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02.

Taehyung había cumplido con cada una de las reglas que Jungkook había sugerido, aún cuando el menor no había hecho lo mismo.

Mientras que él procuraba mantener la mirada fija siempre en los ojos de Jungkook sin importar los movimientos extraños que hacían sus orejas, el inquieto visitante seguía trepando a cada mueble que podía, aunque luego no supiera cómo bajarse, y comiendo cada rastro de comida que había en el departamento; mientras que él procuraba hablar siempre en un tono tranquilo para que no se alterara, Jungkook seguía usando su ropa del trabajo en sus fuertes-cuevas-nidos distribuidos en todo el lugar (aunque ahora tenía la decencia de hacerlo después de que la usara); y mientras que él preparaba ensalada de tomate y rúcula para que Jungkook almorzara al día siguiente, el azabache probablemente hacía lo que fuera que estaba haciendo con los rollos de papel higiénico que continuaban desapareciendo. No quedaba del todo claro quién era la mascota en la relación, pero por lo menos sabía que el duelo de la primera semana había sido el entierro de su vida como la conocía: rutinaria y tranquila. No estaba del todo molesto con ello.

La cuestión era que él y Jungkook de hecho se llevaban bien. No se atrevía a llamarlo "amigo", porque nunga hablaban realmente de nada profundo y porque, bueno, Jungkook era un conejo —como aclaraba cada vez que lo regañaba por algo—, pero su compañía era agradable la mayor parte del tiempo. Se había acostumbrado a lidiar con sus travesuras cuando llegaba a casa del trabajo y a aceptar su cercanía constante como un mimo o un reclamo, y a veces, cuando llegaba fuera de horario y encontraba a Jungkook durmiendo sobre alguna de sus pilas de ropa en la casa, se quedaba varios segundos observando lo adorable que se veía admitiendo en secreto que no estaba del todo mal tener una mascota tan peculiar.

Ese día, sin embargo, Taehyung llegó tarde a casa. La nueva rutina que incluía tomar el té juntos antes de jugar un rato se había roto y Jungkook lo esperaba con ojos grandes y orejas alertas, brincando suavemente en su lugar frente a la puerta.

—Dame un segundo —pidió, porque traía una pila de fotocopias con lo que se había entretenido hasta tarde en la biblioteca—, sólo déjame guardar esto.

—Quiero juga-ar —protestó Jungkook frunciendo el ceño y sin dejar de brincar—, no viniste.

—Tuve que... —Taehyung comenzó a hablar, pero la expresión del menor le dijo que sería absurdo. Él no entendía ni de su trabajo ni de la importancia de que lo conservara, y no parecía que ese fuera el momento de explicárselo definitivamente—. Lo siento —dijo en cambio y dejó los papeles en la mesita junto a la puerta—, me cambio y jugamos.

Caminó a la habitación casi tropezando con un atolondrado Jungkook que no paraba de brincar a su alrededor. Cuando se desabotonó la camisa —no la buena, la que usaba para todos los días en la oficina—, y comenzó a sacársela, Jungkook se apresuró a terminar el trabajo y tirar la prenda sobre su cueva del dormitorio. Luego lo empujó bruscamente sobre el colchón.

—¡La traes! —exclamó riendo y salió corriendo del dormitorio.

Taehyung sonrió. Jungkook apenas le había dado tiempo para asegurarse de tener algo nuevo para su cueva, y ni lo había dejado cambiarse. Echado en la cama, miró el techo y suspiró. Había estado toda la mañana corriendo de aquí para allá en la biblioteca, y la idea de corretear con Jungkook por toda la casa por minutos no sonaba divertido. La peor parte era que había tardado por quedarse buscando documentación importante para llevarse a casa ese fin de semana y poder avanzar desde ahí con su investigación, porque si adelantaba el suficiente trabajo, podría llevar a Jungkook a la casa de campo que una compañera le había ofrecido el fin de semana siguiente. Él necesitaba correr por lugares más amplios que una casa pequeña, a juzgar porque cada vez le llevaba más trabajo agotarlo del todo; los primeros días bastaban diez o quince minutos para dejarlo cansado en la cueva de ropa más cercana, mientras que el día anterior habían estado casi una hora corriendo sin parar, hasta que el estómago le comenzó a gruñir.

—Tae —Jungkook habló desde el marco de la puerta. Fruncía el ceño, pero tenía las orejas echadas hacia adelante, esperando una respuesta. Dió un pisotón al suelo a modo de queja y Taehyung se rió—, ¡Vamos, la traes!

Cerró los ojos derrotado y asintió en silencio, apenas atinó a ponerse de pie cuando el menor salió disparado de la habitación. Nunca iba muy lejos y no creía que lo haría ni siquiera si tuviera el espacio para hacerlo. Cuando se asomó por el pasillo, Jungkook estaba a mitad del mismo, brincando en su lugar con una sonrisa desafiante y ojos brillantes, esperando hasta que estuviera lo suficientemente cerca para salir corriendo otra vez, varios metros atrás.

Disfrutaba jugar con Jungkook. No sabía si era por lo jodidamente adorable que se veía cuando lo hacían, o por la silenciosa siesta con la que coronaba una tarde de juegos y que él aprovechaba para preparar la cena o robar algunas prendas de las cuevas para poner en el lavarropas. Ese día, sin embargo, estaba tan cansado como Jungkook energizado y definitivamente no era una buena combinación.

Lo persiguió al comedor y de nuevo al dormitorio, a la cocina y al comedor otra vez, y así varias veces hasta que finalmente cayó rendido a la cama, quejándose entre dientes y refregándose los ojos.

Jungkook le tiró una zapatilla.

—¡Joder, Jungkook! —se quejó.

Todavía no se había levantado. Sólo se reincorporó sobre sus codos y miró en dirección a la puerta. Jungkook daba suaves brincos en su lugar, si podía llamarse brincos a eso que hacía sin despegar del todo los pies del suelo. Se mordía las uñas mientras con la otra mano tironeaba hacia abajo del elástico de su suéter lavanda —que definitivamente necesitaba lavar también.

—Vamos, Tae —dijo—, la traes.

—Siempe la traigo —respondió porque era cierto: el juego nunca consistía en que lo atrapara, y las veces que había intentado hacerlo sólo lo habían  puesto automáticamente de mal humor—, así juegas tú.

Jungkook sonrió y asintió. Taehyung encontraba divertido que se viera tan orgulloso de que entendiera algo, cómo si no fuera siempre el que tuviera problemas para comprender cosas básicas.

—Estoy cansado —explicó.

Jungkook dió dos pistones rápidos y lo miró con ojos grandes y lastimeros.

—¡Pero recién empezamos!

No era cierto. Llevaban al menos media hora y ni siquiera había comido algo.

Se tiró de vuelta sobre el colchón, estirando los brazos a su lado. Jungkook se paró apenas a medio metro del pie de la cama y pateó suavemente sus piernas.

—Vamos, la traes —insistió una vez más.

Taehyung sólo cerró los ojos. Sintió el colchón hundirse y cuando volvió a abrirlos, Jungkook estaba arrodillado a su lado asomando la cabeza justo encima de la suya. Sonrió al ver que lo miraba y ladeó suavemente la cabeza. Era adorable, y podía imaginar la expresión que pondría cuando se levantara correteando por la casa una vez más, pero estaba en serio tan absoluta y jodidamente cansado que sólo tomó su muñeca y ladeó la cabeza también.

—Te atrapé —dijo.

Los ojos de Jungkook se encendieron cómo mil soles.

—¡No lo hiciste! —chilló y quiso pararse de un brinco, porque siempre se escabullía cuando lo atrapaba.

Excepto que en verdad siempre era él quien lo dejaba escabullirse, porque no era difícil retenerlo y porque era más fácil correr cinco minutos más que lidiar con su mal humor y frustración por horas así él sencillamente lo atrapaba, así como así. Esta vez Taehyung apenas acompañó la muñeca y el brinco de Jungkook un instante hasta reincorporarse, y luego el sacudón fue tan grande al detenerlo que el azabache trastabilló sobre sus propios pies y cayó sentado en su regazo, tumbándolo de nuevo al colchón.

Iba a explicarle que estaba cansado en serio esa vez, y que la semana siguiente cuando fueran a la casa de campo correrían por horas hasta que se cansara también, pero cuando cruzó su mirada no vio enojo ni frustración sino una expresión nueva que quizás podría describir como sorpresa y curiosidad, aunque quizás no por el modo en que se mordía los labios. En lugar de decir algo, abrió la boca y volvió a cerrarla, observando a Jungkook en silencio y el modo en que cerró los ojos y se acercó a olerlo.

Podría reírse porque su nariz siempre se movía de un modo tan jodidamente extraño cuando olfateaba así, pero estaba tan cerca de su boca que sentía el calor de su respiración y después...

Jungkook puso una mano sobre su pecho, rasguñándolo suavemente. Luego arqueó la cintura cerrándose sobre sus piernas y suspiró. Taehyung tragó saliva hasta que finalmente soltó su muñeca.

—¿Qué haces?

—Nada —murmuró—, rozándome.

Lo alejó suavemente y Jungkook abrió los ojos con pereza, mirándolo otra vez con los labios lastimados de tanto morderlos. Seguía contoneándose y Taehyung bajó la mirada, viendo la cabecita hinchada de su miembro, roja y húmeda, rozándose contra sus piernas y asomándose bajó el suéter.

Se sonrojó antes de correr la mirada.

—Jungkook, detente —dijo tan suave como pudo, porque no se sentía bien regañarlo por eso—. Es privado.

El aludido tardó un instante en detenerse que se sintió eterno. Él aprovechó aquella quietud para sentarse en el borde de la cama y carraspear, buscando las palabras correctas.

—¿Entiendes eso, Kookie? —preguntó—, ¿Qué es privado?

Jungkook asintió.

—Siempre lo hago cuando no estás... —murmuró todavía mordizqueando las esquinas de los labios. Sus orejas estaban gachas, pero no parecía asustado—, pero hoy cuando jugamos estaba tan contento y ansioso...

Se veía suave y un poquitín roto. Sentía que era una tortura para él no seguir rozándose como antes, por el modo en que mordía sus labios y lo miraba expectante. Quizás sería razonable dejarle la habitación un momento a solas, pero no creía saber qué hacer si estando en la cocina volvía a su mente la imagen de un segundo atrás, el modo en que tener a Jungkook rozándose sobre su propio cuerpo movía el colchón y lo tibio de su respiración cerca de su boca.

—... Y luego tú me atrapaste —continuó y creyó que iba a decir algo más, pero solo volvió a cerrar los ojos y apretó más fuerte el elástico de su suéter.

Tragó saliva. Palmeó suavemente su cabeza y sus orejas temblaron antes de que abriera los ojos. Eran suaves y esponjosas, y él se descubrió deseando que Jungkook le dejara tocarlas más seguido.

—Pues lo siento, bebé, pero tendrás que esperar a mañana —dijo—, es privado, y tienes que comer algo de todos modos.

—Me siento incómodo —se quejó Jungkook.

—Una ducha fría y pensar en otra cosa ayudará —dijo Taehyung y mencionarlo aclaró su mente—, sí, la ducha especialmente. Y yo aprovecharé y lavaré tu suéter.

Los ojos de Jungkook brillaron cuando sonrió.

—¿Y no tendré que usarlo entonces?

No pudo aguantar una risa esta vez. Le hizo un brusco mimo en la cabeza, y vio sus orejas elevarse alertas al techo. En verdad creía que Jungkook se merecía ese premio después de haber mostrado tanta obediencia y autocontrol, pero realmente no creía que tenerlo paseándose por la casa desnudo ayudaría a hacerle comprender la importancia de la privacidad de ciertos actos.

—No, porque tendrás que usar algo. Toma uno de los míos.

El menor frunció el ceño otra vez y sus orejas se tensaron. Tuvo que hacer mucho esfuerzo para no sonreír porque Jungkook siempre lograba salvarse de hacer cosas pareciendo adorable.

—Bien. Lo que sea —dijo, y se levantó de la cama.

Cuando caminaba hacia la puerta, dándole la espalda y con la nariz en alto, se quitó el suéter arrojándolo al suelo.

Taehyung vió lo redondo que era su trasero y lo parada que estaba su cola, decidiendo que después de un día largo —y raro, sobre todo—, podía permitirse creer que tenía una semi erección producto del cansancio, por más ilógico que pareciera.

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