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CAPÍTULO 1: SIN NADA QUE PERDER

El teniente Randall Thompson se secó el sudor de la frente con su pañuelo mientras caminaba por los pasillos de la Correccional de Mujeres "Florence McClure". Bajo su brazo, llevaba una carpeta manila con varios documentos que le servirían para la negociación que estaba a punto de empezar, además de un pequeño paquete guardado en el bolsillo del pantalón por petición de la reclusa a la que se dirigía a visitar. Miraba con los ojos entornados para acostumbrarse a los cambios de luminosidad de los pasillos, producto del intenso sol que hacía en el exterior. El calor en Nevada podía ser tan intenso que se podía freír un huevo sobre el capó de cualquier vehículo, y la luz podía enceguecer a cualquiera, sin importar que tan a la sombra pudieras estar.

El rostro severo, las arrugas debajo de sus ojos cafés producto de incontables noches de insomnio en el cumplimiento del deber y el cabello canoso, hacían que inspirara respeto a quienes lo vieran. Podría pasar por un experimentado jefe de policía, pero lo máximo que había ascendido por decisión propia fue al rango de teniente. El trabajo de escritorio era tedioso, pero a sus cincuenta años ya no podía darse el lujo de estar en la calle, donde había arriesgado la vida en incontables ocasiones. Después de cumplido este trabajo, podría pensar en jubilarse y vivir de su pensión si es que un infarto del miocardio no se lo llevaba antes.

Sacudió de inmediato la cabeza para borrar la idea de su mente. Pensar en la jubilación con una operación policial en ciernes era invocar una tragedia.

Mientras el oficial de guardia lo escoltaba hacia la sala de visitas, el teniente miraba la carpeta con el nombre de la reclusa, impresa sobre una pestaña de la portada. Laura Parker, de treinta y seis años. La misión que estaba a punto de empezar dependía de cómo se desarrollara esta visita, pero no se sentía intranquilo. Ya había pasado por reuniones similares con otros reclusos. Pero en esta ocasión, ella era una pieza fundamental en la operación. Sus superiores la seleccionaron a ella por una razón en específico, y nadie más podía hacer el trabajo. Era vital que accediera a cooperar.

Randall creía que la oferta que le llevaba sería lo suficientemente atractiva para considerarlo... mejor dicho, estaba seguro de que no podría negarse. No recibiría una mejor oferta que la que le llevaba.

La única condición que puso para recibir al teniente, era el pequeño paquete que guardaba en su bolsillo, previamente examinado y aprobado por los criminalistas del departamento de policía de Nevada.

Luego de caminar unos metros más, el oficial le permitió entrar a una amplia sala con una sola mesa y un par de sillas. Randall se sentó en una de ellas, dejando caer la carpeta sobre la mesa.

- Están por traer a la reclusa, teniente -dijo el oficial con seriedad, manteniendo su distancia de Randall-. Solo serán unos minutos.

El teniente le hizo un gesto de hastío con la mano, indicándole que le traía sin cuidado lo que dijera. El calor le hacía sentir demasiado incómodo para las formalidades.

No tuvo que esperar mucho tiempo. Los pasos de varias personas se escuchaban en el pasillo. Dos oficiales flanqueaban a una mujer delgada, pálida por el tiempo de encierro, su cabello castaño atado en una fuerte coleta, pero con hebras de cabello mal peinado. Su mirada expresada en sus ojos de color café oscuro era resignada después de los años de encierro. Vestía un overol naranja, y sus manos y tobillos estaban encadenados, haciendo tintinear las cadenas con cada paso que daba.

El oficial ayudó a la reclusa a sentarse en la silla desocupada, y dirigió la mirada al teniente. La llave que sostenía en su mano estaba por entrar en la pequeña cerradura de las esposas. Estaba esperando su orden.

- Está bien, puedes quitársela -dijo Randall mientras se acomodaba en su silla.

En cuanto le quitaron las esposas, la reclusa se acarició las muñecas adoloridas sin mirar al teniente. El oficial se había alejado, pero se mantuvo cerca de la puerta para vigilarla.

- Creo que no nos conocemos. Soy el teniente Randall Thompson, de la división de Investigación de Nevada -comenzó a hablar mientras abría el expediente-. He estado revisando su caso, señora Parker, y su futuro no es alentador, por lo que leo.

- Ahórrese el sermón, teniente. El juez ya se encargó de hacerlo hace seis años -contestó Laura, frunciendo el ceño. Randall no le prestó atención.

- Fraudes, evasión fiscal, estafas variadas... la condenaron a quince años de prisión, pero como ya dijo, cumplió seis. Es una lástima para una ex oficial del departamento de víctimas especiales -continuó el teniente mientras ojeaba los folios. La fotografía del registro policial y el semblante de ella era similar. La misma mirada dura y resignada-. Su exesposo, un abogado con severos problemas de apuestas, la arrastró a ser una criminal para ayudarle a pagar sus deudas.

Randall levantó la mirada de los folios. Laura seguía impasible a simple vista, pero él era un detective observador. Los labios de ella temblaban ligeramente y apretaba las mangas de su overol con las manos. Estaba conteniendo su rabia, por lo que decidió dejar los folios.

- Hay algo que me sorprendió mucho de usted, señora Parker. En sus múltiples acusaciones de fraude, usted afectó a varios casinos de Las Vegas, pero su participación fue más... comedida... quizá usted era lo que llamaban un "farol". -Randall le dirigió brevemente la mirada a los ojos-. Usted participó en varios juegos de Póker, y sorpresivamente, siempre ganaba. ¿Cómo lo hizo?

Laura lo miró extrañada.

- ¿Cómo hice... qué?

- Trampa, señora Parker. Nadie tiene tan buena suerte en las cartas y se sale con la suya, sobre todo en tantas ocasiones como usted. Mientras su esposo se encargaba de falsificar pagarés a diversos casinos, usted servía de distracción... jugando.

Ella se inclinó sobre la mesa, mirándolo con rabia.

- Yo nunca hago trampas... teniente -concluyó entre dientes.

- Entonces asumo que usted es una buena jugadora.

- Me enorgullezco de mi propia habilidad. En cuanto a mi marido, se merece lo que le ocurrió.

- ¿Tanto lo odia para haberle deseado la muerte?

Laura volvió a acomodarse en la silla, soltando un bufido.

- Usted tiene mi expediente, teniente. Sabe que yo no lo maté.

- Sí, eso lo tengo claro. Usted no es la responsable directa. Sabemos cómo terminó todo con él. Y sinceramente estoy de acuerdo con usted. Se lo merecía por arrastrarla al fango.

Laura dejó escapar una leve risa.

- ¿Ahora siente lástima por mí? Ahórresela. El juez no la tuvo conmigo.

- No, no es lástima. Es empatía.

- Guárdesela donde mejor le quepa -Laura endureció una vez más la voz- Y si solamente vino a recordarme las desgracias a la que me sometió el maldito de mi marido, puede retirarse por donde vino.

Randall suspiró para dejar salir la frustración del calor y el mal humor de Laura. Quería acabar pronto.

- De hecho... pensaba más bien en su hija.

Laura se enderezó en la silla como si se tratara de una gata herida. Los ojos se abrieron por la sorpresa de escucharlo hablar sobre su pequeña, a la que no había visto desde que fue condenada.

- Sé todo sobre la pequeña Helen Parker. Ella fue dada en adopción poco después de que usted fuera condenada y después de lo que le ocurrió a su marido. Pero quería hacerle saber que nunca le perdimos el rastro a la niña.

La mente de Laura se inundó de imágenes mentales de su pequeña bebé, de apenas unos meses de edad, cuando comenzó a colaborar en los fraudes a los casinos. Cuando ocurrió aquél incidente que destruyó a su familia, en el momento que se metieron con el casino equivocado, no volvió a saber de ella. Había asumido el destino de su niña, pero nunca esperó que, seis años después, volverían a mencionársela.

- ¿Dónde está ella? -preguntó con aprehensión. Randall sabía que con eso destruiría su fachada y sacaría a la madre que llevaba dentro.

- Está en un buen lugar, a salvo, con una familia que la ha cuidado bien. De eso no tiene que preocuparse por ahora.

- ¡Quiero verla! ¡Por favor, dígame donde está! ¡Quiero verla!

El oficial de guardia hizo ademán de acercarse a ambos, pero el teniente lo detuvo con un gesto de la mano.

- Vengo para ofrecerle un trato. Pero antes, tendrá que escuchar lo que tengo que decir.

Laura guardó silencio y volvió a hundirse en la silla.

- Lo que le ocurrió a su marido puede traerle sin cuidado, pero a nosotros no, señora Parker. El hombre que lo asesinó es un criminal muy peligroso, pero con muchos contactos a su alrededor que lo protegen de cualquier arresto que hagamos. No podemos acercarnos a él sin que los fiscales de al menos cinco distritos nos llamen quejándose por siquiera intentarlo.

Laura ignoraba al teniente en ese momento al recordar cuando hallaron el cadáver de su esposo dentro de dos bolsas plásticas de basura. Meterse en aquél casino, el Royalty Plaza, fue su perdición. El hombre asiático que lo dirigía le había despertado cada fibra nerviosa cuando se cruzaron la primera vez en la mesa de Texas Hold'Em, alertando su instinto policial dormido que no debían continuar. Pagaron muy caro el precio de no escuchar a sus propios instintos.

- Sabemos que su asesino, Tai Fu Yan, forma parte de las Triadas. Le hemos hecho seguimiento a sus operaciones, pero sin importar que tan cerca estemos de atraparlo, aparece algún político de turno a jodernos el trabajo. Entra y sale de los Estados Unidos como le place, y puede saltarse cuantos controles desee. Por eso estamos planeando una estrategia para atraparlo y si lo logramos, lo sacaremos de circulación con varias cadenas perpetuas.

- Teniente, usted es un buen comediante. Si está tan protegido como dice, no habrá nada en este mundo que lo haga caer. Créame que viví en carne propia lo que es capaz de hacer. Y si involucran a Helen en lo que sea que planeen... -Laura se inclinó de forma amenazante, mirando con ira a Randall -... moveré cielo y tierra para recordarles que nadie se mete con lo más preciado de mi vida.

- Dejará de ser un chiste... si usted colabora con nosotros.

Laura miró con suspicacia al teniente.

- ¿Qué es lo que quieren de mí?

Randall se inclinó un poco más hacia ella, como si se sintiera en confianza de contarle un secreto.

- Los casinos que estafaron la acusaron de hacer trampa, pero ninguno supo demostrar como lo hizo. Eso solo significa que usted jugaba limpiamente, mientras que su marido se encargaba de falsificar los pagarés. Su habilidad en el Póker nos sería de gran ayuda para tenderle una trampa a Tai Fu Yan.

- ¿Y qué obtendría yo a cambio?

Randall sonrió complacido.

- ¡Qué bueno que lo pregunta! -Randall extrajo un documento de la carpeta y se lo extendió a Laura. Ella comenzó a leerlo mientras él seguía su explicación-. Logramos conversar con un juez que planea revisar su caso, y si esta operación es un éxito, usted recibiría una reducción sustanciosa de su condena, al punto que podría cumplir su condena en dos años más, y la incluiríamos en el Programa de Protección de Testigos. La sacaríamos de aquí y estaría cumpliendo arresto domiciliario en un lugar elegido por nosotros hasta que sea libre por completo. Es una oferta muy buena para alguien que no tiene nada que perder.

Laura levantó la mirada del papel, aún sin firmar, y la extendió sobre la mesa hacia el Teniente.

- ¿Y si digo que no? -preguntó ella con altanería.

- Esta conversación nunca ocurrió, pero usted cumpliría sus quince años tras las rejas, sin posibilidad de libertad condicional.

Laura reflexionó unos minutos con la cabeza baja, pero luego la levantó para mirar a Randall a los ojos.

- ¿Trajo lo que pedí?

- ¿Se refiere al paquete que solicitó al alcaide para el encuentro?

- Si. Entréguemelo.

Randall se metió las manos al bolsillo y extendió el paquete a Laura. Ella lo abrió de inmediato, dejando salir un mazo de cartas sobre la mesa.

- ¿Sabe cuáles fueron las únicas cosas buenas que me dejó el malnacido de mi marido?

- ¿Qué fue? -contestó el teniente con curiosidad.

- Mi hija Helen... y el saber jugar al Póker.

Con una velocidad sorprendente, Laura comenzó a barajar el mazo una y otra vez, haciendo un ruido estridente cada vez que las cartas chocaban unas con otras. Ella hablaba sin mirar lo que hacían sus manos.

- Muchos piensan que el Póker es un juego de azar, pero están equivocados. Es un juego de destreza, de habilidad mental y de engaño. A veces una mala mano se convierte en una mano ganadora con tan solo observar las debilidades del oponente, y el ser una ex detective me hizo descubrir esas señales cuando tratan de hacerme un farol.

Laura terminó de barajar las cartas y le extendió el mazo a Randall.

- ¿Sabe jugar al "Texas Hold'Em"? Puedo enseñarle mientras lo jugamos.

- Tengo una vaga noción de eso. Si me permite...

- Adelante, usted reparta las cartas, para que esté seguro que no haré trampas. Aquí es imposible hacerlo.

Randall repartió de forma alterna dos cartas para cada uno y dejó el mazo a un lado. Luego, una a una, colocó en el centro cinco cartas cara abajo.

- ¿Le parece bien si apostamos algo, teniente?

- ¿Qué podría apostar? Usted no tiene nada que perder.

- Le haré esta contraoferta -dijo Laura despacio, sabiendo que ahora tenía unas cartas que jugar a su favor-. Jugaremos tres rondas, y en cada una, haremos una apuesta. Si usted gana aunque sea una sola vez, aceptaré sus condiciones sin chistar. Pero si yo gano las tres rondas, será bajo mis condiciones.

- No está en posición de hacer contraofertas, señora Parker -contestó Randall de forma severa, sin levantar la voz. Laura se encogió de hombros.

- Entonces me quedaré mis quince años aquí, y tendrán que buscar a otro borrego a quien echar al matadero. Usted perdería de cualquier manera.

Randall sopesó en su mente las palabras de Laura, y se dio cuenta que ahora ella tenía la ventaja. La petición del mazo de cartas fue una buena jugada de su parte.

- Está bien. ¿Qué quiere hacer?

- Si vino aquí a hacerme esta oferta, significa que pueden ofrecerme algo más. Esta será la primera apuesta. No quiero una reducción de mi condena. Quiero la libertad plena.

- ¡No puede exigir eso! -contestó Randall sorprendido. Ella lo miraba con la furia derramándose de sus ojos.

- ¡Entonces largo y no me moleste!

Randall ahora estaba contra la pared. Si perdían la oportunidad de usar sus habilidades en el juego, perderían a su vez la oportunidad de atrapar a Tai Fu Yan.

- Veré que puedo hacer. Comencemos.

Randall levantó sus cartas. Tenía el Cuatro de Tréboles y el Tres de Corazones. Era una pésima mano. Laura había mirado sus cartas y las mantuvo boca abajo.

- Ya puede empezar a revelar el "river", teniente -dijo ella refiriéndose a las cinco cartas-.

Una a una, Randall le daba la vuelta a las cartas. El ocho de corazones, el cinco de picas y el diez de diamantes se dejaron ver. Él se detuvo un momento para ver a Laura, pero ella miraba fijamente las cartas, por lo que decidió revelar la siguiente.

Cuando la cuarta carta se reveló, el nueve de Diamantes, Laura comenzó a mirar los gestos del teniente. La forma como mojaba los labios con su lengua, los jugueteos que hacía con los dedos, los pequeños tic nerviosos en su parpado superior izquierdo, eran información que no dejó pasar en su mente. Ella sabía qué hacer, pero necesitaba el momento adecuado para hacerlo.

La última carta se reveló, el As de diamantes. Randall hizo un leve mohín de disgusto, ya que esperaba un Dos para completar una Escalera, pero se acomodó en su silla para continuar.

- Le sugiero que reconsidere la oferta que le hice, señora Parker.

- ¿En serio? ¿Está seguro que me ganó? -contestó ella de forma sarcástica.

- Podría ahorrarle la vergüenza de perder en la primera mano con mi Escalera, y se llevaría un premio de consolación.

- Entonces no le molestará que me muestre sus cartas y restregarme su victoria a la cara.

Randall se dio cuenta que su farol había fallado. Tenía la certeza que ella tenía una mano ganadora, así que arrojó sus cartas a la mesa.

- Vaya... Yo tenía una mejor mano después de todo -contestó ella revelando sus cartas, el diez de diamantes y el Rey de corazones.

- ¿Me ganó con una carta alta nada más? -dijo Randall sorprendido.

- Así es este juego. No es suerte, sino destreza. Primer juego teniente, faltan dos.

Laura comenzó a barajar una vez más las cartas y se las dio a Randall para que repartiera. El "river" ya estaba listo y miró sus dos cartas, un As de Tréboles y el diez de picas.

- Si yo gano esta segunda partida, elegiré donde quiero vivir en el programa de Protección de Testigos.

- Sabe que no podemos hacer eso. Comprometería su identidad.

- ¡No soy estúpida, teniente! Fui policía. Se perfectamente lo que quiero hacer -dijo Laura con severidad -¿Está listo para jugar?

Randall tomó suspiró pesadamente y miró sus cartas. Esta vez tenía un Rey de Diamantes y una Reina de Corazones. Tenía una mano ventajosa y debía sacarle provecho.

Una a una, volvió a levantar las cartas. Un Dos de Corazones, el Rey de Picas y el Rey de Tréboles aparecieron. ¡Había conseguido un Trío de Reyes!

Sintiéndose confiado, levantó las últimas cartas: el Cuatro de Tréboles y el As de Corazones estaban a la vista.

Laura no dijo nada. Solo se limitó a mirar sus cartas y dirigirle la mirada. Randall podía percibir como ella lo estudiaba, así que trató de mantenerse sereno. Mirándola detenidamente, lucía como una estatua finamente esculpida. No parecía moverse ni un milímetro.

- ¿Está listo para revelar sus cartas, teniente? -interrumpió ella con tranquilidad.

- Creo que esta vez no hay nada que negociar -Randall dejó caer sus cartas- Conseguí el Trío de Reyes. No podrás ganarle a eso.

Laura miró el "river" y las cartas arrojadas, y luego dejó salir una tenue risa.

- ¿Qué le parece tan gracioso, señora Parker? -preguntó el extrañado. Sintió el trago de saliva en su garganta como si fuera una piedra.

- La confianza que usted irradia cuando tiene una mano ganadora. No niego que su Trio es muy bueno, pero el mío lo es más.

Laura dejó caer sus cartas, revelando un par de Ases. ¡Le había ganado con un Trio mucho más alto!

- ¡Maldita sea! -Randall golpeó la mesa por la frustración-. ¿Cómo lo hace? ¿Acaso tiene algún ángel guardián que le da la carta ganadora?

- No se trata de suerte, teniente. Sé cuándo voy a ganar porque lo leo a usted como un libro abierto.

Ella recogió una vez más las cartas y comenzó a barajarlas con la misma destreza que al inicio. A pesar de la frustración, Randall admiraba su destreza con las manos. No había manera que hiciera trampa en esas condiciones. Ella jugaba como una profesional.

Laura le extendió una vez más el mazo y repartió las cartas nuevamente, preparando el nuevo "river".

- Si yo gano esta última partida... quiero ver a mi hija.

- ¡Eso es imposible! -Exclamó Randall de inmediato-. Su hija está con otra familia, y no será capaz de recordarla. Sería inútil que trate de ser su madre nuevamente.

- ¡Entonces retírese por donde vino y déjeme pudrirme en prisión! -gritó ella de vuelta, dejando sus cartas cara abajo-. ¡Búsquese a otro perro qué sacrificar!

Randall guardó silencio por un breve momento, sopesando las palabras de Laura. Ella estaba en prisión, pagando una larga condena sin derecho a libertad condicional. No tiene absolutamente nada que perder, mientras que él estaba poniendo en juego la operación al sacarla de sus casillas. Estaba sacando sus garras como una tigresa, y él era su presa. No tenía más opción.

- Si usted gana, haré las llamadas necesarias para cumplir lo que pide. No le garantizo nada, pero haré lo mejor posible.

- Lo quiero por escrito y firmado por el juez antes de usarme como un peón.

- Lo tendrá -asintió Randall, resignado-. Si esa es su apuesta, la acepto.

- Solo gáneme esta partida, y todo lo anterior nunca ocurrió. Puede revelar el "river"

El teniente miró sus cartas, y esta vez estaba seguro que ganaría. Tenía el As de Diamantes y el As de Picas. La mejor mano individual posible. Ella perdería de la misma forma que lo hizo él.

Comenzó a revelar el "river" carta por carta, comenzando con el Diez de Tréboles, el Rey de Tréboles, y el As de Tréboles. Ya tenía el trio garantizado, pero aún no había acabado. Él comenzó a mirarla con más detalle, tratando de advertir cualquier signo de debilidad al momento que comenzó a mirar sus propias cartas, pero ella estaba impasible. No había manera de detectar algún signo que revelara un farol, o siquiera la garantía de tener la mano ganadora.

- ¿Nervioso, teniente? -preguntó ella con cierto tono de sarcasmo. Había puesto sus dos cartas cara abajo.

- No. Claro que no -contestó él tranquilamente mientras revelaba la cuarta carta, el Cinco de Corazones. Esa carta no significaba nada.

Randall tragó saliva una vez más mientras levantaba la última carta. Era el As de Corazones. ¡Había completado los cuatro Ases! ¡La tenía donde quería!

Pero antes de empezar a celebrar, sintió una punzada en la sien que le detuvo en seco. Había algo que comenzó a preocuparlo antes de decidir revelar sus Ases. Había una mano aún más grande que podría acabar con su jugada, y esa era la Escalera Real. Si ella tenía la Reina y la Sota de Tréboles en su mano, le habría ganado con la mano más fuerte del juego, y la humillación sería insoportable.

- ¿Algún problema, teniente? -preguntó ella con tranquilidad. Había levantado sus cartas una vez más, y dirigió su mirada con un tenue pestañeo hacia él. Lucía demasiado tranquila dadas las circunstancias. Ella no podía saber qué mano tenía él. ¿O sí podía?

- No hay ningún problema -carraspeó Randall mientras se arrellanaba en su silla.

- Supongo que está listo para decirme cuál es su jugada y decidir que va a hacer con mi vida. No es que me importe a estas alturas.

El tono resignado de Laura no le transmitió seguridad al teniente. Tenía una leve sospecha, muy pequeña pero real, de que hubiera completado la Escalera Real y que estuviera jugando con él otra clase de juego: el psicológico. Si ella estaba faroleando la jugada, le habría humillado, pero si él se arriesgaba a revelar sus cartas y ella tenía efectivamente las cartas necesarias, saldría humillado también.

Sintió el sudor correr sobre su frente. El maldito calor le estaba provocando un dolor de cabeza palpitante e insoportable. Se escuchó el vuelo de una mosca pasar cerca de su oreja, y estuvo tentado de abofetearse a sí mismo con tal de matar a la intrusa voladora, aunque pasara vergüenza delante de los oficiales de guardia.

Ella seguía impasible, mirando sus cartas.

Y ese maldito calor...

Randall suspiró, y dejó caer las cartas boca abajo.

- Usted gana, señora Parker.

Laura dejó caer sus hombros, apesadumbrada.

- Creí que tendría las bolas para arriesgarse, pero veo que no es así -Laura hizo un ademán al guardia que seguía en la puerta, y ella extendió sus brazos delante de él para que le colocara las esposas-. Teniente, espero que me traiga ese documento firmado con mis peticiones. Si lo hace, cuente conmigo para todo lo que desee. Ya sabe dónde encontrarme.

El guardia comenzó a llevarse a Laura de regreso a su celda, dejando atrás a un frustrado Randall, sintiendo el peso de su derrota como negociador. Ahora le tocaba lidiar con el juez y los fiscales que debían aprobar sus peticiones antes de empezar. Era la única manera de garantizar que ella participe en su plan para acabar con el mafioso Tai Fu Yan.

Notó que las cartas seguían en la mesa y llamó la atención de Laura.

- ¿No quiere quedarse con el mazo? -preguntó levantando la voz para que la oyera. Ella se detuvo y volteó la mirada.

- Quédeselo. Será un buen recuerdo para usted -concluyó mientras era escoltada al interior del área de celdas.

Randall miró una vez más el "river", y sintió curiosidad por levantar las dos cartas que representaban la mano ganadora de Laura.

Las levantó, una a una, y al ver lo que ella ocultaba, sacó su pañuelo y se secó la frente una vez más. El dolor de cabeza lo atravesó como un punzón en la sien.

- ¡Hija de puta! -exclamó sin despegar la mirada de las dos cartas reveladas.

Eran el Seis de Diamantes y el Tres de Corazones.

Ella había perdido la última ronda.


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