01.
Estaba seguro de que había hecho un duelo con la llegada de Jungkook a la casa. Había leído un artículo que una compañera de trabajo escribió sobre el asunto, y había logrado determinar momentos claves de su vida en la última semana que podían leerse en esos términos. Había pasado sin duda por la etapa de la negación, convencido de que Jungkook no era real sino un producto de su imaginación —etapa que había superado poniéndole un gorro de lana al menor y obligándolo a participar en una conversación por Skype con su madre para asegurarse de que ella también lo veía—; después por la de ira, cada vez que Jungkook hacía cosas que quizás fueran aceptables para un conejo pero definitivamente no para un ser humano de más de un metro setenta, y se recordaba que era su culpa por no exigir una foto del conejo al que había accedido a adoptar; y por último estaba la etapa de la negociación, cuando reconoció finalmente que era un dueño responsable y de buen corazón, y que quizás no era tan malo después de todo tener una compañía ruidosa en la casa que hablara perfecto coreano.
Eso, hasta que Jungkook había comenzado a armar fuertes de ropa en cada esquina de la casa y a tirar cosas al suelo por puro aburrimiento, y sobre todo, a darle insistentes cabezazos en el brazo cuando estaba sentado con la laptop, lo cual había logrado que las últimas etapas —la de la depresión y la aceptación— se mezclaran en una frustrada resignación que lo tenía al borde del colapso nervioso desde el lunes.
Era jueves ahora. Se había quedado hasta las nueve de la noche en la biblioteca a terminar el primer boceto del paper en el que estaba trabajando por su beca de investigación, porque debía entregarlo a primera hora de la mañana siguiente al director de sociología de la universidad. Estaba agotado por las noches sin dormir esa semana y muerto de hambre y ganas de terminar de ver la segunda temporada de la serie que tenía abandonada en Netflix, pero cuando llegó a la puerta de su casa tuvo que respirar hondo y armarse de paciencia antes de meter la llave en la cerradura.
—¡Tae! ¡Gracias a Dios que viniste!
Soltó un suspiro. Dejó sus papeles en la mesa junto a la puerta y cerró con llave, y luego fue directo a la cocina. Jungkook estaba sentado sobre el mesón abrazado a sus rodillas, con una caja de cereales vacía y mordizqueada a su lado como prueba del delito. Lo miraba con ojos brillantes y las orejas apuntando al techo, alertas.
—Te dejé zanahorias —protestó al notario la caja y sin mirarlo a los ojos, siguió su paso a la heladera.
—Odio las jodidas zanahorias —explicó Jungkook por cuarta vez esa semana. Él lo sabía, pero algo tenía que hacer con todas las que había comprado preparándose para su nueva "mascota"—. Ayúdame a bajar, ¿Quieres?
Se sirvió un vaso de jugo y cuando lo miró frunció el ceño.
—¿No puedes hacerlo solo?
—Es muy alto —se excusó.
No lo era.
—Te subiste.
Jungkook frunció el ceño también.
—Claro, pero porque hice fuerza con mis brazos para levantarme.
—Jungkook, literalmente tiene un metro de altura.
El azabache asomó la cabeza y miró el suelo con una expresión aterrorizada y las orejas echadas hacia atrás.
—Lo sé —dijo.
Suspiró, pero dejó el vaso de todas formas.
—No te llega a la cintura —explicó, acercándose a él—. Deberías poder bajar de un brinco.
—Sí, si quisiera suicidarme —respondió irónico y Taehyung rodó los ojos, pero abrió los brazos también.
Jungkook se abrazó a su cuello y enredó sus piernas en su cintura, y Taehyung tuvo que sostenerlo por el trasero desnudo porque Jungkook había accedido a usar suéter dentro de la casa pero nunca bóxers o pantalones porque le "apretaban la cola".
—¿Trajiste comida? —preguntó Jungkook y no se bajó de Taehyung hasta que se sentó en el sofá. Después, se acomodó a su lado y apoyó el mentón en su hombro—. Tengo hambre.
—Te comiste todo mi cereal.
—Sí —respondió—, ya no hay nada en la casa.
Había un kilo de zanahorias por lo menos, pero estaba demasiado cansado para discutir.
—Podría pedir algo —sugirió. Jungkook parpadeó en silencio sin correr la mirada de él—. Tú sabes, llamas por teléfono y les dices que te traigan comida.
—¡Eso es jodidamente genial! —exclamó—, ¿Por qué no lo hacemos siempre?
—Porque es caro —respondió. Jungkook lo miró otra vez de la misma manera. Taehyung estaba demasiado cansado también para explicarle cómo funcionaba el sistema de compra-venta—. Sólo... No lo hagas cuando yo no esté en la casa, ¿Si?
Jungkook sólo sonrió en respuesta y Taehyung tuvo que hacer una nota mental para recordarse desconectar el teléfono el día siguiente antes de irse. Jungkook era jodidamente agotador, era el problema.
Se levantó a buscar el celular de su maletín. Encargaría la comida ahora y luego prepararía todo para el día siguiente y se daría una ducha para lavarse un poco el cansancio antes de comer. Parecía un buen plan, hasta que después de encargar un sándwich de pollo y uno vegetariano, entró en la habitación.
Estaba habituado a las pilas de ropa que Jungkook armaba en cada rincón de la casa, pero también estaba acostumbrado a que esas pilas estuvieran hechas con suéteres, porque a él le gustaba lo acolchado y suave que se sentía la lana contra su piel. No a ver su camisa y blazer buenos en la pila también.
—¡Jungkook y tú putísima madre! —gritó.
Jungkook, que lo había seguido a la puerta a buscar el celular, a la cocina a juntar la caja de cereal y ahora a la habitación, como si estuviera pegado a su propia sombra, hizo el intento de escabullirse.
Caminó hasta la pila de ropa y tomó las prendas del trabajo del montón.
—¡Vuelve aquí! —lo llamó al notar que no había entrado a su habitación. Jungkook se asomó con la mirada gacha y las orejas tan atrás que casi ni se veían—. Esta ropa es del trabajo, Jungkook —explicó, procurando no gritar esta vez—, ahora tendré que plancharla y son la diez de la noche y estoy absolutamente cansado.
—Tú me dijiste que podía hacer cuevas con tu ropa —murmuró Jungkook.
No era cierto. No le había dicho que no podía hacerlas y asumir lo contrario era una falacia lógica pero, nuevamente, Jungkook era un jodido conejo. No podía explicárselo.
—Con la ropa de invierno que no estoy usando —explicó—, no con la ropa de trabajo que necesito para mañana que veré al jefe de la carrera.
—Es que los suéteres se sienten rico pero no huelen a nada y tú estuviste afuera todo el día —explicó él—, y no podía dormir mi siesta.
—Podrías haber dormido en la cama como una persona normal.
—Ese es tu nido —dijo, y luego aclaró—: y yo soy un conejo.
Ni siquiera prestó atención a eso último. Miraba desganado su camisa, que acababa de notar repleta de cabellos blancos.
—Y está jodidamente llena de pelos de tus orejas —suspiró exhausto.
—Probablemente sean de mi cola porque me senté allí.
Claro.
—Claro —dijo, y asintió en silencio discutiendo internamente qué haría con esa mascota que acababa de adoptar. Siempre podría ofrecerlo por internet a algún otro incauto como su dueño anterior lo había hecho, pero todavía no sentía que fuera lo correcto. Finalmente, respiró hondo—. Pues... Okay. Sí, okay —exhaló—. Estás castigado.
Jungkook frunció el ceño.
—¿Estoy qué?
—Castigado —repitió—, vas a quitarle los pelos a la camisa y el blazer, vas a planchar ambos y no comerás cereales o galletas hasta que termines las zanahorias que compré.
—¡Odio las zanahorias! —protestó.
—¡Pues deberías haberlo pensado antes de arruinar mi ropa de trabajo!
—¡¿Cómo se supone que supiera que era tan importante?! —gritó, con las orejas todavía hacia atrás pero tensas ahora.
—¡No lo sé! —exclamó abriendo los brazos, frustrado—, ¿Empatía?
Jungkook dió un fuerte pisotón en el suelo y Taehyung nunca se sintió tan ofendido en su vida como teniendo a la "mascota" que había soportado y alimentado toda la semana desafiándolo así.
—¡Soy un conejo, Taehyung! —objetó Jungkook—. Ni siquiera sé lo que empatía significa.
Caminó decidido hacia él, y Jungkook dió un tímido paso atrás pero se contuvo de correr. Lucía asustado y desafiante por igual, lo cual era admirable. Y adorable.
—Y yo soy tu dueño —dijo—, y si digo que estás castigado, estás castigado.
Jungkook dió otro pisotón en el suelo, más suave esta vez. Después quitó la camisa y el blazer de sus manos, dió media vuelta y volvió al comedor. Taehyung suspiró.
Le dió cinta adhesiva y le explicó cómo quitar los pelos, luego preparó la plancha sobre una toalla vieja en la mesa y le dijo cómo usarla, e hizo todo al mismo tiempo que se esforzaba para no sonreír por lo jodidamente adorable que Jungkook se veía evitando su mirada y fingiendo superioridad.
—Sí, sí, claro —decía él, mientras le explicaba cómo usar apropiadamente aquel artefacto que Jungkook miraba con desconfianza.
Suspiró.
—Sólo... Trata de no quemar la camisa, ¿Si?
Jungkook no respondió.
Tenía una idea para mejorar la convivencia entre ellos que planeaba hacer tranquilo en su escritorio, pero optó por quedarse a vigilarlo por si acaso pedirle usar la plancha había sido mucho. Tomó una hoja en blanco, una lapicera de la de la mesa del teléfono y garabateó en una hoja las reglas que Jungkook debería cumplir de ahí en adelante, porque debía admitir lo injusto que era castigarlo por algo que no sabía que no debía hacer.
REGLAS DE LA MASCOTA:
1. No jugar con la ropa de trabajo de Tae.
2. No treparse al mesón o a otros muebles de los que no podrás bajar cuando Tae no esté en la casa.
3. Vestir por lo menos el suéter dentro de la casa cuando Tae está.
4. No abrir la puerta extraños, y si no queda opción, no hacerlo sin gorro y pantalón.
5. No usar el teléfono para pedir comida sin permiso.
6. Dejar de hacer lo que sea que estés haciendo con el papel higiénico. Cuesta dinero.
7. Recuerda que la comida de la casa debe alcanzar para los dos.
Dejó abajo un espacio en blanco, porque creía que era justo que Jungkook le dijera cuándo él hacía cosas incorrectas también.
Jungkook terminó de planchar la camisa sin quemarla justo cuando tocaron el timbre. Recibió la comida y preparó la mesa, ambos comieron en silencio sin siquiera mirarse. El azabache definitivamente sabía cómo hacerlo sentir como un idiota.
—Escucha —dijo cuando terminó su sándwich y mientras Jungkook comía el suyo—. Escribí unas reglas, ¿Si? Para no tener que castigarte de nuevo.
Jungkook no lo miró. Taehyung pasó la hora sobre la mesa.
—No creo que sean imposibles de cumplir, y sobre la comida, me aseguraré de que tengas muchos vegetales que probablemente sean mejores para ti que mis galletas.
—Eso está bien —dijo Jungkook, arqueando las cejas.
Golpeó suavemente el papel para atraer su atención.
—Mira, ¿Estás de acuerdo? ¿Te parece bien? Tendrás que cumplirlas o tendré que castigarte otra vez.
Jungkook miró un largo rato la hoja y después respondió.
—Si, lo que sea, está bien.
Taehyung sonrió.
—Okay. ¿Cuáles crees que deberían ser mis reglas? —preguntó—, éstas son para que tú seas una buena mascota, pero ¿Cómo puedo ser un buen dueño?
—Pues dándome comida —dijo Jungkook rápido y sin dudar. Continúo hablando de modo decidido mirándolo desafiante y sin dejar de fruncir el ceño—, y jugando conmigo a veces y no gritando así como gritaste antes y no enojarte cuando corro por la casa, ni mirar de esa manera extraña mis orejas o mi nariz, y no irte todo el día de la casa y...
—Woah, woah —interrumpió divertido, mientras intentaba escribir—, espera un poco, vas muy rápido. Comida, jugar, no gritar, ¿Qué más?
Jungkook movió la nariz de un modo adorable y Taehyung recordaba que había dicho algo de que no debería mirarlo así cuando lo hacía.
—No irte todo el día de la casa. Esa es la más importante.
Taehyung sonrió y anotó esa en letras bien grandes y subrayadas. Cuando miró a Jungkook otra vez, sus orejas habían vuelto a la posición de siempre y su ceño se había relajado un poco. Eso lo hizo sentir mejor.
Le ofreció la hoja otra vez.
—¿Así está bien?
Jungkook miró la hoja y asintió.
Fue a la cocina y la puso en la heladera, sostenida por unos imanes turísticos de Nueva York que había comprado en su primera semana allí. Releyó las reglas.
REGALAS DEL DUEÑO:
1. Asegurarse de que Jungkook tenga comida que le guste. No zanahorias.
2. Jugar con Jungkook un rato todos los días.
3. No gritar.
4. VOLVER A CASA TEMPRANO.
Sí. Creía que podía hacerlo.
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