-VI-
Después de aquella extraña experiencia, el niño silencioso se vio condenado al ostracismo absoluto: ya nadie se burlaba de él, porque todos le temían y huían en cuanto le veían hacer un simple ademán. En su inocencia, aquello le pareció una mejoría, aunque el hecho de tener que convivir a cara descubierta con los demás internos no le gustaba en absoluto. Al cabo de unas semanas, fue conducido al despacho de la directora, que se agachó para acariciarle las mejillas:
- Chiquitín, hay una persona que quiere conocerte...
La puerta se abrió y un joven de largos cabellos entró, sonriendo amablemente, se puso a la altura del tímido "Máscara" y le miró a los ojos.
-Hola, pequeño. Sé que estás pasando una época difícil. Si tú quieres, me gustaría llevarte conmigo; eres especial y hay un sitio mejor para ti.
El niño le miraba, sin comprender; aquel joven de melena verdosa, cuyas cejas eran apenas dos puntos sobre su frente, no era ninguno de sus tíos ni nadie que le resultase familiar, pero la forma en que le hablaba tocaba algo en su interior, como si supiese más acerca de él que él mismo.
El recién llegado rebuscó durante unos segundos en la bolsa de cuero que pendía de su hombro hasta encontrar un objeto que le ofreció; se trataba de una máscara, pero no se parecía en nada a ninguna que el niño hubiese visto anteriormente: era metálica y tenía unos extraños dibujos en torno a los ojos. La observó, complacido, y el joven se la ajustó con cuidado. Ahora, con el rostro oculto, se sentía mejor. Asió sin recelo la mano que el desconocido le ofrecía y salieron juntos del recinto, caminando en calma.
- Pequeño, yo entiendo quién y qué eres -le susurró al tomarle en brazos, acariciando su cabello-; te prometo que te ayudaré a usar esa energía. Harás grandes cosas.
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