todo dependía del éxito de la operación.

Randall se comunicó con su esposa y le hizo saber que estaba bien. Ella le informó que no volvería hasta la mañana para acompañar a su padre en emergencias, asi que el le deseó las buenas noches y una pronta recuperación para él. Luego de colgar, Randall se fijó en el mazo de cartas que había dejado sobre la mesa de noche en su habitación. Abrió el paquete y sacó las cartas, que se desparramaron sobre la cama. Al poco de recogerlas, sostuvo por un momento una carta en particular, pensando en el significado que le evocaba la bufonesca imagen del payaso pintado en la baraja: la carta del Comodín.

La burlona sonrisa del payaso le hizo sentir incómodo por haber usado vilmente un comodín cuando hablaba con Laura en prisión. Haberle colado en la conversación a Helen fue un golpe bajo. Una vil treta para vulnerar aún más a una madre dolida, pero era necesaria para garantizar su cooperación. No le había mentido cuando le dijo que tenían monitoreada a Helen, pero tampoco podía darle su paradero así como así. Tenía que negociarla con ella, y salió ganando. Ahora que Laura cooperaría, la carta había cumplido su función, pero eso significaría que, de salir todo bien y encarcelar a Tai Fu Yan, tendría que revelarle su paradero, y allí podían ocurrir cosas impredecibles.

Randall encendió un cigarrillo para tratar de calmarse. Su esposa lo estaba obligando a dejar el tabaco, pero aún seguía con su hábito destructivo. "El olor a humo la va a volver loca de rabia", pensó el teniente mientras disfrutaba su cigarrillo. Quería disfrutar el último momento de paz que tendría en estos próximos días.

En cuanto terminó de fumar, se recostó a la cama y durmió lo mejor que pudo. En cuanto amaneciera, la maquinaria policial que había organizado comenzaría a mover sus engranajes.

A primera hora, Randall partió en su auto rumbo a un motel a las afueras de Las Vegas, donde mantenían bajo custodia secreta a Laura desde su excarcelación. A su lado, viajaba un hombre joven, de alrededor de treinta años, fornido, de cabello corto y negro bien peinado. Su rostro era agraciado, sin ninguna imperfección, como si se tratara de un actor de cine interpretando a un agente secreto. Lo único que rompía esa elegancia era el movimiento constante de su mandíbula por mascar chicle.

Randall se estacionó a la entrada del motel y tanto él como su acompañante se bajaron.

- ¿Conque aquí la tenían desde que salió? –dijo el hombre mirando a la fachada del motel. Randall no se volteó a mirarlo.

- Si, aquí es. No olvides el paquete en el asiento de atrás.

El hombre sacó una caja algo aplanada dentro de una bolsa y acompañó al teniente al edificio. Pasó por la zona de recepción y le mostró la placa al dependiente.

- Voy a ver a la invitada. Ya sabe quién es.

- Si, oficial –contestó el viejo recepcionista, ya entrado en años y con abundantes canas-. Ella sigue en la misma habitación. ¿Recuerda el número?

- Se cual es. No se moleste.

Randall siguió caminando junto a su acompañante por un pasillo interno rumbo al área de habitaciones, que rodeaban un espacio abierto con varias piscinas que estaban vacías en ese momento. Caminaron unos pocos metros a la habitación catorce, donde otro oficial vestido de civil se levantó y le hizo un saludo militar corto.

- ¿Va a entrar a verla, teniente? –preguntó el oficial de guardia, a lo que Randall asintió.

De inmediato sacó la llave de la habitación y la abrió, permitiéndoles la entrada a los dos hombres para luego cerrar la puerta por fuera.

La habitación del motel era pequeña. Solo contaba con una cama, un televisor de pantalla plana instalada en la pared, una cómoda pequeña con un espejo y una mesita de noche. Se escuchaba el sonido de una regadera abierta detrás de la puerta cerrada del baño.

Randall se acercó a la puerta y la tocó con los nudillos.

- Soy yo, Laura. Salga un momento.

- ¿Quiere dejarme bañar en paz? –gritó Laura desde el otro lado, lo que hizo que el acompañante se riera por lo bajo.

- No. Salga ahora, que tenemos que hablar.

Randall dio unos pasos atrás en cuanto escuchó el sonido del grifo detenerse. La puerta se abrió y Laura salió envuelta en una toalla, mientras secaba su cabello con una toalla más pequeña.

- No tiene idea de lo gustosa que estaba de darme una ducha sin tener a una guardia contándome el tiempo –Laura hablaba de forma atropellada de la frustración-. Le juro que no se lo perdonaré ni en esta, ni en la próxima vida...

Laura detuvo sus quejas en cuanto vio al acompañante, tratando de resistir la risa mientras mascaba su chicle.

- No sabía que teníamos otra visita.

- Él es el oficial Marvin Walberg, del departamento de anti extorsiones. Será parte de la operación encubierta y tu acompañante.

- Encantado de conocerla, señora Parker –dijo Marvin extendiendo su mano. Laura la tomó con suspicacia.

- ¿Y por qué están aquí? ¿No me digan que van a empezar el asunto?

- Por eso vine. Debo explicarles a ambos los detalles de la misión. Pronto vendrá un agente de informática para ayudarnos con la logística, pero no quiero retrasar esta reunión más tiempo.

Laura se encogió de hombros.

- A mal paso, darle prisa. ¿Podrían darse la vuelta? Quiero vestirme y no me gusta el público masculino.

Randall se dio la vuelta con confianza, y le dio un codazo a Marvin para que hiciera lo mismo.

- Había extrañado el poder darme una buena ducha y cepillarme los dientes sin preocuparme por una guardia vigilándome detrás de mío –dijo Laura mientras abría un cajón.

- Es el precio de perder la libertad. Sé que no es agradable.

- Lo haces sonar como si fuera algo tolerable. Quédate sin hojillas de afeitar para la cara por varios años y luego hablamos. Bastantes problemas tengo con mis piernas.

Marvin escuchaba la conversación y lentamente comenzó a darse la vuelta, pero otro codazo del teniente lo devolvió a su posición.

- Ya terminé. Ahora díganme qué planes tienen.

Ambos oficiales se dieron la vuelta. Laura vestía un pijama sencillo. No tenía ropa casual para usar desde que salió de prisión.

- Será mejor que ambos tomen asiento. Esto tomará algo de tiempo –Laura y Marvin obedecieron, sentándose uno al lado del otro-. Se hizo público el anuncio de un torneo internacional de póker que se realizará en el Royalty Plaza en un día. Ustedes se hospedarán en el hotel haciéndose pasar por marido y mujer, y participarán en el torneo.

- Estás jodiendo conmigo, ¿verdad? –Laura levantó una ceja. Marvin se veía igual de confundido.

- De esa forma, ninguno levantará sospechas y podrán acercarse a Tai Fu Yan –Randall se interrumpió al ver que Marvin levantaba la mano.

- Pero... ¿qué tiene que ver ese mafioso con el torneo de Póker?

Randall se aclaró un poco la garganta antes de continuar.

- Desde hace unos años, han desaparecido varias personas luego de participar en el torneo. Las investigaciones demuestran que las víctimas se hospedan, juegan sus partidas, y desaparecen hasta tiempo después, metidos en bolsas de basura. Cuando se hicieron las investigaciones preliminares, se observó que las víctimas registraban sus salidas del hotel, y no se vuelve a saber de ellos. Obviamente que investigamos a ese hombre, pero siempre salía ileso gracias a los contactos que posee.

- Me lo imaginaba. Había truco en esa mano de cartas –Laura hizo un gesto de desagrado, que desconcertó a Marvin-. Pero ya que estoy en eso, no me queda de otra que seguir.

- ¿Sabes que estás arriesgando tu vida en una misión suicida? –le preguntó Marvin a Laura, para luego dirigirse a Randall-. ¿Por qué carajos no me dijiste eso antes de venir?

- Órdenes superiores. No puedes hacer nada.

- ¡Oh, sí! Claro que puedo. Puedo largarme de esta habitación y mandarte a ti a la mierda. ¿Te parece bien?

- Claro, siempre y cuando dejes la placa y el arma en la puerta de salida –dijo Randall con tranquilidad, pero bajo esa capa de calma yacía una furibunda tormenta.

Marvin soltó un bufido y se sentó otra vez en la cama.

- Como decía, el objetivo es llegar a la final del torneo y llamar la atención de Tai Fu Yan. Puede que sea alguno de los dos, pero es necesario que avancen a la mesa final. Una vez allí... deberán perder.

- ¿Perder? ¿Cómo que perder? –Laura lucía aún más confundida que Marvin.

- Si pierden en la final, acumularán una fuerte deuda que no podrán pagar. Eso llamará la atención de Tai Fu Yan para tratar de acabar con tu vida. Nosotros estaremos vigilándote de cerca, y una vez que lo tengamos con las manos en la masa, te sacaremos de allí y arrestaremos a ese hijo de perra. Marvin deberá ser tu apoyo en todo momento y hacer el primer movimiento hasta que nosotros intervengamos.

- Esto es de locos. Menudo plan de mierda –Marvin se reía, pero en realidad estaba inquieto-. ¿Sabes cuantas cosas pueden salir mal? ¿Qué tal si me matan a mí antes que a ella? ¿Qué pasaría si nos matan a los dos a la vez?

- Eso no pasará...

- ¿Cómo que no pasará? –Marvin se puso de pie una vez más, con los puños apretados-. ¡Esto no es una película barata de policías! ¡Tai Fu Yan no dará un discurso villanesco para revelar sus planes! ¡Si nos quiere muertos, nos tendrá muertos!

- Siéntate, Marvin –Randall apretó los dientes.

- ¿O qué?

- ¡Basta ya! Parecen un par de carajitos peleándose por un juguete.

Laura estaba de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Los dos hombres la miraron.

- Tai Fu Yan me lo debe no solo por matar a mi marido, aunque lo tenga merecido, sino por arrebatarme a Helen el día de mi arresto. Yo voy con mi apuesta al tope y voy a ayudar, pero quiero hasta el más mínimo detalle de ese plan. No tengo ningún problema en intentar escapar para que vuelvan a encerrarme y tirar la llave, y olvidarse de ese hombre para siempre. ¿Está claro?

Marvin soltó un bufido y se separó de Randall, que prosiguió relatando el plan.

- En unas horas, vendrá gente a arreglar tu aspecto para que luzcas como una mujer millonaria. Lo mismo para ti, Marvin. En cuanto estén listos, se hospedarán en una habitación del hotel que ya reservamos. Los gastos correrán a cargo del departamento de policía.

- Que los impuestos sirvan para algo –se reía Marvin para tratar de drenar su enojo.

- Si hacen contacto con Tai Fu Yan antes de tiempo, ganense su confianza. Interactuen con él, incluso sedúcelo si hace falta, Laura. Pero deben entrar al torneo y ganar su confianza hasta el momento en que pierdan y se endeuden. Ahí es donde la operación alcanzará su punto más sensible.

- O nos salvan, o nos matan –dijo Marvin escupiendo el chicle masticado, cayendo muy cerca del zapato de Randall. Este no se inmutó.

- Pero es nuestro único as bajo la manga. No hay otra opción.

Tanto Laura como Marvin se quedaron en silencio.

- Si no hay nada más que añadir, entonces prepararemos todo para que se vayan al hotel. Marvin, entrégale el paquete.

Marvin había dejado la bolsa con la caja aplanada sobre la cama y se inclinó para recogerla. Laura la tomó y la abrió, quedando boquiabierta por el contenido: un vestido rojo que lucía costoso, a juzgar por la alta calidad de la tela. Dentro de la caja, había otra más pequeña con un par de aretes y un collar de oro.

- Usarás eso para la noche del torneo. Llamarás la atención de Tai Fu Yan de esa forma –concluyó Randall.

- ¿No hay nada para mí? –intervino Marvin mientras miraba a Laura levantando el vestido para mirarlo mejor.

- Te traerán ropa en unas horas, luego que arreglen a Laura.

El teléfono de Randall sonó. Luego de dar unas respuestas monosilábicas al auricular, colgó.

- Ya están aquí. Comenzarán a prepararlos. Marvin, ven conmigo.

- Un gusto en conocerte, Laura –dijo Marvin extendiendo su mano una vez más a Laura, y siguió a Randall fuera de la habitación.

Durante la tarde, Laura recibió la visita de maquilladores y un estilista que mejoraron su aspecto y atendieron sus necesidades, mientras que Marvin estaba en otra habitación eligiendo sus prendas para el juego. Randall caminaba junto a la piscina vacía, fumándose un cigarrillo. Supervisando a las personas que entraban y salían del motel. Luego de eso, todos se irían de allí, dado que la seguridad estaría comprometida. Cualquier otro empleado del motel, o el mismo viejo recepcionista, podría soltar la lengua sobre lo que ocurría, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Ni se molestó en hablar con su esposa para preguntar por su suegro. Esta operación no podía permitirse errores.

En última instancia, le vino a la mente el fiscal Cunningham. No sentía que fuera de fiar, pero al ser quien ayudara a condenar a Laura en primer lugar tenía acceso a información demasiado privilegiada. De todos los cabos sueltos, este era el más complicado de atar. Estaba nadando en río revuelto, pero no le quedaba de otra, tendría que enviar todas sus fichas en una jugada arriesgada.

Randall aplastó el cigarrillo bajo la suela de su zapato, imaginando que era el presumido fiscal.

"Tenía que ser republicano", pensó.

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