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15.

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Jungkook era hermoso. Siempre lo había sido.

Era muchas otras cosas, también. Era inteligente, era directo, era compañero. Aún cuando era caprichoso y demandante, había un borde suave y delicado en sus actitudes hostiles. Jungkook era ruidoso y brillante, pero lleno de misterio por igual.

Nunca había estado enamorado —al menos no así— y quizás las emociones le entorpecían el juicio, pero creía que era eso lo que lo hacía bello; él era, después de todo, mágico. No en el sentido de sus habilidades sino en el de su escencia. Era mágico por definición.

No era humano, pero lo era al mismo tiempo. Más que cualquier persona que hubiese conocido. Eso, creía él, era la magia.

—¿Sabes lo que es la magia? —preguntó después de unos minutos, rompiendo el silencio.

—¿Mhm?

Jungkook se giró perezosamente en la cama y fijó sus bonitos y redondeados ojos oscuros en él. Parecía mirarlo sin hacerlo del todo.

—¿Sabes lo que es la magia? ¿Has oído de eso? —insistió.

—Bob esponja hizo magia en un episodio el otro día.

Taehyung sonrió.

—¿Y qué es?

—¿La magia? —asintió—. Pues... Es cuando haces cosas que no se supone que puedas hacer. Como...

—Hacer algo que no se puede hacer —repitió pensativo.

O ser algo que no debería ser. Ser algo imposible; ser mágico.

Jungkook era mágico e increíblemente hermoso, y estaba perdido por él.

Apretó su cintura para acercarlo a sí mismo. Buscaba abrazarlo, pero él en cambio le ofreció su boca.

—¿Quieres volverte mago? ¿Es eso? —preguntó acusadoramente y con el ceño fruncido.

Taehyung se rió bien fuerte y Jungkook debió encontrar algo de eso ofensivo, porque se incorporó sobre sus codos y trató de cerrarle la boca por la fuerza con los dedos. Se reía tan fuerte que sentía el eco de su propia risa en el corazón.

—Sólo pensaba, es todo —respondió, con cierta dificultad, sobre los dedos del menor.

—Hmm... —Jungkook lo observó en silencio durante unos segundos, antes de besarlo.

Su boca era suave, pero filosa. Tibia, mas distante. Húmeda, silenciosa; valiente y temblorosa.

Jungkook era mucho más de lo que creía que una persona podría ser.

—Eres mi hogar y mi novio —sentenció. Era algo cursi, y sabía que muchas personas lo habían dicho antes que él en situaciones absolutamente distintas y que todos ellos se habían creído incomprendidos, dueños de un tesoro único. Pero él era el verdadero afortunado, quién había tenido el lujo de vislumbrar el más raro de todos los tesoros existentes. Y creía que nunca nadie podría decir lo que él dijo y comprender su verdad oculta—. No se supone que una persona pueda ser tu hogar.

Jungkook sonrió en silencio. Creyó que iba a besarle de nuevo, pero no lo hizo.

—Tú eres mi nidito —dijo, corriendo la mirada—. ¿No crees que eso es tonto?

Taehyung negó suavemente. Esta vez fue él quien puso el peso en los codos y se encimó sobre el azabache.

—Creo que eres mágico.

Jungkook ya no dijo más.

Se giró hacia él y lo miró un buen rato, y luego lo besó fuerte en los labios; húmedo y violento. No creía que jamás lo hubiese besado tanto, tan profundo.

Cuando el beso terminó, Jungkook se giró dándole la espalda.

Tiró suavemente de sus manos hasta envolverlas sobre su vientre y acercar el pecho tibio de Taehyung sobre su fría espalda.

El departamento estaba helado.

Después de unos minutos, el azabache se quedó dormido. Las palabras nunca dejaron sus labios, pero creyó oírlas perdidas en el compás de su respiración. Estaba cansado, también, así que quizás se había tratado sencillamente de un sueño.

Eran palabras raras, pero ciertas. Como la cama, las sábanas, la tibieza del cuerpo a su lado y el peludo movimiento de su cola pomposa. Eran palabras tristes y atemorizantes; lo hacían sentir solo y devastado.

¿Cómo era posible que Jungkook fuera capaz de todo eso? De hacerle sentir las mariposas, de brindarle un refugio, un hogar, y de hacerlo sentir tan mal al mismo tiempo, sin siquiera decir nada, sólo insinuando con su silencio unas palabras que no quería oír pero que muy en el fondo deseaba hacerlo.

Él era así. Era misterioso, por eso era mágico y por eso era infinitamente bello.

Jungkook se movió entre sueños. Apretó fuerte sus manos sobre su vientre y pudo ver sus orejas temblar en un eléctrico movimiento antes de suavizarse de nuevo.

Lo besó en el cuello, enredó sus dedos juntos y se quedó dormido. Soñó con un nido de ropa tan grande en el que cabían los dos.

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Cuando Taehyung llegó a su casa el martes después de trabajar, Jungkook no lo recibió en la puerta. El televisor estaba apagado y, salvo por el insistente ruido que emitía el refrigerador, el departamento se encontraba en completo silencio.

Jungkook quizás dormía, pero no creía que fuera eso. Se había comportado distinto los últimos días, un poco distante, demasiado callado. Había sido un poco infantil al aceptar esas horas extras en la universidad cuando no debía, pero creyó que serviría para devolverle al Jungkook demandante qué tanto extrañaba. Aquel que lo recibía en la puerta, cruzado de brazos y con una expresión indignada tatuada en el rostro.

Jungkook sabía ser necesitado y él había aprendido del mejor.

La estrategia había fallado de todas formas. No lo recibió en la puerta, aunque sin duda había oído el ruido de las bolsas y la llave.

—¡Un poco de ayuda vendría bien! —protestó, y la falta de respuesta lo hizo chistar. Murmuró para sí mismo—: Y yo que le traje tomatitos cherry fuera de estación.

Meditó un momento sobre por qué había gastado tanto dinero en tomates. Sobre por qué Jungkook se comportaba de esa manera y, sobre todo, si quizás no estaba realmente hecho para pasar más de tres meses con una persona.

Era tan tonto que la idea siquiera cruzara su mente.

Quizás fue el silencio de la casa, su familiar pero casi olvidada soledad fría. Quizás fue que todo había comenzado a ponerse raro después de que se cumplieron los tres meses. Primero eran besos, caricias, horas enteras que ambos pasaban enredados en la cama, y luego se volvió confusa y repentina distancia. Una distancia tibia, pero era distancia al fin.

Miró el pote de tomatitos cherry y sonrió. Pagaría eso y mucho más por otro instante robado al mundo de ellos juntos. Otra mirada brillante, otro beso en la comisura de los labios, otra caricia sobre sus peludas orejas y otra imagen de Jungkook moviendo su cola, incapaz de contener la felicidad.

Guardó el resto de las cosas y fue con los benditos tomates al dormitorio.

Las cortinas estaban abiertas y el atardecer entraba anaranjado por la ventana, tiñiendo de colores las sábanas blancas. Jungkook no estaba en ellas.

Golpeó la puerta del baño tres veces primero, y luego otras tres. Nada.

Abrió algo preocupado.

—¿Kookie?

Jungkook no estaba allí, y aunque eso lo tranquilizó por un momento, pues había temido que tuviera un accidente, la preocupación volvió de inmediato y más fuerte que antes.

Dejó los tomates en el lavamanos y cruzó el pasillo a paso apresurado.

—¡Jungkook! —llamó, exaltado.

Revisó cada rincón de la casa, incluso hasta los más ridículos como el sofá dónde debería haberlo visto llegar, el mesón de la cocina donde solía sentarse, la cama donde dormían abrazados todas las noches, su nidito que yacía abandonado desde hacía días.

—Vamos, bebé... No es gracioso.

Abrió placares, ventanas, muebles. Se detuvo en el centro de la sala y agudizó el oído.

Medio sonreía, imaginado la risilla contenida que debería delatar el lugar de su escondite. No encontró más que silencio y el hueco que se hacía cada vez más grande en su pecho, acompañado por el molesto ruido eléctrico del refrigerador.

El sol se había puesto y no había rastro de Jungkook en aquella casa sumida en las penumbras.

Taehyung encontró la nota tres días después. Estaba en su laptop, sobre el teclado, pero no había siquiera mirado el computador hasta que se hubo resignado del todo. Hasta que admitió que no lo encontraría en el barrio, en el parque o en el río; que no seguía escondido en algún lugar de la casa, que no podía ir a la policía a buscar a un hombre mitad conejo sin que lo metieran en alguna institución mental.

Llegó a dudar de su propia cordura. ¿Lo había imaginado? ¿La soledad del exilio había calado tan hondo en su cuerpo?

No podía ser así. No podía serlo porque había pelos de su cola en todas partes, más en sus camisas, y porque podía oler su escencia impregnada en la almohada; porque si ese fuera el caso, cuando su contrato en la universidad se venció, habría vuelto a Seúl sin lugar a dudas en vez de quedarse allí.

La nota que Jungkook había dejado no explicaba mucho, pero sí lo suficiente. Era una sola palabra escrita en letra prolija. Una sola palabra que dolían más que mil estacas perforando su piel.

"Adiós."

Aguantó las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos y transformó la tristeza en enojo. Fue hacia el refrigerador que no parecía callarse desde que Jungkook se había ido, y garabateó una nueva y absurda regla al final de las otras.

Siempre regresar.

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